La paz es un domingo. La guerra, una cadena de días laborables. Lo que importa es que la esencia dominical se difunda a toda la semana.

Canciones populares, trajes regionales, costumbres locales encantadoras, parecieron, a los ojos de la crítica ingenua, que deriva de Vico y de Herder, algo secular; inmemorial, mejor dicho. Información tomada, todo esto data en realidad de la civilización barroca. Del Setecientos, sobre todo. De aquella hora histórica, cuando, simultáneamente, apareció la Enciclopedia y se fijó el Folklore.

En el placer del desnudo, la inocencia se busca en secreto. Bajo la máscara, la sinceridad. Son las máscaras quien habitualmente «las canta claras».

Pero hubo un día otro Rousseau que se llamó Pelagio. La polémica de San Agustín contra Pelagio tiene mucha más autenticidad en su espíritu que la polémica contra los maniqueos. En este sentido, San Agustín puede servirnos de Patrón en la tarea que nos hemos atribuido los jóvenes y que es también la de un combate, contra Pelagio, contra Rousseau.

Sin embargo, el hecho mismo de aquella su resurrección bajo otro nombre, claramente indica que Pelagio no será jamás completamente vencido. Es bueno, por otra parte, que no lo sea.

¿Qué significa, en la historia de las artes, ese término: «Gótico florido»? Significa que hubo otro gótico no florido. Un gótico de la estructura pura. O, para decirlo de una vez, un gótico clásico —tan clásico como el arte griego lo pudo ser en la época anterior al griego barroco.

La «Tras -Guerra» será una recaída en el «Fin-de-Siglo». Como el «Fin-de-Siglo» lo fue en la «Contra-Reforma»; y la «Contra-Reforma», en el «Franciscanismo»; el «Franciscanismo», en el «Alejandrinismo»; el «Alejandrinismo», en el «Oriente». Y el «Oriente», en la «Prehistoria».