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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
SE CONCLUYE EL EXÁMEN DE LOS INGENIOS
(La Vanguardia, 28-IV-1944, p. 3; recogido en Novísimo Glosario, pp. 109-113)
Quizá tengamos derecho a no demorarnos en la lectura de algunos relatos novelescos, donde lo débil y genérico de la referencia a figuras y ambientes, merecedores de mejor suerte sin duda, como son los de la torería y los del amor pasional, se nos muestra todavía agravado por las vacilaciones de una pluma juvenil y, sin duda, por lo juvenil, insuficientemente mojada en las tintas de malicia y de sufrimiento que e1 vivir proporciona. Frutos de más perfecta sazón cabe esperar del talento que ha trazado, no sin cierta agilidad alacre, las desventuras de Rafael Escudero o los arrebatos de Carmen Valcárcel. La misma ambición sale aquí fiadora a la esperanza.
En otros casos, dijérase que, al revés, la moderación es quien ha asegurado el logro. No son grandes los vuelos de otra de las novelas concursantes. Muy ajeno de remontarse, como su ya saludado émulo, a la remota Numancia, el autor se ha contentado con los tiempos de la Reina Gobernadora. Sin penetrar tampoco en los abismos del corazón humano, deja operar su imaginación en los ámbitos que al autor han podido serle conocidos, siquiera por referencias familiares, de la Corte y de sus intrigas; o a través de los incidentes modestos de una elección matrimonial. El todo se nos presenta limpiamente aderezado en un argumento donde ni el azar ni el estilo traen sorpresas. La llaneza galana de su tono no deja de recordar el que fue tan gustado, para no ir más lejos, en las obras menores de Pedro Antonio de Alarcón. Por descontado tenemos que, de haber acontecido medio siglo atrás el certamen cuyos problemas nos agitan, su galardón, de no haber entrado en liza otro postor, que, dentro del mismo género, mostrara mayor excelencia, fuérase derecho a manos del ameno referidor de las honestas picardías y de las penitencias finales de cierta falsa platerita de la calle del Arenal.
El resorte de todas y de cada una de las mismas es aún, como de uso en las antiguas y aventureras narraciones, la voluntad humana, tropezando con la fortuna externa, pero dándose cuenta constantemente de los juegos de la misma, con una consciente lucidez. Para nada parece haber tomado en cuenta el autor la intervención del otro tercer elemento, lo Inconsciente; parecido al azar por lo ignoto, pero tan íntimo como la conciencia, más íntimo todavía, y cuya entrada en el manejo de los valores artísticos dijérase señalar, en términos generales, la gran novedad de la literatura propia del siglo XIX, con respecto a la literatura anterior. ¡Qué distancia, entre la tersa biografía de esa damisela, con visos de conspiradora, y los tropiezos que da, a ciegas, por la espelunca del Destino, aquel monstruo extremeño, cuyo nombre da título a la primera novela abierta por nosotros en la ocasión presente! No puede negarse que tamaña diferencia de nivel en la contribución de la subconciencia trae consigo, paralelamente, una diferencia en la dosis de poesía. Si antes, en la obra cuya recompensa decíamos dificultar otras razones, la encontrábamos, a esta poesía, emparejada con las oscuras evocaciones de un Rilke, ahora, en el suave relato, nos aparece con la claridad didascálica de un Samaniego. Entre las dos variantes estéticas, cabe elegir a gusto. Cierto, Kierkegaard, escribiendo su Diario, preferiría al asesino. Pero Goethe, conversando con Eckermann, votara sin duda por la señorita.
Al llegar aquí, y a punto de cercano acabamiento en nuestro examen, éste nos coloca ante dos producciones, donde, en cambio, la aportación de los elementos de subconciencia y, coherentemente, de poesía, muéstrase tan sobrecargada que, a beneficio y en ventaja del lirismo, llegan a desaparecer aquellos elementos de proyección objetiva, de construcción, por donde cabe seguir considerando aún a la novela como una variedad del género épico. La nota dominante aquí es un impresionismo que ha tenido en España ejemplo magistral, y por demás influyente, en la obra de Azorín. Bastante lejano, de todos modos, a la finura de los métodos azorinescos, anda el texto cuyo escenario es un sanatorio de la Sierra. Un recurso de sugerencia lírica, utilizado, más bien que por Azorín, por Baroja —en ciertos casos, sobre todo, donde, por tratarse de paisajes o de supersticiones vascas, se le antoja almibarar de pronto lo agrio de sus historias—, y que consiste en la repetición periódica de ciertas escenas y frases, otorga aquí a los finales de capítulo la índole de los estribillos de una balada. Tal recurso, de puro corte romántico, resulta un poco inferior; y no deja de traernos cierto malestar, cuando intercala su melódico parasitismo entre páginas de color realista, consagradas a la descripción de lo óptico o al proseguimiento de lo dinámico.
Más eficacia cabía esperar de otro resorte. El de llevar la vaguedad hasta aquel extremo donde parece que todo queda en el aire y ni siquiera se da exactamente cuenta el lector de lo que ha pasado; por modo que, si, como testigo en juicio, le llevaban a declarar bajo juramento, corriera peligro de salir de la Audiencia, bien para un asilo, que cobijara su insuficiencia mental, bien para la cárcel, a cuya sombra le pusieran como sospechoso. No deja tanta incertidumbre de traer un especial encanto a la breve narración —mejor dicho, serie de diálogos, o, como allí se lee, «tertulias»—, donde se aspira a entrelazar, bajo la enseña de Ana Franca, la que dicen si tuvo un hijo de Cervantes, unas cuantas sugerencias sobre la génesis del Quijote. Desgraciadamente para el éxito de la tentativa, aquí las indecisiones de la expresión, a despecho de cierta afectada manera castiza, y aún arcaica, acaban de agravar la indecisión de la anécdota. Llégase al colmo de que el lector, ni al abrir el libro ni al terminar su lectura, se percata cabalmente de quién lo ha escrito. Sobre la fecha de la publicación cabrían también algunas dudas, suscitadoras de tal cual detalle formal, que, desde el punto de vista reglamentario estricto, podría tener su importancia.
Con todos estos inconvenientes, si a mis cofrades de jurado les pareciera que a este que, según la fórmula goethiana, en la traducción de Llorente;
«Es vaga sombra y pálido boceto»
debe darse el lauro del certamen; o bien, al otro relato, boceto igualmente, donde vuelven escenas como ritornelos de baladas; o, mejor aún, al que hace medio siglo hubieran premiado otros cofrades, yo no vería inconveniente en sumarme a su unanimidad. De no producirse ésta, prefiero, todo bien pesado y medido, a las dificultades suscitadas a lo largo de nuestro examen de ingenios, aquella aludida al empezarse el mismo y que venía, más que de fuentes de ética, de fuente administrativa o moral. Porque, en este caso, la responsabilidad de la elección ya no me comprometería más que a mí solo. Que ya puedo permitirme el lujo de hacer una vez de temerario Kierkegaard, cuando en tantas ocasiones, y con tan(1) varia fortuna, he tomado papeles de Goethe.

(1) tan] tanta Novísimo Glosario

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Última actualización: 4 de febrero de 2010