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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
LA ESTAFETA DIDÁCTICA
(La Vanguardia, 21-IX-1944, p. 2; recogido en Novísimo Glosario, pp. 325-329)

A D. G. S., ARQUITECTO PREOCUPADO. — En torno a un devaneo sobre temas de educación, cifrado aquí mismo bajo enseña de «Utopías» —título que yo escribía entre interrogantes—, la grata humedad coloquial de costumbre se ha condensado en nube postal de breve aguacero. Alguna entre las cartas recibidas no comporta más respuesta que un reconocimiento halagado. Otras suscitan desarrollos, cuya amplitud en el interés general cabe cifrar a su vez.
Tal la de un «claro varón de estructura», que así gusta mi énfasis de llamar a los arquitectos. Éste, nacido en atlánticas Españas, bien que germánico de estirpe, a juzgar por el apellido, y hoy mediterráneo de residencia; tanto, que está ahí, al alcance de la mano barcelonesa, como quien dice, y en costas y playas que la zarzuela grande celebró antonomásicamente. Dice este discreto corresponsal tener un hijo y andar ocupado en el problema de su educación. La idea de aquella especie de comunidad profesional entre los hijos de un país, que mis utopías preconizaban, y dentro de la cual las diferencias inevitables quedaran establecidas, más bien que en guisa de especialidades divergentes, a estilo de grados sucesivos, seduce a una mente de arquitecto, que es justo apetezca en toda cosa el imperio de un canon de cohesión y de orden… Como buen arquitecto, hubo de proceder Dionisio, llamado el Areopagita, al seriar la Jerarquía de los Ángeles, en paralelo de la Jerarquía eclesiástica, cuya tradición tiene en Dionisio uno de sus más venerables apoyos. A lo arquitecto procedió también la exégesis de Teresa, la Bien Plantada, al ponerla en el centro de un coro fragante de tres hermanas y siete amigas, de cuya gracia genérica venía ella a ser el ápice y primor.
Con esta vocación intelectual, colaboran, en el caso presente, ciertas disposiciones de prudencia, muy propias de un padre, onerado por la responsabilidad del porvenir de su hijo. «Quiero —acabo de leer en la carta recibida— que el niño no se parezca a la casi totalidad de seres que han salido y salen de las aulas españolas». Adivínase que lo temido aquí es la inadecuación a la vida práctica y a la realidad extra-burocrática inferioridad del hombre libresco, que no ha puesto nunca las manos en la masa, respecto de la saludable grosería de las materialidades de la tierra y de las destrezas del oficio. En conjugación con las perspectivas de tremendos cambios sociales a que hoy ninguna aprensión escapa, el riesgo de un destino, condenado a la derrota por incapacidades de adaptación, da no poco que pensar a quien se inclina paternalmente, según hacía mi Guillermo Tell, sobre los enigmas de una «cabeza de niño». A ése no parecerán nunca despreciables las garantías de una estructura social, donde siempre quepa al abogado el recurso de hacerse labriego; y al químico, el abrir una tintorería; y, en general, de que no sea inepto para el trabajo aquel a quien se le ha frustrado el negocio.
Lo malo es que nuestra solución habrá siempre de resultar inaplicable en su pureza, si esta aplicación no es colectiva, estatal, implantada autoritariamente por una política de misión, tan inspiradamente socializadora, por lo menos, como lo es la política de revolución, a la que se trata de salir al paso. Un esfuerzo de salvación individual, en pro de la suerte futura de alguien que entra en la vida, poco puede conseguir si la difusa colaboración general no lo asiste, a la vez, en los criterios y en las medidas. Si el abogado que va a hacerse labriego es único, lo más fácil es que no haya para él(1) término medio entre la situación de hacendado —y ésta ya no tiene gracia— y la de parado —y ésta aun la tiene menos—. ¿Que puede el padre hacer, en su esfera privada, más que procurar, todo lo más, que el alumno de bachillerato, su hijo, cave un tantico, si acaso, en sus vacaciones; o que el estudiante de Filosofía y Letras gaste su dinero en material fotográfico, por si le conviene un día ganarse el sustento con retratos para pasaportes?… Estoy por decir que ni siquiera está en la mano de un Gobierno el producir, en lo normal, una reforma como la esbozada en el artículo ocasión a nuestra correspondencia. Su realización sólo puede ser esperada de momentos excepcionales; cuando, por una parte, el Poder puede pasarse de la opinión general rutinaria y cuando ésta, por su parte, está sacudida y ablandada por una gran emoción ideal. Ya he contado cómo las dos primeras salidas abiertas hipotéticamente a nuestras soluciones fueron, un día, las de una adaptación rusa —que, en realidad, no podía aceptarlas—, o las de una fantasía de Gabriel d'Annunzio, ganador de Fiume, que no había de tener tiempo ni para traducirlas… También a nosotros la providencia nos ofreció, acaso, buena coyuntura, en un momento determinado. Pero la sazón pasó pronto. Y volvieron los jóvenes a salir de las aulas españolas en la situación que mi arquitecto y corresponsal no querría para su hijo.

