Eugenio d'Ors
TEXTOS SOBRE LOS ÁNGELES    
LA ANGELOLOGIA EN QUINIENTAS PALABRAS
(inédito)
 
I
¿Cómo, de ángeles, andáis, hermanos, tan distraídos? Espero no lo estéis de Dios. Muchos conozco a tal o cual santidad píamente afectados. A los angeles, ¿cuántos?
Tornóse comúnmente su devoción vaga ensoñación poética. Y pueril; así, la de los Reyes Magos y otras.

II
Universal, empero, entre las creencias religiosas. Y acorde también con recto pensar de filosofía.
¿No conoce ésta, en el ser humano, un cuerpo, sometido a espacio y tiempo; un alma, del primero libre; y, encima, un tercer principio, ajeno a los dos?
Lo que llamamos "vocación", así lo revela, fundiendo presente con futuro. Y, capitalmente, la "personalidad", más allá de nuestra propia conciencia.
III

El ojo únicamente ve entre ciertos límites de luz: más abajo, la oscuridad; más arriba, el deslumbramiento.
Lo subconsciente radica en lo corporal. Lo sobreconsciente, en lo angélico se nutre; sustantivado en aquella entidad dicha "Angel de la Guarda" y que Sócrates, al oir interiormente su voz, denominaba Daimon.

IV

¿Cuál intenso existir humano no la ha oído? Escuchárala o no; refiriéralo después o no. De hecho, tal confesión no falta en ninguna señera autobiografía.
Aunque orgullo, cobardía o frivolidad, impidieran reconocer ahí al mismo a quien la infancia aprendió a llamar Angel Custodio.


V
Y a quien se atribuyó guardería de inocencia. Pero no es la inocencia su lote, antes ciencia mayor.
Ni otorga su asistencia una individualidad subrayada; sino, contrariamente, una asunción generosa del existir de otros.
Personalidad nace de representar lo plural en lo uno. Reune el Angel, con el individuo, la especie.

VI

En esta su generalidad, Dios le mira; si nosotros, en su singularidad. Preñada singularidad, de todos modos.
Fenecido nuestro cuerpo, nuestra alma es por Él asumida igualmente. Conciencia y sobreconciencia identifícanse en este punto.
Ya antes, cualquier acto nuestro esencial, que nos defina, se incorpora por menester del Angel, al emblema o cifra de nuestro destino.

VII

Por esto, porque el secreto de una personalidad no está en la conciencia, sino en la sobreconciencia, nadie es el mejor biógrafo ni el mejor retratista de sí mismo.
La tarea del retratista, como la del biógrafo, no consiste en revelar el "carácter" de un personaje, es decir, su individualidad exacerbada; sino su Angel, su plenitud simbólica.
Leída a través de la anécdota de un vivir, como la primitiva escritura de un palimsesto.


VIII
Y la tarea del hombre, alumbrar su Angel. Y la del hermano, ayudar al hermano en esta obra.
Inacabable educación, que, en razón a su hora más favorable, parece poder ser denominada paradójicamente: pedagogía de cuadragenarios. O, mejor aún, Soteriología.

IX

Vivid, pues, en continua reverencia del Angel.
No con culto de "latría", a Dios reservado; pero de "dulía", rendido a la vez a su jerarquía espiritual y a su proximidad íntima.
Orad al Angel. Multiplicad, figurativos católicos, sus imágenes.

X

Que no revestirán ya, para el avisado, la degenerada forma del angelote infantil, cupidillo disfrazado apenas.
Sino la del otro, el de la Biblia, el Angel adulto, fuerte, lúcido, sabio, viajero, armífero.



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Última actualización: 6 de octubre de 2005
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