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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
SUECIA

(La Vanguardia, 25-VI-1943, p. 5; recogido en Nuevo Glosario, vol. III, pp. 1.012-1.014)

No siempre las voces de un mismo siglo cantan a coro: con el racionalista Descartes coincide cronológicamente el romántico Pascal; en cambio, el XVIII rococó pudo alumbrar a neoclásicos como Lessing o nuestro Moratín. Y lo mismo acontece con las de las regiones de la tierra: nada tan parecido a la precisión realista y patética de un imaginero español, de los de sangre en Cristo y puñales en corazón de Dolorosa, como las visiones de la venerable westfaliana Ana-María Emmerich.
«¡Lejos de mí las nieblas hiperbóreas!», gritó Menéndez y Pelayo, en sazón de pretenderse, cuando muy mozo, criatura apadrinada por los cielos serenos y por la luz… En punto a nieblas, ya hubieron, no obstante, de dejarle bien servido sus nativas costas y montañas de Santander. A mí, las más auténticas y saladas brisas me han ungido mediterráneo. Lo cual no empece a que me haya aficionado a ciertas figuras y a ciertos intelectuales productos de la hiperbórea Suecia.
A fuerza de afición —desde luego, sin que yo necesite con ello justificarla— he llegado a persuadirme de algo que a muchos parecerá paradoja; quiero decir, del meridionalismo de una parte de esas figuras y producción. Lo de que en Suecia se dé frecuentemente el tipo del hombre moreno, y hasta cetrino, es lo de menos. Más cuenta el haber advertido cómo ciertas notas culturales —el pensamiento figurativo, la paganía estética, el patetismo barroco y, para descender a detalles, la iconodulia y, en las imágenes objeto de su culto, la más violenta policromía—, se dan en Dalecarlia como en el Mezzogiorno italiano o en la hispana Andalucía.
El mapa de Europa, si en él buscamos la sede donde mejor florezcan los caracteres aludidos —que tienen la estilización barroca como un denominador común—, presenta al observador sin prejuicio tres zonas o(1) franjas, cuya posición se ríe de las demasiado cómodas clasificaciones de latitud. Hay bultos de Santos muy pintados y muy dorados, y la gente se perece por su devoción, a nivel de Nápoles y de Sevilla, bien entendido. Pero los vuelve a haber más alto, siguiendo en el mapa una especie de zona en diagonal, con ejes en el curso del Danubio y el curso del Rhin, empezando en Flandes y acabando en Polonia, con altos ilustres en la Borgoña, la Alsacia, la Renania, la Baviera, la Sajonia y Austria y Hungría, campos todos de catolicismo, misional clientela del Padre Faber, compañero en Montmartre de San Ignacio de Loyola… Lo más curioso es, en el mapa de Europa, aquella tercera franja.
De la misma conozco la operante presencia en ciertos núcleos suecos. En ellos, a desgrado de cualquier etiqueta oficial de protestantismo, hay culto a los Santos, imágenes de Santos, colores vivos en la pintura de estas imágenes y, en funcional correspondencia, gusto por las artes, amor por la representación figurativa. Recordemos algún cuento o alguna «saga» de Selma Lagerlöf. Allí vemos a los campesinos arrodillarse en las iglesias ante los Santos, invocarlos, llevarlos en procesión… Por otro lado, en las metrópolis artísticas de Europa, siempre que hemos hallado expuestos conjuntos de artistas del Norte, destacábamos en los envíos suecos obras muy distantes de aquellos «vaga sombra y pálido boceto» que Goethe —en la traducción de Llorente— atribuía a los necesitados de corregirse con un buen ilalienische Reise.
Al extraño Swedenborg, inventor a la vez de la ciencia cristalográfica y de la primera historia natural del mundo angélico en que la mente humana haya ensayado desde Dionisio Areopagita, ya le tengo yo calado como una especie de Goethe; como una de las tentativas que el espíritu universal haya probado, antes de alcanzar la perfección necesaria para producir un Goethe. De Linneo, por su parte, tengo dicho que el estilo de su Sistema de la Naturaleza reproduce los esquemas fundamentales de Paladio, el arquitecto de Vicenza. También he proclamado que Oscar Levertin, profesor que fue de la Universidad de Estocolmo, entendía la crítica de arte en función de la historia de la cultura, de un modo parecido al que yo mismo he puesto en práctica después. Expresiones, estos tres personajes, del genio sueco, no lo son, de ninguna manera, del genio nórdico. La geografía del espíritu tiene sus razones que no conoce la geografía de longitudes y latitudes.

Vayan las notas anteriores dedicadas, en ocasión al aniversario de S. M. el Rey de Suecia, a S. E. el ministro de Suecia en Madrid, Dr. Kart Ivan Westman; quien, con gentileza sin límites, me presta ayuda en algunos trabajos con que intento dar a conocer en España el nombre y la obra de Oscar Levertin.

(1) o] om. La Vanguardia

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Última actualización: 19 de enero de 2009