A Dª. M. T. de J., MAESTRA ALARMADA.— La dificultad de soluciones de este orden sube de punto cuando el problema que se suscita es el de la educación de la mujer. Una señora me escribe acerca del mismo, a propósito de mis «Utopías». Ésta es casada y maestra; bien que no trabaje, según me cuenta, en quehaceres docentes; ni en los limitadamente domésticos tampoco, sino en labores «muy propias para una mujer», dice, y que le permiten «quedarse en casa, ganándose sus buenas pesetas». No precisa cuáles aquéllas sean. Pero, dejando la cuestión en sus términos generales, me ocurre aquí el recordar, en parangón con el habitual lamento sobre la miseria de condiciones en la profesionalidad femenina, el hecho de que muchas actividades artesanas, lindantes con lo artístico y que manos blancas bien pudieran tocar, se van quedando horras de solicitud, con la correspondiente ruina de sus bellos oficios. No ya en España, sino en el mismo París de hace pocos años, turgente de estético vivir, tengo oído a los editores de música lamentarse de la ambiente escasez en profesionales de la copistería litográfica. A la misma hora, el famoso Stern, que nos grababa las tarjetas, en un pasaje abierto al bulevar, confesaba cómo, si se le muriera un ancianito, primoroso y magistral en tal faena, no tendría con quien reemplazarle.
Pero está de Dios que, por lo común, la que deja la cocina ya no pare hasta el foro; y que la desgana del encaje de bolillos conduzca directamente a la apetencia del Premio Fastenrath. La aspiración feminista, no sólo salta el obstáculo, sino que «lo bebe», como antaño los neumáticos del anuncio. Parece que, simultáneamente y por fatalidad, bebe otras cosas, numerosos cóteles entre ellas. De donde la protesta alarmada de doña M. T. de J., mi maestra y corresponsal. La cual declara que, si tuviera hijas, no las encaminara por la preparación, harto peligrosa, de las profesiones intelectuales; sino que les daría «una educación, un poco anticuada si se quiere, pero que da mejor resultado». Ante cuya declaración, sólo se me ocurre salvar —volviendo a lo de la carta anterior(2), a lo de la inanidad de las decisiones individuales—, que, en aquella hipótesis, convendría también contar un poco con la preferencia de las señoritas hijas y, acaso, con la del señor padre de las señoritas hijas; y aún, posiblemente, con la de los amigos, vecinos, émulos, coetáneos, y, en suma, con la situación ambiental en el espacio y en el tiempo. Y con ciertos quereres del «Weltgeist», que a todos nos gobierna.
Entre seguir a los carneros de Panurgo y nadar contra la corriente, hay un término medio, que la finura de espíritu del educador —y más si el educador es mujer— puede y debe encontrar. No un término medio deshuesado por el eclecticismo, sino con armadura de principios fundamentales. Si la señora de J. me lo permite, dejaremos su recuerdo para otra carta de la misma Estafeta. Su recuerdo, porque ya alguna vez intenté resumirlos, bien en el capitulo de la Ciencia de la Cultura correspondiente al eón de Femineidad, bien en alguna prédica moral a que las cuestiones de «Sexo y Profesión» dieron tema.

(1) lo más fácil …para él] probablemente no habrá Novísimo Glosario
(2) anterior] que ayer contesté Novísimo Glosario

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Última actualización: 16 de febrero de 2010