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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
CANUTO HAMSUM VISTO POR SU HIJO

(La Vanguardia, 16-V-1943, p. 5; recogido en Nuevo Glosario, vol. III, pp. 996-1.000)

La autobiografía de Darwin fue continuada por su hijo y conducida hasta el punto de la muerte del famoso naturalista. En esta continuación es donde se encuentran, como elogio a la gran capacidad de éste para el trabajo, a su puntualidad y lucidez, las siguientes palabras: «Mi padre es la única persona que he conocido capaz de distinguir entre diez minutos y un cuarto de hora»…
Era en tiempos en que el género biográfico se ajustaba al patrón de la ejemplaridad moral, que ha tenido validez desde Plutarco hasta Lord Macaulay. Después —en mudanza paralela a la de la pintura, que olvidaba contemporáneamente las exigencias de la composición para entregarse a la anarquía del impresionismo—, el genero biográfico se ha desprendido de su vieja norma ética, para concederse a sí mismo aquellas libertades de interpretación, también impresionistas, encanto ayer, caducidad muy pronto, de las páginas de Lyton Strachey y de la infinita ralea de sus imitadores y seguidores.
A su vez —siempre en perfecta consonancia con lo que acontece en el dominio del arte—, el impresionismo biográfico se ha visto superado a última hora. Lo que hoy deseamos, para dar cuenta de alguna vida ilustre, no es ya lograr una «descripción» de la misma, sino su «definición». Queremos, a través de la maraña de las anécdotas y de los datos a ellas referentes, captar el esencial secreto de la figura, su emblema o símbolo(1); en una palabra: su «personalidad». Así, ante el juicio de semejante ambición, no suelen ser las autobiografías las mejores biografías. Porque el instrumentó metódico no ha debido de(2) ser aquí la conciencia, sino una especie de sobre-conciencia. Si «el primer deber del paisajista está en no formar parte del paisaje», bien convendrá pedirle al biógrafo que no se encuentre dentro, en el pellejo del biografiado.
* * *
¿Y cuando el biógrafo, sin ser precisamente el biografiado, es alguien muy próximo a él, por la intimidad, por la sangre, por el amor? ¿Y si el biógrafo es el hijo, por ejemplo? La experiencia salió bien con Darwin. Pero al hijo de Darwin ya sabemos qué especie de clasicismo le asistía. Dirán los frívolos cuanto quieran, pero la presencia de alguna valoración moral en la mente del narrador, lejos de reducir sus posibilidades de objetividad, las acrece. Peor que las normas convencionales resulta la falta de norma: sin ella no hay criterio de selección; y, como cualquier realidad, por modesta que sea, hormiguea en copia y cúmulo de notas confusas; sin un prejuicio que nos oriente entre las mismas, quien escoge y toma o deja es el capricho, cuando no el azar.
Aquel apoyo, que doblemente otorgaron al hijo de Darwin su piedad filial y los convencionalismos de la sociedad inglesa en que vivía, faltan, para no ir más lejos, en la semblanza de Knut Hamsun, escrita por su hijo Tore, y de la cual acaba de salir una versión española. La ternura transparentada en el relato, las dotes de escritor que, añadidas —miel sobre hojuelas— a las del pintor, se muestran en Tore Hamsun, no han bastado para redimir su libro de la tara impresionista, habitúal en la etapa segunda entre las atravesadas por el género, y que lo condena, por consiguiente, a cierta ineficacia representativa.
