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Eugenio d'Ors
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SERIES DE PRENSA DEL GLOSARIO
ESTILO Y CIFRA en La Vanguardia
Eugenio d'ORS, «Estilo y Cifra», La Vanguardia Española, Barcelona (24-III-1943—25-IX-1954)
DOS SABIOS

(La Vanguardia, 24-III-1943, p. 3; recogido en Nuevo Glosario, vol. III, pp. 978-980)

Del geólogo don Agustín Marín y Bertrán de Lis, que una de estas tardes y en el ciclo de conferencias sobre Minería organizadas por la Vicesecretaría de Educación popular, nos abrió perspectivas trascendentales para España en punto a minerales de fertilización, me habló, hace más de un año, en la Universidad de Aix-Marsella, un insigne cofrade suyo, a quien esta Universidad concedía(1) el título de «Doctor honoris causa», en ceremonia que también para los españoles tuvo aspectos muy gratos. Ahora, el profesor Maurice Lugeon, que así, en coyuntura de verse merecidamente halagado, me halagaba, entra por la muerte en la paz de los justos, tras de una carrera de gloria, que coronaran, ya hace un lustro, sus bodas de oro científicas, en la Universidad de Lausana… Y nada mejor que asociar los dos nombres, el de nuestro sabio y el del sabio extranjero, para traer aquí, en honor de entrambos, una especie de retrasado suplemento a mi vieja Flos Sophorum.
Autor de ejemplares investigaciones de Tectónica, que parecen habernos procurado conocimientos definitivos sobre la estructura de ciertos sectores de los Alpes, ya en Francia, su cuna, ya en Suiza, donde largamente ha enseñado, el profesor Lugeon también ilustró su nombre con muy importantes creaciones de utilidad práctica, así el levantamiento de algunas barreras hidroeléctricas famosas, fuentes de energía que, en la actual crisis económica del mundo, tan grave en el capítulo de los combustibles, adquieren la plenitud de su valor. Trabajos todos, según se colige —los especulativos, como los orientados hacia lo técnico—, de índole muy austera. M. Lugeon nos contaba, en Aix, sus horas de angustia, cuando, la víspera de cada inauguración de sus construcciones, medía a solas la responsabilidad implicada en atrevimientos cuyo fracaso representara fatalmente la muerte de muchas víctimas… Pero no ocultaba tampoco, antes subrayaba humorísticamente, la suma de satisfacciones o, para decirlo mejor, de tónicos placeres que tanto esfuerzo y tanta labor habían representado para él. Y cómo en su continuidad se lograba una vida tan serena y amena. «¿A qué tantos honores? ¿A qué tantos elogios, tanto agradecimiento?», peroraba, tras de haber oído, de boca del decano de la Facultad de Ciencias, la lista de méritos por los cuales se justificaba el otorgamiento del título. «¡Si yo, con esto, a todo lo largo de mi vida científica, me he divertido tanto!» Y yo pensaba, al oírle, en algunas fórmulas de la «Filosofía del hombre que trabaja y juega». Y en aquello de que la verdadera ciencia, sobre su gran espíritu de misión, ha de tener siempre no poco del genio de la travesura.
El profesor Lugeon ha debido de ser, además, un amigo delicioso. Bien lo vien la manera como se ponía a hablarme de don Agustín Marín, de nuestra Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. En términos de una admiración y una simpatía, que por sí solas ya aportaban, al orgullo del compatriota, el confortamiento de respirar la atmósfera de las altas cimas morales. «¡Qué gran sabio!», ponderaba Lugeon de Marín. Y, «¡qué hombre modesto!»… La imagen de un rincón burocrático miserable en un gélido caserón del Burgos de la guerra me volvía a la memoria, a la evocación traída por estas palabras. En varias mesillas, tres o cuatro en cada cuchitril, unos encanecidos varones, sentados ante sendas máquinas de escribir, despachaban, abrumados, expediente tras expediente. Las manos y la frente más aplicadas eran allí las de don Agustín Marín, que, en puro anhelo de patrio servicio, se prestaba a sustituir sus análisis tectónicos habituales por faenas de mecanógrafo.
Aquella conversación me puso a mí tan contento, que yo creo haber contribuido esto en primer lugar, a que también yo, luego, en la solemne ceremonia que nos unía, hablara de buen talante. Nuestro pensamiento indudablemente mejora cuando se produce en ambiente que decoran la belleza o la bondad. Horas después, esto pudo rimarse, en el álbum de uno de los(2) presentes al acto:

«Por si acaso no lo sabía
Esa tarde aprendió Marsella
Cuánto gana Filosofía
Cuando oída por mujer bella»…
O por sabio auténtico.

(1) concedía] dicernía La Vanguardia.
(2) uno de los] una de las La Vanguardia.

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Última actualización: 9 de enero de 2009