Eugenio d'Ors
CRÓNICA DE LAS IDEAS   
CRÓNICA DE LAS IDEAS EN 1947 (1)
 
He de confesar que estoy hogaño en mala postura para enjuiciar, con la ecuanimidad de que hicieron gala resúmenes publicados anteriormente hacia estas fechas, el movimiento ideológico durante las doce o quince precedentes lunas. En los acontecimientos susceptibles de traducirlo, he intervenido personalmente demasiado, para que el relente de la función activa no enturbie el desinterés del espectador. El Congreso Internacional de Filosofía, reunido en Roma el penúltimo otoño, quiso llamarme y a él acudí e hice en él cuanto podía. La ocasión se reprodujo, aunque no para mí con tanta posibilidad de eficacia, en los Encuentros Internacionales de Ginebra, donde hubo que examinar casi patéticamente el tema del contraste entre el progreso técnico y el progreso moral. Por último, en los índices que el P. Ceñal da, con erudito escrúpulo, a alguna publicación extranjera, sobre la bibliografía filosófica hispana, y que, en lo concerniente a los años 45 y 46, apenas si registran, por un lado, trabajos sobre Historia de la Filosofía; por otro, artículos, monografías y misceláneas, y en que, para vergüenza y fortuna mías, sólo era citado el santo de mi nombre como tema de estudio, no como de autor, tendrán que mencionar, al referir lo del 47, la publicación del primer tratado sistemático y no pedagógico de filosofía, que, desde hace siglos tal vez, haya aparecido en España.

Las actualidades teóricas del mundo del pensamiento nos fueron entregadas a revisión por los organizadores del Congreso de Roma. ¿A quién podía extrañar que las más señeras resultasen ser el marxismo y el existencialismo? La calidad filosófica, y casi teológica, del primero -según lo que ya cabe dar por previsto en la genialidad profética de nuestro Donoso Cortés-, quedó resaltada. Al igual que la seriedad posible -ya que no siempre "obtenida" del segundo- tan desfigurado en las payasadas lúgubres del famoso Sartre. Ahora bien, el resultado final del examen vino a cifrarse así: Marxismo y existencialismo tienen al hegelianismo como denominador común. Se parecen además los dos en exagerarlo. Hegel es quien concedió a la Historia -maldita por Platón-, carta de naturaleza dentro de la Filosofía. Marxismo y existencialismo coinciden en convertir a la primera, que puede llamarse una advenediza, en indiscutible tirana: "Philosophia ancilla historiae". "Hay que pensar en función de lo que acontece"; he aquí la fórmula que resume las tendencias de estas dos vastas agitaciones ideológicas de nuestros días. Según el marxismo, en función de la lucha de clases. Según el existencialismo, en función de las angustias psicológicas. ¿Se levanta contra esto una restauración del idealismo antiguo? La energía espiritual, que animó un día a los fautores de utopías, a los metafísicos abstractamente asépticos, ¿proyecta alguna perpetuación hacia el porvenir? Sólo episódica y, hoy por hoy, débilmente. Un racionalista puro, a estilo de Julien Benda, sólo puede intentarlo en forma de terca repetición de ideas que no han resistido a la crítica y de una crítica que se satisface con la caricatura de las ideas. Y yo mismo, a quien se ha llamado el menos historicista entre los modernos, en mi aversión hacia lo temporal, llego, si acaso, a triunfar de él sometiéndolo, no eliminándolo. La tesis de las constantes históricas, lejos de excluir de la verdad el acontecimiento, no pretende sino demostrar que lo absoluto se inserta, de más a más, en la trama de éste. La "metafísica de los gérmenes", en sustitución de la "metafísica de los seres", es la manifestación clara de este platonismo irónico y atenuado. Este año, centenario del nacimiento de Georges Sorel, ha podido ver, a través del último, cierta restauración de la filosofía de Proudhon contra la filosofía de Karl Marx.

