Eugenio d'Ors
CRÓNICA DE LAS IDEAS
CRÓNICA DE LAS IDEAS EN 1953 (1)
 
¡Ay, quién disfrutara todavía de aquella robusta fe en la razón, que gorbernaba las mentes cuando Cournot escribía su Tratado sobre el encadenamiento de las ideas fundamentales! Las limitaciones que Cournot postulaba procedían de la fe religiosa, de la empiria, o sea, del sentido común. No se le había ocurrido a nadie el revisar los resultados de la razón a la luz de una hiperrazón, y someter la misma Lógica a la luz -si en estas regiones cabe invocar aún a la luz- de la Logística. Hoy, a la Lógica, ya le hemos dado la vuelta. Y cuando, flor del Círculo de Viena, el hiperfilósofo Wittgenstein se encontró en Cambridge con el profesor Bertrand Russell y como éste le dijera: "Considero como un tipo de proposición cierta la siguiente: no hay en esta aula ningún bisonte", el huesped, precavido, fue a fisgar debajo de los bancos.

La Logística es, a la razón, lo que el gongorismo a la poesía. El registro consiste siempre en buscarle tres pies al gato. No los concetti son lo propio de versificadores a la pata la llana. No las definiciones de la unidad en teoremas son buscadas por aquellos agrimensores, entre los cuales buscaba Poincaré la paternidad de la geometría. Desde luego, en nada favorecería a los tales lo que, hace algún tiempo, se llamaba, con arrobo, el "sentido práctico".

A pesar de todo, vemos, en la difusión de la Logística, ocurrir una especie de paradoja. Si algún pueblo hay poco dispuesto a la ensoñación metafísica y propenso a sustituir la especulación filosófica por sus aplicaciones a la política y a la moral, este pueblo es el inglés, a menos que fuese el español. Sin embargo, debe advertirse que el florecimiento de esas matemáticas quintaesenciadas tiene, sobre todo, florecimiento en la Gran Bretaña, donde la nueva álgebra se ha llevado aproximadamente toda la última fase de la filosofía. ¿Y en España? En España no contamos, en realidad, más que con una sola revista que se dedique a la ciencia pura: la que, bajo el nombre de Theoria, dirige Miguel Sánchez Mazas.

Con él ha discutido, en el Seminario de Ciencia de la Cultura, el arquitecto Luis Moya, y también he dialogado yo. Moya ha sido igualmente gongorino a su manera, buscando la dificultad en la crítica a lo aparentemente obvio de la geometría euclidiana. Parece igualmente obvia para los modernos la teoría del Progreso, como sentido de la evolución biológica. Sometida la idea a una crítica rigurosa, por el profesor Díez del Corral, ha inscrito de paso un nombre ilustre en el calendario del Imperialismo: un nombre en que nos atreveríamos a ver el más romanamente clásico de los oradores sagrados franceses: el de Bossuet. Según Díez del Corral, mientras los Borbones de Francia dejaban en paz a la idea de la monarquía universal -que, por otra parte, habían casi conseguido de hecho- su elocuente panegirista la recogía de San Agustín y, tal vez, del Dante, esto cuando, a gran distancia aún de Napoleón, el Sacro Imperio Romano-Germánico no hacía más que acariciarla en habilidades matrimoniales -tu, felix Austria, nube-. El Discurso sobre la historia universal, de Bossuet, disimuló, en las exposiciones de nuestro Seminario, el hiato que en la historia de la cultura se había producido entre Carlos V y Bonaparte.

Se dijo que la Naturaleza no da saltos. ¿Los da la Historia? Los primeros doctrinarios de la Evolución la negaban. Una Biología más reciente los ha vuelto a admitir. La sucesión de semejantes criterios fue expuesta en repetidas reuniones por Eduardo Zorita, el bisoño de nuestros colaboradores. Los dogmas del darwinismo y, sobre todo, los del lamarkismo, se tambalearon a la honda de este David. El más tenaz consistía en el prejuicio de que la evolusión procede de lo sencillo a lo complejo. Zorita y sus interlocutores nos recordaron el aserto de Basili, invocador de la Bachelard, de que la verdadera simplicidad es hija siempre de una simplificación.

Por último, no resultó lo menos impresionante de las reuniones lo que a ellas trajo Moseñor Mircea, sobre la actualidad de la Patrística griega. Empezando por el aserto, que recogía del P. Danielou, de que los dos máximos filósofos cristianos habían sido Orígenes y San Agustín.

(1) Recogido en la serie «Estilo y Cifra» de La Vanguardia el 1-I-1954

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Última actualización: 13 de octubre de 2005