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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
LIBROS SUIZOS EN MADRID
(La Vanguardia, 22-XI-1944, p. 2; recogido en Novísimo Glosario, pp. 430-433)
La más cruenta, la más atroz, la más abominable de las guerras, bien entendido; la que acerca, en lo temerosas, vanguardias y retaguardias; en lo apretados, beligerantes y neutrales. Pero, no sólo en éstos, sino en aquéllos, ¡cuan espléndida contumacia para las tareas del espíritu, cuánto seguir en lo posible como si nada ocurriera!
Hace pocos días he recibido la carta de un editor de Milán. Se me pide en ella autorización de traducir; de traducir cosas literarias, desinteresadas, antiguas; más bien peligrosas, si se quiere, que favorables para cualquier propaganda. Pero esto no es todo. Lo más fuerte es que allí se me habla de una vasta, pingüe colección de historia de las literaturas. ¿Nos sorprenderemos de que la Casa —en Milán y en septiembre de 1944— haya encargado la historia de la literatura francesa a alguien tan notorio en sus tendencias políticas como André Gide? ¿O de que uno de los primeros volúmenes en programa sea el de la literatura inglesa? ¡Cualquiera hubiese pensado, entre el 14 y el 18, en tomar como colaborador a un adversario, en difundir la gloria intelectual del país enemigo! Entonces era cuando no podía representarse Shakespeare en Alemania ni ser oído Wagner en Londres. Entonces, cuando, no por currinches ni por chisgarabies, sino por el propio filósofo Emile Boutroux —que, por cierto, dos meses antes había dicho lo contrario en Jena—, se aseguró que la ciencia alemana no había existido nunca; mientras que, por su parte, los críticos alemanes aseguraban que el arte francés era pura pornografía. Confesemos que si la tarea de la destrucción es hoy más grande, los fueros de la inteligencia están mejor respetados(1).
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Cuando la anterior observación se vio especialmente destacada —hace ahora un año, y precisamente en Barcelona, en coyuntura de abrirse el curso en el Instituto del Teatro—, sonó a paradoja; lo cual no impidió que se difundiera y repitiera pronto, con más o menos fidelidad en los términos. Hoy quisiera completar su sentido con otra indicación que puede parecer paradójica igualmente. La trasterritorial generosidad, que por lo común traducen los esfuerzos aludidos, puede resultar menor en dosis al ser practicada por los países fuera del conflicto que en aquellos otros directamente agitados por él. Entre nosotros mismos, ¡cuán dura labor la de llamar al interés por las cosas ecuménicas, despertarlo, mantenerlo vivo! A veces son los propios interesados quienes cuidan de ello. Pero entonces no es de extrañar que lo hagan llevando el agua a su molino de nacional propaganda. Lo cual, si se comprende cuando el propagandista es un país en guerra, dejaría lugar a mayor esperanza de amplitud por parte de los gozadores de paz. Y también al recurso a métodos que, aun sin salir de lo utilitario, admitiesen esperas de más largo plazo en la eficacia y mayor altura en el beneficio. Encima de no aparecer el interés político, tampoco debería mostrarse demasiado al desnudo el turismo ni el comercial en las relaciones culturales entre los países exentos de conflicto.
Muy importante es la Exposición de Libros y Artes Gráficas de Suiza, abierta este domingo pasado en Madrid; tan importante como simpática. Dos mil volúmenes, doscientos, entre cromos para reproducción de obras de arte, carteles y diseños para estampados y bordados, ofrecen los primores de una edición, nunca descuidada, por lo general, perfecta. El efecto es brillante y el resultado no puede menos de ser ejemplar.
Únicamente regatearíamos tal vez la nota de ejemplaridad relativamente al aspecto a que aluden las anteriores consideraciones generales. Sospechamos que, por esta vez, en la afición a lo pintoresco y característico de las naciones en juego, la que organizaba la Exposición y la que la albergaba, se ha cedido en exceso. ¿Por qué la uniformidad persistente de atribuir a asuntos helvéticos el máximo contingente de las obras reunidas? ¿Por qué tanto folklore, tanto traje cantonal, tanta flor alpina, tanta campesina de Berna, de Sangay, de los Grisones o de Nidwald? ¿Por qué haber escogido, en el catálogo, cuando, entre la xilografía del país tan bellas muestras pudieran ofrecerse, una desdichada ilustración, simplemente porque en ella sale Don Quijote, y entre las reproducciones de pinturas los cromos más a propósito para dar idea de las virtudes familiares o de las particularidades etnográficas del querido país?
Pero no es con escenas de costumbres ni con canciones pedagógicas como el alma suiza debe presentarse al mundo, sino con Paracelso y con el Contrato social; o reformando la educación con Pestalozzi, o contemplando, en su totalidad, el Renacimiento de Italia, con Jacobo Burckhardt, a la luz —por primera vez en la historia del pensamiento— de la Ciencia de la Cultura.
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Paracelso y Rousseau, Pestalozzi y Burckhardt ya están, ya, en la Exposición de Libros y Artes Gráficas de Suiza en Madrid. Pero están como sumergidos y pospuestos, como castillos rodeados de frondosos bosques de folklore, de turismo y de pedagogía.
Por esto sonó tan bien el que, en la ceremonia de inauguración, el ministro de Suiza aludiera nominativamente a San Isidoro y al impresor Frobenius, y nuestro ministro de Asuntos Exteriores, a Saavedra Fajardo; el que no se olvidaba nunca de recordar, entre los títulos con que encabezaba su gran libro, el de «Embajador plenipotenciario en los trece cantones».
Los hombres eminentes de Suiza no admiten condecoraciones oficiales porque no pueden corresponder dando otras suyas. Pero esto no quiere decir que su país no pueda corresponder a la alegación de grandes nombres, gloriosos en los fastos de la inteligencia, con otros suyos. Por mucho que el igualatorio(2) anónimo acompañe a las instituciones políticas y administrativas federales, no hay razón para que privilegios de jerarquía —¿verdad, querido Gonzague de Reynold?, ¿verdad, viejas piedras de Friburgo?— no ornamenten su vida intelectual.
«No se sabe todo lo que hay en un minué». No se sabe cuánto puede haber de Caballería junto a un lago y de aristocracia en un suizo.

(1) respetados] respaldados Novísimo Glosario
(2) igualatorio] igualitario La Vanguardia


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Última actualización: 23 de julio de 2009