volver
Eugenio d'Ors
presentación | vida | obra | pseudónimos | retratos y caricaturas | galeria fotográfica |dibujos |entrevistas| enlaces       
SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
SCHERZO NÚMERO DOS

(La Vanguardia, 26-VIII-1943, p. 3; recogido en Nuevo Glosario, vol. III, pp. 1.045-1.049)

I.- EL BRINDIS DEL CAFÉ.— Ello aconteció el año pasado, cuando aún podía permitirse Europa el lujo de celebrar Congresos científicos. El que digo concernía a la historia del arte. Y se clausuró con un yantar a la sombra de unas venerables ruinas.
A los(1) postres del cual, se brindó. No antes, ni cuando el café, según mala costumbre que acompaña hórridamente el disertar de los oradores, con agitaciones de servicio o fragores de cucharillas; sino cuando a los mismos camareros no les queda sino escuchar o, a lo sumo, cobrar.
Si, a diferente altura, podía verse todavía en la mayor parte de las tazas, sobre todo en las propuestas a labios extranjeros, buena parte del líquido negruzco que en la minuta se anunciara como café, no se debía la cosa a falta de tiempo, sino a dificultades de acomodación del paladar. Así, a nadie extrañó que, al llegar el turno de España —que no fue en seguida, porque allí el nombre de España empieza por S—, el representante de España —que esta vez, por fortuna, lo tenía— se pusiera a hablar precisamente del café.
—«Señores — dijo —, había una cosa muy buena en el mundo. Esta cosa se llamaba café. Era muy buena, por ser auténtica, y porque, siendo auténtica, sabía lo mismo en todas partes. El que se tomaba en Roma, igual que el que se había dejado en España. El que perfumaba las postmeridies de los bulevares de París, como aquel cuyo olor se perdía en la altura por haber sido gustado en un piso número veintidós de la Séptima Avenida de Nueva York. El que desvelaba al bohemio de Coimbra, como el que desayunaba al bohemio de Bohemia… Buscar al brebaje un sabor nacional cualquiera hubiera sido entonces locura: el mismo llamado «café turco» difería posiblemente en la consistencia, en el estilo de ser tomado, no en el sabor ni el olor.
«Tras de aquellashoras áureas han venido estas miserables que ahora se viven. Han venido las penurias, los racionamientos, las carencias — y no se me exija que dé a esta enumeración un orden cronológico —. Ha venido la necesidad de sustituir los productos más preciados como los más usuales por cualquier «ersatz» o «surrogato». Y entonces, en el empleo de estos recursos, es donde cada país ha manifestado su genio. El mapa del empleo del café en Europa se ha llenado de hechos diferenciales. Pasamos los Pirineos y ya nos sorprende el gusto del café en el primer desayuno. Según la orilla del Leman de que se trate, hay un café que nada tiene que ver con el de la otra orilla. En la misma Francia, el café provenzal no recuerda en nada al que se consume en el Franco-Condado… Nunca pudo con mayor razón aplicarse la sentencia: «Tú varías; luego tú no eres la verdad».
«Al término de esta reunión internacional, en que tanto hemos hablado acerca del arte, de la crítica, de la cultura y de su historia, yo, señores, levanto mi taza, colmada aún en linfa imprevisible, brindando por la resurrección del café, del arte, de la crítica y de la cultura universales».

