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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
VUELEN MIS EPÍSTOLAS
(La Vanguardia, 24-IX-1944, p. 7; recogido en Novísimo Glosario, pp. 329-333)
NUEVAMENTE, A LA MAESTRA ALARMADA.— Es justo, señora de J…, que, al proseguir el despacho de mi «Estafeta didáctica», me dirija en primer lugar a usted, puesto que a media miel quedamos al cerrarse la epístola anterior. Lo de miel es tropo convencional: para muchos, para muchas especialmente, los problemas que allí se empezaban a tratar, dijérase, mejor, contener una fuerte dosis de acíbar. ¿Ha leído usted, por casualidad, aquella novela norteamericana que metió hace algún tiempo tanto ruido, y que se titulaba «Ex-wife»? El nombre del autor se me ha olvidado. Sé que el autor era una autora. Pero yo, que he dejado siempre escapar de la memoria los argumentos de las novelas, y que ahora también doy en olvidar sus autores, recuerdo en cambio con mucha fijeza ciertos aforismos que en el cuerpo de las mismas se pueden deslizar. De «Ex-señora» recordaré siempre una especie de grito del alma, escapado a la autora: «Antes, decía, se contaban tres soluciones para el porvenir de una mujer: el matrimonio, el claustro, la calle. Hoy se ha cambiado mucho; los tiempos son otros; pero las soluciones siguen siendo las mismas tres. Porque, a despecho de la apariencia de variedad que han traído tantas carreras abiertas a las mujeres, si estas carreras se practican con seriedad, sus deberes resultan tan agobiantes y de observancia tan estricta, que la profesionalidad, o bien no deja a la fantasía ningún hueco, y entonces la obligación de la enfermera o de la mecanógrafa equipara su situación con la del claustro, o bien, si en ella se implanta la fantasía, lo que resulta es algo muy parecido a la calle». ¿Verdad que esto no se ha escrito(1) sin amargura?
Es imposible tratar de la educación de la mujer sin referencia detenida a la cuestión del feminismo. Pero, a su vez, no cabe tratar del feminismo sin evocar ciertos postulados de la Ciencia de la Cultura. Los autores que han pretendido basar sus soluciones acerca de la situación social y profesional de la mujer en datos extraídos de las ciencias naturales o, inclusive, de la psicología, han marrado el camino. Porque se les ha atravesado en seguida la objeción de la relatividad. ¿Cómo asegurar que cuanto conocemos de la psicología femenina no es, en vez de causa, resultado; por modo que, cambiadas artificialmente las condiciones históricas de un existir, cambien las de una mente? Las mismas particularidades orgánicas, ¿no habrá que tomarlas como relativas también? ¿La fuerza del organismo femenino o sus fases rítmicas no pueden variar, si ha variado la cintura de las occidentales, al dejar el corsé, o el pie de las chinas, al cambiar de calzado, o la nariz de algunas musulmanas, al proscribirse el velo? La aludida Ciencia, al contrario, opera sobre «constantes». Siempre ha habido y habrá, mientras el mundo sea mundo, un grupo de actividades humanas cuyo objeto, en lo material o en lo espiritual, es el mismo individuo humano. Siempre ha habido y habrá otras que viertan su eficacia sobre los objetos, sobre realidades que, una vez construidas, tienen una existencia independiente del constructor y se sitúan fuera de él. Si, con superación de la anécdota mezquina, según la cual se dice que las mujeres tienen «las ideas cortas y el pelo largo» y aun de aquellas otras que se fijan en el busto o en las caderas, atribuimos la calificación cultural de lo femenino al primer orden de actividades y, al segundo, la de lo viril, habremos obtenido una distribución fija, que puede coincidir aproximadamente con los caracteres sexuales y con los hábitos sociales, pero que nada prejuzgarán acerca de su accidentalidad o de su permanencia.
