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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
SE PROSIGUE EL EXÁMEN DE LOS INGENIOS
(La Vanguardia, 21-IV-1944, p. 8; recogido en Novísimo Glosario, pp. 105-109)

¿Qué placer puede procurar la lectura de novelas a quien no busca en las mismas un especial regalo de pensamiento o de poesía? Dos se me antojan habituales. Uno, la superación imaginaria del vivir real, en aventurera exploración por campos de fantasía, donde el lector, de mano del autor, logra las que hoy han dado en llamarse «evasiones», en las cuales cifran no pocos la función poética de más precio. Otro placer, también frecuentemente anhelado, estriba, al revés, en la información y noticia del vivir real, anticipadoras del directo conocer y colmadoras de lagunas en la personal experiencia. Lo primero responde al fundamental instinto de la humanidad, al cual se debe desde los orígenes la producción de mitos, cuentos, leyendas, dotados del encanto de lo maravilloso. Mas lo segundo constituye un nuevo manantial de atracción: la niñez, la adolescencia especialmente, padecen de una impaciencia por «enterarse», no sólo(1) sobre los consabidos temas tocantes al amor —donde halla sobrado motivo de prohibitiva severidad la desconfianza hacia las novelas de padres y educadores—, sino de lo referente a medios o prácticas entrevistos y defectuosamente franqueados. De mis años de bachiller en ciernes sé decir que el incentivo que los movió a recorrer infinitos volúmenes de ficción cifrábase en el deseo de precisar algunos paisajes urbanos de París, particularmente aquellos donde yo sabía reunidas Nôtre-Dame y la Morgue.
Que los dos móviles señalados se presentan en disposición inversa es sólo relativamente exacto. Con ahondar un poco en el psicológico impulso, encontraríamos —por una de aquellas ambivalencias tan repetidas en nuestra sensibilidad— que el lector de novelas, deseoso de ser informado, no está contento si no queda, a la vez, engañado; en otros términos: que la noticia de la vida real auténtica no logra casi nunca el éxito de aquella otra donde un barniz de vida real recubre los colores de la convención. El género de la novela llamada «exótica» suele conquistar sufragios cuando sus detalles descriptivos se ajustan a un arbitrario ensueño, que daría atracción a un viaje turístico allí donde la literalidad de las cosas más bien la quitara. Pierre Loti, para no ir más lejos, debió buena parte de su fama a tal servicio. Ni una excursión a Andalucía permite lograr lo que una novela francesa sobre Andalucía, ni la administración inglesa en la India tiene tantos encantos como la India de Rudyard Kipling.
Aquí radica también el secreto de ciertas variedades narrativas populares, como las conocidas genéricamente por «novelas-rosa»: la manicura no se cansa de un imaginativo regodeo en los lujos de la «prima donna», ni la que viste santos en el fondo de un honrado hogar pueblerino, en los noviazgos de la Duquesa, a quien una vampiresa disputa los favores de algún encendido amor. Todo esto, so color de realismo y con la persuasión de no tratarse de cuentos de hadas. Tal ocurre exactamente con el cinematógrafo. A mí me ha sorprendido siempre que públicos, si a mano viene norteamericanos, se traguen tantas singularidades como en las películas aparecen, sobre el Derecho procesal norteamericano: el hecho es que las tragan.
Si por ahí resulta que a la difusión popular no acompaña el valor artístico, ya es otra cuestión. El film sentimental, la novela rosa, pagan, a costa del inevitable despego de los letrados, su triunfo sobre las masas. Aquéllos la repararán siempre, no sólo de ausencia de primor, sino de carencia de autenticidad. Puestos, pues, nosotros en deber de apreciar algunos ejemplares del género, pudimos separarlos en seguida; así que, al desvanecerse la esperanza de encontrar en el concurso alguna revelación ideológica o poética, proseguimos el examen por el otro cabo. Excesivamente cerca de él se encuentran todavía otras narraciones, a las cuales siguen siendo tan genéricas, que igual pudieran referirse a Pamplona, fondo puesto a una de aquéllas, que a la pequeña ciudad donde se sitúa aquella que rotula una montañera onomástica… Es curioso a este respecto señalar la equivocación de los autores, cuando se figuran que la sugerencia específica es lograda mediante una aducción de nombres geográficos o una referencia de sucedidos auténticos.
