Eugenio d'Ors
COLABORACIONES A TRAVÉS DE LA AGENCIA SERCO   
CIEN AÑOS DE VIDA. LA AUTORIDAD DE LOS CIEN AÑOS
 
(El Norte de Castilla, domingo 11-IV-1954, p. 10)

Yo soy el Duero
que con todos puedo,
menos con el Adaja
que es el que me ataja.

¿Cuál es la superioridad de un periódico que tiene cien años, respecto de un periódico que tiene cien páginas? Que esos cien años procuran una sedimentación, mientras que las cien páginas se esparcen y, mutuamente, se inutilizan.

La sedimentación tiene el nombre de «autoridad». Es difícil sustraerse del todo a la de un cotidiano, que ya era el de mi padre. Aquel sobre el cual mi padre se ponía las gafas o fruncía el entrecejo. Aquel que le daba hecha su opinión. Esta opinión podía irritarle o irritarme. No importa. Tenía un peso específico que, hasta en la irritación, operaba en mí. Y no hay que decir cuánto me lisonjeaba; sobre todo si la lisonja acariciaba los impulsos de profundidad. Aquellos que ni siquiera se han articulado en fórmulas. Aquellos, verbigracia, que separan al campesino del comerciante o al trashumante del hacendado.

No se trataba, en aquel caso particular, de una autoridad cronológica. «L'Action Francaise» no contaba en París un siglo. Era, al contrario, juvenil y reciente. Mas, por otra razón, tenía autoridad. Se leía calándose los anteojos y, para empezar, se leía… Ocurrió que yo publicase allí mi primer libro, en francés. El editor me había hecho firmar, la víspera del lanzamiento, un ejemplar dedicado a «Le Matin», que entonces se distribuía en cientos de miles de ejemplares. Mi inexperiencia esperó durante algunos días, que «Le Matin» diera alguna noticia de su aparición. Esperaba en vano. En eso, ocurrió que la curiosidad de León Daudet, desterrado a Bruselas en la ocasión, cayera en una página del libro en que se fotografiaba separadamente los ojos, pintados en algunos cuadros de Goya, y donde se hacía, aventuradamente, la distinción entre «ojos» y «miradas». Al día siguiente, el gran escritor lanzó un artículo. El periódico de Daudet no se vendía en las calles y contaba únicamente con unos centenares de abonados. Pero, ¡qué abonados! Los más jóvenes, los que no necesitaban gafas para leerlo, se hubieran hecho matar. Y sorbían como un elixir precioso la doctrina inserta en aquellas columnas. Sobre todo lo que venía de Daudet, hombre insistente, sin fatiga; tan insistente en el elogio como en el de-nuesto. Al día siguiente, para estos hombres era el catecismo que yo, en compañía del belga Edouard Bertrand, éramos los primeros críticos de pintura del mundo. Mientras tanto, y desde el primer día, el editor me había telefoneado: «Pondremos una faja con las palabras de León y ya verá usted como esto sube de mil en mil». Subió. Subió hasta límites que hubieran justificado la ponderación del viejo empresario de teatros barcelonés, al cual llamaban Pepe Chil: «Éxito que ha sorprendido a la misma empresa».

De la eficacia reclamística de los periódicos de cien páginas, da una muestra elocuente algún capítulo de la truculenta novela de Orson Welles, recientemente publicada y en que se describen los efectos de una competencia político-mercantil entre dos bebidas refrescantes, en un pueblo hipotético de América del Sur. De estas dos bebidas triunfa un día la una; al día siguiente, la otra. Porque los que las beben, las beben obedientes al ruido, pero no a la persuasión.

Nosotros, en España, hemos tenido la mala suerte de que los periódicos centenarios no estuvieran a nuestro municionado alcance, o, únicamente, lo estuvieran con prolongadas interrupciones, que, al romper el hábito, habían roto, para nuestra consideración, la tentativa de Dueros caudalosos, difícilmente atajados por Adajas claros y carpinteos, la autoridad. Mientras padecíamos de ello, era una consolación de todas maneras el oir, cómo una voz única pero eficaz, al pie de la ventana de Valladolid, en que, para alto de un viaje, encontrásemos alojamiento, la voz rítmica que incansablemente gritaba, en dos tiempos: «El Norte»… «El Norte de Castilla de hoy»…


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Última actualización: 17 de enero de 2006