Eugenio d'Ors
TEXTOS SOBRE LOS ÁNGELES   
TRES ÁNGELES
(Faro de Vigo, número extraordinario del centenario, abril 1953, pp. 33-34)
 
QUIENES SON

La afirmación de la existencia y asistencia de los ángeles es la más universal de las creencias. Profésanla cristianos y paganos. La tienen por segura los más salvajes fetichistas o animistas y mentes que han dado la vuelta a todos los horizontes del conocimiento. La sentimentalidad nos lleva a ella. La racionalidad la exige. Se instala en el sentir del niño, por una tendencia instintiva. En la convicción del sabio, como resultado de una reflexión llevada hasta los extremos humanamente asequibles.

¿Cómo, pues, convicción tan difundida persiste con tan escasa vitalidad? ¿Cómo personas, profesantes o profesionales, inclusive, de los más abstrusos y difíciles dogmas, se encogen de hombros, ante las manifestaciones de esta Fe, y hasta la befan, según ha hecho, el último 15 de octubre, en la reunión del Comité Nacional del Partido Comunista italiano, y refiriéndose concretamente a mis ideas sobre tal extremo, el ponente de Cultura del grupo, diputado Carlo Salinari; como hacen cada día, con la acción o con la omisión millares de personas?

Monseñor Olgiati les decía a los jóvenes, a los cuales educaba, con una profundidad alacre, portadora de los mejores frutos: "Quiero obsequiarte hoy con una idea estupenda. Quiero ayudarte a hacer un descubrimiento. Cristóbal Colón descubrió América. Yo te haré descubrir una cosa más importante. Díme, por favor: ó"¿Estás enterado de que hay un ángel que te acompaña siempre y está siempre a tu lado?" ó"¡Claro que sí, es el ángel Custodio! ¿Es éste el descubrimiento?" ó "No; ten paciencia. Sigue mi razonamiento y verás. Díme, por ejemplo: ¿Piensas con frecuencia en el ángel Custodio?" Aquí, el joven balbucea. "Perdóname si te hablo con rudeza: Piensas poco en tu ángel y te pasas días enteros sin dirigirle un saludo. ¡Por lo que hace al ángel de los demás, nunca piensas en Él! ¿Cuándo en la vida has saludado en el silencio de tu corazón al ángel de tu padre o de tu madre?¿Has saludado alguna vez a mi ángel?¿Te parece lógico decir que crees en los ángeles y luego, en la práctica, obrar como si no creyeses en ellos? Lo sobrenatural tiene su lógica inexorable y es preciso admitirla". El docente termina, sin embargo: "Debo advertirte de una cosa y es que es necesario un poco de esfuerzo por tu parte, para salir del estado actual de interior contradicción".
Este estado actual viene precisamente de la calidad superior del conocimiento en este punto. La observación nos ha demostrado que, bien que todos los dogmas merezcan el mismo grado en la adhesión, unos hay que, por su carácter, por decirlo así, "popular", se generalizan e imponen fácilmente. Los podríamos llamar "dogmas populares". Tales son los de la paternidad o la omnisciencia de Dios. Otros, sin estar reservados naturalmente a nadie, viven con preferencia en la fe de espíritus avezados a superar las evidencias sensuales u ordinarias.

Entre estos dogmas impopulares se cuentan: el Espíritu Santo, la Comunión de los Santos, la Resurrección de los cuerpos, la existencia y asistencia de los ángeles. Compárese, por ejemplo, la simplicidad, casi folklórica, con que el común de los fieles cree en la inmortalidad del alma, con las árduas dificultades que presenta el dogma de la Resurrección de los cuerpos. Un día, en una iglesia de Lovaina, quien esto escribe vio, ligado a una columna, un cartelito, por el tiempo amarilleante y marchitado, que hablaba de una cofradía, para culto a los ángeles, de cuya sede indicaba la dirección en la ciudad. Para encontrarla, se dirigió primero a alguien perteneciente al servicio de la iglesia en cuestión. Este alguien empezó por la tentativa de desanimarle, diciéndole que aquello era cosa de los niños. Mi obstinación venció, al fin, su resistencia y me dijo que aquella cofradía estaba consiliada por un canónigo. Traté de buscar al canónigo y se me contestó que el tal no residía en la ciudad, sino en Gante: circunstancia, según puede pensarse, la más idónea para ejercer su constante acción sobre los niños de Lovaina. Mi deseo de llevar la rebusca más lejos me hizo tomar un tren, bajar en Gante, inquirir, esperar, arrostrar por fin la no deseada visita. Me encontré con la evidencia de que el tal canónigo no se interesaba ni por los ángeles, ni por los niños, su única pasión era la cuestión flamigante; es decir, la de si los flamencos tenían que estar juntos políticamente o separados de los valones.

