Eugenio d'Ors
CORRESPONDENCIAS

CARTA A RAMIRO DE PINEDO (1)

Mi querido amigo: Recibo el magnífico presente. He devorado el texto y me han emocionado profundamente las reproducciones de obras del escultor.
De Mogrobejo no conocía yo más que dos obras: el “Risveglio”, sobre el que me llamó la atención Maeztu, en una Exposición de Madrid, y la “Eva”, que en ocasión de un viaje de París a Barcelona, encontré expuesta en mi ciudad. Ahora me han interesado sobre todo algunos fragmentos de “La muerte de Orfeo” y el relieve de la página 28. Este hombre es realmente un gran escultor. Lo que más sorprende de él es su dulzura, y cuando, al leer la biografía (que por cierto está muy bien, ¿quién es el autor?) he llegado al pasaje en que se describe la estancia del enfermo en la casa de Tomás Meabe, muchas cosas se me han tornado claras. A propósito de las obras de Mogrobejo se ha hablado de Miguel Ángel; yo citaría a Antonio Canova. El “Orfeo” tiene mucho de canoviano y hasta, ¿cómo lo diré?, de Stelia Bonaparte y de Stendhal; lo cual, es claro, no puede desagradarme a mi. Por otro lado, es apasionante de veras cómo este hombre se conquista, poco a poco y con su divino esfuerzo, su europeidad. Ésta fue su alteza, pero ésta fue hasta cierto punto su enfermedad. Ya ve usted: Zuloaga, de castizo, engorda, mientras que Mogrobejo, de tan helénico y florentino y romano se vuelve tísico. Los rastros de la lucha son muy curiosos de ver en algunas obras, como en el relieve de plata mismo que le dije antes, en que el clasicismo, sostenido en el modelado de toda la figura, lo abandona un poco al llegar a las manos, y lo deja completamente al llegar al cortado del óvalo en la parte superior, cuando éste se interrumpe para dejar paso al brazo. Un clásico puro, un clásico nativo, un clásico sin esfuerzo, hubiera, al contrario, sacrificado el brazo al óvalo —la vida a la norma—. A Mogrobejo le vemos, al contrario, sacrificar a menudo la norma a la vida, y es porque su romanticismo se vengaba, en cuanto cesaba su esfuerzo.
Yo sospecho que este gran artista fue el clásico por amor y que en él la serenidad fue sólo una lección dictada por su libro de texto, siempre repasado, que fue el cuerpo lleno y tranquilo de la mujer que amó; la muerte fijó esta lección. Acaso si la pobre amante austriaca hubiese vivido, Mogrobejo habría evolucionado hacia formas de expresión más tumultuosas, más parecidas a las del arte de Rodin.
Adiós, mi querido amigo; aquí no se le olvida y yo menos que nadie.


(1) Publicada en La pintura vasca, Bilbao, 1919, pp. 79-81.

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Última actualización: 23 de julio de 2010