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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
LA CRUZ DE CARAVACA

(La Vanguardia, 22-V-1943, p. 3; recogido en Nuevo Glosario, vol. III, pp. 1.014-1.018)

Noble Caravaca bravía —bravía doblemente, por lo murciana y por lo serrana—, ¡pues no estás tu poco oronda con la nueva reliquia de la Santa Cruz que te han enviado desde Roma para consuelo de tu viudez, en luto de la insigne!… Tan oronda, que hasta vuelves a hacer Juegos Florales.
Pero unos Juegos Florales dilectovacunos —o, si se prefiere, teodomiranos— no podían ser unos Juegos Florales cualesquiera. Bien entendido, aquí había que cantar, según imperio de lo tradicional, la Patria, la Fe y el Amor. A los tres ideales, sin embargo, daba necesariamente tono especial la presencia y la gloria de este constante protagonista ciudadano: la Cruz. Y como según dicho de gentes extranjeras a Caravaca, pero no ajenas a su historia, «es el tono lo que hace la canción», cuanto de las sobredichas canciones, o en torno de las sobredichas canciones, volase en el aire alto y delgado de Caravaca, era de ley que llevara la Cruz encima, o que sobre su signo yaciera.
¿Una Patria crucificada, una Fe crucificada, un Amor crucificado? ¿Por qué no, si, a la vez, el símbolo y la historia exigieron, para la redención de los hombres, la crucifixión de la Divinidad? Ésta fue la suma sorpresa y aversión de los paganos ante la enseñanza de la Religión del Galileo. Éste fue el que pudo llamarse desde entonces «el escándalo de la Cruz». Pero este escándalo, la mente reflexiva lo repite y lo supera, ante una realidad espiritual de cualquier orden. Un sentido ambivalente le muestra allí la coincidente presencia de la vida y de la muerte, del honor y de la ignominia de una corriente de fuerza, atajada por la tangencia de una humillación.
Mucha fuerza trae el río Duero en sus aguas de oro. Todo se lo gana para él, todo lo arrastra. En el punto y lugar que Dios quiere se ve, no obstante, cortado por la vena de un río humilde, que se diría sin poder ante el otro, pero que tal lo tiene, y oculto, que unas aguas de plata interrumpen, cruzándolas, las que con el Duero venían. Y entonces así lo proclama el folklore local:
«Yo soy el Duero
Que con todos puedo,
Menos con el Adaja
Que es el que me ataja».
Aprendamos por ahí cómo únicamente es grande en el Mundo lo atajado. Que es igual a decir cómo únicamente es vivo lo estructurado. Y poderoso, lo disciplinado. Y clásico, lo castigado. Y fecundo, lo contradicho.
* * *
La más profunda entre las palabras que, en el breve curso de su heroico vivir, pronunciara nuestro José Antonio, es aquella por la cual se proclama: «Queremos a España porque no nos gusta». Esa paradoja vale por una crucifixión. La afrenta y la adoración conjugan su ambivalencia en la misma. La corriente vertical de un amor se ve atajada por la cortadura horizontal de un disgusto. Un frío Adaja quiebra la corriente de un impetuoso Duero. Es ésta la Patria que se puede cantar en unos Juegos Florales con la Cruz por numen. La Patria superada por una vocación de imperial unidad. No la espontánea, la instintiva, la del sentimentalismo chauvin(1), la de las griterías y las algaradas, la de las nostalgias y los paisajes. Nunca la de los varios nacionalismos… Ved el Mundo: la guerra nos presenta hoy el gigantesco espectáculo de las naciones, de las patrias, que sienten la necesidad de su propia crucifixión y, ante esta necesidad, vacilan. ¿Qué son hoy Francia o Polonia? Unas Patrias en el Huerto de los Olivos. Que dicen: «Si es posible, pase de mí este Cáliz». Pero no es posible.
Y también unos Juegos Florales, como los constelados por los seis cabos de la Cruz de Caravaca, al cantar la Fe deben cristianamente crucificar a la Fe. Hay aquí una corriente sentimental: es áurea, impetuosa, poderosa, como el Duero. Pero esta corriente lo arrastra todo. También tienen fe los protestantes, también los herejes; más, inclusive, fe hasta el fanatismo. La grande, la eterna, la inexcusable misión de la Iglesia es ser el Adaja de la fe, atajarla, cruzarla, castigarla. En lo intelectual, con el Dogma; en lo cordial, con la Liturgia; en lo social, con la Disciplina. ¡Cuántos certámenes literarios, de color regionalista o localista, no han venido exaltando, en su más pintoresca morfología, la versión vernacular y libre de la Fe, adscrita a todas las supersticiones del localismo! Tales versiones debían ser superadas en esta fiesta de hoy.
Y para el Amor, ¿no será exigida también una Cruz? Las infalibilidades sorprendentes del lenguaje —de todos los lenguajes— dieron con la expresión hace tiempo: la «cruz del matrimonio», la cruz familiar; con agudeza tan certera a aquella otra que llamó «políticade campanario» la del(2) particularismo, siglos antes de(3) que se descubriera la relación cultural e histórica entre Cúpula y Monarquía, por un lado; Torre y soberanía plural, por otro lado. Más certero el lenguaje que los románticos, cuando gesteros impíos empezaron a repetir: «El matrimonio es la tumba del amor». No, su tumba no. Es su cruz. La cruz en la cual vive muriendo y muere derramando vida. Y a este amor únicamente, no al de la libertad, no al informe y sin figura, podían cantar —ellos que invocaban la figura de la Cruz— los Juegos Florales de Caravaca.
* * *
¡Tan contentos como estaban allí con la satisfacción de la restauración de sus fiestas, del lujo de sus nuevas joyas sagradas, y de la animación de su Feria compacta, y lo pingüe de las cosechas en torno!… Un pequeño Adaja de meditación pudo cortar, con su fría plata, esta corriente de oro. Pero sin extinguirla, dejándola restaurarse y proseguir un poco más lejos, camino de los Océanos de un futuro.

(1) chauvin] chovino La Vanguardia
(2) la del] al La Vanguardia
(3) de] om. Nuevo Glosario

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Última actualización: 9 de enero de 2009