Otra experiencia, en Atenas, en relación con los medios de la iglesia bizantina, dio, después, análogos resultados.

En desquite, los filósofos han manifestado hoy, a última hora, la imperiosa necesidad de colegir, en el mundo de lo espiritual, otras entidades, cuya realidad no queda expedida, con el simple enunciado, corriente, que traduce el término "alma". Una de las soluciones más características de la cuestión es aquella en que se distinguen y separan "alma" y "espíritu", en la filosofía de Klages, entre otras. Y aquel problema, suscitado por mí mismo, cuando, basado en alguna cosa que supera a un desnudo tema de lenguaje, y por lo cual se pregunta: ¿Cuándo se dice: "Tengo poca voluntad" o "tengo mucha memoria", quien es el tenedor, poseedor o propietario de estas pertenencias, que, por otro lado, se afirma constituir el alma misma? ¿Podemos contentarnos con hablar, como los norteamericanos de 1890, de una "conation"? ¿O buscaremos, tolerando el recurso de un equívoco, aquella realidad divina, en la cual Berkeley evaporaba toda realidad personal?

En el concierto universal de una teología, que, o bien ha afirmado los ángeles, o bien los ha descuidado impíamente, sólo suena una voz en el pasado, la del protestante Schleiermacher, fortificado pseudoracionalmente en su negativa. Ello debió de proceder de la susceptibilidad de un monoteísmo vidrioso, propenso a no soportar nada qua pareciese debilitar la unicidad de lo divino. Pero, desde los primeros siglos, los Concilios habían tenido gran cuidado en separar doctrinalmente el culto de la devoción o "dulía", que es permitido y obligatorio extender a los ángeles, del culto de "latría", o adoración, reservado al Ser Supremo.

Una vez superada esta elemental problematización, problemas nuevos se presentan, a quien se ha decidido a la creencia ya y se dispone a cumplirla. El de las advocaciones angélicas especiales que van desde el tema de los ángeles de las ciudades o naciones, corporaciones, etc., hasta el de lo angélico, especializado por edades humanas. La vulgaridad ha reservado tal devoción a los niños. Ya he dicho alguna vez y explicado como la iconografía tenía de ello la culpa. La invención barroca del "angelito", versión pseudocristiana del ángel, cupidillo adaptado a la convivencia en los altares, tiene de ello la culpa, colocando sentimentalmente su concepción, en el lugar que, si acaso, no a los niños, sino a los sabios, reservar se debiera, puesto que, en suma, se trata de afirmar la posibilidad de inteligencias superiores. Pero, no excluyamos nada. Así como puede haber un ángel, bajo cuya advocación se coloque el pueblo de Córdoba o el Cuerpo de Vigilancia, puede haberlo donde se asuma la esencia de la Niñez, de la Juventud o de la Madurez. No hay inconveniente, antes más ventaja para el pensamiento figurativo, de que somos calurosos adeptos, en representar, histórica e iconográficamente estas repectivas entidades en el ángel Rebelde (en el punto en que se distingue del ángel Malo), en el ángel de la Anunciación y en el de la Guarda.
 
I. EL ÁNGEL REBELDE

El ángel Rebelde, no es todavía el ángel Maligno. Como, en grado superior de maldad, el ángel Maligno no es Satanás tampoco. El grado superior se anuncia de antemano. Está en el devenir, antes de instalarse en el ser.
En el curso de esta evolución, el ángel Rebelde es un arquetipo de la juventud. No reúne todavía los signos de lo avieso; pero ostenta los del no conformismo. Cabe en lo posible que el ángel Rebelde aspire a lo bueno. Pero ha de ser lo bueno hecho por él. El pecado que ya se inicia en él, y ha de triunfar, finalmente, a la postre, es la soberbia.
Parece imposible que le atribuyamos la representación de la malignidad a la infancia, época de la vida tenida por inocente. No obstante, si nos fijamos en los niños y, además, genéricamente, en cuanto es demasiado joven, admitiremos ahí el producirse de una tendencia doble, a construir el mundo de nuevo y a centrarlo individualmente; colocándose el contemplador en el centro del mundo. Nunca ha tenido más adecuación aquél título de Max Sticner: "El único y su propiedad". Tal soberanía y tal apropiación no son fatalmente mal intencionadas. A veces, serían benéficas, si el exceso no las llevara a lo nocivo.

