Eugenio d'Ors
CRÓNICA DE LAS IDEAS
CRÓNICA DE LAS IDEAS EN 1944 (1)
 
Creo haber demostrado experimentalmente aquí mismo, al nacer del año que hoy fenece, la posibilidad de unos como balances periódicos y reseñas de cotización, en lo que también pudieramos llamar -y así se hace con muy buen estilo-: "el comercio de las ideas". De las ideas en su propia pureza, ya se entiende; sin referencia a los acontecimientos o a los productos que las traducen, ni a los más espiritualizados y etéreos siquiera; un libro de poesías, un congreso de filósofos, la muerte de una actriz, la desaparición de una moda, el renuevo de un gusto. Ni bibliografía ni necrología traerá la crónica escrita a tal fin; ni casi nombre propio ni ocasión de retrato al margen.

Confesemos que, dentro de los capítulos a que ello pueda referirse, la humanidad no se ha lucido hogaño gran cosa. Tiempo ha sido éste cuyo teatro ocupó como absorbente protagonista la guerra; y una guerra, peor que agitada, convulsa, bajo la doble máscara de la catástrofe y de la contradicción. "No nacen ideas de los puños", sentenció, a propósito de las contiendas humanas, Miguel de Mairena. No nacen, pero se extinguen o caen en la decrepitud. Y hay también casos de trueque; no ya como aquellos en que el mozo de la carbonería y el de la tahona, a fuerza de zurrarse, quedan grises los dos, gris el del oficio blanco como el del negro; sino a la manera de los muñecos del Guiñol que yo vi en Amberes, los cuales llevan más de dos siglos desgastándose en feroces y continuados mamporros, de suerte que se han quedado ya todos en indistintos bastos; si el alguacil adelgazado como Pierrot, Pierrot, tan jorobado como el alguacil.

Así, el cronista de las ideas no puede menos de advertir el cambio recíproco sufrido por las preconizadas -y hasta donde se podía, impuestas-, de parte de los bandos en pugna, dentro de la colisión actual. Cualquier suspicacia de individualismo nacionalista parece ya anacrónica, allí donde, al comienzo, se dijo luchar por la defensa de las pequeñas nacionalidades. Al revés, la posición defensiva, la invocación de la libertad pasa a argumentarse allí donde se acariciaba hasta hace poco, con más o menos generosidades, con más o menos codicias, la concepción del Imperio. Si un día un filósofo alemán viene a hablarnos del derecho sagrado de los pueblos a la independencia, al día siguiente, un libro salido en Londres y de oficiosa propaganda además, dice que la Gran Bretaña debe reformar sus métodos de educación y preparar a las gentes, no ya hacia el ejercicio de la espontaneidad, sino hacia el cultivo de la disciplina.

A la vaga mejora que, de todas maneras, el año anterior creimos advertir en la idea de libertad, ha acompañado, quizá por sorpresa, en el curso del año presente, sobre todo hacia sus finales, un auge de cotización en lo que toca a la idea de democracia. La disociación de términos, que entonces parecía a nosotros impuesta por la realidad entorno, ha resultado parcialmente cancelada. La dosis de confusión ideológica que ello puede traer, queda compensada indudablemente por la nitidez teórica con que ha acabado por discernirse en la conciencia de todos la causa democrática de la comunista: desamortizando la primera de una solidaridad a que poco antes, so pretexto de izquierdas, los hechos más que las reflexiones la habían condenado. Nadie deja estos días de advertir, con el ejemplo de Francia a la vista, lo que puede pesar en las formas alígeras de la cultura un plomo de barbarie, por donde el pájaro de luz se convierta en ciego reptil. Que una lluvia de hierro y de fuego haya caído recientemente sobre la Acrópolis. Pero la verdadera destrucción de Atenas no se consuma estos días en Atenas, sino en París.

También en Roma -y sigo, al decir Roma, hablando simbólicamente- ha sido imprescindible muchas veces, para conservar materialmente en pie un monumento, dejarlo vacío de contenido ideal. Uno no sabe qué es peor. Desde luego -y como en una gota de agua se refleja un paisaje- ese conflicto universal por la primacía de valores entre la forma material y el sentido se ha hecho sensible en un minúsculo episodio: la cuestión del traslado de los Coros en las Catedrales españolas, que lo tienen en la nave; episodio que fue desencadenado por una iniciativa compostelana en la preparación de su Año Santo. ¿Era mejor no tocar a lo que, en alguna ocasión, constituye una verdadera obra de arte -no en Compostela-, o sacrificar esto al sentido mismo de la Liturgia, opuesto a mantener a los capítulos en este lugar? Muchos no vacilamos en dar la primacía a los valores -valores universales, siempre- de lo litúrgico; pero tampoco han faltado quienes, amigos de todas las supersticiones localistas del "carácter", defendieron lo que se les antojaba rasgo típicamente español. En conjunto, dentro de la contienda entre la Liturgia y el Folklore, el triunfo de la primera está amaneciendo con la ineluctabilidad imperiosa de un sol que sube. Mientras -doble batalla perdida a la vez por el sentimentalismo desidioso y por la oscuridad pintoresca- aumenta cada día el número de fieles que acuden al templo con su libro, y en el templo lo leen, el pobre Folklore lo que hace hoy, acobardado, es parapetarse tras del cuerpo de la Artesanía: como si la originalidad de la creación personal, aspiración de ésta y de sus virtuosismos, pudiera confundirse con el reino de anonimato, propio de lo folklórico. No hay nada más paradójico que "un concurso de arte del folklore". ¿A quién se va a premiar, si todos siguen una inmemorial tradición?

Una vez más se muestra aquí el entrecruzamiento de problemas entre la Religión y el Arte. Una importante encuesta, en alguna publicación hispana, ha agitado las ideas oportunamente sobre el asunto. En Elche también, y desde hace algunos años, vienen agitándose, en la ocasión consabida, temas que interesan simultáneamente a la Religión y a la Filosofía. Pues, ¿no ha llegado a hablarse allí simultáneamente y con empleo de esquemas ideales comunes, del Misterio de la Asunción, de la Resurrección de los Cuerpos y de las tesis gnoseológicas del llamado "Pensamiento figurativo"? No es éste el lugar ni la hora de explicar esto. Baste consignar que, si en 1943 la significación de la Ilicitiada fue principalmente religiosa, con la solemne formulación del "Voto", este año ha tenido carácter más filosófico que nunca, por intervención de un concurso a que han acudido destacados o destacables pensadores y críticos, cuyo esfuerzo de comprensión mi gratitud no olvidará.

Para lo religioso, el año que puede resultar fecundo en ideas es el que hoy nace. Como que en éste se va a celebrar -imagino que bien- el Centenario del Concilio de Trento.


(1) Recogido en la serie «Estilo y Cifra» de La Vanguardia el 31-XII-1944

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Última actualización: 10 de octubre de 2005