Eugenio d'Ors
COLABORACIONES A TRAVÉS DE LA AGENCIA SERCO     
LA SEGUNDA EXPOSICIÓN DE ARTE SACRO
 

(Nueva Rioja, martes 23-II-1954, pp. 1 y 8; Las Provincias, miércoles 24-II-1954, p. 16;
El Norte de Castilla, miércoles 24-II-1954, p. 8)


Nuestra primera exposición de arte sacro se celebró en el riñón de España y, tal vez por esto, tuvo un carácter internacional. Tan amplio que, a pesar de haber sido convocada en plena guerra civil y de ofrecer a la concurrencia extranjera las dificultades propias de la situación, se vio entusiásticamente favorecida por la asistencia de casi medio centenar de naciones. Lo que podía haber de frotes entre Francia y Alemania, por ejemplo, fue venturosamente salvado por la catolicidad de la inspiración. El convite lanzado aún bajo el fragor de las armas, acertó a verse realizado en una tregua de hecho, entre la primavera y el otoño de 1939. Pudo nuestro corazón de organizadores esperar, por un tiempo, que incluso se había lanzado por buen camino la unión de las iglesias cristianas.

Nuestros auspicios de hoy son harto diferentes, y el talento de nuestra tentativa, bastante más modesto. La tentativa envuelta en la convocatoria de la II Exposición Española de Arte Sacro se ha restringido, desde lo mundial, hasta casi lo doméstico; como que la organiza no un Estado victorioso ya, sino una Academia, cuya selección la ciñe a poco más que a lo privado. La nueva Exposición que refresca el espíritu de la de Vitoria se la ha querido coincidente con la solemnidad del onceavo Salón de los Once. Será en Madrid y en lugar habitual a estos certámenes. En vez de cincuenta naciones, ahora la cita es para once artistas únicos. La inspiración, sin embargo, es la misma. La inspiración está en obedecer a los dictados de la pureza. Sigue alejado del propósito cualquier camino oblicuo hacia el negocio, por pretendidamente artístico que sea. Más aún. Esta vez se añade un cierto cultivo voluntario de la pobreza, en sus formas más estéticamente castigadas.

Una pieza típica dará testimonio de esta inspiración; y no tenemos más solución que atribuirle, dado el repertorio de las clasificaciones usuales, la especialidad de la orfebrería. El autor de la obra es Manuel Capdevilla, joyero barcelonés, y el título de la creación presentada es el siguiente: Una corona de santidad para un mártir muerto en un campo de concentración. La obra, como digo, es labor de una casa barcelonesa. Pero hubiera podido ser ejecutada sin inconveniente, con los recursos procurados, en el mismo lugar, por cualquiera de los compañeros de esclavitud del cuitado, a quien la extenuación y los sufrimientos iban a hacer perecer. En vez del oro, constituye el material de esta corona un cobre oxidado; en vez del marfil, unos toscos leños; en vez de las piedras preciosas, unos guijarros, como los que acarrea una corriente.

Tal vez la admiración tarde en producirse ante esta joya, o ante el báculo de madera que presenta otro orfebre, Mauricio Sarrahima; pero estallará ganada por la pompa, cuyo agente será por modo exclusivo el color, ante las vidrieras de Rogent, cuya riqueza temática se ha extendido a campos hasta ahora insospechados, quizá, por las representaciones devotas. Siguiendo la clasificación usual en la distribución de luces, habrá una vidriera para la del Norte; otra, para la del Mediodía; otra, para la luz de Levante; otra, para la del Poniente, en fin. El criterio conductor de las figuraciones es el de una presencia del Señor, en parusía; quiere decir, sin su figurativa materialidad. En una vidriera aparece la Virgen grávida; es decir, con el Hijo, oculto; en otra, con la escena de los peregrinos de Emaus, el Señor está ignoto; en la tercera, Cristo ha bajado a los Infiernos; es decir, que la lucha se verifica entre resplandores. Pero, lo que ha exigido más dificultades al artista creador es la vidriera del Mediodía; en ésta debía figurarse el «Pleroma», apoteósis de todo lo divino. Aquí se deseaba que estuviese reunida toda la multiplicidad de lo sacro.

Como de costumbre, la nota más sobrecogedora la daba Ángel Ferrant, miembro de la Academia Breve, al cual, para que pudiera en esta ocasión manifestar su valentía, sus compañeros académicos han excluido de la abstención, que rige para los colegiados, en materia de las exposiciones de la entidad. Los académicos de la Breve han juzgado que no podían privarse de una protección, como la que proporcionaba a los intentos de los expositores y a la obra del conjunto, una presencia de tan clara valía. No era la de un artista emérito tan sólo. Era la de toda una orientación artística, la de toda una época. Cabrá discutir si las formas abstractas son adecuadas a la representación de lo sacro. Pero no, si, dada la aceptación de estas formas abstractas, si la epifanía se hace en España, ha de ser incluído entre las mismas el arte de Ángel Ferrant.

De la sutilidad de tales especulaciones a la popularidad de las «sardanas» del escultor y delicioso humorista Ros, la distancia no es tan infranqueable como parece. Le salva la inspiración fina y graciosa de Cristino Mallo, como la hubiera salvado la plasticidad de Valdivielso o la gracia publicitaria de Lara. Y no digo nada de los productos de los hornos de Llorens Artigas, porque la manera como se ha ligado esta artesanía con el arte religioso es todavía un misterio para mí.

Pero no hay por qué explorar estos caminos oblicuos. La obra maestra para un arte sacro será siempre una Iglesia. El Salón de los Once no ha podido contar más que con una. Pero, ¡qué obra maestra! Los itinerantes del camino entre Madrid y Barcelona han acabado por conocerla, con admiración siempre, pero ya sin sobresalto. Es la parroquia construida por el arquitecto Mora, para Cornellat de Llobregat, que muestra ya, en lo alto, entre la franqueza de la obra vista, la nostalgia de unas campanas, como quizá no las tenga nunca, si la generosidad, siempre problemática, de unos posibles donadores, permanece adormecida a la invitación tranquila de la belleza.

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Última actualización: 17 de enero de 2006