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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
DEL PROTOCOLO
(La Vanguardia, 30-VIII-1944, p. 1; recogido en Novísimo Glosario, pp. 307-309)
—Amables, obsequiosos amigos, cuidado con la distribución de sillones en el estrado, con el orden de los lugares en la mesa. A mí, como particular, me importa una higa. Como representación, que es lo angélico, tal vez ya sería otra cosa… Pero, en fin, yo no hablo por mí, hablo por el protocolo. Y, ¿sabéis qué es el protocolo? Pues el protocolo es la garantía de la libertad, de la comodidad de todo el mundo.
Una vez, tenía yo que poner la primera piedra para una biblioteca, concedida, un poco a título de ejemplar lección, a un apartado lugar de mi tierra, que figuraba entre aquéllos que la moderna pedantería acostumbra(1) llamar atrasados. Tan atrasado aquél, que, al llegar en tartana, los de la ceremonia creímos que nos recibían a tiros. Después averiguamos que los tiros eran salvas de escopeta. Salvas que una cortesía, no por anticuada menos elegante, prodigaba a nuestro favor. Y todo, en la estancia y fiesta, continuó así. Todo, presidido por un(2) orden, una distinción ritual, un espíritu de jerarquía y una protocolaría dignidad, que no sólo nos encantaban estéticamente, pero sirvieron además de grande y práctico alivio a nuestras fatigas.
En cambio, unos días más tarde, hubo que acudir, para lo mismo, a otra población, separada apenas por cinco kilómetros de la capital, y con enlaces de trenes y tranvías, y con cien establecimientos industriales, y con cinco cines, y con suficiencia y despreocupación. La despreocupación era tal, que, al comienzo de la ceremonia, el alcalde, tras de decir: «Que cada cual se siente donde quiera», declaró que, a la vez, se habían suprimido su discurso y el banquete, porque allí ellos estaban para aprender, y no para enseñar nada —ni, probablemente, para regalar con nada—, a los grandes sabios que les honrábamos con nuestra presencia. Y sobre los cuales caía todo el gasto, así de refresco como de oratoria.
* * *
Ignoro si eran los efectos de una despreocupación así los que hicieron llegar furioso un día a París al querido académico M. Louis Bertrand, que, tres días antes, había abandonado bruscamente en Niza la sala de una comida oficial, porque, según él, habían colocado allí su cubierto frontero al de una cocinera. El la llamaba, peor que una cocinera, un torchon. A la verdad, aquél estropajo era la señora de un concejal. Pero M. Bertrand, aunque habitual en lo de llegar a París hacia esta época del año, precisamente a principios de agosto, cuando hacía demasiado calor en su querido Antibes, aquel año declaraba llegar huyendo de la grosería de las costumbres meridionales y de la ausencia de protocolo. «¡Por Dios! Nadie ignora que la Academia francesa ‘pasa’ antes que todo», vociferaba, sofocado aún. «Supongo que, entre ustedes, con la Academia Española, pasa lo mismo».
Yo, por pudor patriótico, le dije que sí, que con la Academia Española se acostumbraba a lo mismo. Y, a la verdad, dentro de la antigua etiqueta palatina, ello estaba protocolariamente establecido. Los ministros, primero; los ministros nada más. En seguida los jefes de misión, representantes de países extranjeros, los jefes nada más; luego, los Grandes de España, y ya los académicos, a continuación. Si esta etiqueta antigua se fue poco a poco perdiendo, la culpa es de los académicas mismos, que no han hecho como M. Bertrand y que se han achicado.
* * *
Una última viñeta para Ilustración de estas reflexiones volanderas sobre el protocolo; y, no ya de las virtudes del mismo, sino de la gravedad de las desventuras que puede acarrear su ausencia. Ello ocurrió en un país sudamericano y en ocasión de la visita oficial hecha por el general Mangin. No sólo éste, sino todos los oficiales del crucero francés de guerra que los llevó, recibieron durante su estancia allí mil atenciones y los más extremados obsequios de la sociedad metropolitana. Para retribuir, la víspera de la partida invitaron a una comida de gala a bordo. Los cartones fijando la hora de las siete se circularon con anticipación. Pero aunque explícitamente estos cartones rogaban contestación(3), fueron innúmeros los que se creyeron dispensados de contestar; pocos, desde luego, los que estuvieron presentes a la hora dicha. Los impuntuales(4) llegaban, por sorpresa, sin su mujer, que también había sido invitada. Otros, en cambio, acompañados por su hija, en estado de merecer. El general estaba a punto del reniego cuartelario; y los jóvenes maestros de ceremonia, que tuvieron que cambiar más de ocho veces por entero el orden de la mesa, a dos dedos del suicidio por deshonor. Total, que la gente se sentaba a comer pasadas las diez y el café se servía cerca de la una. Los oficiales franceses hubieran querido bailar; pero la gente, pinchada por diferentes urgencias, desfiló con el bocado en la boca. Una catástrofe. ¡Y una de planchas! ¡Y una de disgustos!
Años después encontré en París al general, en el galón de Gilbert Mauge. Le recordé el siniestro episodio. «A la mañana siguiente, al zarpar, recordó él, disparamos unas salvas. Aquellos cañonazos eran, sin duda, en honor de la hidalga nación que tan amigamente nos había acogido. Pero yo, mentalmente, reservé uno para honor del Protocolo».

(1) add. a La Vanguardia
(2) un] una Novísimo Glosario
(3) contestación] respuesta Novísimo Glosario
(4) impuntuales] invitados Novísimo Glosario

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Última actualización: 10 de febrero de 2010