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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
VUELEN MIS CANCIONES

(La Vanguardia, 16-VII-1943, p. 3; recogido en Nuevo Glosario, vol. III, pp. 1.022-1.025)

En París, y en el cruce entre el «boulevard Saint-Germain» y la «rue de l’Ecole-de-Médecine», hay —o había— la estatua de Broca. La adornan —o adornaban— dos patillas solemnes y lleva —o llevaba—, en guisa de Hamlet, cuando la escena de los sepultureros, un cráneo en la mano. Broca es el que localizó en el cerebro los centros rectores del lenguaje. Su descubrimiento conoció un éxito sin medida. El materialismo doctrinal, en su época reinante, se apoderó(1) inmediatamente de aquél, no sólo para enfocar ciertos problemas sobre los disturbios de locución, sobre la afasia, etc. —cosa aun legítima—, sino para sacar de ahí que el pensamiento era una función cerebral, y otras amenidades de la misma catadura. Aun sin llegarse a ellas siempre, por espacio de medio siglo, en el mundo de la ciencia, fue la teoría de Broca dogma inconcuso… Hasta que, un buen día, a otro sabio, el profesor Babinski, se le ocurrió examinar de cerca la base experimental en que la teoría se fundamentaba: resultó que Broca sólo había hecho, antes de formular su descubrimiento, proclamarlo y lanzarlo al mundo… ¡un par de autopsias!
Al día siguiente de tan escandalosa revelación, los transeúntes por el lugar antes evocado pudieron contemplar la patilluda estatua. Ni había bajado del pedestal, ni había disminuído un centímetro de altura. Seguía contemplando su calavera con la misma afición; y los gorriones, huéspedes en los castaños vecinos, no le hacían el vacío en manera alguna… Lo cuento ahora para tranquilizar al ilustre musicógrafo P. Otaño, que, en su discurso de recepción en la Real Academia de Bellas Artes —discurso cuyo saber denso nos puede quitar el mal sabor de boca dejado por más de un sermón inane, bajo aquella cristalera, que no cúpula, oído— manifestó temores de que la estatua del P. Antonio Eximeno pudiese salir algo «encogida» por efecto de la revisión por el nuevo académico llevada a cabo. Y cuyo efecto era, sobre todo, desposeer a su colega sietecentista y hermano de Orden, de la gloria que se le atribuyera como precursor del regionalismo y del nacionalismo musicales, sobre la fe de una insinuación un poco vaga de Menéndez y Pelayo y, principalmente, de una verdadera campaña, erística y ya declamatoria ésta, del buen don Felipe Pedrell.
La frase en cuestión es la siguiente: «Sobre la base del canto nacional, debe construirse cada pueblo su sistema». Y claro que, a fines del XIX, encandiladas(2) como estaban las mentes por los últimos resultados de las teorías herderianas y decididas, no sólo a encontrar «hechos diferenciales» hasta en la sopa, sino a cultivarlos y a fabricarlos, esto había de parecer adivinación genial, deslumbrante profecía. Como a Broca lo de los sesos parlantes, a Eximeno lo de los pueblos cantores le valió pedestal y estatua. No iba el nacionalismo a quedarse atrás del materialismo, en punto a ingenuidades. Pero aquí es el P. Otaño quien actúa hoy de Babinski. Resulta que la frase citada no se encuentra en página alguna de ninguno de los escritos jimenianos. No existe. No la escribió el autor jamás. «Por mí mismo y con ayuda de otros —dice aquél— he revisado las páginas de Eximeno, línea por línea y palabra por palabra, y nunca he tropezado con nada que ni remotamente refleje esa idea»… Pedrell, es cierto, manifestó haberla leído. Pero al pedirle Otaño, entonces su discípulo, que precisara dónde, por poco si le da un soponcio al maestro; y hubo que dejarlo.
A nosotros, la verdad, como a los gorriones del «boulevard Saint-Germain», si la estatua existe, esto nada nos quita para frecuentar alegremente la estatua. En realidad, la sobada frase nos parece más bien desprovista de sindéresis. ¿Qué quiere decir eso de «la base del canto nacional»? ¿De dónde ha salido eso de que cada pueblo tenga «un canto nacional» y uno solo, y de tal canto «una base», sobre la que se haya de «construir» (¿Quién? ¿El mismo pueblo? ¿O —ahora— los músicos? ¿O el Estado?) «un sistema». Y con eso del «sistema», ¿a qué se querrá aludir? ¿A un estilo, es decir, a un repertorio de dominantes formales? Pero los estilos, como expresión colectiva, ¿se «construyen» por encargo, según programa, cuando y como uno quiere? ¿A unos asuntos, unos repertorios temáticos? Pero la música de alta calidad, ¿no ha prescindido siempre de ellos, dejándolos asomar, a lo sumo, de tarde en tarde, con la cauta discreción con que un aliño plebeyo asoma en las mesas refinadas? ¿Aludirá lo del(3) «sistema» a un juego rítmico, a un canon?… La experiencia está hecha; y lo único que el regionalismo musical nos ha dado como «sistema», desde el «Svanimento» de Pedrell hasta nuestros días, es un recurso para que la comodidad de unos cuantos compositores salga del paso con poner un poco de cenefa armónica a unas cancioncillas que andan por ahí. Y que ayer se creyeron seculares y juglares casi, y tal, y que ahora resultan datar —con exacta cronología— de cuando Fernando VII llevaba paletó.
No, no. ¡Nada de programitas «diferenciales», señores! Si Eximeno no ha escrito aquella inepcia, tanto mejor. Si el programa de Pedrell se queda sin ejecutar, Dios sea loado. Después de todo, parece que, por lo que a nosotros atañe, ahora salen aquí compositores decididos —al igual que otros menos nuevos, pero también puestos en razón— a prescindir de la famosa «base»… ¡Muera, pues, la base! ¡Muera la base y viva lo clásico, es decir, lo humano, es decir, lo universal!… Vuelen mis canciones.


(1) apoderó] amparó La Vanguardia
(2) encandiladas] encanalladas Nuevo Glosario
(3) del] de La Vanguardia

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Última actualización: 21 de enero de 2009