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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
LA PALMERA, EL JUGUETE Y LA POSDATA
(La Vanguardia, 14-IX-1944, p. 7; recogido en Novísimo Glosario, pp. 316-318 y 323-325)
ESCRITO EN ELCHE. PARA UN COFRADE FRANCÉS(1).— Entre toda obra poética de Paul Valéry, tal vez me quedaría, según las preferencias de mi gusto, con La palme… Ha contado el autor que la escribió como quien se toma unas vacaciones, tras del agotador esfuerzo de álgebra figurativa, necesitado(2) por su Jeune Parque. Esencia de las Vacaciones, como del Carnaval, es el barroquismo: la libertad de la naturaleza gana un juego interino al rigor de la norma. Pero ya se da por entendido que, en tal mente, lo barroco no puede pasar de una relatividad exigua. En presencia del encanto grácil de la que, según otro poeta, es nostálgica enamorada(3) del abeto, todavía la punta del abeto orienta la meditación. Y el descanso para los trabajos del filósofo será siempre la filosofía.
La filosofía de Paul Valéry saca, de la contemplación de una palmera, la parábola por donde se nos muestra el valor de la creación recogida, altiva, solitaria, silenciosa… Ahora, cuando yo hago memoria de esto, delante, a mi vez, de una palmera, ella parece decirme dulcemente, con el acompasado oscilar de sus ramas: «Que no, que no». Mi palmera, por lo visto, no es una pensadora solitaria, sino una pensadora coloquial. Su creación no es incomunicablemente mística, sino(4) socialmente dialéctica.
No pasa un minuto sin que las palmas de la palmera me hagan algún signo. Es su lenguaje, tan blando pero tan insistente(5). Unas veces, los signos de las palmas me dicen que no, cuando pienso en la lección de Paul Valéry. Otras veces, al contrario, afirman; así una cabeza que se mueve de arriba a abajo (en este momento, una Musa desliza a mi oído(6) que la palmera es el único árbol capaz de(7) afirmar). En otras ocasiones, se diría ser la vacilación la que inspira su balanceo. El caso es que mi esbelto interlocutor no calla nunca; ni se recoge tampoco nunca en adormecido monólogo.
Que esta actividad social traiga sus frutos, como los trae(8) el adormecimiento esquivo de la palmera valeriana, ya es otra cuestión. Alguna voz (que esta vez no venía de una Musa) me ha dicho que las palmeras como la que se yergue ante mis ojos, no dan dátiles. Pero, no sólo de dátiles vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios. Y las palabras que salen de la boca de Dios son también frutos. ¿Qué importa que yo los guste en mi interior o que vea sus racimos en la copa de un árbol? Más inmediato, más valioso, y hasta más sensual, es lo primero.
Tampoco me turba el considerar que las afirmaciones, denegaciones y vacilaciones de mi palmera, no vienen de la misma, sino del viento. A las objeciones con que mi pensamiento se nutre y de las cuales se regala, yo no les pido originalidad, sino eternidad. No tomo gustosamente en cuenta sino a aquel a quien no puedo ganar definitivamente la partida. Amo al barroco, mi enemigo, porque me da motivos constantemente para hablar de él. Exorcizo a la Música o a la Naturaleza, porque tengo miedo a derretirme deliciosamente oyendo a una flauta o viendo un paisaje. En los concursos de la Cultura, los que verdaderamente interesan son los que el Juicio Final cerrará con empate.
Bueno, mi querido cofrade académico: démonos por empatados. Usted(9) se quedará con las palmeras que se están inmóviles en el palmeral. Éstas son probablemente muchas; son las más, porque son las que han crecido menos… Para mí, estas(10) tres o cuatro que se destacan, por haber crecido demasiado, y que ya no ampara la muchedumbre de las demás. A éstas, en su delgadez, el viento no sólo columpia las palmas, sino el tronco. Sería peligroso subir hasta purgarlas de frutos, si es que los tienen. Pero yo, estos frutos(11) los regalo a la corrupción, a la nada. Me contento con los otros, sobre(12) los cuales la corrupción no podría y que la muerte no aniquilará.
