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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
ROSARIANA
(La Vanguardia, 14-V-1944, p. 9; recogido en Mis Salones, [1945], p. 286-293)

Muchas veces se me ha presentado como un problema el porqué la historia del arte no dispone para ninguna de sus cumbres de gloria de un nombre de mujer. Los fastos de la poesía mencionan cierto número de creaciones memorables de femenina minerva, desde las canciones de Safo hasta las sagas de Selma Largerlöf; el saber científico recuerda a Hipatia, a la marquesa de Châtelet, a la señora Curie —de la cual no sabemos si exactamente inventó aquella fórmula atenuada del «principio de razón suficiente», que se encuentra en el prólogo de las Obras de su marido; y por la cual yo daría veinte veces su peso en radio…(1)— ¿Por qué, pues, en aquel otro capítulo, hemos de contentarnos con saltar de los ojos de una vaca de Rosa Bonheur a los de gacela de Madame Vigée-Lebrun o a los de su niña, que también está muy guapa?… Enemigo como soy de los determinismos sobre fundamentos materiales, prefiero aquí pensar que no se trata de una constante histórica, sino de un fenómeno histórico. Sin más explicación que la pura contingencia, con apertura de esperanzas a que, algún día, las cosas ocurran de otro modo.
A este día nos pareció, de pronto, llegar, cuando, con entrada de caballo siciliano, que no de cebra circense, se presentó Rosario de Velasco en los oficiales certámenes; y allí fue cosa, no ya de coser y cantar, sino de llegar, ver y vencer, lo de ganarse todos los triunfos y arramblar con los mejores lauros. Por excepción en aquéllos, una juventud no contaminada se imponía. Los señores jurados no recompensaban ahora al matrícula-de-honor de la Escuela ni a la «discípula predilecta» del estudio del Excmo. Sr. Don Primera-Medalla. Sino a una altiva ambición que, saltando tierras y siglos, iba a captar lección en los más grandes, en los Maestros de los Museos remotos; no, en el Palacio de Cristal del Retiro, ni en la calle de Alcalá, núm. 13, ni siquiera en el Museo del Prado, donde tenía entonces representación muy menguada el género de pintura que vino en seguida en preferir la joven pintora(2). Y que era la pintura del Humanismo. La de aquellos cincocentistas italianos severos, como Piero della Francesca o el Mantegna; o la de esos novecentistas, bisnietos suyos, herederos de su clásico gusto por la cumplida y recortada precisión de la humana figura: así Cario Carrá o Mario Tozzi.
Claro es que esto ya nos alejaba de las seductoras ternuras que nos ablandan al contemplar a la «peque» de la Vigée-Lebrun; y hasta, más genéricamente, del prestigio de la forma infantil, que los antiguos no supieron nunca reproducir bien, ni siquiera en obras ya decadentes, como el Laocoonte; y que han excitado, en cambio, la predilección de la sensibilidad moderna, casi hasta límites de vicio. Si bien se mira, esta forma del niño se encuentra situada pictóricamente a mitad del camino que separa la «figura» del «paisaje». Y, paisajes, ya no los pintaba Rosario de Velasco nunca; sin esperar siquiera a que se hubiese formulado contra ellos la condenación, entre dantesca y chulesca, que una noche, a punto de la media, llevaron perentoriamente al Café de Pombo los hermanos Gutiérrez-Solana. Ni retratos. Ni nada que oliera a impresionismo, ni a «dinamismo», ni a «colorismo». Y a mórbida sensualidad, mucho menos… Lástima que un día cambiaran las cosas. Piero della Francesca vino a sentirse más bien Francesca del Piero; y no tardó otra «peque», esta vez no llamada «mademoiselle», ni Lebrun y Vigée, sino María del Mar Ferrerons-Co, a lanzarse, mimosa(3), al regazo de donde ya se había alejado, a medias baldía, la paleta. De aquí a que la mamá la retratase, no había más que un paso. Por otra parte, ello ocurría en Cataluña, donde los salmonetes y los arroces a la marinera y las sirenas de las costas azules cantan una arrulladora canción, donde todo naufraga en la comodidad lírica. Entre veladoras coqueluches y veladoras Noches de Reyes; entre sabrosos pajeles y fuertes picones; entre vernal natación y esquí invernizo; entre deportistas y marchantes; entre las Damas Negras y el Salón Pares, el arte de Rosario de Velasco ha podido atravesar un período turbio, del cual sólo una sacudida era capaz de arrancarlo victoriosamente. Un curativo trauma se intentó cuando, en ocasión del Certamen internacional de Arte Sacro que 1939 vio abrir en Vitoria, vióse la pintora encomendada la decoración de un baptisterio. Aquello, a la verdad, fracasó: María del Mar no iba al colegio todavía.
Hoy, renacida confianza nos mueve a pensar que lo que el verano de 1939 no lograra, lo ha logrado el verano de 1943. La deseada sacudida tomó esta vez forma triple. A los comienzos de la estación, un desengaña sufrido en la Exposición Nacional de Bellas Artes, adonde se acudiera con un envío, importante por el tamaño, pero adolecido todavía de la debilidad, entre epicúrea y franciscana, por donde se había pecado, en toda la extensión de la época disoluta. Al promediar aquélla, unos diálogos, removedores de ideas sanas, mientras adelantaba el dibujo de un cuerpo, que se hubiera dicho salir de aquellos frescos de Mantegna, en los «Eremitani» de Padua, que ahora nos dicen impíamente destruidos por la guerra. Llegado octubre, una invitación de Madrid, venida para enriquecer la sección que, a la gloria de la pintura mural, va a abrir el inminente Salón de los Once… Aquí, en la consagración a la pintura de los muros, en la subordinación del color a la arquitectura; en un entronque del trabajo con la inspiración colectiva de un equipo, en la inmersión dentro de un ambiente social, ciudadano —diríamos que político, cosa hecha para no desplacer a quien tan vivamente siente la política—; en su desamortización de cualquier confinamiento familiar y vecinal, está la salvación del arte de Rosario de Velasco. Y, a la vez, el renacimiento de la esperanza genérica de que una fuerte vocación de humanismo permita(4) alguna vez la aparición de pintoras, que no deban ya encantarnos con el prestigio equívoco de la psicología de las nenas ni de la psicología de las vacas.


(1) y por la cual … en radio] om. Mis Salones
(2) pintora] pintura Mis Salones
(3) mimosa] om. Mis Salones
(4) permita] permite Mis Salones

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Última actualización: 4 de febrero de 2010