WILLIAM JAMES
PRAGMÁTICO PRIMITIVO

H. B. van Wesep (1965)

 



Este texto corresponde al capítulo titulado "William James. Pragmático primitivo" de la obra de H. B. van Wesep, Siete sabios y una filosofía. Itinerario del pragmatismo, Franklin, Emerson, James, Dewey. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1965


NUESTRO PRIMER PROFESIONAL

Hacia finales del siglo XIX William James, miembro de un grupo de pensadores con dotes sin precedentes que exponían sus ideas en la Universidad de Harvard, empeñó su talento en la tarea de revisar de proa a popa el credo norteamericano. Al someter esta firme embarcación a un examen profesional, realizó en algunas de sus secciones un verdadero trabajo de reconstrucción. Instaló un motor más moderno, dio al casco una línea más ágil, modernizó el interior, pintó el exterior y dio a todo el conjunto un nuevo nombre: lo bautizó "pragmatismo".

El nuevo nombre no satisfizo del todo a James. Pensó que seguramente se lo interpretaría mal. Estaba en lo cierto; sin embargo, resulta un muy buen nombre para la fase jamesiana de la filosofía norteamericana. Muchos nombres expresan el principio imperfectamente el movimiento que designan, se convierten luego por un tiempo en un término de reproche y acaban por ser un apodo orgullosamente enarbolado por sus partidarios y rutinariamente aceptado por la posteridad. Tuvimos el metodista, el protestante, el disidente, el trascendentalista, docenas de otros más… y ahora el pragmatista. Proveniente de una raíz griega que significa hacer o actuar, el sustantivo "pragma" denota algo que presumiblemente es el resultado de la acción. Hasta sus últimas resonancias, el eco interior del término se ajusta al genio norteamericano: llevar cosas a cabo.

Con toda justicia James atribuye la introducción del término en la filosofía norteamericana a Charles Sanders Peirce. Nos dice cómo en 1878, "en un artículo que lleva por título de 'How to Make Our Ideas Clear' ("Cómo esclarecer nuestras ideas"), aparecido en el número de enero de ese año de la revista Popular Science Monthly, Peirce, después de señalar que nuestras creencias son en realidad reglas para la acción, decía que, para desarrollar la significación de un pensamiento, nos basta con determinar qué comportamiento es capaz de originar: ese comportamiento es para nosotros su único significado". James continúa diciendo:

Este es el principio de Peirce, el principio del pragmatismo. Permaneció enteramente inadvertido durante veinte años, hasta que yo, en una disertación pronunciada ante la asociación filosófica del profesor Howison, en la Universidad de California, lo propuse nuevamente y lo apliqué de manera especial a la religión. Por esa fecha (1898) los tiempos parecían maduros para recibirlo.

James se atuvo al nombre que había tomado de Peirce, quien, a su vez, lo habían tomado de Kant, y con considerable vigor personal lanzó al mundo su renovada visión de la filosofía norteamericana. Después que James, en Harvard, hubo abandonado el timón, lo empuñó Dewey, en Columbia. Durante varios años tanto James como Dewey asombraron al mundo con su firme defensa de la sólida y versátil estructura que constituía el modo norteamericano de vida. La propusieron no como algo nuevo o revolucionario, sino como algo de antiguo linaje y todavía vigente, que había sido reducido a la invisibilidad por otras perspectivas de menor mérito, que procedieron a eliminar; y cuando así lo hicieron, la filosofía se manifestó como una nueva creación.

A muchos les parece que James es a la filosofía norteamericana lo que Walt Whitman es a la poesía. Es cierto que con James la filosofía norteamericana irrumpe con un matiz que le es inconfundible. Si Franklin fue nuestro Sócrates y Emerson nuestro Platón, entonces, en cierto sentido, James es nuestro Aristóteles nativo, o, más bien, junto con Dewey integra nuestro Aristóteles. Como Aristóteles, James poseía una inclinación por las ciencias. Y así como Aristóteles podó algunos de los excesos poéticos de Platón, James atemperó algunos de los ecos trascendentalistas que resonaban en Emerson. Así como Aristóteles elaboró la lógica de su época antes de escribir su Metafísica, James lanzó la nueva ciencia de la psicología antes de darle nueva forma a una filosofía basada en ella.

Brahmán de Boston con alma yanqui, James se acostumbró desde la infancia a ponderar los puntos de vista norteamericanos comparándolos con los europeos. El resultado fue a la vez internacional y científico. Lo que elaboró finalmente no fue de ningún modo puritanismo, ni trascendentalismo, ni ningún otro ismo religioso. De sus Varieties of Religious Experience (Las variedades de la experiencia religiosa) no surgió ninguna nueva secta o movimiento. Acaso su gran simpatía por las psicologías anormales y las amplias experiencias religiosas de toda especie hizo que evitase cuanto tuviera algo de sectario o estrecho. Interpretó las experiencias religiosas como un momento legítimo de un espectro mucho más amplio, tanto de las experiencias humanas inusitadas como de las corrientes.

James estaba cobrando conciencia del papel mucho más amplio que Estados Unidos estaba llamado a desempeñar en el escenario mundial. Si cabe, advirtió aún mejor que Franklin o Emerson que el centro de gravedad del pensamiento internacional se desplazaría por algún tiempo a este lado del Atlántico. De ahí que su presentación del punto de vista norteamericano haya perdido todo vestigio de colonialismo. Ya ni remotamente James se excusaba por lo que Estados Unidos tuviera que decir. A este respecto, como lo observó Alfred North Whitehead, no fue un pensador aislado, sino un conductor que inauguró una nueva era para toda la filosofía. Era la Voz de América con un tono conductor, que transmitía como un país adulto transmite a otro.

James puso en claro que ser un hombre, ayudar al prójimo y mantener seca la pólvora no eran simplemente ademanes de pionero, sino los ingredientes de una actitud básica para necesidades que superaban con mucho a las de los primeros períodos de la historia norteamericana. James filosofó con una voz que, a pesar de todo su encanto nativo, poseía un indudable acento cultivado. Cuando niño fue a escuelas francesas y alemanas en Europa y nunca le resultó trabajoso incluir en el Viejo Mundo en sus consideraciones. Su hermano Henry se convirtió en un expatriado. Tal vez Henry James asimiló demasiado de Europa. Pero William solo lo suficiente y no en exceso, Volvió definitivamente a Estados Unidos y se arraigó aquí profundamente.

