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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
LIFAR

(La Vanguardia, 6-X-1943, p. 2; recogido en Nuevo Glosario, vol. III, pp. 1.068-1.071)

Porque, según parece, Sergio Lifar, a vuelta de pocos días de haberse estilado y cifrado aquí cierto chascarrillo que le concernía, visitó Barcelona y Sitjes, y —siempre según las referencias— conoció tan frívolo texto; y porque «no hay que darle a una mujer un pesar, ni siquiera ligero», y menos a un artista, cuya epidermis es aún más delicada —o, si se le ha dado involuntariamente, debe compensarse—; por tales razones, y por la doble y soberana de la actualidad y de la justicia, diré ahora aquellas que inclinan con mayor fuerza a una admiración por Sergio Lifar. Claro que tratando, como siempre, de elevar la anécdota a categoría. Y de hallar pretexto en el incidente para dos dedos de filosofía de la danza.
Hace ya algún tiempo, y en una serie de conferencias organizadas en el Vieux Colombier, de París, sobre «La renovación de las formas clásicas», me tocó insinuar, acerca de esta renovaciónen el Teatro, la creencia de que los momentos de mayor auge de los Bailes Rusos señalaban la nota extrema de un barroquismo escénico, cuya tendencia debíamos, por fin, superar. Una exacerbación del dinamismo la caracterizaba, Y, en términos generales, la primacía otorgada, sobre la mesura del ritmo, al ímpetu del salto… Aquel —supremo— de Nijinski, al final de Elespectro de la rosa, cupiera tomarlo como símbolo de toda una época y de toda una tendencia del arte,
El goce de una ágil intensidad, que con ello el espectador alcanzaba, era logrado, inevitablemente, a precio de ciertos valores de eternidad. En la persona de cada creador artístico, singular o plural, en su obra, en su conducta —y en cada uno de los productos de su obra y los episodios de su conducta—, se reproduce en cierto modo la elección propuesta a Fausto por el Maligno: o la juventud o la salvación del alma; o el intenso vivir del instante o la eternidad para después de la muerte; o la primavera en esta noche de Pascua o la impasible perfección del Empíreo… Si todo barroquismo firma el pacto con su sangre, todo clasicismo exorciza aquí la tentación. El primero cierra los ojos y salta. El segundo, cuando no llega al álgebra santa de la Señal de la Cruz, prueba siquiera de introducir, en el seno mismo del movimiento, los factores cíclicos, ya que no estáticos, que el ritmo representa.
Pues bien: así que Sergio Lifar, traspuestos aquellos sus «años de hambre» narrados en una autobiografía inserta en la interesante colección «De viva voz», que ha empezado a publicarse en España, compareció en París, entendimos todos que lo que nos traía este ruso era, cabalmente, una reacción contra el Baile Ruso, un aleccionador regreso a la Danza clásica, ahora enriquecida, sin duda, con nuevos elementos sensuales, pero reintegrada al cuadro jerárquico dentro del cual la razón recorta otra vez en estabilidades geométricas la agitación pánica. Con el estilo habitual que traduce espíritu de transición análogo y que he intentado explicar en unas líneas sobre lo Barroco, ahora reproducidas —si bien, no se por qué, sin firma ni mención de fuente— por la revista Arte y Letras, de Madrid.
«La agitación —se dice allí—, el movimiento, el viento que doblega, el quebrar de las líneas, el enroscar de los esquemas, que los fractura, dejan de todos modos subsistir grandes trechos de línea tranquila: expresiones de una intención, que luego, en el momento siguiente, será cortada o contrariada, pero que, si se aísla, puede pasar perfectamente por el fragmento de la forma de un producto clásico»… Añadiré que esta relativa nota reaccionaria, esta que llamaríamos «vocación de Occidente», debió de intervenir, sin duda, no digo en el éxito que el nuevo corega alcanzara en París, pero sí en la duración de este éxito, en su pronta normalización asegurada, en su ganada oficialidad francesa… Allí donde Nijinski había pasado como un meteoro, Lifar se puso a gravitar como un astro.
La superioridad del astro —que puede, inclusive, orientar navegaciones— sobre el meteoro —que, en el caso mejor, deslumbra— es la que pudiera alegar, ahora bromas aparte, nuestro magistral artista —que tiene, literalmente, escuela— sobre sugenial y cancelado predecesor. A esa calidad normativa de Lifar yo debo, entre otras lecciones, la que me ha permitido entender finalmente el valor rítmico de obras como L'aprés-midi d’un Faune, de Claude Debussy. No me han traído, no, esta revelación los conciertos, sino los espectáculos de danza. En los primeros, los prejuicios de los directores de orquesta y delos concertistas de piano, tercos en hacernos oír sempiternamente un Debussy impresionista, un Debussy gris, reseda y malva, todo cuartos de tono y matices, todo suavidad y algodón en rama, nos habían escamoteado, tras de ese plumaje, el esqueleto, e impedido conocer la estructura numeral de las mejores creaciones debussyanas, aquellas que, no tocadas, como el Pelleas, por la pícnica belga, traicionan menos el nervio francés. Pero lo que el sonido evaporaba, el cuerpo humano lo podía y debía subrayar. Las plumas habían volado y ahora se acusaba la verdadera musical osatura,
Cuando, a un día siguiente de haberle visto bailar como fauno, encontré a Sergio en una boda, la de un poeta, donde, entre los asistentes franceses, con decir que Colette era el menos revolucionario, ya está dicho todo, comprendí en seguida cómo en la defensa del orden clásico yo podía encontrar, en él y en su arte, un colaborador ejemplar. Comprendí que, entre tantos rebeldes o que, inclusive el alcalde celebrante, se daban aires de serlo, Lifar y yo, los dos extranjeros — ¡el ruso y el español!—, el que había devuelto el ritmo a la danza y el que había devuelto a la filosofía la figura, éramos precisamente los genuinos y únicos representantes de la Tradición.

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Última actualización: 5 de febrero de 2009