volver
Eugenio d'Ors
presentación | vida | obra | pseudónimos | retratos y caricaturas | galeria fotográfica |dibujos |entrevistas| enlaces    
SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
OSOS
(La Vanguardia, 21-III-1944, p. 3; recogido en Novísimo Glosario, pp. 76-80)

En el libro de Horace Chauvet: Folklore du Roussillon, muy recientemente aparecido en Perpiñán —¡cuán deliciosa, cuan esperanzadoramente nos animan, entre desventuras y catástrofes demasiado presentes, estos esfuerzos del saber apacible!—, no he encontrado las luces que esperaba acerca de la cuestión, para mí candente en cualquier momento, de las concepciones mítico-populares relativas al Oso… Cuestión candente, digo; porque, así el Cisne para los Cisneros o el Lobo para los López, debió el Oso de ser, en los remotos orígenes, el símbolo totémico de la estirpe de mi nombre o de los lugares de que genéticamente ha salido. Ors me llamo, y nada ursino reputo a mi ajeno.
Desde luego el nombre es el mismo que llevaron como patronímico el esclavo del Quo Vadis, el Santo al cual está consagrada, a la vez que a San Mauricio, la Catedral de Soleure y, en diminutivo, Santa Úrsula, turística guiadora de once mil inglesas vírgenes. Y, como gentilicio, personajes harto disímiles: así la Princesa de los Ursinos(1) y el anarquista Orsini, cuyo renombre(2) rodó tanto a través de los estallidos del crimen como de los ecos de la fama, pasando por el capitán godo Mandilla, apodado Osezno porque fue criado con leche de osa; y por el barroquísimo autor de los venecianos Caprichos macarrónicos, Cesare Orsini; y por el no menos barroco, bien que trágico éste y pintor, Lelio de Novellara, y por Raimundillo el del Balzo, que se vino a tierras de Aragón; y por todos los que, entre gentes germánicas, se llaman Baerr o Baer, o Ber o Berman. Esto, al lado de los Osos de la mitología y de la astronomía, como la Osa Mayor y los de la Pléyade. Y de los de la toponomástica; así la Bermania y así la Birmunia, y así la ciudad de Orsa, en la Rusia blanca, donde exterminan a los judíos a fuerza de «progromos» y a los no judíos, a fuerza de cerveza detestable; y así la de la frontera Ors, entre Francia y Bélgica, donde yo escribí un día una glosa: «Ors en Ors». Y Os de Balaguer, antes Ors de Balaguer, nombre que conservan algunas(3) localidades catalanas menores. Y, sobre todo, Berna, la capital suiza, que todavía, en totémico homenaje, alimenta a unos osos con zanahorias, a cargo del presupuesto municipal y de la colaboración ciudadana.
Pero más altos obsequios se prodigan a estos parientes míos, bien en la isla de Yeso, bien entre los Riksas de la India —que nunca he sabido bien si eran osos o filósofos—; ya en las cacerías de los esquimales, donde no se mata ningún oso sin haberle dedicado antes los tratamientos más protocolariamente honoríficos; ya en los carnavales de Maguncia, donde se permite a las máscaras de oso abrazar a cuantas mujeres les da la gana. Lo de darle tratamiento honorífico, antes de encarroñarle el fusil, ha pasado, por otra parte, a mis Historias de las Esparragueras; bien que allí, no recuerdo ahora si epicenamente o equivocadamente, se atribuya el rito a la caza del jabalí. Y también corresponde al oscuro imperativo de la misma práctica el que los zíngaros mostradores de osos amaestrados, tengan costumbre de llamar a éstos «García»; sin duda, evolución de aquel «Kartzen» del viejo alemán.
Lo que yo buscaba en el libro de M. Chauvet, para mis estudios sobre las «constantes» de la Cultura, es alguna confirmación y ampliación de las noticias que tengo, documentadas, sobre todo, en el folklore de la vecina provincia del Aude —y bien parece que, por la mayor proximidad de los Pirineos, deberían ser aún más ricas en el Rosellón—, acerca de la continuidad y la difusión de un equivoco tremendo, que se ha albergado con persistencia en la mente popular colectiva, entre el Oso y el Hombre salvaje: entre la bestia que se domestica hasta cierto punto y que, en ocasiones, según tales leyendas, no sólo cumple familiares servicios junto al hogar, sino que «habla», y el ser humano que, en reciprocidad, no tiene trato con sus semejantes, vive en los bosques, se cubre de pelo, anda a cuatro patas, carece de lenguaje o lo ha perdido y simboliza la no sociabilidad. Ahora, el «Wilderman» germánico, el «hombre de las selvas», cuya pista cultural hemos señalado en algún texto sobre lo barroco, y cuyo patrocinio da, paradójicamente, enseña a tantas posadas y aun lujosos hoteles en territorio germánico, ¿es o no es la misma entidad que tan equívoco Oso? ¿Corresponden a su ciclo tradiciones, como la de Juan Garín, donde la condición bestial es presentada como redimible castigo de algún atroz pecado? La representación de los «Antípodas», probablemente de los americanos, en el enigmático Portal de San Gregorio en Valladolid, ¿se encuentra con tan extrañas concepciones en situación de parentesco, parentesco que mi estirpe debiera extender a sí misma?… En el folklore del Aude, a que antes aludía, hay el cuento del Oso que, agradecido a la hospitalidad de una casera, que le deja calentarse junto al fuego, cuando un temporal de nieve, se queda en la casa, hace en ella la vez de cocinero y de niñera, y permanece en esta situación largo tiempo, con uso de habla, naturalmente (o tal vez de canto); hasta que un día, al ver que la leche puesta a hervir en el fogón se vierte sobre las brasas, lanza un gran gemido, y, en una canción, le dice a su huéspeda que tiene que marcharse, porque se había olvidado del deber de cuidar a sus propios hijos. Yo no sé porqué, este singular relato me ha conmovido siempre mucho: una misteriosa sensación me tocaba, como si aquí se tratase de alguna remota historia de familia.
Lo único que en el libro de Horace Chauvet se acerca al asunto son dos notas relativas al llamado «Baile del Oso», que parece practicarse en las dos vertientes de los Pirineos, las catalanas y las vascas; y que seguramente ha conservado en todas partes el doble sentido de drama venatorio —es decir, de alusión a la muerte del animal— y de rito propiciatorio de la fecundidad —o sea, de su interminable perpetuación—. Una de las notas da el tal baile como propio del Carnaval, mientras que la otra habla de él como celebradero el día de la Purificación de Nuestra Señora o Candelaria. Esta segunda nota cita, por su lado, a los Lupercales, fiesta romana en honor de Pan, protector de los pastores y matador de lobos. ¿El Lobo sería, así, el enemigo del Oso; los López, le los Ors? ¿O más bien se trata de que, al lado de la incurable inhumanidad de los primeros, se festeje la dúctil y benévola posibilidad de domesticación en los segundos, aunque tengan sus fugas, por un poco de leche vertida y sus golpes de genio? La exploración de lo simbólico en el alma popular será siempre inacabable. En cualquier caso, un día en que yo tuve que hacer en Maillane algo parecido a una autobiografía emblemática, puse, a mis cuatro líneas, el título siguiente: «El Oso convertido en ciudadano romano».

(1) de los Ursinos] des Ursiins La Vanguardia
(2) renombre] nombre Nuevo Glosario
(3) algunas] om. Nuevo Glosario

Diseño y mantenimiento de la página: Pía d'Ors
Última actualización: 22 de julio de 2009