A los trece años, James, enguantado y con sombrero de copa de seda, se paseaba por las tiendas de Londres con su hermano Henry, o visitaba el Louvre de París, o se encerraba en un estudio tratando de pintar como Delacroix. No deja de ser motivo de asombro que William James, quien después de todo era un niño no demasiado robusto y perteneciente a una familia bastante adinerada que viajaba mucho, haya llegado a penetrar tan profundamente el desorden de la vida norteamericana. Una explicación la constituyen sus sufrimientos personales —tanto Henry como William padecían enfermedades nerviosas y otras perturbaciones—, y esos sufrimientos agudizaban su sensibilidad. Otra, la inusitada facultad de penetración que ambos hermanos poseían. Especialmente William, podía vivir con asombrosa facilidad en cualquier situación. El medio ambiente hacía siempre un profundo impacto en su interioridad.

Ralph Barton Perry, el biógrafo oficial de William James, trazó una comparación entre dos pensadores que, a fines del siglo XIX, se encontraban en los extremos opuestos del pensamiento norteamericano. Uno era Royce y el otro James. En 1849 una familia apellidada Royce partió del este de Ohio para probar fortuna en California. El padre había emigrado de Inglaterra a Canadá y de ahí a Estados Unidos. Esta familia, que viajaba en un carromato cubierto, pasó inconcebibles penurias que, en la madre al menos, rebotaron sin mayores daños sobre el impenetrable escudo de la fe religiosa. En esta familia, de un padre que nunca encontró oro en California y se convirtió en cambio en un tendero de mediana suerte, nació Josiah Royce. La madre se empeñó en que su hijo adquiriera instrucción. Lo logró, pero en cuanto a escolaridad, preparación y pulimento, Royce fue la exacta oposición de William James. Ambos fueron profesores en Harvard. A través de toda su vida Royce abogó desesperadamente por las virtudes de una sociedad refinada y pulida, mientras que James, que había gozado de todas las ventajas, enalteció la áspera vida de frontera donde las mentes se formaron por sí solas. James, que podía pertenecer a cualquier club, decía siempre que los clubes nada valían, mientras que Royce ocultaba su turbación en sueños de elegancia social. Royce, atrapado completamente por la metafísica teutónica, se pasó toda la vida tratando de vender a los norteamericanos una versión royceana del idealismo alemán, en tanto que James, el refinado caballero de Nueva Inglaterra, ponía la verdadera sal y saber de Estados Unidos en una filosofía nativa.

"Estados Unidos —decía Santayana— es un país joven con una mentalidad vieja". Es "un niño sabio" con una "cabeza vieja sobre hombros jóvenes". Más que un nuevo comienzo, Estados Unidos era una Europa transplantada. Era el renacimiento de los europeos con más amplias oportunidades. El país podía reanudar su continuidad con Europa a cualquier altura. Esto sucedió cuando, a través de William James, la filosofía norteamericana penetró profundamente en los dominios de la tradición mundial. Tal como lo apunta Horace Kallen, uno de los discípulos de James:

Entre los filósofos de Estados Unidos, William James no tiene igual ante los ojos del mundo. Trátese de China o Gran Bretaña, de Italia o Rusia, o de todas las naciones de la tierra que entre ellas se encuentran, los hombres lo celebran no solo como el más grande filósofo norteamericano, sino como el gran filósofo de Estados Unidos.


UN PADRE NOTABLE

El hombre que en realidad construyó los cimientos de la amplia, tranquila y siempre pujante filosofía de Franklin y Emerson, era nieto de otro William James, conocido también como James de Albany. Franklin no alcanzó a ver el siglo XIX, pero, antes de su muerte, este inmigrante irlandés, James de Albany, escaló velozmente posiciones al norte del estado de Nueva York. A su muerte, en 1832, dejó una fortuna de tres millones de dólares que debía mantenerse en custodia hasta que el último de sus numerosos nietos cumpliera veintiún años. No fue poca la influencia de Benjamin Franklin sobre este sagaz inmigrante, que había intervenido en la apertura del canal de Erie y había medrado en el mundo de los negocios, los bienes raíces y la banca.

En el curso de su larga existencia tuvo tres esposas y catorce hijos. Ninguno de ellos y ninguno de sus nietos trató de adquirir fama en la política o los negocios, como él había sugerido. Utilizaron el dinero de la familia para obtener una buena instrucción, y Henry, uno de los hijos de James de Albany recibió cuando niño lecciones elementales de ciencia de Joseph Henry, quien fue posteriormente una autoridad en electricidad y presidente de la Smithsonian Institution. Para demostrar a sus alumnos que el aire caliente era más liviano que el aire frío, les enseñó a hacer una especie de globo con antorchas encendidas por debajo. Un día, uno de estos globos fue a parar al henil de un vecino. Henry corrió tras él y extinguió las llamas con los pies, pero se quemó tan gravemente la pierna que tuvo que permanecer durante dos años en cama, y su pierna debió ser amputada dos veces en el mismo día más arriba de la rodilla, aunque no existían anestésicos. Lisiado de por vida, Henry, padre de William James, el filósofo, buscó consuelo en los libros y en el seno de su familia.

Este fue el Henry James que dijo un día a Emerson: "Algunas veces desearía que un rayo matara a mi mujer y a mis hijos para no sufrir ya por el amor que les profeso". Por cierto amaba muchísimo a su mujer y a sus hijos, pero a partir de sus profundas lecturas de Swedenborg y de su posterior estudio de Fourier, llegó a considerar erróneo apegarse excesivamente a lo que a uno le pertenece. Su primitivo interés por la ciencia se había transformado en un interés por la teología y los temas altamente especulativos.

Cuando Emerson le pidió en una oportunidad que pronunciara una conferencia en un club filosófico, James le preguntó si quedaría bien que hablara sobre socialismo. "¿Sobre qué otro tema podría hablar usted?", le preguntó Emerson algo inquieto. "Podría hablar sobre el pecado", dijo James. "Mejor que sea el socialismo", dijo Emerson. Para Henry James padre, todo lo que no fuera socialismo era pecado.

Todos sus hijos lo veneraban y, cuando componía un libro, todos tenían la impresión de que una obra muy importante se hallaba en camino. No hizo ningún esfuerzo para convertir a sus hijos a sus ideas. Esas eran cosas que decidirían por sí mismos cuando grandes. William James el filósofo profesó siempre el más alto respeto por las doctrinas de su padre, pero la preparación de este era teológica, mientras que la de aquel era casi exclusivamente científica. El accidente padecido parece haber agudizado la sensibilidad del padre, sin por eso disminuir la energía vital que hizo que hombres como Emerson y Carlyle lo considerasen su amigo personal. Emerson dijo de Henry James, padre, que era "sabio, gentil, urbano, de disposición heroica y una serenidad como la del sol".

