Eugenio d'Ors
COLABORACIONES A TRAVÉS DE LA AGENCIA SERCO   
DISERTACIÓN SOBRE EL PAISAJE
 

(Nueva Rioja, martes 30-III-1954, p. 8; El Norte de Castilla, viernes 2-IV-1954, p. 8;
Diario de Burgos, viernes 2-IV-1954, p. 4; Las Provincias, sábado 3-IV-1954, p. 16)

«Convendría, por otra parte, entenderse. Klee no es un abstracto, ni Miró ni Kandinski. La abstracción está lejos de mi corazón. Yo miro, y eso es todo»… Tales son las declaraciones, un poco misteriosas, misteriosas, tal vez, a fuerza de claridad, de Marc Chagall, el pintor. Yo miro, nos dice. No es una cosa tan sencilla, el mirar.

Para mirar, hay que tener los ojos sin legañas. Así y todo, siempre hay en la visión un poco de recompensa. Ocurre que la visión tropiece con obstáculos, que no vienen de la pobreza de luz, ni de la turbación de los ojos. Viene de deficiencias morales. Sí, morales. Vienen, por ejemplo, de la ambición o de la vanidad. A veces se pretende ver más de lo que es lícito ver. Por esto, el profesor de Fisiología de la Universidad de Barcelona, les predicaba incansablemente a sus alumnos: «Del microscopio conviene usar, pero no abusar»… No pocas de las turbaciones en el ver, proceden del abuso del microscopio. Se ha querido ver más de lo justo y resulta que se ve menos de lo justo. Y ver más allá de lo justo es una de las maneras de ver mal.

El pintor Marc Chagall tiene un gran entusiasmo por la visión de las piedras. Esta visión la obtiene asistido por la química. A la química, no hay que olvidarla. Un instinto, probablemente vicioso, nos lleva a preferir la química de la materia viviente. Hay que ser justo y no preferir a la otra. Un mineral inerte tiene muchas cosas que decir. Claude Monet, según Marc Chagall, las dice. Las dice, además, con exactitud. Esto constituye, según el artista nuestro contemporáneo, su encanto principal. Hay una parte de información, en lo que un Monet extrae de la realidad y de ella nos cuenta. Esta parte de información sustituye tal vez con ventaja a lo que llamamos «poesía». La poesía está constituida, fatalmente, por una dosis regular de información falsa. Esta dosis es, inevitablemente, lo que vicia la nitidez de la información.

¿Cómo es posible que sea precisamente Marc Chagall el que denuncie los entuertos de la poesía? ¿Aquellas novias volando por los aires, aquellos violines independientes, aquellos borricos que viven en los campanarios, aquellas invenciones que se dijeran exclusivamente criaturas de la fantasía, serán legítimamente quien reivindique su derecho a la exactitud? ¿Qué tienen que ver las piedras de Monet con las criaturas de Marc Cha-gall? Tienen que ver, por lo menos, lo que pudiéramos llamar «su transparencia». La manera como, a través de estos objetos, ya que no sea gracias a los mismos objetos, se revela la documentación de la realidad. Su valor objetivo, que se nos impone en su detalle sobre la verdad de las cosas.

Y, ahora, seamos francos. Ésta, más o menos claramente, es una opinión de Marc Chagall. Nosotros, como mérito de este artista, no podemos contar otra cosa que su apartamiento del paisaje. Esencialmente el paisaje es una mentira. La misión voluntariamente aceptada y agravada por el paisajista, consiste en una musicalización de la realidad. En aquello que aceptan con gusto los árboles, pero que no pueden aceptar las piedras. Las piedras, en su honradez, permanecen fieles a la objetividad.

Los paisajes más poéticos son aquellos en que la realidad se transforma. Los que rinden una realidad metamorfoseada. Los que empañan a gusto la transparencia de los objetos naturales y corren parejos con la literatura en lo de convertir en gigantes los molinos de viento.


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Última actualización: 17 de enero de 2006