Eugenio d'Ors
COLABORACIONES A TRAVÉS DE LA AGENCIA SERCO   
TAL VEZ, POR EL CAMINO DE LA ABSTRACCIÓN
 
(Diario de Burgos, miércoles 29-IX-1954, p. 6; El Norte de Castilla, jueves 30-IX-1954
Las Provincias, 3-X-1954, p. 9)
[17-VIII-1954, original en el ANC, caja núm 43]

Un comentarista de arte se ha presentado, como problema, el porqué de una observación que le proporcionaba resultados opuestos, en la pintura y en la escultura. Dentro de la primera es abundante, y parece natural, la representación de un cuerpo desnudo femenino, sin más argumento ni acción que el espectáculo de su propia belleza. El aprecio que a las representaciones unitarias y ociosas el artista se complace en atribuir, se extiende por igual al cuerpo viril que al femenino. La Venus del espejo constituye una excepción en las pinacotecas. En las gliptotecas, el Discóbolo se presenta como un ejemplo de ley general.

¿Por qué eso? Habría una explicación, que no ha dejado de presentarse por ciertos autores de especulaciones estéticas. La explicación consistiría en confesar la impureza del atractivo que preside a la elección de temas para las obras de arte. Esta impureza, que no ha dejado de ser revelada por algunos teóricos espiritualistas, aunque no lleguen a la extremidad de ser ascéticos, consiste en revelar las razones de la predilección que el artista puede sentir por representaciones que halagan fácilmente los instintos, que, más o menos conscientes, entran en la personal predilección. Es indudable que la forma de Venus presenta otros motivos de atracción que la forma corporal de San Bruno y hasta que la forma corporal de Ulises.

Pero, sobre no ser ésta una ley general, se presenta a nuestras reflexiones, y ya la experiencia estadística ha multiplicado los ejemplos ante nuestra atención, el caso de las mujeres artistas, más especialmente de las pintoras, las cuales, según revela la experiencia, no sólo dejan de sentir el encanto que para las mismas reserva el espectáculo de la belleza viril, sino que, no sólo se muestran en la coyuntura en una actitud de imparcialidad, sino que más bien parecen sentir, hacia el desnudo congénere, una especie de espontáneo desvío. Hablamos, siempre, pensando en la situación de normalidad y no atendiendo a las ocasiones calificadas de errores o de anomalías de la naturaleza o del vicio.

Hablamos, con el recuerdo en la cabeza de una singular y elocuente exposición, que fue celebrada en Manheim hacia los comienzos de la segunda década del presente siglo. Esta exposición presentábase bautizada con el título genérico de «Das Schöne Mensch» y eran admitidos a la misma igual los expositores que las expositoras. La estadística de las colaboraciones y de los éxitos resultaba copiosamente persuasiva, en el sentido manifestado. El desequilibrio entre las manifestaciones masculinas, en relación con las femeninas, resultaba prolijamente demostrado. Y no hay que decir que intervinieran en las mismas motivos especiales de honestidad o de pudor. Caso de intervenir, hubiera sido previsible que se presentara en sentido contrario. Paralelamente al sentido de la observación, asequible frecuentemente en los estudios de los pintores, de la mayor resistencia al desvestimiento de los modelos femeninos ante mujeres que ante hombres.

Y, una vez meditado esto, siempre queda la segunda cuestión. ¿Por qué el fenómeno reconocido se presenta con mayor intensidad y generalidad, en el arte de la pintura que en el de la escultura? Siempre hay, para estos enigmas, la misma respuesta. Es una respuesta que está contenida en una tragedia de Shakespeare: «Hay en el cielo y en la tierra, más problemas que los que conoce vuestra filosofía».


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Última actualización: 18 de enero de 2006