Otros discípulos personales fueron más lejos aún. Uno de ellos dijo:

Henry James, padre de Henry, el novelista, y de William, el filósofo, era un místico de mente más profunda que la de Emerson, un amante de su prójimo más comprensivo que Whitman, un escarnecedor de lo afectado y lo convencional tan temerario como Thoreau y un visionario más consciente de unos Estados Unidos que de ningún modo eran el eco de una vieja rapsodia sino un verdadero nuevo mundo, que lo que Poe haya soñado jamás.

En su lecho de muerte, Henry James, padre, dio concisas instrucciones sobre su funeral: "Que el sacerdote diga solamente: 'Aquí yace un hombre que pensó toda su vida que las ceremonias del nacimiento, el matrimonio y la muerte son todas soberanos disparates'". No resultaba fácil a veces para los niños explicar a sus camaradas que su padre no se dedicaba a los negocios, ni iba regularmente a la iglesia. Cuando los niños le preguntaban cuál sería ser la mejor explicación que pudieran dar, el padre, con su suavidad característica, tronaba: "Decid que soy un filósofo, que soy un amante de mi especie, un autor de libros, si queréis, o mejor aún, decid que soy un Estudioso". Esto resultaba aproximadamente tan eficaz como lo que comentaba sobre su asistencia a la iglesia. A este respecto decía a sus hijos que abogaran por todas las religiones y que dijeran que no existía feligresía —católica, judía o swedenborgiana— de la que se sintiera excluido.

James, padre, concebía, y en ningún momento lo puso en duda, la existencia de Dios como un Creador personal. Para él el individuo humano nada era. Dios creó el mundo por etapas: primero la naturaleza, luego una raza humana redimida y por fin un orden social regenerado. A estas etapas corresponden los reinos del cuerpo, el alma y el espíritu. La democracia social era precursora del reino de Dios, sobre la tierra. El desarrollo espiritual del hombre lo concibió en términos de una divinidad interior, pero, a diferencia de la independencia de Thoreau o la autosuficiencia de Emerson, James, padre, subrayó la sociabilidad: la conquista del yo a través del otro en una humanidad regenerada.

Para Henry James padre, la finalidad de la naturaleza, primer producto de Dios, consistía en dar existencia a un ser que puede ser consciente de sí mismo. Luego este ser debe trascenderse. Quien conciba que Dios no tiene más alta tarea que salvar la propia alma personal tiene una bien pobre idea del Todopoderoso. "James —dice Joseph L. Blau, que comentó las concepciones de James, padre, en Men and Movements in American Philosophy (Hombres y movimientos de la filosofía norteamericana)— perdía la paciencia con todas las personas cultivadas cuya concepción de Dios era tan simple que no podían pensarle una mejor ocupación que la de "literalmente dispensar vida divina e inmortal a esa cosa muerta, corrupta y pestilente, su propio yo". Dios no hace distinciones entre las personas. Dios se interesa por la sociedad. El principio originario de la sociedad consiste en el amor puro y altruista del hombre por el hombre. El objetivo es la encarnación de Dios en la humanidad reunida. La democracia es antes social y moral, que política. La democracia social es la prefiguración del reino de Dios sobre la tierra.

William James editó y publicó en 1885 The Literary Remains of the Late Henry James (Reliquias literarias del difunto Henry James), que contiene aquellos trabajos de su padre que no habían sido publicados hasta la fecha de su muerte. William James decía en un prefacio:

Ahora bien, la peculiaridad original de cómo James concibe a Dios consiste en que su idea es lo suficientemente monista como para que satisfaga al filósofo y, a la vez, lo bastante cálida, vívida y dramática como para que hable al corazón de la común mentalidad pluralista. La caracterizó como una "contribución enteramente nueva y original al pensamiento religioso".

Al resumir sus propias ideas hacia el final de Varieties of Religious Experience, William James dice:

Si tomamos en conjunto los credos y el estado de fe como elementos constitutivos de las "religiones" y los tratamos como fenómenos puramente subjetivos, prescindiendo de su "verdad", nos vemos obligados, a raíz de su influencia extraordinaria sobre la acción y la resistencia, a clasificarlos entre las funciones biológicas más importantes de la humanidad. Su efecto estimulante y anestésico es tan notable, que el profesor Leuba, en un artículo reciente "The Contents of Religious Consciousness" ("Los contenidos de la conciencia religiosa", Monist, XI, 536, July 1901), llega incluso a afirmar que mientras los hombres puedan hacer uso de su Dios, se preocupan muy poco de lo que Él es, o aun de si en realidad existe. "La verdad del caso puede expresarse —dice Leuba— con estas palabras: Dios no es conocido, no es comprendido; se lo usa: a veces como proveedor de alimentos, a veces como apoyo moral, a veces como amigo, a veces como objeto de amor. Si Él da muestras de ser útil, la conciencia religiosa no pide otra cosa. ¿Existe realmente Dios? ¿Cómo existe? ¿Qué es?, son otras tantas preguntas que no hacen al caso. En último análisis, el fin de la religión no es Dios, sino la vida, más vida, una vida más intensa, más rica, más satisfactoria. El impulso religioso es amor a la vida, en todos y en cada uno de los niveles de desarrollo.


LA CONQUISTA DE LA CONFIANZA

Cuando niño, William James, nieto de James de Albany, solía visitar su hogar materno en la capital del estado de Nueva York, donde vivía su abuela. Era la tercera esposa del progenitor de la tribu, y vivió hasta 1859. Por entonces la fortuna se había fragmentado mucho y distribuido entre los numerosos descendientes, pero parece hacer quedado lo bastante como para que Henry, su mujer y la progenie que tanto amaba, pudieran viajar muchas veces entre Europa y América. Ya sea por este constante movimiento, la presencia de un padre errático y franco, el sentimiento de no pertenecer a ningún lugar en particular o la absorción de sus lecturas de un ibseniano fatalismo científico, William James adoleció durante esta primera parte de su vida de una gran flaqueza de voluntad.

Hubo también inconvenientes físicos. A medida que crecía, James sufría cada vez con mayor frecuencia de dolores de espalda, dificultades visuales, indigestión e insomnio. Cuando estalló la guerra civil, contaba diecinueve años y, aunque toda la familia era intensamente patriota, no se pensó en que él o su hermano Henry se alistaran. Posteriormente dos hermanos menores lo hicieron con suma diligencia y tuvieron una distinguida carrera militar. Pero William fue perseguido durante años por la debilidad.

