Eugenio d'Ors
CRÓNICA DE LAS IDEAS
CRÓNICA DE LAS IDEAS EN 1943 (1)
 
Como de la producción literaria o de la actividad militar, cabe saldar periódicamente las cuentas, en términos de información, de interpretación, de crítica y síntesis, en lo relativo al puro movimiento de las ideas. Ciertamente, el plazo anual ha de resultar aquí más angosto que en otros capítulos de la crónica. Dígase que para esto se requieren los buenos sismógrafos: para registrar hasta las oscilaciones más leves.

Las que, en conjunto y en el orden de las ideas políticas, vienen dibujando un descenso de la democracia, han alcanzado, en 1943, el nivel más bajo hasta hoy conocido. Nada tan elocuente como el abandono de la divisa con que una de las partes del tremendo conflicto mundial presente empezó su operar y su propaganda. Las que, hasta el año anterior, eran uniformemente llamadas "las democracias", no tienen hoy otro nombre que éste, de inspiración pragmática, invocador no del derecho sino del hecho: "Los Aliados". La guerra, por otra parte, forzó a cada uno a abandonar, en su política interior, las fórmulas democráticas, en una suspensión que nadie deja de adivinar sine die.

No sé si decir que en compensación, debe también registrarse el hecho de que, en el otro cabo, venga acentuándose una preocupación de legitimidad teórica y de cristiano respeto a la personalidad humana. Lo duro de ciertas experiencias cataclismales, como en el caso de Italia; la necesidad de una convivencia más o menos íntima con elementos estatales movidos por ideales distintos, como en el caso de Rusia, no han podido menos de influir para esta que, en cierto sentido, cabe llamar atenuación. A la caída vertical en la cotización de la idea de democracia, ha acompañado en 1943 cierta mejora en la cotización de la idea de libertad.

Menos categóricamente ha de hablarse, si de lo político pasamos a lo filosófico. La quiebra de aquella actitud de inteligencia experimental que el aristotelismo escolástico estableciera con el positivismo científico, bajo los auspicios principalmente de la escuela de Lovaina, se vio consumada ya en años anteriores: por modo que al último sólo le ha tocado intervenir, adelantando en lo posible el noviazgo para remediar la viudez del primero, con nuevas nupcias que le desposase con la hoy llamada filosofía existencial. Pero no es imposible que se encierren mejores promesas de fecundidad en otra perspectiva: la de un regreso a ciertos altos belvederes del pensar platónico-agustiniano, sin sombra ya de nominalismos, y en los cuales el problema de si puede existir de veras una filosofía cristiana, de cuya gravedad se ha hecho eco hogaño nuestra revista Razón y Fe, reciba cumplida contestación, en el sentido de que lo que sí, puede y debe existir, es una filosofía católica, continuadora de las bellas tradiciones occidentales del pensamiento figurativo.

En otros campos de la especulación filosófica actual se advierte que, a medida que mengua la orientación metafísica hacia lo científico, típica en las revisiones de hace media centuria, se incrementa la preocupación por lo que, en viejo estilo, llamaríamos filosofía de la Historia; y en otros, más al gusto del día, teoría de la Cultura. Se comprende que, cuando las mismas ciencias empíricas, la Mecánica a su cabeza, han incluido ya las tesis de la indeterminación y de la contingencia de las leyes naturales y principios como el de la degradación de la energía entre sus capitales postulados, ya a la crítica de éstos, donde con tanto vigor pugnaba la filosofía de nuestros inmediatos maestros, poco le quedaba por hacer. ¿Qué le va a contar de nuevo Bergson a un físico trabajado por la teoría de los "quanta"? En cambio, a los historiadores, cuesta mucho trabajo aún arrancarles del rutinario empirismo documental y anecdótico. Es necesario Dios y ayuda para que los Pirene belgas alcancen a persuadir de la subsistencia de un implícito Imperio de Roma, aún en los tiempos medievales precedentes a Carlomagno. No menos que, a los tratadistas españoles, para imponer la convicción de que ciertas constantes se insertan en la trama de los acontecimientos históricos, o de la superficialidad del particularismo nacional en nuestra Edad Media y del seccesionismo ultramarino del ochocientos, o de que grandeza y servidumbre económicas pudieron coexistir en la España de Carlos V y de sus banqueros.

A la idea de una misión ambivalente en lo español, tan fulminantemente expresada en aquel joseantoniano "Queremos a España, porque no nos gusta", también le ha tocado no poco que batallar, en su doble superación de nuestro finisecular pesimismo y del optimismo beato de la casticidad pintoresca. Los prejuicios de esta última pueden ya considerarse cancelados, por otra parte, en el terreno de la producción artística y literaria, desde el momento en que los apasionados por el color local han tomado el excelente partido de fabricar cacharros de Talavera en vez de cuadros de asunto extremeño, al tiempo en que los poetas de la elegía decadente tomaban, en el opuesto sector, el de volverse locos. La crítica de éstos sabe ya que su lirismo y su amorfo balbuceo era cuestión de endocrinología, mientras que, en frente, el delirio del "carácter" lo era sólo de barroquismo. En lo que concierne al papel y valor respectivos de lo clásico y de lo barroco, una causa estética que personalmente nos ha ocupado mucho, puede ya darse por ganada. Registremos, puesto que ahora andamos en lo personal, al lado de esto parecido a una victoria, algo que se presenta, momentáneamente al menos, como un fracaso. Otra causa, religiosa ésta, la de la teoría y difusión del culto a los ángeles, se puede asegurar que no ha dado un solo paso en 1943.

Lo que sí, en desquite, parece traer buen agüero, en el mismo capítulo de las ideas religiosas, es el conjunto de las que animan el movimiento piadoso en favor de que, desde lo alto, quien puede hacerlo, adelante, en cuanto prudente sea, la definición y proclamación del dogma de la Asunción mariana. No tan sólo las manifestaciones centradas en nuestro Elche se producen en tal sentido; sino otras, por ejemplo, la agitación teológica sobre las tesis del benedictino Don Paul Renaudin y, sobre todo, la parte importante concedida al asunto por la encíclica El Cuerpo místico, de Su Santidad. Involucradas en esta cuestión van ciento más, de orden social inclusive, como las relativas al feminismo y a la feminidad, respecto de las cuales los principios popularizados hasta aquí están siendo objeto de una revolución profunda.


(1) Recogido en la serie «Estilo y Cifra» de La Vanguardia el 1-I-1944

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Última actualización: 10 de octubre de 2005
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