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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
«LUDUS PRO FIDE»

(La Vanguardia, 17-VIII-1943, p. 7; recogido en Nuevo Glosario, vol. III, pp. 1.042-1.045)

La de restaurar el «Misterio de Elche» —concebida a raíz de la liberación y dichosamente realizada un año después— no fue una empresa original. Ya bajo los Gobiernos de la postrera República española se había intentado… Algún elemento culto del vecino Alicante sabía de «Palios de Siena» y de «Pasiones de Oberammergau»; otros, músicos o amigos de la música, estaban en condiciones de apreciar en todo su valor los precoces fragmentos de polifonía que en la obra se contienen. Tocadas las dos cuerdas sensibles de la erudición y del turismo, el Ministerio de Educación declaró monumento nacional el «Misterio de Elche», le apropincuó una subvención. Naturalmente, sin que, dadas las circunstancias políticas, ningún interés religioso interviniera, sino más bien el deseo de que éste se quedase en lo apagado e inane, incapaz de disputar el campo a los otros dos… Pero también era natural que, con designio tan desangelado, la restauración no prosperase. El pueblo, al cual se convidaba a un espectáculo que ya no tenía fervor de culto, al dejarse de practicar el culto acabó quemando la tramoya del espectáculo. Sin esperar siquiera el 1936. La destrucción fue consumada en Elche en 1934; alguien nos dijo que por acuerdo municipal.
Un pueblo puede muy bien vivir sin celebrar escénicamente la Dormición de Nuestra Señora. Pero si colectiva, ciudadana, lúdicamente celebra la Dormición de Nuestra Señora; si para ello y en ello trabaja y juega con ardor, es porque este pueblo, en su conjunto, CREE. Cree de veras que la Dormición de Nuestra Señora no fue una muerte, sino eso, un dormirse, para despertar, en alma y en cuerpo asumida, de gloria coronada, a la vera de la Trinidad. El principio según el cual la esencia de cualquier auténtico teatro es religiosa. aquí menos que nunca pudo ser impunemente violada. Un drama, una tragedia, ya en sí mismo envuelven siempre un oficio, una comunión; como una farsa, un carnaval, institución al fin y al cabo pánica, es decir, religiosa. Y «todo el resto es literatura»; peor, en muchos casos, cuando ni siquiera es literatura… Literariamente, ya lo sabemos, el «Misterio de Elche» no vale nada. Musicalmente, el interés, entre artístico y arqueológico de alguno de sus fragmentos, ¿llega a compensar el mal gusto paladino de algunos más, sólo perdonable, acaso, en gracia a aquella gracia por cuya intercesión hemos llegado a divertirnos inclusive, con el «estilo isabelino»? ¿Qué hay, pues, aquí, para que alguien que ha experimentado en una larga vida de espectador y de oyente las emociones teatrales más vigorosas —Esquilo, en Delfos, El mercader de Venecia, en Venecia, Max Reinhardt, en Leopoldskron, los primeros Bailes rusos, el Barrabás flamenco…; la letanía ya la hemos desgranado más de una vez—, pueda seriamente declarar que nada ha llegado a sacudirle hasta ese punto?… Hay el elemento religioso; hay la exaltación, casi delirante, de la piedad mariana; hay el voto de un pueblo que, en la ingenua escenificación de un evangélico asunto —ni siquiera hasta hoy canónicamente acepto—, da testimonio de su vocación por lo Eterno Femenino, en la apoteosis soberana de la Madre de Dios.
Para razonar y para articular tal voto, proclamando, a la vez, la adquisición de una conciencia general sobre su sentido, la habitual representación del «Misterio» en la iglesia de Santa María viene este año flanqueada por otras dos imponentes manifestaciones. Bajo el título «El Voto de Elche», una solemne procesión, una reunión y ceremonia oratoria de carácter teológico, han de plasmar el(1) común anhelo de que, por fin, sea definido por la autoridad de quien puede hacerlo y universalmente promulgado el dogma de la Asunción de María. Por otra parte, bajo la consuetudinaria fórmula de unos «Juegos Florales» —pero de unos «Juegos Florales» de excepción—, los más claros poetas de España y otros píos varones de largo estudio, han de proyectar la luz de su inspiración o de su saber sobre alguna de las figuras más significativas que, en cualquier lugar y edad cualquiera, han encarnado los arquetipos de la Eterna femineidad: sobre Clemencia Isaura, que —histórica o simbólica— dio a una Patria verbo de poesía; sobre Eloísa, que dio al Amor verbo de intelectual servidumbre; sobre María, que. al ser asumida, las asumió a todas en la neumática aspiración de la Fe. Porque también, como los del teatro, los «Juegos Florales» son esencia religiosa, nueva y constante versión, a pesar de lo trinitario de su divisa, del «ludus pro fide». Y como todo sumiso y exacto trabajo. Y como todo vivaz y libre juego. Y eso nadie lo comprende mejor que el hombre que, a la vez, trabaja y juega.

(1) el] de Nuevo Glosario

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Última actualización: 22 de enero de 2009