Entre los veinte y los treinta años sus períodos de depresión iban empeorando progresivamente. Después de temporadas de trabajo intenso y verdaderas conquistas, venían angustiosos momentos en que, tembloroso y agotado, percibía el fondo de su propia desesperación. Todo esto, a pesar de un ansioso interés por la medicina. James estudió medicina en Harvard y obtuvo fácilmente el doctorado. No tuvo nunca intención de ejercer la profesión, pero utilizó sus conocimientos de medicina y psicología para obtener seguridad. No le fue tan fácil a este médico curarse a sí mismo porque, como a menudo sucede, él mismo era su peor paciente.

Decidió tomarse tiempo para viajar y encontrar cura para sus dolencias. Estas eran bastante graves cuando escribía a su padre desde Berlín:

Será conveniente que no les digas nada a los otros de lo que te contaré sobre mi condición (...) solo les causará un dolor inútil. (...) Mi confinamiento en mi cuarto y la incapacidad para permitirme cualquier trato social me condujeron necesariamente a leer mucho, lo cual, en mi debilitada condición, me resultó sumamente pernicioso, pues me puso irritable y tembloroso de un modo que nunca había experimentado antes. (...) Los pensamientos sobre dagas y pistolas (...) comenzaron a ocupar una parte indebidamente grande de mi atención.

Hubo unos pocos años más de períodos de melancolía intermitente antes que se produjera un vuelco de mejoría. Su propio hijo Henry escribió acerca de esos años: "La mala salud, el sentimiento de esterilidad de su propia existencia, sus dudas filosóficas (...), todos estos factores se combinaron para sumergirlo en un estado de depresión nerviosa". En Varieties of Religious Experience James nos dejó, disimulada como un caso anónimo, una descripción de cómo se sentía cuando tocaba fondo. "Era como si algo hasta entonces sólido dentro de mi pecho se hubiera aflojado por completo y yo me hubiese convertido en una masa de temor estremecido. (...) Me despertaba una mañana y otra con un horrible pavor en la boca del estómago y con un sentido de inseguridad vital que nunca había conocido antes. (...) Desde entonces la experiencia hizo que yo compadeciese las sensaciones mórbidas de los otros, (...) Durante meses fui incapaz de salir solo en la oscuridad. Temía quedarme solo. Recuerdo que me asombraba de que otras personas pudieran vivir, y de cómo yo mismo había vivido, tan inconsciente de este abismo de inseguridad por debajo de la superficie de la vida. Mi madre, sobre todo, una persona muy alegre, me parecía una perfecta paradoja en su inconsciencia del peligro. (...) Siempre pensé que esta experiencia de melancolía de la mente tenía un trasfondo religioso. El miedo se apoderaba de mí tan poderosamente, que si no me hubiera aferrado a algunos pasajes de la Escritura, como Dios eterno es mi refugio; Venid a mí todos los que sufrís y os sentís agobiados por la carga; Yo soy la Resurrección y la Vida, pienso que realmente había llegado a enloquecer".

En 1870, cuando James contaba veintiocho años de edad, apuntó jubiloso en su diario: "Creo que ayer hubo una crisis en mi vida. Terminé la primera parte de la segunda serie de los Essais de Renouvier". La afirmación del filósofo francés, de que la voluntad era un medio para escoger lo que queremos de la vida, encontró eco en James. Nunca abandonó esa idea. Se convirtió en un apóstol del poder de la voluntad e insistió en la utilización de esta, como Emerson había insistido en la autodependencia. En su propia Psicología, los capítulos dedicados a la formación de los hábitos se encuentran entre las páginas más estimulantes dentro de todo el conjunto de la literatura psicológica. Más júbilo: "Hasta aquí, cuando sentí que debía asumir una iniciativa libre (...), el suicidio me pareció la forma más viril de darle objeto a mi osadía; ahora (...) ubicaré la vida (la real, la buena) en la resistencia autogobernante del ego ante el mundo. La vida se edificará sobre la acción, el sufrimiento y la creación".

Las oscuras obsesiones habían desaparecido. En 1872 el padre le escribía a su hijo Henry sobre William: "Willy va como sobre ruedas con su enseñanza. Los estudiantes (cincuenta y siete) están encantados de tener semejante profesor. (...) Vino aquí el otro día mientras yo me encontraba solo y después de pasearse por un momento animadamente, exclamó: '¡Oh, Dios! Qué diferencia encuentro entre el que soy ahora y el que era la primavera pasada por esta misma época: era entonces tan hipocondríaco (...) y ahora siento mi mente tan clara y tan recuperada en su salud. Es la diferencia entre la muerte y la vida'. Nunca olvidó sus primitivas luchas con la especie de fatalismo semicientífico tan característico de ese período y tan magistralmente descrito por Bertrand Russel en A Freeman's Worship (El culto del hombre libre)1:

A todos les llega, tarde o temprano, el momento del gran renunciamiento: ya sea a través de la muerte, la enfermedad, la pobreza o la voz del deber. Todos debemos aprender que el mundo no fue hecho para nosotros. (...) La vida del Hombre es una larga marcha a través de la noche habitada por enemigos invisibles, torturada por el cansancio y el dolor (...); uno por uno, en el curso de su marcha, vemos desaparecer a nuestros camaradas, arrebatados por las órdenes silenciosas de la Muerte Omnipotente".

Continúa la letanía del materialismo del siglo XIX: "Breve e impotente es la vida del Hombre; sobre él y toda su estirpe desciende, lenta y segura, la despiadada y oscura fatalidad. Ciega el bien y al mal, indiferente ante la destrucción, la materia omnipotente avanza por su camino implacable. Al Hombre, condenado hoy a perder lo más querido, mañana a pasar él mismo por las puertas de la oscuridad, solo le queda, antes que el golpe lo derribe, amar los elevados pensamientos que ennoblecen su breve día.

Eminentes escritores del momento, como Ibsen y Thomas Hardy, expresaban vigorosamente sentimientos similares. A James no le eran ajenas esas quimeras deterministas, pero halló un camino para superarlas. En adelante todo ese universo opresivo lo abandona. Tenemos en cambio un mundo pluralista, un multiuniverso en lugar de un universo. Ya no se halla todo inexorablemente vinculado, ni es el hombre un indefenso engranaje. James, empero, no salta al extremo opuesto de convertir al hombre en un sustituto de la omnipotencia. Abandona tanto el optimismo ilimitado como el desesperanzado pesimismo por un mundo que puede mejorarse lentamente. Los problemas pueden plantearse fragmentariamente. Dividir para reinar es el lema de la voluntad rejuvenecida.

