Eugenio d'Ors
COLABORACIONES A TRAVÉS DE LA AGENCIA SERCO   
LA CRÍTICA SOBRE LA ARQUITECTURA
 
(El Norte de Castilla, domingo 8-VIII-1954, p. 10; Nueva Rioja, martes 10-VIII-1954, pp. 1 y 3;
Las Provincias, miércoles 18-VIII-1954, p. 9)
[4-VII-1954, original en el ANC, caja núm. 43]

Una importante cuestión teórica se ha suscitado, por la práctica, en una capital española, donde se levanta actualmente un edificio considerable, que ocupa un lugar céntrico en el más visible y famoso núcleo de la población ciudadana. Es la de aclarar dónde empiezan, y hasta dónde alcanzan, los derechos de la crítica de arte sobre una obra de arquitectura reciente o en construcción. Un periódico muy leído, donde se concede atención habitual a la revisión de los valores de pintores y escultores actuales, examinó, en parte preventivamente, los méritos de esta obra y el placer que pudiera procurar a los conciudadanos. El resultado de la revisión no debía de producir agrado al arquitecto, cuando éste se ha querellado por lo judicial, contra la publicación aludida.

El papel de la crítica de arte, al contrario de lo que acontecía con la literaria, venía siendo habitualmente nulo, entre los ejercicios de la cultura; lo arquitectónico, más que en nada en lo relativo al discernimiento de cuyos valores, no parecía interesar al público; por lo menos al público que se valía de la expresión por escrito. En la visita y en la conversación, ya era otra cosa. En Roma, los jubilados de las profesiones, por ancianidad o dolencia, tomaban como predilecto deporte el ir a contemplar las obras en erección, dentro de la urbe. Fue en Roma donde, hasta uno de aquellos ociosos, al cual alcanzó una paletada de cal, saltada desde el mortero de un albañil a su pantalón, murmuró, compungido: «¡Hasta el ver trabajar es peligroso!» En otras ciudades mediterráneas acontece lo propio. Pero lo general del interés ambiente es, en tal capítulo, otra cosa. Los estudiantes que van a París, desde la provincia o desde el extranjero, pasan a menudo muchos años, con curiosidad, por saber del autor de un cartel de anuncio recién aparecido o de una canción, que se ha puesto a la moda, sin preguntarse, aunque vivan en la rue Souflot, quién ha ordenado la fábrica del Panteón. No hay que decir en lo que ocurre en lugares menos ilustrados o en monumentos más humildes. La arquitectura gozaba del beneficio que a veces hemos deseado para la decoración y sufría el inconveniente de luchar, en sus mejores muestras, contra el despego de las gentes.

Muy recientemente este despego ha parecido cesar. La arquitectura empieza a ser objeto de una atención discernidora de méritos y de faltas, en cada una de sus realizaciones. No faltan hoy periódicos, que al lado de las secciones usuales, destinadas a la crítica de la literatura o de la pintura, ensayan algunas otras, dedicadas al examen de las obras arquitectónicas recientes, o incoadas. El mismo escritor, cuya firma aparece al pie de estas notas ha insistido activamente en ello. La innovación tiene una gran eficacia en el esclarecimiento del gusto. Tiene, al igual, algunos inconvenientes; peligros por lo menos. Uno de ellos es el señalado por nuestras primeras líneas e ilustrado por el episodio a que hacen referencia.

El menester del arquitecto tiene un carácter doble: por un lado su precio se cotiza con tarifas de perfección estética o de gusto. Por otro lado, cumple, más o menos adecuadamente, con una técnica, cuyo criterio dominante es la utilidad. ¿Cómo separar en la producción de la crítica por escrito la revisión del primer aspecto, cuya sanción directa ha de ser la gloria, de lo concerniente al segundo, fuente de un crédito o de un descrédito, indudablemente trascendido al ejercicio profesional? El arquitecto, sobre cuya obra se formula una crítica, a la vez que encumbrado por un elogio, puede ser perjudicado, personal y decisivamente, por una censura. Si reclama por lo primero, no está autorizado para beneficiarse con lo segundo. Churriguera, en una hora determinada, hubiera podido reclamar, considerándolo como una injuria, hasta de la invención y generalización del epíteto «churrigueresco».

En el caso del incidente periodístico y de la ocasión artística a que aludimos nosotros, la solución parece tan obvia como delicada. Es fácil postular que el crítico puede hacer hincapié en los valores artísticos de la obra, cual si se tratara de obra de pintura o de escultura, y debe observar una salvadora reserva en lo que se refiere a los valores técnicos constructivos. Pero, esta separación es tan fácil de hacer como ardua de aplicar. ¿Dónde empieza el valor artístico de una creación arquitectónica? ¿Dónde acaba su ventaja técnica? El hecho particular de una abundancia inconsiderada de ventanales, en la fachada del edificio, que se ha construido o se va a construir, tal era el punto principalmente examinado en la crítica del incidente, abundancia tal vez exigida por la necesidad de multiplicación de locales, con relativa independencia, detrás de esta fachada, ¿puede apreciarse como una habilidad del constructor o le será contada como un pecado? De la solución que den, eventualmente, a un asunto, que será difícil que prospere formalmente, esperamos, a la verdad, poca luz. Aparte nos detenemos por el instante a la consideración de la iniquidad que hay, en la diferencia de resultados previsibles, para el arquitecto y para su aparejador, o maestro de obras. Mientras este último se halla indemne de toda censura, en un ejercicio profesional que puede reportarle pingües beneficios, el primero, si recibe tal vez una aprobación, que sólo en casos contadísimos llegará al completo elogio —pues no en vano se dice que, de gustos y colores, no hay nada escrito—, el artista arquitecto, a cambio de un beneficio crítico muy eventual, se arriesga a los peores dictámenes. La advertencia marginal de que, en otros órdenes de la vida, acontece algo parecido, no puede consolarnos más que a medias.

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Última actualización: 18 de enero de 2006