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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
ESCATOLOGÍA DEL TENORIO
(La Vanguardia, 10-XII-1944, p. 3; recogido en Novísimo Glosario, pp. 415-418)
Porque el año anterior hube yo mismo de tocar, para la inauguración del curso en el Instituto del Teatro, de Barcelona, el tema de un «Fausto» representado en Lucerna y del siempre actual «Misterio» de Elche, me ha complacido hogaño —obediente al imperio de ritmos, cuya vigencia querría mantener todo lo posible en mi vida— oír, en simétrica ocasión, un estudio del mito de Don Juan, desde su versión por Tirso hasta su versión por Zorrilla… Mucho me gustan las conferencias; más aún que el darlas, el oírlas; de esta última manera se satisface a menor precio la misma vocación coloquial. Y, si el asunto y su tratamiento se lo valen, con no menos actividad creadora por parte del espíritu; traducida, bien a la «objeción dulce», como aquellas que Dom Guepim, abad de Silos, imaginaba puestas por los bienaventurados al Ser Supremo, bien a una enriquecedora corroboración, por donde se duplican las originalidades, pues nunca el mismo pensamiento tiene, en dos mentes distintas, igual matiz.
Esta vez que digo, el disertante, Guillermo Díaz-Plaja, tan fiel habitualmente a una excelente escuela corroboradora en el diálogo, había tomado una acertada y eficaz delantera, explorando en la evolución del mito de Don Juan las variaciones de la cotización concedida por los grandes autores de teatro al elemento teológico y al elemento femenino, que en la fábula del Burlador intervienen. Parece que la proporción entre el uno y el otro muda en razón inversa; y que, según el crítico, va rebajando el primero su importancia, a medida que se acrece la del segundo. En Tirso de Molina, los papeles de mujer son insignificantes: pálidas víctimas, sucumben simplemente a los engaños de pésima ley de la abominable criatura, que ventila así malamente el problema de la salvación de su alma y pierde en un juego, donde la personalidad de aquéllas(1) nada tiene que ver. Igual carácter, pasivo conservan en Moliere las mujeres; aquí ya lo teológico, sin embargo, ha perdido categoría. El fuero de aquéllas ha empezado con Byron; es decir, naturalmente, con el romanticismo: ya es ahora la mujer la que salva, y su intervención viene a identificarse con la de una gracia, superior a toda justicia, superior, por consiguiente, a la razón, y en formas dramáticas donde la teología hace un pobre papel; mejor dicho, se halla ausente. Por fin, y cuando ha transcurrido un intervalo, dentro del cual se inserta la lección de Goethe y su divinización del «Ewig-Weibliche» o Eterno Femenino, viene el Tenorio de nuestro Zorrilla. El cual señala el punto en que la mujer gana la partida, poniendo «a sus plantas el altivo rigor del traidor corazón que no quería rendirse» y, para colmo, dejando a la Teología hecha un trapo, del cual va a hacer mangas y capirotes esta nueva fuerza del mundo, que se llama la Galantería, cuyo reinado el romanticismo ha conseguido implantar.
A mí se me antoja, sin embargo, que, si en líneas generales, el esquema histórico de Díaz-Plaja resulta certero, la teología del zorrillesco Tenorio, por disparatada que sea en la literalidad de sus términos, no merece el ser tenida por insignificante; y que ésta, por lo menos en lo escatológico, da no poco que pensar. La doctrina sobre las postrimerías del hombre conoce varias versiones comunes. En la negativa, con el cuerpo toma fin el alma, y, como suele decirse, con la muerte se acaba todo. A esta posición se ha opuesto siempre otra: la creencia en la inmortalidad del alma, cualquiera que sea su destino tras de la vida presente. Cabo tomar, si se quiere, como tercera solución, la de la metempsicosis o transmigración del alma, sucesivamente encarnada en cuerpos distintos… El hecho de que, en ciertas religiones o supersticiones, entre en escena un tercer elemento, más o menos ligado a lo corporal o a lo espiritual, una sombra, «un doble», que no es enteramente el cuerpo ni enteramente el alma, bien que pueda, como entre los antiguos egipcios, padecer las necesidades materiales del primero o, como entre los antiguos iranios, acompañar el tránsito de la segunda y sus pruebas, en nada modifica la dualidad de términos, por donde la muerte constituye un concepto opuesto al de la vida.
Pero lo que ocurre en el «Tenorio» es que el drama imagina y muestra la presencia de un estado equívoco, intermediario entre la vida y la muerte, con los privilegios inherentes a la primera —por ejemplo, el de una posibilidad de contrición todavía—, y las fatalidades propias de la segunda —por ejemplo, la de no poder demorar un Juicio, que decide definitivamente de la pérdida o salvación…—. Y ello, con fuerza y plasticidad tales, que el público, todos los públicos, desde que la obra se representa, tienen el aire de encontrar natural la cosa y adhieren inmediatamente su comprensión a todas las incidencias, que tan extraña situación procura. El drama parece y se intitula «fantástico»; mas en manera alguna «absurdo». Y no sólo se acepta que Don Juan vea, como quien dice a pié llano, su propio entierro, sino el que se encuentre sorprendido por él, como ignorante que está, hasta que le dan la noticia, del hecho de su propia defunción.
Repito que hay aquí, desde el punto de vista de la verdad teológica, una sarta de dislates. Ahora, el que una cosa sea disparatada no significa que deje de merecer consideración su entidad. Más disparatada me parece todavía, si vamos a ver, la doctrina calvinista de la predestinación; y ya se sabe el quehacer que ha dado al mundo y lo que ha influido en el curso de la historia universal. Ni siquiera cabe decir que la escatología del «Tenorio» carezca en absoluto de tradición. Dejemos de lado, en la coyuntura presente, lo que significa después de todo la especie de adhesión popular a que acabo de aludir. Aún así, ¿no nos visitará tal vez la sospecha de que, si las tres soluciones indicadas son las comunes, en algún capítulo más o menos explorado de la historia religiosa hayan aparecido concepciones semejantes y representaciones de orden análogo sobre nuestras postrimerías?
Yo he creído encontrar alguna vez, entre la ambigüedad de las concepciones religiosas griegas sobre la ultratumba, rastros de aquella especie de suspensión entre la vida y la muerte, que lo mismo tiene expresión en la fábula de Orfeo, que pudo tenerla fragmentariamente, aún en forma de póstuma recaída cristiana, en los postulados fictivos de la Divina Comedia. Lo esencial aquí está en admitir que, más allá de la tumba, no rige el principio de contradicción. Que es posible, allá, que una cosa sea ella y otra cosa, al mismo tiempo. Que la muerte viva, y la vida, sin dejar da serlo, haya fenecido. Que el cuerpo haga de alma y el alma, de cuerpo. Y, en fin…
En fin, que en todo esto habría quizá menos sorpresa que la que tenemos ahora, al ver emparejado a Don José Zorrilla con Orfeo o con el(2) Dante.

(1) aquéllas] aquélla Novísimo Glosario
(2) el] om. Novísimo Glosario


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Última actualización: 27 de agosto de 2009