"Lampe des inventeurs" llama Baudelaire a Satán. La originalidad está en la dependencia del ángel Rebelde. A su servicio estuvieron Prometeo, a quien debemos el fuego; el anónimo, a quien debemos la rueda y el reo de haber añadido a la vida la séptima cuerda. También le debemos la imprenta, y, con la imprenta, la posibilidad de ganarnos en nuestro oficio la vida. Igualmente se le deben infinidad de artilugios e infinidad de medicamentos. El desdén con que todo ese mundo de las invenciones es visto por las personas graves, indica, bien a las claras, su fundamental mocedad. Pero no lo podemos maldecir, porque se adivina, sin necesidad de insistencia, que la culpa entera viene del abuso. El Rebelde, en el poema de Milton, de moderarse un poco, no hubiera llegado a lo que llegó.

Para no tener que maldecir al Diablo, las gentes toman el partido de no nombrarle. Para no tener que discernir su responsabilidad, se le deja sin estudiar, ni en los momentos peores, ni en los mejores. La bibliografía sobre el ángel Rebelde es muy pobre; sobre todo, de sustancia. Yo no tengo, ni con mucho, el desprecio, que resulta casi obligatorio en el mundo intelectual de España hoy en el de nuestra América, ayer enfervorizadaó, respecto del un día famoso libro de nuestro Pompeyo Gener, titulado La Muerte y el Diablo. También me ha interesado la Biografía del Diablo, de don Vicente Risco. Un día que se encontraba en mi casa la duquesa de Dúrcal, que es una de las personas más inteligentes de Europa "la única mujer, según Boni de Castellane, capaz de entender las relaciones entre la arquitectura y la política", pegó la hebra con don Vicente sobre su libro. Y estuvieron conversando acerca de Él toda la tarde.
 
II. EL ÁNGEL DE LA ANUNCIACIÓN

Se empieza queriendo improvisar un cosmos nuevo y se adelanta comprendiendo que la obra ha de proyectarse en lo futuro. Por esto, aunque parezca imposible, es en la madurez donde se aloja más adecuadamente la esperanza. Al ímpetu de destrucción que acompaña al de renovación cuando se sufre el peso de lo caduco, sucede el espíritu de reforma. Se trabaja, tal vez cuidadosamente, para adecuar el mundo a nuestro ideal. Si una sociedad muchacha es la que hace las Revoluciones, una sociedad viril es la que ordena las Constituciones. El equívoco de la iconografía no vale. El anuncio del ángel encontró a la Doncella ya mujer.

No sólo mujer la encontró, sino, según en la salutación se manifiesta, "llena de gracia". El vaticinio angélico no es un exorcismo. Aquella a quien la salutación se dirigía estaba ya exenta de pecado original. Se trata ahora de una continuación. Aquello, que va a ser una gran novedad de la historia, se presenta como la continuación recatada de un oscuro existir doméstico. Los pintores han representado al ángel como entrando a visita y con una cierta solemnidad. María, mientras tanto, se muestra recogida, acaso absorta, en esas pinturas. Recibe teatralmente el mensaje. Probablemente, las cosas debieron de ocurrir de otro modo. La aparición fue en el momento menos pensado y el divino aviso comunicaríase con una perfecta naturalidad. Ella estaba, por ejemplo, amasando en la artesa o atenta a zurcir unos lienzos. El Ave María no debió de sonar más que como una especie de susurro. Inclusive, entraron en el discurso algunas palabras confusas, que la humilde sierva del Señor no entendió bien. Entendió, sí, que había que obedecer. No resistir a una orden de lo alto, como no resistía a las imposiciones de lo bajo, a las humildes realidades de la existencia. Concebir del Espíritu Santo, al igual que había que atizar la lumbre después de prenderla.

No me gusta el Tintoretto, que brilló en Berlín, en que el ángel aparece entre nubes y unos palmos encima del piso, así como su cabeza rodeada del nimbo. Prefiero al del Pollaiuolo, que vi un día en el mismo Museo del Emperador Federico, y en que el ángel se postra de rodilla, delante de la Virgen sentada. O, todavía mejor la figuración en relieve de Donatello, en la iglesia de Santa Cruz de Florencia. Allí, María está igualmente sentada y se inclina ligeramente, y el ángel, de pie, se inclina también, pero menos; y el ángel, en su reverencia, no exagera la actitud de la cortesía. Más aun me holgaría en ver una comunicación del anuncio, como si fuese incidental, un recado. O, como dicen en Andalucía, una razón. Los momentos más graves de la humanidad han podido acontecer así. Entre dos puertas, como quien dice, un mensajero celeste ha sido capaz de hacer sabedora a una muchacha, de la familia de David, del secreto de la Redención.