¿Estamos enteramente solos en esta enorme tarea de mejorar el mundo? Este problema crucial se le había planteado también al filósofo francés Renouvier, y descubrimos que a cierta altura James afirma: "Debo confesar que mis razonamientos son casi exactamente los de Renouvier". Según Renouvier, cuando Dios creó al hombre, se hizo de un socio. Según el verdadero estilo francés, Renouvier se declaraba republicano. Hablaba de un concepto republicano del mundo, en el que los dioses son miembros de un consejo mundial. Sostenía que el gobierno absoluto del mundo por mandato divino "es lo que escogen las almas inclinadas a la inacción y deseosas de ver que todo ocurra sin su intervención, mientras ellas contemplan y veneran. A ellas debe agregarse la gran comparsa de los desengañados y los desilusionados". No es de extrañar que James hablara de la virilidad de Renouvier.

Renouvier no creía que nada, ya se tratara de materia o espíritu, fuera rey absoluto del mundo. Las fuerzas luchaban entre sí por el dominio de un mundo en que el tiempo es real. Actividades de muchos tipos podían asumir una importancia cósmica. La libertad podía convertirse en una tremenda coalición y no ser meramente la lucha de cada débil individuo aislado. James concordaba con Renouvier en que en el mundo existía algo realmente malo, pero también existían en él poderosas fuerzas que luchaban por el bien. En esto James fue más allá que Renouvier.

La parte central del credo de James y Renouvier sostenía que un mundo parcialmente bueno y parcialmente malo podía mejorarse. "Así como Bonaparte declaró que la Europa del futuro tendría que ser o republicana o cosaca, me siento inclinado a afirmar —decía James— que la filosofía del futuro tendrá que ser la de Renouvier o la de Hegel". Sobre Kant y todo el movimiento idealista que de él partió y culminó en Hegel, James no se expresó jamás en términos equívocos. "La verdadera dirección del progreso filosófico se encuentra (...) no tanto a través de Kant sino más bien rodeándolo. La filosofía puede flanquearlo perfectamente bien y desarrollarse hasta alcanzar entera madurez, prolongando más directamente las viejas líneas inglesas". En adelante James se acerca libremente a las dos fuentes de su inspiración filosófica: los franceses y los ingleses.

De los ingleses, especialmente de John Stuart Mill, a quien dedicó su Pragmatismo, James obtuvo la misma clase de ayuda que extrajo de Renouvier. John Stuart Mill dijo que no podía ver en el gobierno de la naturaleza dada que se asemejara a la tarea de un Ser que fuera bueno y omnipotente a la vez. El poder de Dios no sólo era finito, sino extremadamente limitado. Para Mill la lucha entre los poderes del bien y los del mal no cesaba nunca, "una lucha en que la más humilde de las criaturas puede desempeñar una parte". Para Mill un hombre virtuoso podía ser colaborador del Altísimo. Dios nos brinda su ayuda, pero al mismo tiempo necesita la nuestra. A Renouvier también le gustaba citar los Three Essays on Religion (Tres ensayos sobre religión) de Mill.

Winston Churchill, el novelista norteamericano, en su libro A Far Country (Un país lejano) lo expresó de este modo:

La democracia es una aventura, la gran aventura de la humanidad. Ninguna aventura tiene garantías, la vida misma es una aventura y tampoco ella las tiene. Es un azar, como usted y yo lo descubrimos. En el momento en que tratamos de obtener garantías para la vida perdemos todo lo que en ella vale la pena. Tenemos que abandonar las cosas que parecen seguras; tenemos que errar y sufrir para darnos cuenta de que la única verdadera seguridad radica en el desarrollo. Tenemos que arriesgar nuestra vida y nuestra alma.

Como lo apuntó el novelista, James pone una pesada carga sobre las espaldas del hombre. Deposita algo de su confianza en el Señor, pero no demasiada. Se parece un tanto a ese colonizador del Oeste del cual cuenta una anécdota. Parece que un día este primitivo colonizador de Montana vagaba por los bosques y se topó de pronto con un oso gris tan formidable que el colonizador cayó de rodillas y rezó: "¡Oh, Señor! Nunca te pedí ayuda y tampoco voy a pedírtela ahora, pero por piedad, Señor, no ayudes al oso".

Santayana nos da una imagen acabada de James en el aula, en sus clases de filosofía:

Nadie es profeta en su tierra; y hasta que la ola de la reputación de James no retornó a América desde Europa, sus discípulos y amigos apenas advirtieron que era un hombre tan distinguido. (...) Era una especie de irlandés entre brahmanes, y no resultaba lo suficientemente imponente como gran hombre. (...) Aun sus discípulos, a pesar de sentirse invariablemente apegados a su persona, abrigaban algunas dudas sobre la profundidad de alguien que era tan natural y que tras alguna interrupción en el curso de una conferencia —y él decía que la vida era una serie de interrupciones— se daba una palmada en la frente y preguntaba a quien se sentaba en la primera fila: "¿De qué estaba hablando?". Pero en medio de la rutina del aula, el espíritu descendía algunas veces sobre él, y apoyando la cabeza en la mano, dejaba manar palabras de oro, pintorescas, salidas del corazón, llenas de la sabiduría del bien y del mal. De vez en cuando afloraba alguna caracterización humorística, alguna cándida confesión de dudas o preferencias instintivas, algún mordaz ejemplo de su saber; extremismos que penetraban a veces en el subsuelo de todas las filosofías humanas; y, en ocasiones, pensamientos en los que se advertía una sencilla sabiduría y una pensativa piedad, los más espontáneos y viriles que puedan concebirse.

Más adelante James tuvo una casa de verano en las colinas de New Hampshire, con catorce puertas que daban todas al exterior. Su hermana Alice consideraba esta casa como una perfecta expresión exterior de la personalidad abierta de su hermano preferido. James maduró de hermosa manera. A la edad de treinta y seis años se casó y tuvo pronto una bulliciosa familia. Pero detrás de la serena y vital filosofía de la vida que había adquirido, se encontraban diez o quince años de lucha mortal que lo condujeron a la victoria final y lo convirtieron ante los otros en una torre de fortaleza.

Hablando de su padre y de su hermano William, James observaba la notable semejanza entre estos dos hombres durante la juventud de William. "Aunque los resultados son los mismos —decía—, las semejanzas parecen provenir de una naturaleza muy distinta; en William una total incapacidad o indiferencia por 'persistir en algo por el solo hecho de hacerlo', como alguien dijo de él una vez; mientras que papá, ¡delicioso niño!, no podía someterse ni siquiera al servicio de su propio capricho". Según la opinión de la hija, el padre era sencillamente un rebelde, pero William sufría por aquel entonces una afección crónica de la voluntad. Sin embargo, este es el hombre que, más tarde, en el encabezamiento del capítulo de los hábitos en su Breve curso de psicología, libro dirigido a los maestros, podía escribir de propio puño: "Siémbrese una acción y se recogerá un hábito; siémbrese un hábito y se recogerá un carácter; siémbrese un carácter y se recogerá un destino".

