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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
COMUNIONES Y SANGRE
(La Vanguardia, 28-V-1944, p. 7; recogido en Novísimo Glosario, pp. 169-172)

Viene la noticia en un periódico suizo… La neutralidad de su patria, la seriedad de su historia garantizan su objetividad Añadiré, para mayor fianza, que este periódico es allí el mío. Donde —así en éste, aun más querido, de Barcelona(1)— trato periodísticamente de «cifrar» en categorías los acontecimientos; de «estilar», empezando por lo propio, a los espíritus. Católico, en su piedad; tradicional, en su política —lo cual se traduce allí por la mezcla entre el temple de la feudalidad friburguesa y el de la ginebrina república—; francófilo, en cultura; indemne a infiltraciones moscovitas de Zurich como a las germánicas de Basilea, nadie mejor que mi «Courrier» asegura, en lo humanamente posible, un servicio de veracidad.
Pues bien, en el «Courrier de Genève» es donde se me dice que el último 7 de mayo, día domingo, un avión que, bajo un cielo claro, volaba sobre el pueblo de Meziéres, cerca de Lyon, sin que ningún avión enemigo se presentara a su vista y sin que tampoco intervinieran las piezas de la defensa antiaérea con disparo alguno, dejó caer su mortífera carga sobre una procesión que conducía a la iglesia, para la primera Comunión, a los niños y a las niñas de las escuelas. Las bombas alcanzaron al templo. Hundiéronse las casas de alrededor. Y el sol del mediodía vio rostros inánimes más amarillos que la cera de las candelas y blancas zapatillas flotar en los charcos de sangre.
A nuestro horror, otra emoción acompaña, que no quiere ignorar las circunstancias singulares del crimen. Lo que a él se mezcla de sacrílego queda subrayado por el color celestial con que la procesional ceremonia hubo de aparecer, momentos antes, a ojos de todos, en la doble gracia de lo litúrgico y lo vernáculo. No tan sólo en los niños vestidos de blanco y en las veladas niñas conmovía la inocencia, sino en la misma procesión: en el sentido que la elevaba por encima de los combates entre guerreros, por encima, inclusive, de la agitación general de los hombres. Una gravitación hacia el Cordero de Dios, que lava los pecados del mundo, santificaba el fluir de aquella comitiva. Su inerme avanzar hacia la Víctima inerme se hubiera dicho que debía hacer retroceder, no ya la posibilidad de agresión, sino la de contacto inclusive. El avión hubiera tenido que detener su vuelo, tanto como para respetar, para no mirar. Así, ante cualquier forma de pureza acendrada, algo obliga a que un sobrecogido estremecimiento detenga la acción.
Yo he visto una vez a brazos, que, sin embargo, levantaban una ira secular, exacerbada por la violencia del momento, rendirse así, ante un espectáculo análogo. Y no eran entonces brazos de oficiales, en quienes nos inclináramos a suponer mejor asistencia de las virtudes de hidalguía; sino los de soliviantados obreros, revolucionados en los medios más turbios del combate social. Hace exactamente ocho años de ello. Por aquellos días, y de vuelta de profesar en la Facultad de Letras de Lisboa, ganaba yo Francia de nuevo, tras de un breve alto barcelonés y por el camino de la frontera de Port-Bou. La situación parecía entonces, tras de los Pirineos, extremadamente grave. Más grave que en España, donde, sin embargo, dos meses más tarde… Se había producido la ocupación de las fábricas, de las manufacturas, de los mismos grandes almacenes urbanos. En París, donde chocaban ya las fuerzas armadas y los revolucionarios, éstos se habían acuartelado en permanencia dentro de los establecimientos industriales, convirtiendo a cada uno de los mismos en una plaza fuerte. Quiso la casualidad que por aquellos días se dieran frente a Nôtre Dame unas representaciones arcaizantes, al aire libre, del «Vray Mystère de la Passion du Seigneur». Cuando se veía, desde un poco lejos, a un escuadrón de caballería atravesar, entre la muchedumbre, uno de los puentes de la Cité, tardaba uno en percatarse de si se trataba de los figurantes del festival sacro, o, de veras, de la fuerza pública, precipitándose a reprimir algún desorden.
Llegado el primer domingo, decidimos con algunas personas de mi amistad, para dar alguna belleza en recreo al ánimo, ir a escuchar(2) el clavicémbalo de Wanda Landowska, en su Sala campestre de Saint-Leu-la-Fôret. Debía el coche atravesar barrios, zonas y suburbios poblados de chimeneas y de fábricas. En éstas, arracimado tras de las cerradas rejas, se apretaba el mundo proletario, presente, pero sin trabajo aquel día, sin abandonar ninguna de sus fortalezas. Las notas vengativas de La Internacional daban rumor de mar a aquellas muchedumbres, y, si eran manos siniestras las que se agarraban a los barrotes de hierro, eran las diestras las que enarbolaban el puño cerrado.
En esto, y entre ligeros chubascos de primavera, las cuatro de la tarde sonaron en nuestro camino. De tranvías y trenes, nuevas muchedumbres empezaron a bajar; juntábanse a otras, que llegaban a pie y, en grupos reducidos, empezaban ya a gritar los nombres de aquellos hombres allí enjaulados. Eran las familias que iban a visitarlos: las mujeres, los parientes, los niños. Y, entre éstos, nuestra sorpresa destacó, uno, dos, diez, incontables pronto, muchachitos con un brazal de blanca seda y galón dorado, niñas a quienes la protección del velo contra el barro dejaba al descubierto las piernecillas demasiado delgadas. Llegaban esos tiernos comulgantes, a fin de que los viese el padre, que no podía salir. Los brazos maternos les aupaban, para que abarcase aquél la gloria entera de su coquetería y para que los labios pudieran posarse en las mejillas y en las frentes. Y la garganta del padre ya no cantaba más. Y el puño se abría y el brazo descendía, para abarcar la tibieza de la nuca infantil y hasta para rectificar la corona del velo o abullonar el lazo.
Niñez y misterio lograron aquel día de aquellos toscos luchadores lo que hoy no han logrado de otros que, si a mano viene, llevan sobre el pecho, en ostentación de heroísmo, un signo de la cruz.


(1) aún más querido, de Barcelona] om. Novísimo Glosario
(2) escichar] oír La Vanguardia

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Última actualización: 4 de febrero de 2010