ESCRITO EN SITGES. PARA JOSÉ SAMITIER.— Le he preguntado al «as» de nuestro deporte, que tanto ha sido amigo suyo, si creía la noticia cierta. La noticia, quiero decir, del asesinato de Maurice Chevalier.
—Se me hace duro el pensar, ha contestado «Sami», que esto ocurra en París el día de la entrada de Norteamérica en París. Los americanos adoraban a Maurice… ¡Les había divertido tanto, así cuando visitaban París como cuando se lo llevaban a América! El entusiasmo de ellos era como el de un niño. Como el de aquellos colegiales franceses, en cuyo cuarto brillaba, aproximadamente inexplicable, la fotografía del sonriente difundidor de la canción de París.
—Quienes más se divertían con él, más sencillamente y sin complicaciones, es porque le tomaban como su juguete. Con los juguetes hay diversión, no hay agradecimiento. Pasa el tiempo. Otras cosas interesan… El niño que ya no juega con el juguete, lo destroza. O lo deja destrozar.
Ya murió el caballito de palo
Y ya lo enterraron, así que murió…
El olvido, amigo «Sami», no aprenderá aquí la lección melancólica de Shakespeare. Aprenderá el Ne pas s'en faire de Maurice Chevalier. Y si han resucitado los sombreros de paja, nadie pensará en ponerles una cinta de luto.
ESCRITO EN BARCELONA. PARA EL LECTOR DE MIS «TRES LECCIONES EN EL MUSEO DEL PRADO».— ¡Si, lector demasiado bien informado, probablemente por mí mismo, y a quien me ocurre ahora el adivinar, aunque te calles! Un nombre hubiera debido estar en ese libro y no está. El de Walter Pater, de quien otras veces he hablado con tanta detención como simpatía. Y en términos que hoy el traductor de Mario el epicúreo reproduce en su prólogo. Y hasta deja que destiñan más allá de lo por él entrecomillado.
De Walter Pater hubiera debido decirse algo(13) en las Tres lecciones. No en la serie de los teorizadores o clásicos de la crítica de arte —que entonces ya no me perdonara el olvido—; pero sí en la de quienes allí son llamados sus «franco-tiradores», con los Baudelaire y los Fromentin.
Como, en esas(14) páginas, el asunto era una teoría y no una antología, resultaba legítimo que se diera más importancia a Taine, por ejemplo, que a Walter Pater. Pero yo mismo acabo de escribir, en coloquial interludio con un crítico: «¡Filólogos, preferid la manera de Walter Pater a la manera de Hippolyte Taine!». Desde luego, si no hubiese para escoger más que uno de esos dos caminos, yo, para mí, había de preferir el primero.
La corrección objeto de la presente posdata, y otras consideraciones sobre Walter Pater se llevarán a la nueva edición de las Tres lecciones; si tú, lector, y otros muchos que hagan lo que supongo hecho por ti, comprar el libro, la volvéis necesaria.

(1) Escrito en … francés] La palmera Novísimo Glosario
(2) necesitado necesidades Novísimo Glosario
(3) que, según otro poeta…enamorada] distante amorosa Novísimo Glosario
(4) sino] : es Novísimo Glosario
(5) Es su lenguaje…tan insistente] Lenguaje tan blando como insistente Novísimo Glosario
(6) una Musa desliza a mi oído] desliza a mi oído una Musa Novísimo Glosario
(7) capaz de] que puede Novísimo Glosario
(8) los trae] om. Novísimo Glosario
(9) Usted] Y que se nos reparta el premio. Y usted, monsieur Valéry, Novísimo Glosario
(10) estas] aquellas Novísimo Glosario
(11) estos frutos] éstos Novísimo Glosario
(12)
sobre] contra Novísimo Glosario
(13) decirse algo] algo decirse La Vanguardia
(14) esas] estas Novísimo Glosario

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Última actualización: 11 de febrero de 2010