Los que se cuentan en el primero de los dos volúmenes últimamente aludidos, sobre dispersar muchas veces el relato, con superfluidad que subraya desfavorablemente su naturaleza pueril o escatológica, no alcanzan esta vez la agraz comicidad de los reunidos recientemente, en curioso y doble centón, por un coleccionista de anécdotas navarras. Esto, en cuanto a lo que llamaríamos el paisaje. Ni dijimos con sinceridad, a desgrado del título del libro, prometedor de más adecuación biográfica, que el trasunto de figuras obtuviese en el mismo suerte mejor. Por de pronto, desde las primeras páginas, ya advertimos una inexperiencia, que tras de abrirlas con observaciones sobre el protagonista hechas desde fuera, y como obligándose a conjeturar trabajosamente una historia por un semblante, métese de pronto dentro de aquél y recoge sus pensamientos más íntimos. A las pocas líneas de haberse debido colegir que el tal tiene por nombre «Martín» —y esto porque así le llaman en un encuentro casual—, cátate al autor escribiendo que a Martín «la rebeldía se le insinuaba en el corazón». Un cambio de perspectiva así puede resultar, técnicamente indispensable a ciertas narraciones: el novelista hábil lo escamotea entonces hábilmente. Y la sola excusa de no ser un novelista hábil hubiera consistido(2) en ser un escritor artista.
Lo de que alguno valga como etnógrafo, captador de usos o de «tipos», no nos trae compensación suficiente; por mucho que se nos precise que estamos cerca de «Peñarredonda», «Tremayas», «Tres Aguas», «Curavacas», «Espiguete», «Cuetos Negros», «Castros de Valbanera» o lugares así, la emoción de un ambiente no se produce en nosotros. Como no proporciona tampoco la del pasado la arqueología. Un buen plano de Numancia, trazado por un arqueólogo experto, tendrá a mis ojos más virtud evocadora que cuatrocientas páginas donde se refieran, bajo especie de historia novelada, los destinos de la trágica ciudad. El restablecer la verdad de lo ocurrido allí, sobre todo cuando andan sueltos malandrines, con el empeño de oscurecer el heroísmo y el valor hispanos, constituirá, sin duda, meritoria empresa: no sé qué pueda añadir al mérito de la misma el hacerlo con toques y relieves de ficción. Lo que ocurre más bien en este caso es que el lector se ponga a dudar: se sentirá desde luego estorbado, ante semejante hibridación, bien por el plano, bien por la aventura.
No viene a confundirnos menos el injerto sociológico, que campea a lo largo de las también copiosas páginas traídas por un nuevo ingenio al concurso, y donde transcurren los sucesos en Granada; transcurren con bastante lentitud. Nos embarcamos al principio en cierta diligencia, dentro de la cual el viaje, la verdad, se nos hace largo. Ni las personas que en el mismo aparecen, ni los horizontes que nos rodean llegan a entretenernos. No culpemos a las sombras de la noche, si aquí, al llegar lo del susto, podemos creer que llegamos nuevamente a la Pamplona susomentada. Ni siquiera nos sirve de gran cosa el que ahora el prologuista intente iluminar, con ciertas viñetas de sintética fantasía, cada una de las capitales andaluzas. «El corazón, nos dice, vibra gozoso en Sevilla; desfallece enervado, en Córdoba; se nos escapa, alado, del pecho, en Málaga; se siente recién nacido entre las blancuras de Cádiz, paraíso de espuma y sal; se aploma, con serenidad prócer, en Granada»… Cierta desconfianza nos invade, al leer esto, parecida a la del palurdo que, oyendo referir la historia de Lucrecia o de la Judith y Holofernes, o no sabemos qué otra historia antigua, hubo de exclamar, moviendo la cabeza: «No sé, pero me parece que las cosas no han debido de pasar de este modo».


(1) sólo] om. Novísimo Glosario
(2) consistido] consentido Novísimo Glosario


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Última actualización: 4 de febrero de 2010