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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
EXÁMEN DE LOS INGENIOS
(La Vanguardia, 14-IV-1944, p. 3; recogido en Novísimo Glosario, pp. 101-105)

EN UN CONCURSO DE NOVELAS. —  Castigo de Dios… A los seis meses justos de haber lanzado aquí mismo una descarada confesión de encontrarme en desgana y adquirida incapacidad hasta para la simple lectura del género novelesco, héteme improvisado, por orden superior, juez responsable de un concurso de novelas. No ocultaré que, por tres veces consecutivas y valido por instrumentos diferentes, he intentado apartar de mis labios el cáliz. Inútil todo. Con la agravante, esta vez, de que no cabía esperar socorro de los otros jueces, personas de mérito los dos, pero que todo inducía a prever ajenos a mis propias predilecciones(1). Y con la otra agravante de habérsenos dicho lo inoportuno que resultaría en la coyuntura el expediente que consiste en declarar desierto el certamen, por haberse ya adoptado la misma solución en la última convocatoria análoga y temerse, de repetir el chasco, algún descrédito para el sistema.
Imposible la inhibitoria huída, sólo quedaba el suplir, con una probidad escrupulosa, la competencia ausente. No había más remedio que leer, uno tras otro, hasta quince volúmenes; sin excluir los debidos a autores cuya extendida reputación popular ha venido a expiarse con cierta disminución literaria(2). Ni tampoco, si existían(3), aquellos que avala, más o menos justamente, fama lisonjera. A lo sumo cabía anteponer a éstos en el orden de la lectura; con la esperanza de excusar el resto, caso de que, al abrir sendas páginas iniciales, saltara a los ojos alguna superioridad de pensamiento o de poesía, que se impusiera a título de revelación.
No hay necesidad, después de todo, de llegar hasta el desenlace para quedar prendido en las redes del hiperbóreo ensueño ante los trabajos de Persiles y Segismunda, ni de acompañar en todos sus años de aprendizaje y de viaje al Wilhelm Meister, pala nutrirse en su densísima substancia ideológica. O, si parecen excesivos para la ocasión tan altos ejemplos, de embriagarse en la evocación narrativa de una Saga de Selma Lagerlöf o de columpiarse en la prosa de Maurice Barrès y en sus cadencias… Aquí, sin embargo, ni una soberanía filosófica ni un gran prestigio poético estallaban. Convenía, pues, perseguir, a lo largo de una aplicación fatigosa, aquellas otras cualidades, de invención, de construcción, de intriga, de interés, de sorpresa, de acierto en la pintura de ambientes y caracteres humanos, que la crítica suele apreciar específicamente en la novela.
Una, precisamente, entre las ofrecidas a nuestro examen de ingenios, presentaba, como trasunto de un medio primitivo y de una figura proterva, condiciones excelentes, que ha recompensado públicamente ya un éxito, al cual no han sido inútiles(4), la verdad se diga, ciertos visos de escándalo. Lo de que esta excelencia no fuese acompañada por otras dotes entre las antes aludidas, como la de una gran habilidad en el construir, la cual fallaba por demás por el defecto de presentarse el relato como escindido en dos secciones —una, inspirada por el renuevo de la tradición picaresca y castiza; otra, influida más bien por el dinamismo alucinante de los maestros rusos—, así como, en el hecho de los prolongados diálogos, que vienen a cortar las que se ofrecen como unas memorias personales, son circunstancias que cupiera olvidar, de no interponerse otras consideraciones, muy dignas de atención. Una repulsa moral y hasta, a última hora, religiosa y oficial, volvía difícil conceder honores, como los que están en nuestra mano discernir, a una obra de tal índole. Uno, por lo que a él(5) toca, no se asusta de nada, pero uno tiene vivo como nadie el sentido de una proporción entre su juicio y lo que puede resultar de este juicio. No veo, dicho quede en paz y gracia de todos, la posibilidad de que mañana deba rehusarse o regatearse, por lo menos a la juventud, la lectura de un libro que lleve, en la banda con que lo expongan las librerías, la mención de haber sido coronado por la Academia. Al igual que me parecería desdecir en un periódico, donde la efigie del doctor Petiot puede estar en su punto, como documento de la crónica judicial, la ostentación del mismo en primera página, a la cabeza del artículo de fondo.
No creo tampoco demasiado en su lugar, allí donde una suprema función, secularmente cumplida, se ejerce para limpieza, fijeza y esplendor del lenguaje, la glorificación de textos donde estas virtudes aparecen continua, insistente y hasta diríamos que maliciosamente vejadas. Esta elemental atención viene a estorbar la que otras razones hubieran impulsado a conceder a un autor, primoroso en la cáustica agudeza humorística en otros relatos, que nos movieron inclusive a lamentar, cuando alguna convocatoria anterior, ver dejada sin recompensa. Hoy, por neologismo o por barbarismo(6) de menos o de más, por osadía metafórica, por afán de innovación lingüística desigualmente certero, no hubiéramos reñido. Con novelistas señeros cuenta nuestra actual literatura, que tienen a gala y a gracia el olvido de la gramática o el descuido en el estilo. Sólo que aquí no se trataba exactamente de una deficiencia en el lenguaje, sino de una falta del sentido del lenguaje. Y lo primero que a un escritor cabe exigir, me parece, es que se goce con las palabras. Que se divierta con ellas; que se entregue al juego divino del verbo. Y el jugar con las palabras no significa andar a mamporros con ellas. ¿Qué se dirá del jugador que, puesto a lanzarle a otro la pelota —y el símil tiene cierta oportunidad para el caso—, se la eche brutalmente a las mismas narices? Pelotazo de fea ley son ciertos verbos que nuestro autor emplea; no al Diccionario, que tiene buen aguante, sino a las entrañas de la función verbal, hasta —si se me perdona el contagio de la tropológica osadía— hacerle soltar sangre por la boca. Las manchas de esta sangre son más difíciles de lavar que lasde Lady Macbeth. Otras glorifican, sin duda, a los cuerpos de los Santos Mártires; quiere decir de los «Testimonios»; y en aquéllos, según San Agustín, resplandecen como joyas. Pero no creo que la novela a que aludo pueda ni siquiera servir como el testimonio de una generación.
Quedan las otras novelas. Pero el examen de ingenios relativamente a todas las otras ya no puede cumplirse en una sentada.


(1) propias predilecciones] propios gustos La Vanguardia
(2) ha venido a expiarse … literaria] ha recibido la compensación de cierto descrédito literario. La Vanguardia
(3) existían] los había La Vanguardia
(4) han sido inútiles] son ajenos La Vanguardia
(5) él] uno La Vanguardia
(6)
o por barbarismo] om. Novísimo glosario


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Última actualización: 9 de diciembre de 2009