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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
LAS ILICITIADAS
Elche se encuentra por ventura en camino de convertirse para España en algo que recuerde lo que para Grecia fue Delfos, el santuario anficciónico y lúcido. Bien que, de preferencia a la memoria de un Delfos, cuadrara aquí la de un Eleusis, por el carácter de principado y soberanía de lo Eterno Femenino, que tienen aquí Juegos y Misterios; lo que pretendemos proyectar sobre el caso Elche es la luz procedente de algo que sirvió también para contar cronologías en la historia.
Juegos y Misterios locales prestaron al mundo helénico el luminoso servicio de permitirle el cálculo retrospectivo del tiempo, por Olimpíadas. La institución del Voto de Elche, consagrada el año pasado y que, según acuerdo, ha de renovarse cada tres, hasta que nos venga de Roma la definición y la proclamación dogmática de la Asunción de María, de su vivir completo, formal e ideal en la serenidad del Empíreo; de la avanzada con que nos ha precedido a todos en las reintegraciones de la Resurrección de los Cuerpos, concede a nuestra vida moral española, que para esa teológica empresa ha levantado nuevo estandarte, cual antaño lo pudo levantar en pro de la Inmaculada Concepción, el derecho, casi el íntimo deber, de contar por Ilicitiadas; por las etapas que señalen las solemnidades máximas de la ciudad de Ilicis. Estamos, pues, ahora, dentro de la Ilicitiada primera. La segunda ha de abrirse el 15 de agosto de 1946.
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Hubo un tiempo en que los doctorandos españoles habían de jurar, para recibir colación del grado, en cualquiera de nuestras Universidades —porque entonces no era una sola a concederlo, según la anomalía que se ha implantado administrativamente después y que tanta extrañeza produce entre los universitarios del mundo—, defender siempre la Inmaculada Concepción de María, que no era dogma aún. También los de Elche, hoy hace un año, hicimos juramento de afirmar y defender su Asunción. Yo cumplo.
Primero, porque una generosa adopción rne ha dado ya título de ciudadanía allí. Segundo, porque yo allí estaba en la recordada ocasión y en alta voz y ante todos, pronuncié las palabras rituales. Tercero, porque, objetivamente, creo que la doble seguridad de una misión eterna en lo específicamente femenino y de una perennidad esperanzada para lo formal y corpóreo —en otros términos, de que lo sexual es también metafísico y de que lo formal lo es igualmente—, importa sobre manera a toda la humanidad. Únicamente los frívolos han podido reparar de frívolas aquellas discusiones bizantinas famosas sobre «Filioque»: en alguna parte, me figuro haber demostrado que, de lo que entonces resultara sobre el «Filioque», dependía el porvenir de la civilización. Ligado, como estaba, a la idea de que, también del Hijo, procediese el Espíritu Santo. Como hoy los acontecimientos que más nos interesan —entre ellos, el advenimiento de la paz entre las naciones—, están ligados a la solución que se dé al tema de si un Imperio puede subsistir encima de ellas, sin que lo perciban los ojos. De si hay Figuras que alcancen lo perenne, sin tener soporte en la tierra.
La guerra nos ha llenado de una pululación de Estados nacionales sin tierra. La paz, ¿no podría darnos un Estado imperial, al que no resultase necesaria la tierra tampoco? En los siglos de la decadencia austríaca del Sacro Romano Imperio, ello se intentó, más o menos carnavaleado con vanas pompas y etiquetas, que acabaron por reducir la idea al ridículo, ante el doble impulso de autenticidad y de actualidad, que contra ella tenían, por un lado, el principio de nacionalidades; por otra lado, las agitaciones revolucionarias… Sólo que hoy ocurre que autenticidad y actualidad, de donde hayan huido, precisamente, es del Nacionalismo y de la Revolución. Así, el Imperio, el Imperio sin tierra, podría alcanzar una existencia que, no por ser ideal, fuese abstracta. Una de esas existencias que, no por estar únicamente «sobre el papel», como se dice —sobre el papel, o, qué más da, en pergamino, en donde se escribió el «Filioque», donde se escribió la Inmaculada, donde se escribirá la Asunción—, dejan de tener tan vital eficacia, que por esto son movidos los hombres a pelear y a morir.
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Mientras el curso de la Ilicitiada primera alcanza el inicio de la Ilicitiada segunda, nada como el cultivo de este orden de pensamientos puede mejor preparar a la renovación del Voto. La sección local de la «Junta nacional para la restauración del Misterio de Elche y de sus Templos» y el Ayuntamiento de la ciudad deben de haberlo entendido así, cuando, al renovar en el programa de sus fiestas anuales, desde 1943, la celebración de un Certamen literario, ha concebido éste como al servicio de una doble nutrición… Poética, sin duda, en concurso y con premios según la usanza de los Juegos Florales; pero ideológica también, proponiendo temas más directamente enlazados con el orden teórico a que la vocación ilicitana se ha consagrado ya.
En 1943, el común denominador de esos temas teóricos era lo Eterno Femenino, concretado en las figuras de Eloísa, Clemencia Isaura y María; y, si el primero de estos nombres, presentado sin explicación, turbó a no pocos al principio, hoy, con la publicación en volumen de las composiciones premiadas, bien pueden ver todos la superior coherencia que ligó al interés ciudadano y religioso aquella imprevista asociación.
En el presente año, los temas propuestos para la sección monográfica del Certamen son otros y se ha querido con ellos reunir estudios sobre mi obra y filosofía. También ahora, al principio, alguna turbación ha podido producirse relativa a la intención de esta adjudicación personal. Cualesquiera, sin embargo, que hayan sido los motivos anecdóticos de su proposición; por mucho que haya entrado en ellos, por parte de la Junta local y del Ayuntamiento, el deseo de compensar ciertas ya olvidadas anécdotas de disidencia pueblerina —deseo que, como expresión de amistad, me obliga infinito—, lo importante es que, en ello también, una coherencia se produce. Porque, a nadie que estudie mis esfuerzos y mis tesis ha de escapar cómo en ellos y en ellas todo confluye a la vindicación del pensamiento figurativo, a la ética de la estética, a la Metafísica de la forma… Y, por consiguiente, a nada que no se ligue y, a la vez, ilustre y sea ilustrado al enlazarse con la celebración del Misterio y con los Juegos a que ya puede parecer providencialmente destinada, aquella que, en sus comienzos, se llamó: «Filosofía del Hombre que trabaja y que juega».
Si en la ocasión no cabe hablar de «armonía preestablecida» nunca. Si no trabamos ideológicamente esta filosofía a Elche, a la Asunción y a la primera Ilicitiada, ¿qué podremos trabar? Porque, sin trabazón, no hay orden. Sin trabazón, no hay inteligencia. Un mundo en que todo, cada idea, cada hombre, cada lugar anduviera suelto e independiente, sería un mundo anárquico e irracional.

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Última actualización: 10 de febrero de 2010