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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
LÍMITES
(La Vanguardia, 3-IX-1944, p. 6; recogido en Novísimo Glosario, pp. 309-313)

Los dolores del mundo son nuestros dolores. ¿Cómo, sin embargo, epilogar acerca de los mismos, con doble asistencia de sinceridad y libertad?… Al mismo Papa, autorizado para dogmas, le oímos hoy detenido en insinuaciones. ¡Què no será de(1) quien sólo se pudiera atrever a lanzar pareceres, en demasiadas ocasiones tomadas, por el consenso común, como paradojas!…
No hay, pues, que extrañar que el drama de aquellos dolores sólo se estile y cifre aquí(2) tangencialmente y con grandes hiatos. Mejor se diría que debe adivinarse como un fondo y con aquella ausencia de relieve que produce la interposición de una gasa. En un teatro de Lisboa he visto una vez a Adelina Abranches representar el tremebundo esperpento Las dos huérfanas. A cada nuevo cuadro, se descorría el telón. Pero, debajo del telón de boca, aparecía, durante unos instantes, mas que transparente, traslúcido, un segundo telón, que velaba sin ocultarlos decoración y actores, en la inmovilidad y el silencio de un cuadro plástico. Ante esa aparición, el público aplaudía, hasta que la gasa se descorría también y empezaba el diálogo. No pretendemos el aplauso nosotros, si los episodios sucesivos de la mundial tragedia sólo van compareciendo tras de la trama de nuestras escrituras con parecida vaguedad. Y menos si, impacientes por la misma, rompemos en ocasiones la ordenanza del cuadro plástico y, dando la vuelta por los bastidores, comparecemos, solos, delante del segundo telón y nos ponemos descaradamente en primer término, entre la sutil trama y la concha del apuntador, para, inevitablemente destacados así, hablar de cosas propias.
Tanto más cuanto que esas cosas propias no queremos nunca articularlas en monólogos, sino, siguiendo normas filosóficas superiores, en un diálogo lo más abierto posible. Ahora, por ejemplo, los interlocutores han sido los estudiosos que, en un certamen de nuestras Ilicitiadas, han querido honrarnos dando alguna crítica atención a doctrinas y tareas que nos son habituales, consubstanciales, mejor dicho. Si ellos han aprovechado alguna lección nuestra, nosotros, por nuestra parte, aprendemos de ellos otra lección, cuya ventaja inicial está en el reconocimiento de nuestros límites. «Mis límites son mi riqueza», sentenciamos, hace ya mucho tiempo, en aforismo. Mis límites son también mi poder. Son, principalmente, el secreto de una tranquila seguridad. Gran precepto de cordura, el que traduce aquel modismo vulgar de nuestro país, que aconseja no estirar el brazo mas allá que la manga.
También hemos detallado algún día la peculiaridad de nuestra manera de visitar un Museo nuevo, cuando, en los viajes, nos encontrábamos en una ciudad nueva. Lo primero, desde el entrar, era recorrerlo longitudinalmente, por entero, hasta la última sala. Al dar con el cierre o al columbrar la salida, apaciguado él acerca de la turbación, hija del desconocimiento de los límites, seguro de que «ya no hay más Museo», desvanecidos los fantasmas de la infinitud y de la indefinición, puede ya el visitante volver sobre sus pasos y dedicarse al goce de una contemplación sala por sala, obra por obra… En el fondo, esto no pasa de ser la aplicación de aquella receta sin precio que el Arcángel Rafael da, en el Libro de Tobías, a Tobiasillo, cuando éste, en el susto de un pez, con que se tropieza en el agua, clama auxilio: «Toma al pez por las agallas y sácalo a tierra». Quiere decir que le aisle del turbio elemento, que puede hacer espantosos a los peces en el agua, a las dificultades y a los problemas en la vida, para abarcar con ojo lúcido su extensión, su contorno, y entonces, no sólo poderles, sino abrirlos en canal y sacar de ellos personal ganancia, extrayendo, verbigracia, su hígado y convirtiéndolo en medicina para la ceguera(3). No hay tribulación a la cual no sea dable extraer el hígado, a condición de agarrarle previamente las agallas.
Y no hay problema ni dificultad mayores para el ser humano que los del conocimiento de sí mismo. «Conócete a ti mismo», mandaba la sentencia del frontón. Pero claro que para esto hay que empezar agarrando las agallas propias. Y sacándose uno del medio turbulento en que nos sumen las circunstancias ambientes. La familia, la amistad, el paisanaje, la afiliación a un grupo social y a sus lisonjeras camaraderías, verdosas aguas son, propicias a espumas y a sargazos, bien de insano decaimiento, bien de incontrolable petulancia. Esfumaturas mentirosas, donde se ha vuelto ardua por demás la conciencia de los propios limites. Hay que sacar a tierra de objetividad el pez enigmático de nuestra alma. Hay que llegar a la última sala en el Museo de nuestra personalidad, para que el tropiezo, allí donde acabamos, nos permita una clarividencia de lo que somos.
Que la salida de nuestras disposiciones hacia los campos de la erudición o hacia los campos de la mecánica la obtura un cierre, es verdad que teníamos por sabida perfectamente desde hace tiempo, sin que allí la exclusión comportara demasiado la tentación. A la juventud le cuesta resignarse. Sólo a cierto nivel de la vida se percata uno de su radical ineptitud para leer ciertos infolios o para manejar ciertas máquinas. Ilusiones consoladoras podrán venir a decirnos en tal instante que eso viene de una afición incorregible a lo vivo; por modo que aquellas zonas del saber dominadas por lo inerte, con no llamar al interés, no den más que reacciones de ineficacia. La erudición, saber inerte; la máquina, actividad inerte, son reconocidas como radicalmente ajenas a aquel interés, sin demasiada humillación. Pero otros posteriores reconocimientos parecerán más graves. ¡Cuán duro, para el aficionado a la vida, el averiguarse definitivamente extraño a la música, que es vital en tan alto grado! ¡Cuánta resistencia en quien, comprensivo, sin embargo, y generoso, se ve en el caso de llegar a definirse como incapaz del sentimiento de aquella flor da la vida, que es la niñez! Una reflexión un poco ahincada viene tardíamente a explicar que es la presencia del cambio evolutivo lo que, en la niñez como en la música, ha de repugnar a quien siente y concibe la vida en la estabilidad suprema. Esto no se logra sino a precio de algún desgarro interior, de ciertas dolorosas renuncias.
Pero no hay más. Es hora de reconocimiento de verdaderos límites, para los hombres como para los pueblos. Así nacional representante en una conferencia por armisticio o paz, conviene que fijemos, con impávida y resignada conciencia, nuestros confines. Nosotros —el personaje que se ha permitido destacar por delante del telón de gasa— limitamos: al Norte, con la Erudición; al Sur(4), con la Mecánica; al Este(5), con la Música; al Oeste, con la Niñez…


(1) de] a Novísimo Glosario
(2) aquí] allí Novísimo Glosario
(3) medicina para la ceguera] medicamento Novísimo Glosario
(4) Sur[ Este Novísimo Glosario
(5) Este] Sur Novísimo Glosario

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Última actualización: 11 de febrero de 2010