Después llegará la gran efemérides de la historia y el partir las edades en dos, antes y después de la venida de Jesucristo. Vendrá el ordenar y clarificar el destino de los hombres, de todos los hombres, según ese plan. Mas, en tal espera, la inmensa novedad no era ni tan sólo una esperanza. A lo más, una ilusión, que se arrastraba a través de las generaciones espectantes, en un augurio equívoco de palingenesia. ¿Cómo esperamos hoy la segunda venida del Cristo prometida en los Evangelios? Pues vagamente; y, excepto entre cortos grupos de sectarios, sin que perturbe en nada la normalidad de nuestras existencias. Así, igualmente, o parecidamente, se esperó la Redención en el mundo antiguo. Ni siquiera después, cumplidas las profecías todas, se advirtió la revolución al pronto. Los aspectos visibles de la vida común siguieron durante mucho tiempo, empleando el mismo repertorio de fórmulas. La esclavitud siguió, cuando ya se había declarado la fraternidad de todos los hombres. Las estatuas de los dioses continuaron recibiendo culto en el Panteon. El ángel de la Anunciación, que acababa, unos años antes, de pasar, siguió siendo figurado en guisa de Nike o Victoria alada. Tardaron muchos siglos en comparecer, en el lenguaje, los bárbaros acentos de las lenguas romances y, sobre el haz de la tierra, las afiladas torres de la Catedrales góticas.

Sí. El ángel de la Anunciación, el ángel de la razón, el ángel de la normalidad, el que sabe colocar la novedad en el ordenado futuro, es el ángel de la madurez. Ya están lejos las bruscas irrupciones del ángel Rebelde. Quedan, para mañana, las atenciones infatigables del ángel Custodio.

 
III. EL ÁNGEL CUSTODIO

El que se entusiasma y no persiste en el entusiasmo es un diletante. El que persiste sin renovar su entusiasmo, es un filisteo. El que persiste, renovando su entusiasmo cada día, Éste es un hombre. Eso dijo Kierkegaard, caracterizando respectivamente tres actitudes humanas. No sería adecuado reproducir sendos calificativos sobre los ángeles. Pero, de todos modos, cabe distinguir, con los correspondientes ejercicios, su función. El ángel Custodio continúa ajercitando, día tras día, el papel revelado que el ángel de la Anunciación tuvo, en una ocasión solemne. Hay un mensaje, que importa que nos sea revelado el lunes, el martes, el miércoles, el jueves, el viernes, el sábado y el domingo. Aquello constituyó un anuncio; esto sirve como una asistencia. En un acto solo, lo divino interfirió la vida de María y el futuro de todo el linaje humano. La interferencia del ángel Custodio permite que lo divino nos penetre habitualmente y a cada momento.

Nuestra unión con el ángel Custodio ha de ser todo lo contrario que una aventura. Son unas nupcias, en que, inclusive, se prepara el tálamo para las grandes, para las de la inmortalidad. Nuestro ángel de la Guarda nos sirve como el pan, que acompañó, acompaña y acompañará a todos los sucesivos banquetes en que hayan de servirse los más extraordinarios manjares. Podemos esperar que tales banquetes sean maravillosos. Pero hay un momento en que nos quedamos a solas con nuestro pan. Es el momento en que al anciano se le prohíbe, por previsora caridad, la complicación y el abuso. Entonces, hay que resignarse; pero, triste quien no sabe sacar, de esta misma resignación, el regalo. Se toma una rebanada de pan con aceite; se traduce, en vez de intentar un poema épico, un soneto de Camoens, que es traducción no difícil, y, en punto a lo sobrenatural, se dialoga con el ángel Custodio, a cuya "fuerte compañía" se ha implorado que no abandone "ni de noche, ni de día".

Nos orientaría mal decir que el ángel Custodio es el arquetipo de la vejez. Lo de la infancia, lo de la edad madura estaba claro; pero, aquí, no ocurriría lo mismo; porque, aún en la más sana y normal de las senectudes, se esponja un fermento de inquietud. Diremos con preferencia que el ángel Custodio es el patrón de la serenidad. Del final reposo, que se asemeja al reposo de la muerte; pero que tiene un encanto, antes desconocido, y es el encanto de la vida cotidiana. La habitación y capilla de este Númen es un belvedere. Las luchas iniciales se ven, desde Él, en perspectiva caballera, y los planes subsiguientes, en crisis de liquidación.

Desgraciado quien haya vivido sin la sucesiva compañía de estos tres ángeles. Pero, más desgraciado aún quien trabuca su orden. Quien empieza con la resignación y el conformismo; quien, prematuramente ambicioso o tercamente iluso, se alimenta, demasiado pronto o demasiado tarde, de esperanzas; quien acaba con ridículas rebeldías, a estilo de recalcitrante vejez de revolucionario.

Hasta en la disciplina de lo angélico es necesaria una lúcida y escarmentada higiene.

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Última actualización: 6 de octubre de 2005