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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
EL DOCTOR CARRELL
(La Vanguardia, 7-XI-1944, p. 8; recogido en Novísimo Glosario, pp. 411-414)
¡Y pensar que ya dábamos al hombre por descubierto desde la quinta centuria antes de Jesucristo, y por conocido en su definición moral, gracias a Sócrates y a los estoicos, cambiadores de cosmologías por antropologías, como en obediencia a la máxima del frontón de Delfos; y en su definición física, por obra de tantos estatuarios, perfectos y canónicos! ¡Y pensar que, sobre este mojado, llovía después toda la sabiduría cristiana desde las cartas paulinas hasta las agustinianas Confesiones, desde los silogismos escolásticos hasta las ascesis del Kernpis; y, en seguida, las malicias del Renacimiento, con sus Erasmo y sus Baltasar Castiglione y sus Montaigne; y, a continuación, la moral activa de los «Ejercicios» ignacianos y el «descubrimiento» de la vida interior por Berkeley; y, desde antes, tantas autopsias, en el Teatro Anatómico de Bolonia; y tantos experimentos de los Lavoisier en el Arsenal, y de los Claude Bernard en el Colegio de Francia; y tantas descripciones etnográficas a estilo de Camper y Blumenbach y tantas fisiognomías a lo Lavater y tantas frenologías a lo Gall o Cubí(1) y Soler; y, al lado, tantas novelas, desde las campeadas en las ventas manchegas, hasta las rumiadas en las alcobas de casa de Swan; y encima, nuevos descubrimientos sensacionales: hoy, el del Inconsciente, entre músicos; mañana, el de la Líbido, entre neurópatas! |Y todo, para que en pleno Novecientos salga un doctor nuevo, para publicar un libro, poniéndole por enseña: L'homme, c'est inconnu!
Tal vez Alexis Carrel exageraba. Y su exageración no era tal vez aséptica de propósitos editoriales; que no en vano este francés sin sueño en los ojos se trasplantaba a tierras de Norteamérica, donde, entre aquellos dos adjetivos, que Verlaine adjudicara a la Edad Media, rige solamente el primero… La cosa podía ser absuelta, en méritos de la ironía con que se acompañaba aquí al sensacionalismo. De la maravilla de su invención de los injertos orgánicos y de las suplantaciones de órganos, Carrel mismo supo sacar más de una donosura. Por ejemplo, la que solía contar, después de la guerra del 14-18, cuando, según es sabido, dejando sus laboratorios de América, volvió para servir, en altas empresas sanitarias, al Ejército francés. Parece que un día trajeron a su servicio a un pobre soldado, que había recibido en el cráneo la metralla de un estallido de obús. El mago de los empréstitos orgánicos le examinó. El herido era un estudiante que, pasada su licenciatura, había estado a punto de doctorarse, cuando vino la movilización: «Mire usted —le dijo el doctor, después de haber reflexionado un instante, a la manera de aquellos relojeros a quienes se lleva un reloj para componer—. Mire usted: esto suyo representa un trabajillo un poco largo. Vale más que, por el momento, me deje usted su sesera para que yo se la arregle con calma; usted vendrá a buscarla dentro de ocho días»… La extracción se hizo, el objeto fue colocado en un bocal(2) y el estudiante partió. Carrel cumplió exactamente lo prometido. Grande fue su sorpresa al ver que, transcurrida la octava, el descerebrado cliente no comparecía. Ni a la quincena, tampoco; ni al mes. «¿Cómo se las arregla este hombre?», pensó. Hasta que un buen día, por casualidad, se lo encontró paseando por el Barrio Latino. «La verdad —le interpeló— es que parece no tener usted prisa para recuperar su cerebro». «¡Ah! —dijo el otro—. Tiene usted mucha razón; dispense, me había olvidado. Pero como a los que estaban en mi situación, ¿comprende?, acaban de doctorarnos por decreto…, ya, ¿se hace usted cargo?, «ya no lo necesito para nada».
Lo del corazón artificial no fue menos tremendo. En este capítulo, Carrel trabajó, según se dijo, con el coronel Lindbergh, del cuál no sabemos si ha persistido luego en tales estudios. De Carrel sabemos que no mucho, ya que después vino a España a ver, según se publicó entonces, si de veras nos moríamos de hambre. El remedio, en esta hipótesis, cualquier mendigo lo susurra en sus súplicas; pero el sabio investigador no nos lo traía. Con lo cual le conocimos al instante que su nueva especialidad era la sociológica. Tal se lo apuntaba su buen corazón que, a última hora, en lo fisiológico, no ha resultado tan bueno. Ignoramos si le quebrantaban aquellas razones que la razón no comprende. El caso es que, ahora mismo, acaba de fallar, como en dolorosa befa del destino… Porque aquí, en el destino, está, ¡ay de nosotros!, la verdadera incógnita. Y si en Madrid hubiésemos nosotros encontrado la ocasión, cuando vino, de tratar personalmente al autor de L'Homme, c'est inconnu, no hubiéramos dejado de prevenirle sobre que lo verdaderamente desconocido en el Hombre no es el Hombre, sino el Ángel.

(1) o Cubí] y Bubí Novísimo Glosario
(2) bocal] bocel La Vanguardia

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Última actualización: 23 de julio de 2009