De ahí se deducirá sin tardanza que si las mismas psicología o fisiología no cierran el paso a la posibilidad de aquellas excepciones en que el comportamiento dinámico de seres tenidos morfológicamente por hembras o varones sea distinto del normal en su grupo, menos aún la cultura repartirá las respectivas constantes de lo Femenino o de lo Viril en dos secciones de etiqueta puramente demográfica. Hombres hay, y debe haber, que, sin ser precisamente feminoides, practiquen en lo social actividades cuya finalidad se encuentre en el propio ser humano: entre el medico, verbigracia, y la enfermera, la función curativa es común. Al contrario, la mujer que cultiva la tierra —y Dios sabe si el caso es demográficamente frecuente, sobre todo en ciertas regiones— realiza una tarea de creación, de producción de cosas, de trascendencia objetiva, que la hace claramente partícipe de aquel «ganarás el pan con el sudor de tu frente», de la condenación de Adán.
La doble sentencia bíblica —después de darle mil vueltas, siempre hay que volver a la misma en esas cuestiones—, la sentencia según la cual castiga al hombre el dolor del trabajo y a la mujer el dolor del amor —al primero, la obligación de producir y ordenar las cosas; a la segunda, la obligación de producir(2) y ordenar los seres humanos—, recibe así la precisión de unas filosóficas definiciones. La mujer entra igualmente a participar en el dolor del trabajo, puesto que su humanitaria tarea es fatiga también; el hombre conocerá, por su parte, el dolor del amor, puesto que en el amor santificado no todo se toma como placer y satisfacción del instinto. El primer varón que ha gemido por una cuita amorosa ha mezclado con ella lágrimas de caballero o de trovador a sus sudores de labrador o de guerrero. La primera mujer que ha encendido un fuego o ha curado una piel, para abrigo de quien cazó la bestia, introduce la dignidad de una tarea en el cuadro de sus funciones de genitriz. La sede moral de lo que, andando los tiempos, llegará a llamarse «el honor», está precisamente aquí. ¡Infamia, al hombre que no mete en el trabajo amor, es decir, al esclavo! ¡Infamia a la mujer para quien todo el holgorio es holganza!… Todas las lucubraciones del feminismo no lograrán extender la tarea propiamente femenina a lo mecánico; todas las expiaciones de la reacción antifeminista no lograrán reducirla a lo genésico. Ni cabrá, paralelamente, que el hombre excluya sin deshonra de su vida las cargas del quehacer o los sufrimientos del amor.
Pero todavía la consulta de la Maestra alarmada merece una tercera epístola. Ciérrase la presente porque hay que dar paso, siquiera en forma de tarjeta postal, a la contestación dirigida a un pintor, intrigado igualmente por mis «Utopías»(3).
A UN ARTISTA CURIOSO.— La curiosidad que manifiesta el excelente pintor D. V. por saber cuál es el lugar que se reserva a la educación artística —la destinada a especialidad profesional, se entiende, puesto que la general ya se dijo cifrada en el canto y el dibujo—, puede satisfacerse(4) diciendo que al artista plástico lo que más le conviene es la formación que en su espíritu introduce el cantar, o sea, la profundidad de un mundo ideal que dé sentido al mundo de sus formas; y al artista lírico, el dibujo; quiere decir, la técnica de la concreción formal con que ceñir la inevitable infinitud de sus paisajes interiores.
Si se quiere aquí un desarrollo más puntual, precisaremos que al primero le conviene saber lo más posible de Historia sagrada y de Mitología. Y al segundo, cuanto quepa de Mitología y de Historia sagrada.

(1) no se ha escrito ] podido escribirse Novísimo Glosario
(2) y ordenar las … de producir] om. Novísimo Glosario
(3) Pero todavía la consulta … por mis «Utopías] om. Novísimo Glosario
(4) satisfacerse] satisfacer Novísimo Glosario

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Última actualización: 16 de febrero de 2010