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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
¿UTOPÍAS?
(La Vanguardia, 8-VIII-1944, p. 3; recogido en Novísimo Glosario, pp. 286-290)

¿De qué sirven las reformas sociales que no tienen su fundamento(1) en la entraña de la sociedad? De lo que,en el afeite femenino, las cremas para el cutis que no renuevan la sangre.
La sangre de la sociedad es la educación. Ahora, en nuestros pueblos modernos, la educación se dirige, desde los comienzos, a separar. La escuela aísla al letrado del analfabeto; el latín, al bachiller del primario. Se enseña dibujo a quien se quiere artista; solfeo, al que manifiesta disposiciones para el piano. Y el que no se destina a perito agrónomo debe contentarse con el conocer sobre la agricultura un libro de texto, que, a lo mejor, ni siquiera tiene grabados, sin acercarse para nada a la realidad de la vida rural.
En países, inclusive, de los que se precian de «esencialmente agrícolas», permanece la Agricultura como una asignatura más en el bachillerato de los niños burgueses. Cuando convendría que fuese el denominador común de toda existencia personal. La calidad de «soldado», ¿no se extiende a todos, a partir del momento del servicio militar obligatorio? La de «ciudadano», desde la afirmación de una generalidad en los derechos políticos, ¿no la tienen los rústicos también?… Pues igualmente la nota de «rústico» la desearíamos para todo ciudadano. Introducida en su formación por la enseñanza, como con la ciudadanía, y por el ejercicio, como se hace con la de soldado.
A todo hijo de un país agrícola quisiera yo agricultor. Potencialmente, al menos; en todo caso, con previa preparación teórica y práctica. Que la escuela la procurase; después ya vendría el que muchos se hicieran corredores; varios, ingenieros; algunos, juristas; y tal cual, poeta lírico, o paisajista, o matemático, o arqueólogo. Y con que a cada generación saliese un filósofo o un 0'95 de filósofo, ya me bastaría.
Para que se atribuya a la anterior declaración su exacto sentido, y no se la crea inspirada en un practicisrno grosero, vuelto de espaldas a los intereses de que soy sempiterno abogado, es decir, los de la Cultura, diré a seguido que igual iniciación primaria, igual carácter común, indispensablemente básico, daría a la enseñanza del latín. Quisiera ya al latín en la escuela, como el Catecismo. El Catecismo da entrada al mundo de las realidades superiores. El latín, al de las realidades de la cultura, que llamamos, por antonomasia, «humanidades». Como la Agricultura, al de las realidades terrenas. Todo esto a condición, naturalmente, de que lo aprendido sea auténticamente vivido.
Luego, me gustaría que los niños en las escuelas —que tal vez se llamarían granjas—, dibujasen (pintar, no), cantasen (tocar el piano, de ninguna manera) y bailasen (nada de «gimnasia rítmica», que es una falsificación ginebrina insufrible; nada, tampoco, de esos espectáculos artístico-coreográficos a que ahora los padres de cierta clase social consagran inconscientemente a sus hijas, en aprendizaje que no tendrá más resultado, a la larga, que el de crear un proletariado danzante, como antes había existido un proletariado pianístico… No fantaseo nada: el «proletariado danzante» ya se había formado en Rusia en los tiempos inmediatamente anteriores al bolchevismo; y hoy encontramos sus muestras, en forma de deshechos lastimosos, en todos los dancings, en todos los hospitales y hasta en todas las salas de autopsia judicial del mundo.
¿Y en cuanto a los conocimientos en la primera enseñanza, en cuanto al saber? En este capítulo hay que quitar mucho hierro. En realidad, poco bastaría. Lo instrumental: leer, escribir, las cuatro reglas. Para la ciencia, para la educación ciudadana, lo que del aprendizaje de la agricultura resultase, que no sería escaso; y hay más química en el hacer vino que en veinte epítomes de texto de primer o de n grados; y más política y más derecho en las formaciones juveniles de los niños labriegos que en cualquier resumen ad usum Delphini del Medina y Marañón.