PSICOLOGÍA: HÁBITO Y EGO

Según Bertrand Russell, que en algunos aspectos no siente una acabada simpatía por la filosofía de James,

lo mejor que se haya hecho en filosofía y psicología durante los comienzos de este siglo, se hizo en Estados Unidos. Cada vez que logró rescatarse de la esclavitud de Europa, Estados Unidos alcanzó una nueva perspectiva, principalmente como resultado de la obra de James y Dewey.

Es difícil participar en una conversación sobre William James sin que alguien repita el viejo dicho de que su hermano Henry el novelista, escribía novelas que sonaban como filosofía, mientras que William, el filósofo, escribía obras filosóficas que se leían como novelas. Bien, es verdad. Aun los Principios de psicología, grueso tratado de 1400 páginas y dos volúmenes, se leen como una cálida narración personal. Cuando se termina el primer volumen, el lector se alegra de que haya un segundo; a uno le gustaría que este sólido, esclarecedor y delicioso material no acabara nunca. Entre los filósofos, el único que se le aproxima en desenvoltura e ingenio personal es el viejo Ben Franklin, hábil periodista que nunca se permitió una frase aburrida; pero ni él, ni Emerson, ni siquiera el brillante Santayana se acercan a James en la penetrante lucidez y la cálida intimidad que irradian de la página escrita.

En 1878 Henry Holt, el editor, pidió a John Fiske que escribiera un libro sobre psicología. Dijo Fiske: "Que lo haga William James. Él sabe más que yo sobre el tema. Casi no ha estudiado otra cosa durante años". Se dirigieron a James y este aceptó el trabajo. Pensó que terminar el libro llevaría aproximadamente dos años. Le llevó en cambio once, no porque fuera lento, sino porque la tarea, si se hacía a conciencia, implicaba una irrupción tremenda en un nuevo dominio. Respecto de los largos años de trabajo que dedicó a su gran tratado Principios de psicología, William escribía a su hermano Henry James: "He tenido que forjar cada oración en el yunque de datos irreductibles y empecinados".

Cuando el libro apareció por fin en 1890, no fue solo un mojón en la ciencia psicológica, sino también un éxito popular inmediato. Ralph Barton Perry, biógrafo de William James que obtuvo el premio Pulitzer, califica adecuadamente esta obra de psicología omnibus. James aceptaba toda nueva tendencia promisoria, desde el trabajo experimental de laboratorio sobre fisio-psicología hasta las investigaciones controladas de los llamados fenómenos psíquicos. La psicología no puede permitirse omitir ningún hecho. La mente comprensiva y amplia de James prestó escrupulosa atención a toda clase de perspectivas, tanto a las más importantes como a las marginales. Si James escribiera hoy, dice Perry, recomendaría que "la tienda de la psicología debería ser lo suficientemente amplia como para dar cabida a las bohemias especulaciones clínicas de un Freud, los rigurosos métodos fisiológicos de un Lashley, las audaces generalizaciones teóricas de un Köhler o la útil técnica estadística de un Spearman". James propugna una psicología que avance, una ciencia dinámica y no estática. Utiliza una cámara cinematográfica de amplio foco sobre un vasto campo de actividades continuamente cambiantes. Además pone nuevamente los viejos datos del alma en la sementera, de donde resulta una nueva entidad: la corriente de la conciencia.

James el psicólogo es una extensión directa de James el naturalista. Es el naturalista que tanto quiso ser Emerson y, como Emerson, un tipo de científico muy humano, casi poético. Algunos trozos de James resultan asombrosamente semejantes a ciertos trozos de Emerson. A pesar de la obstinada inclinación científica que tan claramente se destaca, es también un poeta de la naturaleza de un género casi místico:

Los filósofos, después de todo, son como los poetas. Son descubridores de caminos. A veces pueden hallar palabras para expresar lo que todos sienten, lo que todos saben en lo más íntimo. Las palabras y los pensamientos de los filósofos no son exactamente las palabras y los pensamientos de los poetas. Tanto peor. Pero ambos tienen la misma función. Son, si se me permite una comparación, incisiones y señales hechas por el hacha del entendimiento humano en los árboles del bosque de la experiencia humana, donde, de otro modo, no habría orientación posible. Procuran un punto de partida. Ofrecen una dirección y un destino. No nos dan el bosque en su integridad, con todas sus soleadas glorias y sus lunares brujerías y maravillas (...) Nadie siente la inmensidad del bosque o conoce la contingencia de sus propias huellas como el mismo descubridor de caminos. Colón, que sueña con el antiguo Oriente, es detenido por la pobre, prístina y simple América, y en ese día ya no sigue adelante; y los poetas mismos saben, como nadie más lo sabe, que lo que sus fórmulas expresan deja inexpresada la mayor parte de lo que ellos adivinan y sienten orgánicamente. Así, yo siento que hay un centro en el bosque de la verdad donde nunca estuve: rastrearlo y llegar allí es la fuente secreta de todos los esfuerzos filosóficos de mi pobre vida; por momentos doy casi con el valle final, siento un destello de la meta, una sensación de certidumbre, pero surge siempre otra colina, de modo que sus señales solo se acercan a la verdadera dirección.

Casi podría estar hablando aquí de sus exploraciones en el campo de la psicología. Siempre había algo más allá. Nunca era bastante para James lo que pudiera aprenderse de las relaciones recíprocas entre el mundo interior y el exterior. Nunca perdió ese placer semimístico de mezclar el alma con la naturaleza. A los cincuenta y seis años describía una noche en los bosques como

una verdadera Walpurgis Nacht (...) en que la luz de la luna iluminaba las cosas en un mágico juego jaquelado, y parecía como si todos los dioses de las mitologías de la naturaleza mantuvieran un indescriptible encuentro en mi pecho, con los dioses morales de la vida interior. Las dos clases de dioses no tienen nada en común, (...) La inmensa significación de toda la escena, si uno pudiera expresarla; la intensa, inhumana lejanía de su vida interior, y, sin embargo, su intenso atractivo; su eterna frescura y su inmemorial antigüedad y decadencia; su completo americanismo y toda clase de sugestión patriótica, y tú y mi relación contigo, carne y hueso con el todo, tan inextricablemente unidas. (...) Fue una de las noches solitarias más felices de mi existencia, y entiendo ahora lo que es un poeta.

