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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
HUMANIDADES EN COLOMBIA
(La Vanguardia, 10-II-1944, p. 7; recogido en Novísimo Glosario, pp. 45-48)

Cuando una mente hispanoamericana sale en estilo dórico, es inútil buscar en ella los floreos corintios; cuanto menos, las barrocas espiras. Esto pensaba, una entre las últimas tardes, oyendo al ministro de Colombia, don Francisco Umaña Berñal, evocar, en solemne ceremonia pública, el recuerdo de un gran poeta de su país, Guillermo Valencia. Quizá Valencia, pese a la gran reputación que gozó de helenismo parnasiano, fuese todavía algo tropical: sus imágenes pululan con tal riqueza, que se traban y entrechocan, colocando al sentimiento del lector en trances que no dejan de parecerse al famoso del camaleón, puesto sobre un vestido escocés y reventado por culpa del cromático mimetismo. Pero lo que es en Umaña, la ceñida severidad de su oratoria, tan estrechamente se ajusta a la nerviosa esbeltez del argumento, que no deja lugar de apariencia en la superficie, ni a pliegue, ni a vacío.
Ya empezó el orador, a propósito del poeta, por algo cuyo valor de excepción, en actos como aquél del género que llamamos «de fraternidad», hay que apreciar en lo que vale; por echar unas gotas de ácido limón en el aderezo del panegírico. «Guillermo Valencia, nos recordó, fue descubierto en la España del Fin-de-Siglo por la sagacidad soberana de Juan Valera». —¡Y a éste le dijeron egoísta! ¡Y fue también su curiosidad generosa quien nos trajo aquí el anuncio de la buena nueva de Rubén, del tempestuoso advenimiento de Nietzsche!— Después de Valera, a alguna distancia cronológica, y, naturalmente, a gran distancia intelectual —como que, inclusive, llegan a emplear la palabreja «modernista»— se sitúan unos juicios de don Julio Cejador y no-sé-cuantos… Y después, nada. ¿Cómo ha podido la crítica española, se preguntaba el recordador, permanecer tanto tiempo sorda a producción de tal calidad, a gloria de tal alcance? «Sencillamente, respondemos nosotros, no por ninguna posición de prejuicio o desdén, sino, porque a seguido de los nombres citados, apenas si ha existido tal crítica». Es verdad que no tenemos sobre Guillermo Valencia un estudio suficiente; pero tampoco lo tenemos sobre «Clarín» o sobre Jacinto Verdaguer, o sobre el mismo Juan Valera. A última hora, algún joven análisis ha venido a aplicarse probamente a la explicación de Maragall, de Unamuno, de Valle Inclán. En lo intermedio, por espacio de un cuarto de centuria, las averiguaciones sobre nuestra literatura moderna han quedado a cargo del Nuncio, y los análisis, de Rita.
Hoy no querríamos abandonar, en cambio, ni a Rita ni al Nuncio, la cura de mencionar y honrar, mientras otros, según feliz anticipo que se nos ha hecho, se ocupan en Guillermo Valencia y en la reciente poesía colombiana, algunas bellas muestras de una vida intelectual, no ya poética, sino científica, que la actualidad académica ha puesto en nuestras manos. Pasan éstas ahora, con respetuoso deleite, de hojear los Anuarios de la Universidad Nacional de Colombia a recorrer, guiadas por admiración mayor aún, los grandes y perfectos fascículos de la Revista de la Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, publicados por el Observatorio astronómico de Bogotá. Quede consignada aquí, desde luego, la observación de que una publicación científica de esta amplitud y altura jamás hasta ahora ha visto la luz en ninguna de las Españas. Cuando, en nuestros días barceloneses, nos esforzábamos en lanzar unos Archivos de igual índole, el ideal a que nuestro esfuerzo aspiraba se parecía mucho a lo que hoy tenemos ante los ojos; ideal en ningún momento logrado; sin contar con que su tentativa hubo de cejar pronto, rendida al peso de las fuerzas políticas más oscuras. Hasta se asemeja la presente realización colombiana a nuestra aspiración en la doble nota de una exigencia de seriedad en los trabajos científicos que allí se insertan, limpios de toda escoria sociológica o diletantesca y de una amplitud humanística en el criterio, muy lejana al empirismo positivista, y donde no se excluyen ni las aportaciones más generales del pensar filosófico ni las investigaciones más sabias de Historia de las Ciencias. En los números que tenemos a la vista, por ejemplo, se incluyen importantes textos inéditos de la correspondencia de Humboldt y referencias a la cosmología de los últimos diálogos de Platón. Esto, al lado de un extenso, docto y utilísimo Diccionario técnico, obra del director de la Revista y del Observatorio, don Jorge Álvarez Lleras, y que viene a suplir lo que el léxico de la Real Academia Española no define o define a torcidas, lo que tenía encargo de hacer y no hizo nuestro admirable Torres-Quevedo, y aun lo que tarda tiempo demasiado en cuajar la cada día más urgente Enciclopedia Hispánica.
Reduzcamos a consignaciones de estilo y cifra —ya que más anchas honras no podamos hic et nunc— este fasto. Siquiera para que, en el diálogo entre las Españas, se hable de otra cosa que de cancillerías, «navicert» y de terremotos. Y siquiera también para que no deba encontrarse algún largo vacío, cuando, como hoy de Guillermo Valencia, se hable, en nuestras ceremonias de 1970, del letrado saber de un Álvarez Lleras o de la ceñida oratoria de un Francisco Umaña.


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Última actualización: 21 de julio de 2009