volver
Eugenio d'Ors
presentación | vida | obra | pseudónimos | retratos y caricaturas | galeria fotográfica |dibujos |entrevistas| enlaces    
SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
LOS ADIOSES
(La Vanguardia, 14-III-1944, p. 9; recogido en Novísimo Glosario, pp. 60-63)

ADIÓS A LAURA ALBÉNIZ.— Adiós, Laura, que un día, de los Londres y los París de tu padre, viniste, no a Triana precisamente, como los admiradores del gran compositor imaginaron entonces; pero, sí, a la(1) Tiana, es decir, a Barcelona, y para verter aquí las lecciones de dandysmo, recibidas de Xavier Gosé, a reforma del gusto; en sazón cuando yo, también de regreso, me aplicaba a la de ciertos valores intelectuales… Adiós, elegante cómplice mía, que enseñaste a desterrar del interior de las mansiones aquellos San Jorge pirograbados y aquellas lámparas en orquídea, en nombre del aseo, mientras que el Glosario, en nombre del clasicismo, se metía con las fachadas en eczema regionalista o en pólipo nasal. Después, tú te refugiabas bajo un techo, y el Glosario, donde pudo. Porque tiempos eran venidos de dar la lección, hasta cierto punto, contraria; para cura del otro automático exceso. Y contra la arquitectura llamada «funcional» de los racionalistas Corbussier y de los paquebotes en tierra, tú diste ejemplo de conservar alguna vocación de recreo en los hogares, una ternura «capitonada», una superfluidad vivible en las paredes y en los muebles. Así como, contra el lirismo deshumanizado de los versos, había que vindicar el placer sensual de la imaginería; y, contra el senequismo, el horacianismo; y, contra los «rojos pimientos y ajos duros», que opusiera Quevedo a «la adulación fragante, lisonjera» del clavo, si no ésta, la de la trufa, apagada bajo la ceniza; y, contra la acidez del churro, la mantequilla sobre las tostadas del té. Porque tú fuiste aquí la primera, si no en tomar el té a las seis de la tarde, ya que a las cuatro y media era imposible —pues tomar té, ya lo habían hecho(2) Juan Maragall, y los Güell, y Pilar Moraleda—, por lo menos en alinear en los compartimentos ordenados de un portatostadas los«mofins» del té y en ponerle a la tetera una cofia abrigada, cubierta de encajes hechos a mano, según los modelos del libro de encajes españoles de Mrs. Byne. Y también la primera en decorar libros con primores que nada tenían del gótico ni de la alternativa del negro y el bermellón, cara a provectos bibliófilos, pero tampoco del malva y(3) reseda de las pálidas pulcritudes, editadas en el estilo gregorio-zenobia-juanramonesco, de cursilona recordación; sino que eran varios y sabrosos y daban al libro un aire de amena y confortable normalidad, que enamoraba, y hacían valer la ágil delgadez de los dibujos a pluma o la mórbida grasa del negro litográfico. Y la primera, en fin, a escuela acaso de Madame Franc-Nohain, o de no sé qué ingleses que tú te sabías, en sacar la gracia de las figuras de niños sin nariz, y con los ojos vivaces. Niños que después han multiplicado entre nosotros la generación de Lola Anglada y la de Mercedes Llimona. Y que a veces, para desesperación y escándalo míos, han llegado a convertirse en ángeles. Pero no son éstos, Laura, los que te habrán recibido ahora. Sino otros, como los míos, como los de la Teología: adultos, guerreros, inteligentes y dotados, hasta la punta de las alas, de aquella elegancia sin miedo y sin reproche que tú aprendiste en las lecciones de arte de tu maestro Xavier Gosé.