Por de pronto, mientras en sus addenda, el hijo de Darwin se eclipsaba; mientras que —otro ejemplo, y más significativo, por tratarse de un acercamiento entre escritores profesionales y de un vínculo que en uno de ellos había nacido, tanto como de la admiración, de un deseo de formación propia — Eckermann no aparece ni siquiera como un relieve ligero en el pedestal del monumento a Goethe erigido—, Tore Hamsun nos da continuamente la impresión de que lo por él redactado son sus personales memorias ¿Querrá creerse que, sólo traspuestas las tres cuartas partes del libro, y en ocasión de referirse al Premio Nobel, llega a colegirse —y esto por deducción, no por mención— el año del nacimiento de su glorioso titular? Es posible que el dato se encuentre en las enciclopedias; pero la misión del biógrafo es librarnos de consultar las enciclopedias. Y, sobre todo, bien habrá que llamar despistado a quien ignore cómo, para el lector de biografías, uno de los principales resortes psicológicos de interés consiste cabalmente en la oscura comparación que él anda haciendo a cada instante entre lo que el personaje logró a tal edad y lo que él mismo a su nivel ha cumplido.
Hay algo más grave. Hay que la dispersión, inevitable en todo impresionismo, impide hacer la síntesis entre ciertos rasgos aparentemente contradictorios, referidos en el mismo plano: donde unas veces el personaje se presenta como un avaro —mejor dicho, como un cicatero—, y otras veces larga liberales propinas. El narrador, aquí, no ahonda más que la anécdota; no busca la causa ambivalente capaz de explicar a un tiempo los unos como los otros rasgos. ¿Nos daría alguna explicación la nota de una «inveterada bohemia», que a Knut Hamsun atribuye el prospecto del libro, impreso en su cubierta, y que parece justificar tal o cual página sobre las adquisiciones inmobiliarias de los primeros años del escritor? ¿O bien, al contrario, la dominante será la dura parsimonia del agricultor, que sólo se embrolla con involuntarias larguezas, cuando sus inexpertos viajes?
La falta de una clave sintética nos deja a oscuras. Y, sobre todo, el que el biógrafo no parezca tomar en cuenta, dentro del biografiado, al «autor», ni a las continuas ósmosis y endósmosis que en el escritor se producen entre la vida y la obra. Tal como nos lo presentan las páginas de Tore Hamsun, su padre lo mismo hubiera podido producir Hambre, que Mireya, o que La vida de un soldado.
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Afortunadamente, el breve volumen que tenemos ante los ojos no contiene solamente una biografía, sino una antología; mejor dicho, una de aquellas breves colecciones de extractos para las cuales el editor español de Knut Hamsun ha encontrado un afortunado título: Las Quintaesencias… Y aquí, por fin, descubrimos los secretos esenciales, la clave del arco, el emblema, la personalidad, lo angélico. «Así habla Knut Hamsun». Así, de pronto: «Nosotros deberíamos labrar nuestra propia tierra, la tierra de Noruega… Evitar el peligro que existía para muchos cuando eramos niños: evitar ser desarraigados de la propia tierra áspera para ser transplantados a otra más fértil… Para esperar luego, y, a pesar de todo, con ansia, poder volver luego(3) a la tierra áspera… Conviene que los álamos pequeños se desarrollen en relación con sus proporciones. No todos pueden tener el mismo tamaño». Quien habla así no es un nómada, es un sedentario.
¿Bohemio? Allá, en su tierra, el equivalente de nuestros gitanos son los lapones. Este campesino, ferozmente propietario, despreciará, sentirá asco por el lapón, incurablemente mendigo. Sí. El «género próximo» de la definición buscada está en el tipo del campesino propietario, como en Mistral, no como en Ramuz. Pero la «última diferencia» la dará la nota del panteísmo, como en Ramuz, no como en Mistral, el cual fue humanista: no amigo de la naturaleza, sino de la tradición.
El autor de La bendición de la Tierra, visto por su hijo, nos resultaba ya encantador. Ahora, hablando él, nos resulta verdadero. Como las dos partes se reúnen en un solo libro, el «bollo» impresionístico de la primera se perdona por el revelador «coscorrón» de la segunda.

(1) add. para decirlo La Vanguardia
(2) de] om. La Vanguardia
(3) luego] om. La Vanguardia

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Última actualización: 9 de enero de 2009