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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
LAS ESPAÑAS

(La Vanguardia, 19-X-1943, p. 2; recogido en Nuevo Glosario, vol. III, pp. 1.071-1.074)

Transcurrida cada conmemoración del 12 de octubre, bueno es examinar lo que nos ha traído como avance e incremento en nuestra empresa de la más grande Hispania. Esa operación, cuando se trata de un negocio, se llama balance. Cuando se trata de un ideal designio, se llama examen de conciencia. Pero también este último necesita un sistema convencional de signos en la que llamaríamos su contabilidad.
El término «las Españas» fue restaurado, y empezó a emplearse con un sentido ideológico ya consciente, hará un cuarto de siglo. Acontecía en la coyuntura una tentativa de renovación en la vetusta y —peor— anacrónica sociedad que conservaba el mal nombre de «Unión Iberoamericana», y un cambio de título, donde aquel substancioso plural cifrase una enseña, pareció deseable a quienes tal designio conducían… No llegó el mismo a triunfar. Prenda, empero, de mejor suerte para el mañana, consideróse la adopción, para el órgano oficial del centro, del rótulo Revista de las Españas, con que se publicó durante un tiempo no corto.
Vino algo más tarde el enarbolamiento de la bandera de la Hispanidad. La nueva fórmula traducía mejor el ideal, desde luego. Y menos que nadie podía ponerle reparos un creyente en las «constantes» de la Historia, cuyo pensamiento, con ambición de remediar la trágica ruptura moral del mundo moderno —cuyo mal viene, según vio, con gran lucidez en el diagnóstico, el pensador y autor dramático Gabriel Marcel, «de haberse avezado a, conocer en la realidad, no las cosas, sino los haces de relaciones con que se intenta sustituir su objetividad, por modo que tantos y tantos prefieren decir «lo divino» a decir «Dios»—, se ocupa siempre en descubrir, igual para la psicología individual que para la ciencia de la cultura, por encima del alma, el Ángel y, por encima del acontecimiento, el «eon», o, de otra manera, más allá de los fenómenos, no ya los númenos, sino los Númenes.
La idea de Imperio, para quien ha superado —o exorcizado— el nominalismo, es un numen. La idea del Eterno Femenino, también. Puede asimismo la idea de Hispanidad ser un numen, a condición de que se descubra en ella —y se descubrió— aquella vocación universal por cuya virtud la esencia alquitarada de lo que pudo tomarse por estrechamente nacional se vierte en la amplitud de lo ecuménico y católico.
El término «Hispanidad» ha podido así ganar legitimidad, al tiempo en que ganaba vida. Cuando los españoles han comprendido, finalmente, que su cultural misión —y por consiguiente, su patria y su política—, lejos de ajustarse a nada que se pueda localizar, espacial y temporalmente, aspira a la milicia de lo eterno. «No servir a señor que pueda morir», fue el voto de nuestro San Francisco de Borja. Ni tampoco, añadimos nosotros —completando, para adecuación al nuevo asunto, el mismo pensamiento— a señor que no sepa viajar… España es una idea que no puede morir: testigo, 1936. España es una idea que sabe viajar: testigo, América…
Este viaje de España tuvo, porque lo había de tener, durante mucho tiempo, un nombre, un nombre definido en el(1) léxico de la ciencia de la cultura y que suena así: Colonización. Ello representaba una fórmula interina, bien que la interinidad durase centurias, de la cual había que salir, porque para ello se trataba de un fenómeno y no de un numen; de un acontecimiento y no de una constante. Podía salirse de dos modos: o bien por el camino de la unidad, que es el de Roma, o por el de la dispersión, que es el camino de Babel. El diablo, que no Dios, el diablo y también no poco las diabluras, públicas o secretas, de los hombres que hicieron que, por ser horas aquéllas de romanticismo, liberalismo y nacionalismo, se prefiriera el camino de Babel; y esto no sólo por parte de quien se separaba, sino por parte de quien con ello venía a quedarse aislado y amputado.
España, hace un siglo y medio, hace un siglo, hace medio siglo, optaba por la dispersión todavía, por impotencia para comprender cómo en la belleza —y quien dice en la belleza, dice en la verdad y en el bien— son compatibles la unidad y la pluralidad. Olvidando una ley de amor, cuya consideración le hubiera servido para adivinar el sentimiento de decepción subyacente en lo que se presentaba, inclusive en las más tibias y razonables manifestaciones públicas, como inspirado por un afán de emancipación y de protesta.
Sin negar que éste pudiera entonces existir en muchos, ni siquiera que, por imperativo de los tiempos, se hubiese convertido en ambiente, indicaría falta de penetración histórica el no adivinar, bajo lo que pudo parecer impulso genuino de separación, una subterránea, pero auténtica, corriente, que aspiraba, por la vía de la incorporación, a una más segura y superior unidad. La prueba está en el hecho mismo de que esta corriente pueda, tantos años después, empezar halagando nuestro oído con una manera de cántico, para acabar imponiéndose a nuestros ojos con evidencias de surgente. Debe inclusive confesarse que apenas si ha mediado en ello ningún mérito intencional. A estilo de aquel empresario valenciano que regentaba algunos teatros barceloneses y tenía costumbre de aumentar sucesivamente las ponderaciones en el anuncio de sus éxitos, aquí las Españas podrían hablar de un «Éxito que ha sorprendido a la misma empresa». A cada jornada del 12 de octubre, las encontramos enriquecidas con nuevas fuerzas y nuevos signos de una integridad que, tal vez, en rigor, no se han ganado.
Contemos, entre estas ganancias, una, suprema, de que nos da cuenta la lectura. Juzgóse fatal, hasta hace un cuarto de siglo, que el castellano se condenara a descomponerse en los Ultramares, en una proliferación análoga a la que un día sufrió el latín y dio nacimiento a la pluralidad de lenguas romances. Esta pretendida fatalidad ha sido burlada, sin embargo, por la ilustración. Hoy, en la Argentina o en el Perú se escribe y hasta se habla un castellano mejor cada día. La atracción de Babel puede considerarse vencida en este capítulo.
Así, contemos(2) cada una de nuestras anuales celebraciones a mayor distancia de Babel.

(1) lo] el Nuevo Glosario
(2) contemos] om. La Vanguardia

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Última actualización: 16 de febrero de 2009