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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
DEL VOCABULARIO FILOSÓFICO ESPAÑOL
(La Vanguardia, 2-VI-1944, p. 3; recogido en Novísimo Glosario, pp. 184-187)

La fijación de nuestro vocabulario filosófico tropieza muchas veces con una capital dificultad: la penuria de autoridades que hayan dado a los conceptos expresión castellana. El empleo del latín en filosofía continuó cuando el Renacimiento y persistió aquí durante las etapas tridentina y post-tridentina. Los ensayos de filosofía del Setecientos y, en general, el enciclopedismo se inspiraban demasiado en el francés, para que, a la contaminación de ciertas ideas, no acompañara la de ciertas formas. Como la barbarización lingüística había de agravarse más tarde con el krausismo, historia es muy sabida y frecuentemente —a veces abusivamente— reída. Mientras tanto, los seminarios eclesiásticos y otros centros de tradicional resistencia, proseguían en el uso de la lengua que, según antigua antonomasia (y cerrando los ojos a los ejemplos circundantes), se llamaba todavía «de Cicerón»… Ni siquiera ciertos autores bilingües, que acabaron por salir de ellos, como Balmes o Ceferino González, pueden hoy, y ello por distintas razones, servirnos de guía.
Una experiencia podría aquí tentar, cifrada en acudir, para inspiración del lenguaje filosófico, no precisamente a filósofos o teólogos, sino a nuestros autores místicos, cuyo verbo resulta en muchas ocasiones tan certero como deleitoso. Desgraciadamente para el léxico, si afortunadamente para la poesía, la embriaguez de lo metafórico, y en general de lo figurado, resulta consubstancial casi a la expresión mística, no sólo por necesidad psicológica nacida de la imposibilidad de traducir literalmente los mejores estados de transporte y arrobo, sino también por la persistencia de ciertos influjos orientalizantes, muy visibles y característicos entre aquellos autores. El deber académico de dar esplendor al idioma puede encontrar aquí una fuente; no, el de fijarlo(1) y menos aún el de fijarlo en aptitud para los usos científicos.
A nadie se le ocultará que la dificultad se vuelva todavía mayor, cuando las cuestiones léxicas se complican con las ortográficas, como en el caso de los derivados de la palabra «conciencia». Y, por de pronto, no será superfluo recordar que dos conceptos corresponden, en el repertorio del lenguaje filosófico, a la voz «conciencia»; uno, el de la conciencia llamada «moral», que el Diccionario de la Academia Española define como «conocimiento <de lo> que debemos hacer y del mal que debemos evitar»; otro, el de la «conciencia psicológica», o sea, la «propiedad del espíritu humano de reconocerse en sus atributos esenciales y en todas las modificaciones que en sí mismo experimenta». Todavía trae el Diccionario una tercera acepción, según la cual «conciencia» significa «conocimiento exacto y reflexivo de las cosas»; pero si bien se mira, esta acepción tercera es reductible a la de la conciencia como conciencia moral: lo que se(2) quiere indicar, en efecto, cuando se habla, valga el ejemplo, de examinar algo a conciencia, es la probidad escrupulosa que el sujeto presta al examen.
La única grafía que atribuye el Diccionario a la palabra en cuestión, elimina la s etimológica, en obediencia al uso más generalizado cuando se trata de la conciencia moral, y, probablemente, juzgando, de conformidad con algún autor demasiado moderno, o por otros, a escuela de cierto desparpajo, que la conservación del elemento etimológico tiene el carácter de un pedantismo insufrible. Ello no obstante, cuando el mismo Diccionario se ve ceñido por el imperativo de los tiempos a dar lugar al término negativo en que se alude a la falta de «la conciencia psicológica», escribe «inconsciencia», con una s; como también escribe «inconsciente», «inconscientemente» y, por otra parte «consciente» y «conscientemente», «subconsciencia» y «subconsciente». La «subconsciencia» aparece por él definida, con cierta contradicción, como el estado de conciencia en que el sujeto no se da cuenta de las percepciones; contradicción de la cual podemos sorprendernos, pero de la cual no debemos burlarnos, teniendo presente que en ella se refleja la situación transitoria de toda la filosofía, cuando, mientras apodícticamente persistía en ella la identificación cartesiana entre «conciencia» y «espíritu», tuvo que recibir, sin embargo, y dar derecho de ciudad, a las adquisiciones de la psicología y aun de la metafísica modernas, que descubrieron la presencia en el espíritu de una zona oscura o penumbrosa, donde la luz del autoconocimiento no llega a producir claridad de percepción.
Otros vocablos, dentro de la misma familia llamaban a las puertas de la legalidad lingüística. A la cabeza, el de «sobreconsciencia», alusivo a la superior unidad espiritual, ganada por algo —o alguien— desde fuera de la substancia del espíritu. Y no falta quien solicite también acogimiento para otro término «hiperconsciencia», en designación del estado de agudeza perceptiva que se produce en situaciones de exaltación, cuando el espíritu lleva el conocimiento de sus propios actos a una rapidez y un detalle que sobrepasa el nivel normal.
Todo ello parece exigir una revisión, sobre cuyas orientaciones fundamentales debe reflexionarse mucho. Sin pretender, con todo, llegar a una objetividad en los símbolos, que no implique arbitrariedad. Las mejores definiciones son las definiciones convencionales, arbitrarias. Ni tampoco(3), menos aún, debe pretenderse excluir el equívoco. Una de las cosas más bárbaras a que este miedo al equívoco ha inducido a veces a los filólogos, es la tendencia, que hoy en algún medio apunta, a dar por bueno el sucio vulgarismo «a por», bajo pretexto de que esto serviría para diferenciar las notaciones de finalidad de las de causalidad, hoy formalmente confundibles en el único «por». En la cual, además —para fortuna de la vivacidad del lenguaje y mayor gloria del pensamiento filosófico—, caben cien otras notaciones equívocas.


(1) fijarlo] fijarlos Novísimo Glosario
(2) se] om. Novísimo Glosario
(3) tampoco] om. Novísimo Glosario

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Última actualización: 8 de febrero de 2010