Hablando de James, A. A. Roback, historiador de la psicología norteamericana, dice: "No cabe duda, sin embargo, de que fue el psicólogo más importante que América produjo; y muchos están dispuestos a ubicarlo por sobre Wundt". Roback considera la psicología de James como un reflejo de su personalidad, que estaba cargada de magnetismo y encanto. No perdió jamás cierta impulsividad infantil. La noche antes de recibir un grado honorario en Harvard, James mostró signos de inquietud por miedo de que el presidente Eliot se refiriera a él como psicólogo más que como filósofo. Hoy, dice Roback, uno no sabe en qué campo fue mejor. Toda escuela psicológica con cierta solvencia lo considera su iniciador o, por lo menos, como el hombre que primero presagió su punto de vista.

El año 1890 fue decisivo en la psicología. Y esto se debió a James. A partir de él la psicología se inclinó más a la experimentación que a la introspección; ha buscado sus aliados en la fisiología y la neurología más que en la teología y la metafísica. Los dos rasgos destacados de la psicología de James son: 1) que hace del hábito el timón de la vida que traza el curso tanto de la vida física como del desarrollo mental; y 2) que abandona el ego estático para abrazar la corriente de la conciencia.

"Toda nuestra vida, decía James, no es sino una masa de hábitos (prácticos, emocionales e intelectuales) sistemáticamente organizados para bien o para mal, que nos lleva irresistiblemente hacia nuestro destino, sea este lo que fuere". Y luego: "El hábito es, pues, segunda naturaleza, o más bien, como decía el duque de Wellington, es 'diez veces la naturaleza', por lo menos en lo que a su importancia en la vida adulta se refiere. (...) Lo más importante en toda educación es hacer que nuestro sistema nervioso se convierta en nuestro aliado en lugar de ser nuestro enemigo. (...) Para esto debemos hacer automáticas y habituales, con la mayor presteza posible, tantas acciones útiles como podamos, y guardarnos cuidadosamente de desarrollar modos que probablemente resultarán desventajosos".

James relacionaba el hábito con la plasticidad, propiedad fundamental también de ciertas clases de materia, invisible y molecular. Una estructura plástica es lo suficientemente débil como para ceder ante una influencia, pero lo suficientemente fuerte como para no ceder en el acto. Entre las sustancias no vivientes son ejemplos corrientes las ropas, que, después de quitadas, mantienen la forma del cuerpo; del pliegue en un trozo de papel, que se conserva como arruga; el agua, que mana colina abajo y abre un canal. La sustancia del cerebro es plástica, no ante la presión mecánica o los cambios térmicos, de lo que se encuentra excepcionalmente bien aislada, sino ante las corrientes nerviosas. El flujo sanguíneo y las corrientes nerviosas son las dos únicas cosas que alcanzan el cerebro. Aun las corrientes nerviosas atenuadas dejan huella. ¿Qué es lo que traza la primera huella? La casualidad, probablemente, o la búsqueda del equilibrio o la nivelación por parte de un organismo compuesto por tensiones variables. Es, en parte, como preguntar: ¿Qué hizo el primer río? El camino de la resistencia mínima desempeña un papel preponderante, tanto en la naturaleza como en la vida humana. El cambio de esos caminos constituye la mitad de la historia de la civilización.

Una vez que un camino está hecho, la práctica lo profundiza. Trazar el diseño de una red nerviosa es en parte como trazar el diseño de una planta trepadora. Una vez trazado, todas las ramas se hacen más espesas. Solo los zarcillos de los extremos permanecen móviles. Todo el sistema crece del modo que está orientado. La práctica perfecciona y fortalece lo ya iniciado, dejando el camino abierto para aprender nuevas cosas. Los hábitos facilitan las cosas y economizan energía nerviosa. Después de cada prueba exitosa se requiere menor esfuerzo. El hábito disminuye la atención consciente con que ejecutamos nuestros actos. Los centros inferiores aprenden y mantienen, actuando en adelante automáticamente, con escaso conocimiento de los centros superiores. Con frecuencia se olvida que no solo el cerebro puede almacenar y utilizar información, sino que también pueden hacerlo el sistema nervioso y el muscular. La idiocia de la médula espinal, esto es, una médula que no recuerde nada, no existe. El cuerpo está lleno de lugares donde hay músculos y nervios que han aprendido su lección de una vez por todas. Hacemos miles de cosas correctamente sin que sepamos cómo o por qué. Hemos olvidado (en el cerebro) cómo aprendimos a digerir el alimento y hacer que la sangre circule, pero podemos ver todo el proceso en formación cuando los músicos ejecutan partituras complejas mientras hablan o piensan en otra cosa. Las tejedoras tejen, los conductores conducen, los hilanderos hilan y los herreros forjan, mientras la parte superior de su mente se dirige a otra cosa o está empeñada en afanoso intercambio sobre otros temas con otras mentes. James acierta al estudiar los hábitos de cada individuo de modo bastante aproximado al que emplea el preparador de cócteles cuando estudia los ingredientes de cada combinación.

Las implicaciones morales de la formación de los hábitos son enormes. No hay peor infierno que el que nosotros mismos formamos al modelar con hábitos nuestro carácter de modo desacertado. El ebrio Rip van Winkle de la obra de Jefferson se excusa por cada nuevo trago diciendo que este no cuenta. Bien, puede que él no lo cuente, pero de cualquier manera está siendo contado. Las células, las fibras y las moléculas nerviosas lo hacen. Son igualmente escrupulosas para computar los buenos esfuerzos. En el sistema nervioso el impulso actúa en ambas direcciones.

El capítulo de James sobre los hábitos, en sus Principios de psicología, recuerda las observaciones de Emerson sobre el cielo y el infierno aquí en la tierra. La naturaleza nada elude. Con completa indiferencia recompensa y castiga. La plasticidad es una Némesis con los ojos vendados. La conducción ofrecida es solo una especie de conducción permisiva. Siguiéndola, uno puede fortalecerse o ir a la perdición. La conducción es como la de un paso en la montaña: uno puede seguirlo o despeñarse por un precipicio.

