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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
LA CRUZ DE DURANGO

(La Vanguardia, 29-IV-1943, p. 3; recogido en Nuevo Glosario, vol. III, pp. 986-989)

¿Cómo no aplaudir a Fray Ramiro de Pinedo, prez de la Casa benedictina de Santa María de Estibaliz, cuando nos dice que la Cruz de Durango —en horas aciagas destruida y cuya restauración hoy se desea—, «no puede ser clasificada como un monumento dentro del mal llamado Arte vasco»?… Primero, que nada hay en la condición benedictina o en su fama de saber recoleto que se oponga a ser aplaudido: testimónienlo aquellos hijos de la Orden que, sin remilgos, lo son frecuentemente: tal nuestro popular y militante Fray Justo Pérez de Urbel. Y segundo, que, sobre esta cuestión de la Cruz de Durango, el padre Pinedo tiene en lo que dice razón por arrobas.
El hecho de que un vaciado de la misma figure actualmente en el Museo Etnográfico de Bilbao, nada prejuzga acerca de su originalidad y especialidad raciales. La misma «Junta de Cultura de Vizcaya» debe de reconocerlo, cuando ha patrocinado con su edición la monografía cuya es la negación destacada. De ser legítimo y obligatorio el clasificar localmente este género de manifestaciones del arte popular religioso, más bien que al etnos éuscaro, correspondería tan singular monumento al etnos celta, dentro del cual, desde los druídicos menhires hasta los barrocos Calvarios, abundan las representaciones plásticas arracimadas en la vertical estructura del mástil. Un Calvario bretón, por ejemplo —y esa versión, si en Bretaña frecuente, no resulta rara en los varios Finisterres occidentales situados entre el palmeral canario y los prados irlandeses—, no consiste, a estilo de otras partes, en un itinerario de estaciones piadosas, cada una ante el trasunto iconográfico de un Misterio, sino en un monumento único, donde la Cruz, flanqueada en ocasiones por otras dos, da centro y ápice a un breve cosmos figurativo, donde lo escultórico, aun dentro de su pequeñez, domina a lo arquitectónico que se le mezcla, con intervención evocadora, por su general sentido naturalista, de aquella combinación sinóptica de personajes y paisaje, bien conocida por los «nacimientos» o «belenes». La Cruz de Durango no deja de recordar la de Saint-Avé, en el Morbihan; y aun la de Finisterre, en la cual los símbolos que dentro de cada una descienden hasta el Pecado Original, suben hasta la representación de la Santísima Trinidad y su triángulo.
Por lo que se refiere a la estatuaria, el parecido lo estableceríamos más bien con la contenida en el Calvario de Pleyben o en el que, desde Campeneac, pasó a un altar primeramente, y luego, al Museo de Rennes; o, todo lo más, con el Calvario de Saint-Thégonnec. Lo cual incluiría la posibilidad —para ciertos arqueólogos, espantosa—, de que las tales figurillas, lejos de remontar mas allá de lo gótico, ni siquiera al siglo XIV, cuya sugestión arriesga más cautamente Dom Ramiro, fuesen simplemente cosa del Seiscientos o del Setecientos.
Pero nuestro benedictino tiene razón al pasar ligeramente sobre el tema cronológico, prefiriendo irse derecho al mundo de los símbolos, que es un mundo de significaciones eternas, no sometido a las constantes rectificaciones eruditas sobre lo temporal. De igual modo que no se trata, con la Cruz de Durango, de una obra típicamente vasca, ni siquiera de una obra típicamente celta, no se trata tampoco de algo inscriptible en el cuadro de la estilización gótica ni en el cuadro de la estilización rococó… Hay dos grandes fuerzas que se ríen constantemente de nuestra mezquina máquina, artificiosamente dispuesta para clasificar tiempos y países, siglos y razas, generaciones y regiones. Estas dos fuerzas son la Iglesia y el Pueblo. La primera, imponiendo, según el padre Pinedo nos dice, «la universalidad del arte y el sentido genérico de la catolicidad», articulado en símbolos permanentes y humanos, asequibles a todos los ojos, patentes a todas las inteligencias. La segunda fuerza, el Pueblo, conservando imperturbablemente a través de la Historia y barajando fraternalmente las mismas ingenuas morfologías, en sus creaciones de belleza y de piedad.
El Tentador del Paraíso ha mantenido su forma de serpiente y su cara de mujer bonita —por lo menos en la intención de los artistas populares, porque ya luego venía el Tío Paco de las torpezas con la rebaja—, igual si se trata de iconos bizantinos que de estampas de Epinal. Las canciones japonesas pueden confundirse con el cante flamenco, según descubrió, en sorpresa contagiada por los medios diletantescos y pedantescos de París, Antonia Mercé, llamada «la Argentina». Y no es imposible que la Cruz de Durango, derribada al descargar una revolución bolchevique, hubiese sido justamente erigida al aturbonarse la Revolución francesa.
Cuando, hará unos quince años, el Instituto internacional de Cooperación intelectual preparaba, desde su parisiense rue Montpensier, una Exposición de artes populares en Berna, nosotros, que allí estábamos, propusimos a los organizadores que, voluntaria e industriosamente, se extraviaran todas las inscripciones y fichas preparadas por los países en concurso, cada uno con su puntillo de «hecho diferencial», para que el conjunto se presentase mezclado, y a ver quién era el guapo que reconocía lo suyo. Los organizadores, naturalmente, no aceptaron. Mil catástrofes ideológicas y políticas pudieron temerse, ligadas al hecho de que no se llegara a distinguir un bordado búlgaro de un bordado de Lagartera. Ahora, ya lo vemos: la Junta de Cultura de Vizcaya, no sólo deja decir, sino que edita ella misma trabajos donde la crítica de arte aparece inspirada por un criterio de ecumenicidad. Algo se va ganando, sí, poco a poco.
Algo muy digno de mencionarse en el año presente, que tan vecinas ha venido a colocar la Conmemoración del Calvario y la Exaltación de la Vera Cruz.


(1) cada una] aquélla La Vanguardia

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Última actualización: 9 de enero de 2009