II.- EL TEATRO RUSO.— Una compañía de Teatro Ruso recorrió hace algunos años las metrópolis de Occidente. En obsequio a los espectadores que no conocían el idioma, que eran innúmeros, se repartieron unos prospectos donde se daba cuenta del argumento de las obras representadas. De ahí extraemos el de una, titulada «Las tinieblas de la conciencia» que, según parece, era una comedia de costumbres.
Acto primero.- En la casa de Ivan Petricoff, antiguo comerciante arruinado, el pope Crisostomos Duliew lleva una vida viciosa y disipada. Así se lo dice Trepow Fsar, perceptor de contribuciones, que está enamorado de Vera Petricoff, que no tiene nada que ver con Iván. Entran en esto los vecinos Loumia, Terador y Ropwofig para contrariar estos amores, junto con algunas muchachas del pueblo; pero, apenas llegados, dejan solos al enamorado con Liniana Petricoff, hija natural de Crisostomos. Ésta dice que a quien de veras quiere es a dicho joven, lo cual da motivo a que entren, cantando viejas canciones populares, los acreedores de Iván. En esto se produce un violento altercado entre los dos rivales, escena a la que pone término Loumia, que entra llorando y apaga una a una las luces, mientras Crisostomos se arrodilla y confiesa en alta voz sus horribles pecados.
Acto segundo.- Ha pasado algún tiempo, y en la casa de Ivan Petricoff reina la enfermedad. En nombre de todos los acreedores, el viejo Terador, que ha resultado padre de Loumia, viene a ofrecerle la mano de su hija. Iván se conmueve, se arrodilla ante Terador y le besa tres veces. Entra en eso Crisostomos en estado de embriaguez, quien besa igualmente a Terador y le ofrece cambiar de vida en lo sucesivo. Cuando le da el tercer beso, mezclado con juramentos abominables, entran Loumia y Ropwofig, reconciliados ya, que vienen de una fiesta de máscaras, y dan cada uno a Terador tres besos, que hacen doce. Pero las máscaras han seguido a los enamorados y entran cantando y bailando, ante la cólera de los acreedores, que les maldicen hasta la tercera generación. Suenan las campanas de Navidad y todos se van riendo alborozados, dejando solo a Iván, quien, sollozando, dice que estos alborotos no le sientan nada y que se encuentra mas enfermo cada día.
Acto tercero.- Iván ha muerto. Crisostomos ha dejado el estado sacerdotal y se dedica ahora abiertamente a la embriaguez. De repente se convierte y exhorta a Loumia y Terador a que abjuren de sus errores y dejen la vida del pecado. Terador accede; pero Loumia, que iba armada con un cuchillo, pretende degollar a su nuevo pretendiente, Ropwofig. Éste no accede y se pone de pronto a jugar a los naipes. Vuelven otra vez los vecinos, los acreedores y las máscaras, y la alegría es general. Crisostomos se salvará, porque ha encontrado el camino de la virtud.
III.- LA MEGALOMANÍA.— Admiro sobremanera a Serge Lifar y, además, me entiendo muy bien con él, desde que fuimos, a la vez, padrinos del novio en una boda y, durante el banquete, pudimos largamente conversar sobre teorías estéticas. No son óbice estos sentimientos a que diga que, en la autobiografía del eximio coreógrafo, publicada recientemente en edición española, se encuentran a faltar muy preciosas anécdotas. Bien es verdad que el relato en cuestión se refiere a un corto número de años, los más lejanos al momento de gloria al cual corresponde lo que sigue.
Sabido es cómo el gran Nijinsky, con los nervios agotados tras de sus esplendorosas campañas, yace, desde hace años, en un sanatorio de Suiza, sumido en melancólico estupor. La crónica contó que de él había venido a salvarle justamente un día la visita de Lifar, quien, esbozando cariñosamente ante el enfermo algunos pasos de danza, había conseguido arrancarle de su triste apatía, reavivando en él, con la memoria, el cacumen.
A vuelta da unas semanas, alguien, como encontrara a Lifar en una fiesta, quiso informarse de si aquella mejoría se había asegurado.
—No — fue la apesadumbrada respuesta —. ¡El pobre Nijinsky ha recaído!
Y tras un Instante:
—Sólo que ahora el género de la dolencia ha cambiado. Da ahora en la megalomanía… Se cree Lifar.
Si la frase es cierta, figurará, sin duda, en los libros de memorias que su autor nos dé en lo sucesivo. Porque bien conoce él la sentencia de Nietzsche: «Avergonzarse de los propios defectos es el primer paso para avergonzarse de las propias cualidades». Y alguien le habrá referido el caso de André Gide, el cual, puesto en trance de tener que soltar algún dinero, so pena de quedar muy mal en suscripción pública u otra forma de cotización parecida, se zafó, diciendo: «Excúsenme ustedes. Pero, ¡soy tan avaro!»…

(1) los] om. La Vanguardia

Diseño y mantenimiento de la página: Pía d'Ors
Última actualización: 3 de febrero de 2009