Eugenio d'Ors
COLABORACIONES A TRAVÉS DE LA AGENCIA SERCO   
GEORGE SEURAT
 
(El Norte de Castilla, domingo 20-VI-1954, p. 10; Las Provincias, domingo 20-VI-1954, p. 16;
Diario de Burgos, martes 22-VI-1954, p. 6)
[13-VI-1954, original en el ANC, caja núm. 43]

El padre de toda la pintura moderna es —aunque muchos no se hayan enterado de ello— el francés Georges Seurat. Si bien se mira, todos los descubrimientos posteriores al impresionismo vienen de él.

Por una paradoja histórica, que milita, justamente, contra cualquier crédito del historicismo, Seurat es el más desconocido de los artistas modernos. No digo de los de última hora, cuidadosamente celosos, como es sabido, de su respectiva personal propaganda. Pero la gloria de Seurat podría contar más de medio siglo. Al comienzo, la disfrazaron etiquetas, como la de puntillismo, divisionismo y otras camándulas. Pero, el día en que a un crítico se le ocurrió poner frente a frente la reproducción de una pintura de Guido Reni y la de La Baignade, de Seurat, se vió que este último era un clásico, digno de ser imitado sin etiquetas.

Y, antes que imitado, estudiado. La cosa no resulta siempre fácil. Empezamos por no poseer, en la ordinaria iconografía biográfica de los artistas, ningún retrato de Seurat que se haya vuelto habitual a los curiosos. Mientras que, sobre Cézanne y sobre Picasso, para no citar más que los cabos de una serie, cada cual pudiera evocar una imagen, casi canónica, y múltiples variantes de la misma, de nuestro pintor ejemplar, nadie supiera decir cómo llevaba el pelo y la barba. Ni siquiera cuál era su atuendo. Cuando, no ha mucho, ha empezado a publicarse alguna monografía sobre él, los editores no han tenido más recurso, para documentarla, que acudir a alguna aventurera fotografía de ocasión. Inclusive, la única que me ha saltado a la vista, lleva el cuello del gabán levantado, como preservándose de una corriente de aire, y un sombrero de copa.

La dificultad de conocerle se contagia, de la iconografía a la biografía. A mí mismo, que he acabado de formular juicios sobre Seurat tan contundentes; a mí mismo, que he escrito sobre Cézanne y sobre Picasso sendos y argumentados volúmenes, no se me ha ocurrido, falto de medios, acercarme, con tal propósito, al pintor de La Baignade. Las noticias corrientes acerca de él, más bien desorientan. Todas dan ocasión a mil confusiones, relativamente del distinto valor de las obras. Lo ordinario es dar la misma importancia a los «fondos de paleta», en que el casi ignoto maestro anotaba impresiones fugitivas de paisaje, captadas en una rápida excursión, que a obras tan señeras y de composición tan meditada como la dicha Baignade o la Promenade sur la Jeite.

Esto, aparte de la variabilidad de los dictámenes. Hace poco, he tenido ocasión de conocer a un importante y novísimo pintor, a quien acompaña hoy la mejor boga. Se manifestaba, según yo había esperado, fervoroso por las dos indicadas composiciones. En cambio, Le Cirque y Le Chaut, generalmente reproducidos por todas las monografías referentes a Seurat, le dejaban frío y despegado.

Realmente, las dos primeras composiciones son las supremas. Hace algunos años, hice un viaje a Londres. Visité, como es natural, el «British» y la «Tate Gallery». La sala en que se exhibía La Baignade, en esta última, tenía tantos devotos y estáticos admiradores como en el British los relieves del Partenón.

Esto no demostraba, es claro, una popularidad, siquiera de momento. Pero, tal vez, es una firme garantía para el futuro.


Diseño y mantenimiento de la página: Pía d'Ors
Última actualización: 18 de enero de 2006