Eugenio d'Ors
CRÓNICA DE LAS IDEAS
FIN DE LA CRÓNICA DE LAS IDEAS (1)
 
El peluquero del Ateneo de Madrid, hacia los días en que se proclamó la postrer República, se quedó un poco perplejo. Hombre tan poco propicio a tener cuestiones como deseoso de parafrasearlas, en la duda acerca del pie sobre el cual convenía danzar, según el caso de cada cliente, tomó el partido de explorarles el ánimo, con echar él por delante, propedéuticamente, una exploradora imparcialidad. A cuyos efectos, mientras rítmicamente repasaba aceros o jabonaba carrillos, había adquirido la costumbre de decir: "Yo, como no tengo ideas de ninguna clase".

Esta antonomasia, tan corriente entre el vulgo, según la cual se atribuye en exclusiva a las opiniones políticas, y hasta a las etiquetas de los partidos, no debe, en la censura de su plebeyez, hacernos caer en un remilgo de tendencia contraria: aquel cuyo prejuicio estribaría en denegar a dichas opiniones o consignas cualquier auténtico carácter ideológico. No incurriremos nosotros en tal desmán. Creemos justo, tras de haber recorrido, a marchas forzadas, el campo de las novedades o cambios teóricos, sobrevenidos en 1946, en materia de cuestiones sociales, culturales o históricas, o en las ciencias físicas, químicas y biológicas, no olvidar, regateándoles el valor de ideas, los procesos correspondientes en lo concretamente político. "No nacen ideas de los puños", escribió un día Antonio Machado, refiriéndose a la guerra y a su pretendida eficacia en las mentes. Nosotros lo creemos también. Pero, si no nacen ideas de los puños, lo indiscutible es que nacen rectificaciones de las huelgas.

Era inevitable que el escarmiento cotidiano de las huelgas modificara en los Gobiernos, en todos los Gobiernos, desde los que se llaman -nada más que por antonomasia- autoritarios, hasta los que se titulan -quizá también por otra suerte de antonomasia- comunistas, el repertorio de conceptos relativos a la libertad. Aquí y más allá ha debido acabarse distinguiendo el derecho a la asociación, verbigracia, del derecho a la confabulación. A partir del instante en que se anteponen, y no por plazos contables en días, sino en años y quinquenios, ciertos intereses, sean morales o nacionales, sean culturales o religiosos, sean de tradición de un pasado o de esperanza en más o menos míticos futuros, al desembarazado ejercicio de aquel primer derecho, ya una política de autoridad le gana la mano a una política liberal. Las guerras y sus inmediatas fortunas poco o nada influyen a este respecto. Consignábamos desde las primeras líneas de nuestra Crónica, a la vez que el hecho de una tendencia a la desaparición del proletariado como clase, la victoria ganada por el mismo como evidencia. En esta doble transformación operan tanto las necesidades como los sentimientos. La que ha empezado a resonar en las conciencias -muchas veces lo tenemos repetido- es otra "Marsellesa", la que puede simbólicamente llamarse "la Marsellesa de la Autoridad". En tonos más imperativos que nunca, y expresada en medidas que alcanzan no menos que a la enseñanza de doctrinas a los regímenes de racionamiento alimenticio, la "Marsellesa de la Autoridad" ha seguido cantándose en aquéllas a lo largo de 1946 esa nueva canción.

Por otro lado, la exigencia autoritaria, al valorizar las virtudes del orden, imponía indefectiblemente una perentoria exigencia de jerarquía, ante la cual se debilitaba sobremanera el carácter de absoluto que ayer pudo atribuirse a la condición de igualdad. El funcionarismo, florecido en todas partes, al ampliar demográficamente los rigores de la sobe-ranía, los ha ido aumentando y ya no importa que, en vez de un soberano único, la realidad nos ofrezca la presencia de diez mil. El deber de servicio, en todos los grados de la escala, por modo que cada soberano se doble, a su vez, con un servidor, deja intacto el principio de la inevitabilidad de la servidumbre. Sin duda, la autonomía individual sufre con eso; la verdad es que el tipo de la organización militar va trascendiendo a esferas en las que, en un ayer inmediato, cupo imaginar más indemnes o refractarias a la misma. Un catedrático no es ya, en ningún lugar del mundo, un ser tan exento de sujeciones disciplinarias en 1946 como pudo imaginar serlo un siglo atrás. Los hombres han llegado a persuadirse de que, en la cuenta de la humanidad, lo que dominaba no es una numeración por números cardinales, cada uno con su cifra desnuda, sino una numeración por números ordinales, cada uno en función de su lugar.

Así, la función trasciende al derecho. Y, entre los derechos, ¿cuál se presenta con categoría tan evidente como los dimanados de la creación; es decir, de la producción objetiva, sea de cosas, sea de valores? La figura jerárquica del Padre ha vuelto a proyectarse sobre todo el panorama de las actividades, como justificación casi exclusiva de la autoridad. Mande quien crea. Obedezca el estéril: en tal guisa viene formulándose un renovado principio de la moral colectiva. Todos somos hermanos, nos dice, desde el cristianismo, nuestra ley. Sí; pero, entre los hermanos, entre los hijos del Padre, los hay que son padres a la vez. Los hay que asumen una estirpe, cuya fuerza no es arbitraria y que se encara victoriosamente con aquello en que la estirpe se ha extinguido. En cada ser hay un individuo; mas empezamos a comprender que ciertos seres constituyen, por excelencia, "personas". Y esto, así se trate de criaturas humanas, como de familias, como de pueblos. Cuando entre las tentativas de arreglo de la situación internacional se usan términos del vocabulario de la hegemonía; cuando se habla de "grandes potencias" y hasta cuando, con mayor o menor vulgaridad noticiera, nos referimos a "los cuatro grandes" o empleamos expresiones parecidas, casi no nos quedan más que dos soluciones: o caer en una cínica adoración de la fuerza, o proclamar moralmente primacías, más o menos morales, de performadora paternidad.

"Libertad, Igualdad, Fraternidad" fue, por todos sabido, el lema revolucionario. De otra revolución ha ido generalizándose la conciencia en 1946. La trinidad ideal recordada, nos ofrece hoy su divisa formulada así: "Autoridad, Jerarquía, Paternidad".

(1) Recogido en la serie «Estilo y Cifra» de La Vanguardia el 12-I-1947

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Última actualización: 10 de octubre de 2005