Para la religión, la práctica de la liturgia, que es su «estilo y cifra» universal y perpetuo. Y en cuanto a lo que pudiéramos llamar «humanidades menores», lo que un artesano del Renacimiento sabía: la Historia Sagrada, por donde se continuaría el Catecismo; la Mitología clásica, por donde se continuaría el latín… Sí, la Mitología, que no se escandalice nadie: es la otra piedra angular de nuestra cultura. En España contamos con un tratadillo de Mitología para la infancia, literalmente admirable. Lo escribió Fernán Caballero. Que el niño lo lea o que alguien se lo explique, con la viveza, amenidad y tacto que la gran escritora nuestra empleó.
Y ahora, avancemos un poco más. Dejamos atrás la primera infancia. ¿Cuál pudiera ser, siguiendo el iniciado camino, la formación —se entiende siempre la formación común: sólo se deja ya ahora a los que no reciben más que la escuela, a los que deben permanecer en condición de labriego— de la adolescencia? ¿Cuál es, en nuestro plan, tal vez utopía, la fórmula para la segunda enseñanza? Mis bachilleres serán todos unos artesanos. Mis Liceos secundarios, unas Escuelas de Artes y Oficios. Que el farmacéutico futuro haya empezado por la tintorería; que el destinado a presentarse mañana en el foro sepa ajustar tornillos, y el capullo de cirujano, aserrar madera. También aquí debe tratarse más bien de un nivel en el adelanto que de una especificación profesional. Yo ni siquiera después de eso me adelantaría demasiado en la especificación.
La Universidad misma, antes que diplomar a alguien de astrónomo o de filósofo, quisiera que le graduase de ingeniero o de maestro de escuela. Las disciplinas de pura especulación deberían quedarse para un ápice al que llegaran pocos. La sociedad no puede mantener honestamente a muchos astrónomos que no le presten más servicio que el de anunciar eclipses u otras cosas que ya no tienen remedio. Y en cuanto al filósofo, ya va dicho con qué fraccionario se nos contentaba.
En síntesis: cabría en cierto sentido aplicar a esta organización el título de una sociedad de Profesión única. Como en un gremio, el aprendiz se distingue del oficial, y éste, del maestro, dentro del cuadro de una sociedad así, el que pone su huerto a cierto amparo del pedrisco ha de sentirse únicamente como un hermano menor del que averigua que ha entrado en actividad alguno de los cráteres de la luna. Y para el primero, la esperanza del avance abierta siempre; que lo que entristece la práctica de las profesiones no es la ausencia de la mejora, sino el despido de la ilusión. Y para el segundo, en la eventualidad del mal éxito, la garantía del paso atrás posible. Que el fracasado como astrónomo pueda construir instrumentos de óptica. Que el vencido en los concursos para explicar Filología clásica(2), pueda siquiera hacer aprender a los niños los nombres de las nueve Musas.
En un día, ya bastante lejano, yo le expliqué estas cosas a Antonio Aniante, el cual se entusiasmó y me dijo que lo iba a comunicar a Gabriele d'Annunzio, que acababa de hacerse con Fiume y proyectaba allí una tiranía ilustrada. También se las expliqué a la pintora Mela Muter, la cual, en el mismo estado de aprobación, me propuso —bien qué su proyecto no cuajó— hacerme encontrar en su casa al embajador que en París tenían los Soviets. Pero d'Annunzio continuó escribiendo proclamas; y los Soviets, cometiendo asesinatos. Y la reforma de la entraña social aquí resumida se quedó en la cantera de aquellas buenas intenciones, con visos de utopía, de que salen las piedras con que está empedrado el infierno.


(1) su fundamento] om. Novísimo Glosario
(2) Filología clásica] Filosofía románica La Vanguardia

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Última actualización: 8 de febrero de 2010