Eugenio d'Ors
AFORISMOS    
OCTAVIO DE ROMEU
Las manos de Octavio de Romeu, agudas, ágiles y precisas, como los instrumentos de la cirujía moderna.
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Su peinado, tan pulcro y en orden, como una perfecta calvicie.
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No tuvo nunca reloj de pulsera. Decía que no hay porqué sacar a relucir la alusión al tiempo, que es una cosa indecente.
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En Londres, después de una visita:
—Cuando el mobiliario de nuestras habitaciones o el saber de nuestras cabezas no son de muy buena calidad, ¡qué gran recurso un poco de orientalismo!
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En España —sentenciaba Octavio de Romeu—, lo más revolucionario que se puede hacer es tener buen gusto.
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—¿Y usted, señor Octavio de Romeu(1), no da nunca limosna(2)?
—Sí, señora, pero cuando voy(
3) a caballo(4).
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—Rubén Darío (le dijo aquella noche), trompo de música, en las manos del Señor… Cuando sientas que la soga del dolor se te enrosca al cuello, Rubén, no te quejes: es el Señor que te da cuerda.
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Amigo de la Verdad(5), pero más amigo de Platón todavía. Platón es(6) el(7) huerto que nos rinde cosecha de cien verdades por año. Sin contar con la sombra regalada y el buen olor.(8)
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Quisiera —le oí decir a Maestro Octavio— cuando fuese llegada la hora, morir en los dulces brazos de un tal amigo, que, conociéndome de toda la vida y queriéndome con toda el alma, no nos hubiéramos tuteado jamás(9).
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Le llamaban «el Pantarca». Y él aceptó el título, añadiendo como salvedad que él no mandaba nada, pero que lo ordenaba todo. «Un Pantarca», había de añadir, tiempo más tarde, es exactamente lo opuesto a un «Manda-más».
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«Nunca me ha mandado nadie», aseguraba. Sin embargo, le gustaba a cada instante decir: «Estoy a sus órdenes». Y, a aquellos a quienes respetaba de veras: «A su orden».
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También fue, antes que los fascistas italianos, el reinventor del saludo romano, con la mano alta y tendida. Y, en España, sustituía el ridículo B. L. M. (que otros por el mismo tiempo se empeñaban en cambiar en un bolchevista «Saluda»), por un R. S. R. (Rinde Saludo Romano).
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Perfecto saludo —comentaba—, porque, a la vez que da la medida del hombre, muestra el camino abierto a sus posibilidades de infinito.
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Al visitar un museo o una exposición que le fuesen nuevos, se iba derecho a la última sala. Luego retrocedía hasta la misma entrada, si convenía así. Aseguraba que no veía claro más que en aquellas cosas de las cuales sabía dónde terminaban.
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Comprender supone la limitación del objeto. También exige su interior discontinuidad. En los intervalos, cabalmente, es donde se inserta la razón. «La razón, según Octavio de Romeu, fisga siempre entre rendijas».
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No hay más que una manera de sentir: moverse.
No hay más que una manera de pensar: hablar.
No hay más que una manera de dolerse: gemir.
No hay más que una manera de aprender: enseñar…
En un principio, era la apariencia.
Así hablaba Octavio de Romeu.
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¿Por qué el productor intelectual moderno mostrará tanta repugnancia a que le clasifiquen? Un día Octavio de Romeu había hecho sobre Pablo Picasso una observación importante: que en toda su obra no aparecía figurado ningún árbol. Saberlo el artista y componer a toda prisa un dibujo, donde unas ramas venían a asomarse desde tras de una tapia. todo fue uno.
—Esto —comentó el maestro— es todavía una consecuencia de las tres fatales R. R. R. (Reforma, Revolución, Romanticismo). Si el hombre se ha vuelto ingobernable, no es extraño que se vuelva también inclasificable.
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Y añadía:
—Ha sido una gran suerte, de todos modos, que antes que la «Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano», viniera la «Historia Natural», de Linneo. Sin eso, ¿cómo forzarles a que se quedaran tranquilos en el orden de los mamíferos?
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«Cuándo aquel día sirvieron, de postre, las naranjas (es éste un apólogo que le gustaba referir a Octavio de Romeu), Don Juan las rechazó con cierta energía. Hasta el olor le repugnaba. Dicen que de gustos y de colores no hay nada escrito.
Pero los demás ponderaron la delicia del fruto. Y dijeron cuán duro les sería privarse de él.
Don Juan contó entonces, con su ya fatigada voz:
—Bien sabéis todos cuánto he amado, cómo he sido amado. Bien sabéis cuántas víctimas fueron inmoladas a mi capricho versátil. Todo, honras, vidas, materiales afectos, paz de los hogares, esperanza en la gloria del más allá, ha consumido mi vida en la pira de un infernal sacrificio.
Tras de una pausa, continuó Don Juan más quedamente.
—Una beguina tímida de Aquisgrán me lanzaba, en la noche del Jueves Santo, la llave de su huerto, y ella, al cantarse el sábado el Aleluya, ya estaba muerta… La Reina de Chipre ha perdido el trono por el escándalo de sus amores conmigo… Cuando el gran incendio de Verona, hubo una madre que tenía dos niños en uno de los palacios que ardieron y no supo abandonar sus brazos.
Otro silencio. Se extinguió la llama en sus ojos. La idea de límite acababa de fijársele, humilladora, en la mente.
—Pero no ha habido una sola mujer, ni una sola, que, por amor a mí y a mis besos, se privase de comer naranjas.
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Cuando fue viejo y se volvió ciego y quedó tan pobre y estuvo maduro para la muerte, nos percatamos, por fin, de lo hermoso que era.

(1) señor Octavio de Romeu] —le preguntaron— ABC.
(2) nunca limosna] limosna alguna vez ABC.
(3) cuando voy] siempre ABC.
(4) Publicada originalmente, con el título «A su manera», en ABC, 12-VI-1925.
(5)  ad. y dispuesto al sacrificio por ella, España.
(6) ad. , para nosotros, España.
(7) ad. sellado y precioso España.
(8) Fragmento de la glosa «Amigo de Platón», publicada en «Las Obras y los Dias», España, 29-I-1915, p. 5.
(9) Publicado originalmente en catalán, con el título «Del tuteig», en La Veu de Catalunya,10-X-1911, p. 1. 


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Última actualización: 2 de julio de 2008