ADIÓS A JEAN GIRAUDOUX.— Habíamos llegado a desesperar enteramente del Teatro. Nueva ilusión, con nuevo placer, nos vinieron de dos fuentes. Una, la manada al conjuro de una bárbara Tespis, popular, ingenua, dialectal frecuentemente y creadora de figuras y escenarios violentamente coloridos, a la manera, tan sabrosa, de las estampas de Epinal: la representación de un «Barrabás», en lengua flamenca, ha dejado recuerdo, así, en nuestra memoria, emparejado con ciertas restauraciones, a la cabeza de las cuales siempre figurará la del Misterio de Elche. Otra fuente: la de una Tespis quintaesenciada, nutrida, y aún estragada, por las más costosas ambrosías intelectuales, y que diera a la escena, no ya dignidad de cátedra —que esto nos hubiera fastidiado—, no ya donosura de salón —que esto nos hubiera aburrido—, sino gracia de Empíreo, de aquel lugar, donde —según Dom Guepin, que fue abad de Silos—, la eternidad transcurre entre «objeciones dulces al Ser Supremo». Ningún objetador deseáramos, en este capítulo, más agudo que tú, Jean Giraudoux, que ya de agudo te perdías de vista, a la manera de mi criatura, el Licenciado Torralba; y repetías como él el caso de la Inteligencia que se devora a sí misma… Y en la novela, igual: sin llegar a la desesperanza del teatro, también aquí habíamos sufrido la fatiga. Y no nos consolaban ya más que las novelas parecidas al poema épico, como las de Selma Lagerlöf o las de Gionno, y las parecidas al ensayo, como las de Barrès o las tuyas. Pero, las de Barrès aún daban demasiada parte a los instintos oscuros; en las tuyas(4), todo era irónica lucidez. ¿Por qué, pues, por qué, Jean Giraudoux, consentiste en desdibujar tu personalidad, en hacer traición a la propia ley de tu estilo y cifra, en inmolar tu Ángel, en fin —¡y eso, la fatalidad ha querido que aconteciera tan cerca de tu muerte y sin posibilidad, casi, de remedio, entre una cosa y otra!—, convirtiéndote, a los comienzos de la actual guerra, en instrumento directivo de la Propaganda bélica nacional?… Buena puede ser ésta —no me meto ahora en ello—, buena y santa; pero no para ti. Toda propaganda consistirásiempre en un cultivo de la ilusión conducido a despertar el fanatismo, por el camino de las certidumbres. Y tú habías sido maestro en hacer vacilar las certidumbres, en desvanecer las ilusiones. Y en ello estaba tu nobleza, porque en ello estaba(5) tu calidad. ¡Qué pena, en aquellos días, oír tu voz, leer tus soflamas, mintiendo triunfos o provocando salidas hacia la estación de la muerte! Ahora, cuando la tuya, nos turba y estremece el pensar qué hubiera reservado el(6) Dante, para quien hizo lo que tú, en su epopeya de las postrimerías…
ADIOS A JEAN BAUDRY(7). — Jean, cuando, en aquella mañana de octubre, viniste a despedirme, cerca de Marsella, a la casa hospitalaria del General Manès, me prometiste no tardar en venir a España y a la madrileña calle del Sacramento. Pero, no es este viaje el que ahora hacías, a través de los Pirineos y entre los temporales de nieve, que, ya sin esperanza, te han arrebatado. No, no es este viaje el que hacías; ni para venir a cerrar la suspensión, abierta hace doce años, del “Courrier philosophique de Eugenio d’Ors, publiè par ses Amis», que tu dirigías y que se imprimía con prensas de mano, en tu dormida ciudad de Senlis, «rue du Puits-de-l'Echelle»; o para leerme los últimos versos de nuestro amigo, Patrice de la Tour du Pin. Sino para turbios designios, en la angustia de un pueblo que no sabe lo que quiere. Y que tal vez hubiera encontrado una fe nueva, en lo que tú le balbuciste alguna vez, en cortas y dispersas páginas; o, en lo que traducías, para archivo de nuestra correspondencia, en las del «Courrier». Y entonces, si esta fe nueva hubiera sido ganada; y tus viajes, regidos por ella, y también los destinos de tu pueblo, no murierais, Jean Baudry, entre las avalanchas de los acontecimientos y bajo el frío de la nieve, ni tu pueblo ni tú.

(1) la] om. La Vanguardia
(2) habían hecho] hacían La Vanguardia
(3) add. la Nuevo Glosario
(4) las tuyas] los tuyos Nuevo Glosario
(5) add. a Nuevo Glosario
(6) el] om. Nuevo Glosario
(7) No recogido en Nuevo Glosario

Diseño y mantenimiento de la página: Pía d'Ors
Última actualización: 22 de julio de 2009