Eugenio d'Ors
COLABORACIONES A TRAVÉS DE LA AGENCIA SERCO     
«EL PUENTE» Y «EL CABALLERO AZUL»
 
(El Norte de Castilla, viernes 28-V-1954, p. 6; Diario de Burgos, viernes 28-V-1954, p. 4;
Nueva Rioja, viernes 28-V-1954, p. 1; Las Provincias, miércoles 2-VI-1954, p. 8)

Las designaciones, bajo la cuales son conocidas universalmente las distintas tendencias y escuelas del arte, son frecuentemente denunciadas, por su arbitrariedad y hasta por su absurdo. Conocido es el hecho de que el rótulo «Impresionismo» procede del hecho circunstancial de que, a uno de los expositores del parisiense «Salón de los rehusados», se le ocurriera rotular de «impresiones» uno de los envíos. De ahí salió el apodar de «impresionista» a su manera; después, a la pintura de su época; en seguida, a la de todos los tiempos, inclusive de los pasados. No tardó en aplicarse el remoquete a uno de los estilos de la producción artística. Hubo pronto una música impresionística, como la de Debussy, una poesía impresionística, como la de las más etéreas páginas de Verlaine y, a Dios plugo que no hubiera una arquitectura impresionística, al modo de la que, para valernos de una expresión francesa, diríamos, poco pulcramente, que nos colgó de la nariz. En fin de cuentas, el impresionismo pasó a ser, y es todavía para nosotros, una categoría estética.

Los otros tecnicismos habituales, para la correspondiente clasificación, no tienen más sustancia. La inexactitud, y hasta la incoherencia del rótulo «cubista», «sobrerrealista», es también notoria. Permanecen en el más alto ridículo los manifiestos, alegatos y discusiones de los artistas y aficionados entre ellos, para reivindicar o rechazar tales enseñas. Y ya no hablemos de las taradas, desde el principio, del vicio de relatividad histórica. No hablemos del «postimpresionismo», del «neorrealismo» o de la «nueva objetividad». Para entendernos deprisa, tal vocabulario puede valer como expediente. Pero se convierte en tautología, o cosa peor, cuando se intenta definir, tras de esos motes, una coherente tendencia ideológica. Inútil que insistamos en calificar a los ensayos teóricos y conceptuales, que, últimamente, han multiplicado, tras de tales denominaciones, las más vacuas páginas que jamás hayan salido de la pluma de esteta. Si los libros y folletos que las contienen no son todos urgentemente condenados a la basura o al fuego, es en mérito a las ilustraciones que contienen, las cuales, sobre todo si han sido editadas por Kra en Suiza, o por Lode Seghers, de Amberes y Bruselas, quitan el hipo.

Hay dos nombres que han escapado tal vez a esta condenación. Me refiero a los de «arte abstracto» y «expresionismo». Lo de «arte abstracto» parece querer decir alguna cosa. Desgraciadamente, si dice lo que quiere decir, esta cosa es un disparate. No cabe en la imaginación una expresión artística que no contenga, en su manifestación, algo concreto. Esta concreción puede ser evaporada hasta los últimos límites. Pero no es concebible que se ofrezca a los ojos algo que en la mirada —y las fuerzas humanas que van con la mirada— no encuentre pasto. Los guarismos inclusive, tienen una forma, en la cual los mismos jugadores de lotería han reconocido, en el 22, los dos patitos, y en el 15, la «niña bonita». El arte abstracto tiene en la moda un éxito, que sólo justifica su misma facilidad. Lo que hoy es tara de la expresión «arte abstracto», ayer lo fue de la correspondiente al «expresionismo». Esto, si quiso decir algo, significó un tipo de expresión artística en que a la fuerza emocional son sacrificados los elementos plásticos y conceptuales, que la obra de arte pudiese contener. Pero, tal calidad, si es representada en la composición, hace sinónimos los términos «composición» y «caricatura». Los términos «caricatura» y «expresionismo» serían sinónimos si en este capítulo presidiera la lógica.

Por esto, nosotros preferimos conformarnos con el léxico circunstancial que la historia nos depara. Al arte expresionista, por ejemplo, preferimos bautizarlo con una de las dos enseñanzas que el expresionismo llevó, cuando su aparición y primera difusión, en Alemania. Primero, se les colgó a los artistas de su cuerda el nombre del centro desde el cual proyectaban. Este nombre era «El puente». Después, el de la revista, en la cual se explicaban y defendían. Ésta se llamaba más poéticamente «El caballero azul». Con la alusión al puente, diremos aquí algo de algunos expresionistas, a cuya cabeza está Kokoshka. Con la rememoración de «El caballero azul» de otros, convertidos generalmente en «abstractos», a cuyo frente estuvo Kandinski.


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Última actualización: 17 de enero de 2006