Puesto en Roma fuera de combate el existencialismo como "tertium quid" aparentemente diverso, los que en el encuentro de Ginebra se enfrentaban eran el marxismo, como peso grave, y este adversario peso pluma, el nuevo idealismo, que tal vez soñaba en ser el David de Goliath tan macizo. Pero a David le falló la honda; y que, ni que decir tiene, salió por este Goliath "aparentemente" aplastado. Su propia levedad, no obstante, le apercibía tal vez la posibilidad y la esperanza de una vindicta. El idealismo podía quedarse quieto y esperar. No ha tenido que esperar tres meses siquiera. Su vengador iba a ser precisamente la realidad política. Los oradores comunistas operaban en Ginebra en nombre de cierta unanimidad, que no solo englobaba a los militantes de un partido, sino, con promiscuidades que nadie osaba discutir por el momento, a todas las tendencias liberales, a todos los grupos políticos y sociales, que, en la consabida clasificación, tan absurda como eficiente, es costumbre llamar "las izquierdas". Los grupos que podrían cantar "La Marsellesa", en suma. De hecho, una gran parte de los militantes comunistas, en esas "Rencontres", era francesa; belgas y suizos se presentaban a escuela suya. El mismo lord Haldane se parecía excesivamente a monsieur Homais. El director de Enseñanza técnica en Francia empezó declarando: "Yo no soy comunista"; pero, la verdad es que, en lo que siguió, esta calidad negativa no se la conocimos en nada. Berdiaeff, Ruggiero, ¡Benda inclusive!, acabaron todos comunizando en mayor o menor escala. Parecía, pues, a punto de canonizarse en la teoría filosófica la absorción de liberalismo por el marxismo, que, en la política internacional, se ha mostrado cada vez más sensible durante cuatro lustros. Sin embargo, de septiembre a diciembre, ha acontecido que la Historia se complugiera en el mentís de quienes se decían inspirados por la Historia. En todas partes, y, muy en especial dentro del cuadro de América y del Occidente europeo, parece haber iniciado el marxismo un retroceso respecto de las posiciones conquistadas. El liberalismo, esclavo todavía del marxismo en las discusiones de Ginebra, ha abierto rebeldía contra él, en las asambleas, en las elecciones, en los Gobiernos de Washington, de Londres, de Italia, de Francia. El idealismo, la política de misión, el sentido paterno de la autoridad, no sólo prosperan ya considerablemente con una exaltación de la hispanidad, sino en una Inglaterra, que va dejando ya de ser nacionalista.

También este sentido clásico es el que ha podido estallar en 1947, relativamente a la estructuración filosófica, con la que pudiéramos llamar promulgación de la Doctrina de la Inteligencia. Y, no únicamente en la estructuración filosófica; sino -¿quién lo dijera?, ¿ni dónde, sino entre españoles pudiera decirse?- en zona que se hubiera creido tan alejada como el arte del toreo. La muerte del diestro "Manolete" ha venido a provocar, en este capítulo, más de una revisión. El otro día, en una elegante mesa madrileña se ha debatido el punto. Se encontraban entre los comensales el diestro Domingo Ortega; también, el crítico de arte Manuel Sánchez-Camargo. Entusiasta el último del sentido romántico de la fiesta taurina, no veía su hermosura más que en el peligro, y consideraba la muerte del matador como la única garantía de su gloria. Con mil razones técnicas y personales para sostener lo contrario, Ortega prefería buscar ésta en la clásica perspectiva de la perfección y del éxito. "Todos los maestros del arte han muerto en la plaza", sostenía el crítico. "Todos han muerto de viejos", porfiaba el artista. El abuso de cada una de estas dos afirmaciones inconciliables era evidente. Mas, el solo hecho de que la segunda pudiera sostenerse como criterio estético, ya envolvía una mudanza respecto de los valores que la ideología del oficio adoptó en la hora del tragedismo de Unamuno o en la del emocionalismo de Belmonte, ayer apenas. Ya envolvía el respeto nuevo que tornan a adquirir las gentes por la ejemplaridad de lo bien logrado. Así, el triunfo en el actual Salón Madrileño de los Once ha sido para el mosaista paciente, y no para el paisajista febril; para la pintura que empasta gruesos casi cerámicos, y no para el futurista que agitó irisaciones casi fugadas.

(1) Recogido en la serie «Estilo y Cifra» de La Vanguardia el 1-I-1948

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Última actualización: 11 de octubre de 2005