Eugenio d'Ors
CALENDARIO LITÚRGICO
ESTILO Y CIFRA
NOCHEBUENA
(La Vanguardia española, 24-XII-1953, p. 3)

Uno de los valores más profundos de la ritualidad católica está en su impasible desconsideración hacia la caducidad del tiempo. Casi no hay nada, en nuestra práctica religiosa, que tenga un sentido de conmemoración. Todo lo tiene de eternidad.

La Pasión del Señor, verbigracia, no es un recuerdo. Es una presencia. Cada año, y hasta en cada momento, una presencia.

Ni siquiera basta el contemplar, es necesario intervenir en ella. Ser no sólo sus espectadores, sino sus actores. Somos nosotros quien crucifica. Somos nosotros quien se pasma ante el Sepulcro vacío. Estamos, para vergüenza nuestra, entre quienes se juegan la túnica a los dados y entre los transidos por las lágrimas de la Virgen.

Y lo mismo cuando el Nacimiento. Hasta el punto en que nos parece impía cualquier precisión cronológica en la representación del lance. Porque el lance no es un acontecimiento, sino una constante. Porque no pertenece a la historia, sino al misterio.

Uno de los organizadores del drama sacro de Elche sacó una vez la gracia de privar de los anteojos al anciano sacerdote, que hacía allí el papel de San Pedro y que, por cierto, necesitaba de los mismos, para no marearse en el vertiginoso descenso de «la mangrana», el apiñado juguete, en el cual figura ser enviado por el empíreo. Alegaba que, en tiempo de los Apóstoles, todavía no se habían inventado las gafas. Pero tampoco se había inventado la forma de volúmenes, como el que saca a la escena el personaje de San Juan. La impiedad de la prohibición, sobre la cual en la coyuntura resaltaba el sacrilegio del sentido, estaba aquí en la confusión de la anécdota con la categoría. Éstas pueden conjugarse; pero no, confundirse. Se puede sacar un tomo en cuarto; pero no darle el estilo prescrito por la arqueología y, menos, empecinarse en ella. Resulta enemigo de la verdad cualquier intento de ajuste literal a la exactitud.

Una sacra emoción condenaría la fijación de singladuras para el viaje de los Reyes Magos; como condena cualquier caracterización etnográfica en el retrato de los «angelitos negros», famosos por el cuplé. Uno de los Reyes Magos puede ser negro; pero el Ángel, que, con la luz de una estrella los guiaba, no. El villancico nada tiene que ver con la antropología. Ni con la climatología. El villancico tiene derecho a imaginar rutinariamente la nieve; pero la Navidad, para que sea universal, puede tener calor.

No hay determinaciones de espacio, no hay determinaciones de tiempo para el pensamiento realmente cristiano. «Jesucristo es una realidad cósmica», dice Romano Guardini. Y Kierkegaard había escrito: «Cualquier hombre cristiano se siente contemporáneo de Jesucristo».

Y presente a todos los sucesos de su vida. Desde aquel que enciende un luminar nuevo en Nochebuena, hasta aquel que hace temblar la tierra a su expiración.


Diseño y mantenimiento de la página: Pía d'Ors
Última actualización: 27 de junio de 2007