Eugenio d'Ors
CRÓNICA DE LAS IDEAS   
CRÓNICA DE LAS IDEAS EN 1951(1)
 
Todo el año de gracia de 1951 lo hemos dejado transcurrir, las sabidurías titulares de España y sus congruos ambientes esnobeadores, en el intento de sacarle algún jugo a las ideas de Mr. Toynbee. El cual había tenido poco antes la larga y solemne preparación de su descubrimiento -porque Mr. Toynbee ha sido descubierto, como lo fue América-. Después, celeridad y honor inusitados, que no consiguieron Freud, ni Blondel, con haber presidido medio siglo filosófico; ni Croce, que es un hispanófilo; ni Santayana, que es un español; ni otros sucesivos "idola fori"; que sólo Bergson logró, a favor de la propaganda por una guerra grande, o Fleming, por instrumento de la esperanza o de la gratitud de algunos enfermos pudientes, se hizo venir a España a Mr. Toynbee a fin de que pudiéramos captar en la propia fuente la extensión y la profundidad de aquella ideología. De la cual dio algunas lecciones en nuestras urbes más permeables, lecciones que valieron a aquel bien apercibido sector de público lo que sacó el negro del sermón. Y eso no por dificultad ni oscuridad, como le ocurría al profesor Einstein, el cual parece que en su exilio sólo dialoga con un violín, que es de Ingres tanto como suyo, y a quien aquí en España sólo entendía -"y aún", según él nos dijo mi insigne y grande amigo Esteban Terrades-; o según me ocurre a mí, que uso "palabras raras" como dijeron los tipógrafos de La Esquella de la Torratxa; palabras como "dimitirse" o "tuberculosis", sino por inopia. Vale a decir que la obra magna de Mr. Toynbee ha de contar diez volúmenes, de los cuales se han publicado menos de la mitad. Circunstancia del historiador -nos han explicado que era un historiador- que nos recuerda a quien a nosotros mismos nos contó la historia en forma de "asignatura", y al cual llamábamos Doctor de la Vallina, con lo cual cabe esperar que las ideas de aquél tengan precisamente lugar en los cinco últimos volúmenes. Mientras tanto debemos prevenirnos contra la concebible tentación de confundir a Mr. Toynbee con Mr. Belvedere.

A quien no confundiremos nunca, en el capítulo de la serenidad, con míster Belvedere es a M. Etiénne Gilson. El cual, disgustado en una campaña antibelicista que había intentado en Francia y que amagó con proseguir en los Estados Unidos, significó romper de pronto con Francia, y porque ya estaba en los Estados Unidos, irse a vivir al Canadá, que caía a mano, y definitivamente, según sus declaraciones, pronunciando el "!Adiós por siempre, ingrata patria mía!" de nuestro Moratín. Esto a muchos dejó escandalizados y asustados, con un susto que hubieran podido evitarse al recordar que M. Gilson considera como la mejor definición que del hombre cabe dar, aquella de que "el hombre es un animal racional", olvidando, bien que aferradamente católico, que el hombre no es un animal en el sentido genérico de la palabra, pues su carne o cuerpo están destinados, según doctrina, a la resurrección y a la inmortalidad. Y olvidando igualmente que su racionalidad no constituye una exclusiva para el conocimiento, pues además de la razón dispone el hombre de la intuición, la experiencia, la fe y en conjunto tiene su alma en su almario. Desde su almario el alma, al tratarse de la patria propia, no acostumbra a guiarse por la exclusiva razón. Nunca pronunciará el "por siempre", que sólo por ripio pudo pronunciar Moratín y parece que ha pronunciado Gilson. Esto ni siquiera en los más bien motivados exilios. Basta, según saben muchos españoles de nuestros días, la perspectiva de la muerte. Aunque sobre ésta, según otro de los avances ideológicos logrados en 1951, se tenga el consuelo de la "parusía", superación del antagonismo entre la presencia y la ausencia. Que es un estado psicológico donde se juntan el recuerdo, la compañía y la esperanza. Y en que quedaron los discípulos del Señor en el tiempo comprendido entre su Resurrección pascual y su Ascensión a los cielos.

Aparte de esta adquisición psicológica y teológica, tal vez las mejores que España haya conseguido en el curso del año sean, hacia los finales del mismo, las de ideas estéticas, florecidas en torno de la ocasión dichosa de la primera Exposición de arte hispanoamericano; ocasión destinada -si de ello no se abusa y con el abuso se pierde- a dejar luengo rastro no sólo en nuestro arte, sino en nuestra cultura toda, especialmente en el capítulo de la crítica de arte, disciplina nueva y que por tanto tiempo ha esperado proporción de acercarse siquiera al nivel de la crítica literaria. El cultivo de la anécdota en sus varias formas, tipismo, etnicismo, nacionalismo, sociología, se ha visto ahora con mil ritos exorcizada. Ya de largo tiempo nos dejará en paz la "pintura de historia"; ya está en camino de curación la fiebre del paisaje, enferma del virus de su interna secreción de insignificancia. Ya se adivina al humanismo ir reemplazando gloriosamente a las "deshumanización". A fin de año se podrá adquirir el Catálogo explicativo de la Bienal. Puede ser que en su conjunto las ilustraciones valgan como tesis, y las tesis como ilustraciones.

(1) Recogido en la serie «Estilo y Cifra» de La Vanguardia el 1-I-1952

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Última actualización: 11 de octubre de 2005