volver
Eugenio d'Ors
presentación | vida | obra | pseudónimos | retratos y caricaturas | galeria fotográfica |dibujos |entrevistas| enlaces    
SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
EL CORO DE LA CATEDRAL DE SANTIAGO
(La Vanguardia, 27-VII-1944, p. 3; recogido en Novísimo Glosario, pp. 273-276)

Siento no haber podido acudir ahora a Compostela, a darme cuenta de cómo andaba eso del traslado del Coro en la Catedral. Porque son obras que se llevan a término, según parece, un poco a cencerros tapados. Se quiere evitar intervenciones como esa de hará un bienio, provocada temerariamente al solicitarse el dictamen de la Academia de San Fernando. Éste fue entonces completamente negativo; tan completamente, que se intentaba, para siempre y en todo caso, «prohibir» que se quitasen los coros del centro de la nave, para llevarlos entorno del altar ni a parte alguna. Yo, entonces, voté en contra. Voté en contra, por entender que, si se tiraba demasiado de la cuerda en las aras del farisaísmo estético, lo que iba a ocurrir es que tales traslados se realizarían bonitamente y sin pedirnos parecer, o saltándoselo a la torera. Y ello en los casos plausibles, como en los tolerables, como en aquellos otros —excepcionalísimos, me apresuro a declararlo— en que la mudanza no pudiere hacerse sin barbarie. Mientras que, si por un lado se atendía a razones, cabía esperar que por el otro se hiciere a las opuestas, por lo menos la part du feu,o se les amparase con el paulino oportet hoereses esse de las irónicas aceptaciones marginales.
La razones del Cabildo compostelano no podían ser mejores. El Coro, que en ellas se condenaba, no es ningún primor. Se trata de un aditamento sobrevenido, en tiempos relativamente recientes, a una bella fábrica antigua. Y resulta aquél tan embarazoso, que únicamente deja unos cinco metros de espacio entre su entrada y el altar mayor. Ahora bien, el Santiago centro de peregrinaciones necesita poder acoger en su templo a las muchedumbres, hacerlas participar, siquiera por la vista, como recomienda la Liturgia, en los oficios de sus fiestas. Pero, en éstas, los cinco metros en cuestión están ya ocupados por las autoridades, por los invitados de marca y por altos personajes, a veces, y séquitos. Más allá de las vallas, que aislan a este mundo oficial, el pueblo se desoja sin ver casi nada: los apretujados a las veras del Coro, alargan el cuello; los de atrás, si son pacientes, se resignan. Hay en ocasiones peregrinos que han andado tierras y leguas para acercarse a la luz de santidad del Apóstol. Entre el Apóstol y ellos se interpone una impía pared. Cuando a este peregrino le salga tal sabihondo a decirle que esta pared es, precisamente, lo sagrado, porque «representa una peculiaridad característica de la tradición artística española», lo menos será que dude, bien de la capacidad sentimental de quien tal dice, bien de su veracidad.
Hará bien en tomar precauciones acerca de esta última. Que aquel antilitúrgico emplazamiento de los coros en el centro de la nave sea una «revelación exclusiva y auténtica de la piedad española», es algo que está aún por dilucidar. En las discusiones de la Academia, a alguno de los defensores del dictamen, que había partido de aquella afirmación casticista para oponerse a la facultad de los obispos, se le escapó el decir: «Al señor d'Ors, tan liturgista, no le satisfará, por ventura, el saber que, al querer autorizar la supresión de algunos coros de nave, está de acuerdo con los conductores de la Revolución francesa, que, en su día, lo realizaron así en Francia». «Señal, pues, de que allí los había —salté yo, al quiebro- ; señal de que no se trata de una tradición española exclusiva»… ¡Pero, Señor, aunque se tratara! ¿Todo humanismo no se ha creado así, con el sacrificio de la tipicidad local? ¿Qué vale el que, a alguien o algo, se le conozca por alguna especial nota pintoresca, al lado del valor de una participación en la nobleza de lo general humano? La Liturgia es el estilo y la cifra del Catolicismo. Y Catolicismo quiere decir universalidad, unanimidad. «¡Ya perdimos así el rito muzárabe!», exclamó, elegíaco, uno de aquellos académicos. ¡Tanto mejor! Alguna de estas curiosidades excéntricas en el rito merece, tal vez, veneración. Que se le deje sobrevivirse, a condición de que sea única. Como se deja sobrevivir a «una sola», en el mundo de las representaciones teatrales en el interior del templo: el «Misterio de Elche». Pero, ¿que sucedería si la estilística del Misterio de Elche anduviese repitiéndose en todas partes, y si ello se hacía con pretexto de tipicidad española, o levantina, o lo que fuese? Sucedería que el Misterio de Elche, perdiendo el derecho a la veneración que le gana su extrema excepcionalidad, sería incluido bajo la enseña turística, al lado de los toboganes o de los sanfermines.
Quizá, en las Catedrales españolas, haye tres o cuatro coros de nave que convenga respetar, y dejar así, en méritos de un muy especial interés artístico. Aún, respecto de ellos, la base de ese interés, ¿no la hallaremos principalmente en la escultura? Y la contemplación y el goce de la escultura, ¿no son los mismos, o mayores, cuando, en vez de tener un templo por escenario, tienen un museo? ¡Pero la armonía de un conjunto, se dirá, el ambiente que rodea esos relieves de los muros, esas tallas de las sillerías!… ¡Alto aquí! Acordémonos de que se trata comúnmente de adiciones, en que nunca pensó el arquitecto arbitrador de la fábrica. Y que estorban y perjudican a la visión del interior de ésta. El arquitecto señor Palacios también votó en contra, en la Academia, del dictamen y de conservatismo ultrancero. Así como el conde de Casal, miembro igualmente de la sección de Arquitectura. Pero el mayoritismo académico fue tan cerrado, que hasta se prohibió a quienes el arzobispo de Santiago o el Cabildo querían invitar, el que fuesen a ver, sobre el lugar, la situación que el Coro creaba, y estudiar las soluciones que cabrían. Había el miedo —confesado— a que entre académicos comprensivos y bien intencionados canónigos se estableciese una corriente de simpatía. Entonces, estos últimos, como todas las puertas se les cerraban, han hecho lo que han hecho. Y lo que habían hecho, antes, los prelados de Palma, de Pamplona, de Valencia…


Diseño y mantenimiento de la página: Pía d'Ors
Última actualización: 9 de febrero de 2010