En sus observaciones sobre el hábito pregunta James: ¿para qué existe la conciencia? No somos conscientes del proceso de convertir el alimento y la bebida en hueso y músculo y, sin embargo, este proceso químico se realiza bastante bien, sin que lo hayamos aprendido en un libro de texto. Por cierto, muchos complicados procesos físicos y nerviosos son realizados sin trabas ni estorbos por los canales acertadamente establecidos mucho tiempo atrás mediante un sinfín de tanteos: ¡Agradézcase al anónimo antepasado! Pero pretender que nos convirtamos una vez más en completos autómatas es, piensa James, una insostenible impertinencia. Es como componer un reloj deteniéndolo por completo. La conciencia ha colaborado inmensamente en la lucha evolutiva. Es una forma de sensibilidad incrementada. Es primordialmente un organismo de selección. Aun una forma inferior de cerebro ayuda a realizar elecciones. Una sensibilidad extraordinaria y una capacidad cada vez mayor de discernir multiplican el número de elecciones adecuadas. ¿Elige un vidente volverse ciego? Un cerebro previsor puede cargar los dados del destino. En torno de este punto se centran algunas de las más profundas intuiciones filosóficas.

El placer y el dolor también hacen su aparición en la escena en una etapa muy temprana. No son las dos únicas fuerzas en el mundo que actúan ciegamente como las pesas de una balanza, como lo pensó Franklin en un tiempo, pero se ubican en extremos opuestos, los placeres en general con la utilidad y los dolores con las experiencias perjudiciales. Para un médico el dolor es señal de que algo no anda bien. A pesar de saber mucho acerca de la psicología anormal, James no se aparta en este punto del sentido común general que Franklin también siguió. Pueden obtenerse placeres de malos hábitos, pero, como diría Franklin, al final no se obtienen beneficios. Tanto James como Franklin nadan en la estela del utilitarismo. No son partidarios del cilicio. Siguen en esto el simple sentido común, rasgo que aparecerá una y otra vez en la filosofía norteamericana. Aun el exquisito Santayana se jacta de lo que de sentido común existe en la metafísica que respalda su filosofía estética.

Las reglas que James señala para la constitución de un hábito son bien conocidas. Las dos primeras, como él mismo lo reconoce, están tomadas del profesor Alexander Bain. 1) Inaugura el hábito con una iniciativa tan firme y decidida como te sea posible. 2) No toleres ninguna excepción hasta que el nuevo hábito se forme y esté bien arraigado en tu vida. 3) Aprovecha la primera oportunidad que se te presente para actuar en cada resolución que hayas tomado. 4) No prediques demasiado a los otros, ni tampoco abuses de los buenos consejos en abstracto; el comportamiento es lo que procura nuevo marco al carácter. 5) Mantén viva la capacidad de esfuerzo mediante la práctica diaria de pequeños ejercicios.

Aquí, en su psicología, James exhibe las muletas que él mismo utilizó para aprender a caminar de nuevo. Ocupó gran parte de su tiempo de docente en conferencias populares que prestaban ayuda práctica directa a su auditorio. Su vida resultó demasiado corta para llevar a cabo todas las tareas que se había propuesto para sí mismo. A su muerte, algunos de sus estudios más profundos, que comprendían su metafísica, quedaron sin acabar. Pero erigió el audaz esqueleto esencial de su nueva filosofía que se destaca de modo tal que todos puedan verla, construida sobre los sólidos cimientos de su psicología: uno de sus pilares es la formación de los hábitos y el otro, su concepto del ego dinámico.

"Cuando nuestro país llegue a la madurez (...) cuando esfuerzos todavía oscuros y ciegos se traduzcan en ideas articuladas, dos hombres, creo, Emerson y William James, se destacarán como los precursores proféticos de nuestro cuerpo de valores". Es John Dewey quien habla. Sigue: "Por consenso común, James fue, con mucho, el más grande psicólogo norteamericano. Fue un caso de primero sin segundo. (...) El señor James fue uno de los pocos factores vitales y fructíferos del pensamiento contemporáneo".

¡Qué bomba hizo explotar James cuando por primera vez convirtió el yo en un flujo! No era demasiado difícil aceptar que el mundo exterior fuera un proceso de evolución constante, pero ¿lo era también nuestro más profundo yo? Ese era otra cuestión. Sin embargo, en 1904 James decía:

Durante los últimos veinte años he desconfiado de la "conciencia" como entidad; durante los último siete u ocho años he sugerido su inexistencia a mis alumnos y he tratado de darles su equivalente pragmático en realidades de experiencia. Me parece que ha llegado la hora de descartarla abierta y universalmente. Negar llanamente que la "conciencia" exista parece tan absurdo a primera vista (...), que temo que algunos lectores ya no sigan adelante. Permítaseme explicar inmediatamente que solo pretendo negar que las palabras se refiera a una entidad, pero insisto con el mayor énfasis en que se refiere a una función.

En cierto modo lo mismo sucedió en química, cuando los antiguos investigadores trataban desesperadamente de averiguar qué era el fuego. Durante siglos no llegaron a ninguna parte. Algunos griegos de la antigüedad estaba seguros de que el fuego era solo uno de los cuatro elementos fundamentales, junto con la tierra, el aire y el agua, de que el mundo estaba hecho. Durante siglos el fuego fue considerado una sustancia. Citaremos un libro de ciencia extremadamente elemental: "La razón por la cual el fuego siguió siendo un misterio durante tanto tiempo, radica en que los hombres lo consideraron una sustancia. Pensaban que era una especie de material caliente y luminoso, que manaba de las cosas cuando estos ardían. Se aproximaban a la verdad, pero estaban equivocados. El fuego no es una sustancia material; es algo que sucede". Hasta los tiempos modernos los hombres atormentaron su mente para demarcar el fuego. Los químicos lo llamaron flogisto, y aunque intentaron todas las sutilezas que estaban al alcance de la investigación científica para aislarlo, medirlo o pesarlo, fracasaron. Resultó, por supuesto, que el flogisto no existe. El fuego es un proceso.

La combustión o la oxidación pueden tener lugar en grado diverso. La vida es una combustión muy lenta. Sin oxígeno, morimos. Considerar la vida misma como una especie de proceso no es ya ahora un escándalo, pero cuando James empezó a aplicar a la psicología ideas extraídas de la biología, todavía era una idea revolucionaria sostener que la conciencia no era una sustancia sino un proceso. Una vez que James lo concibió, su flujo de la conciencia o corriente del pensamiento se convirtió en el pivote de toda su filosofía.

James le dio un giro biológico a la doctrina norteamericana del individualismo. Al aceptar la evolución, no recalcó tanto la eliminación de las variaciones inadecuadas, como el hecho fundamental de que la naturaleza sufre variaciones espontáneas en todas direcciones, James es el apóstol de la espontaneidad. El mundo crece, varía; y lo mismo sucede con el hombre. El hombre es libre de crecer. Y, lo que resulta todavía más fascinante, puede elegir las variaciones que desea incluir en la corriente de la conciencia. Nuestra vida se compone de cosas a las que prestamos atención sucesiva y libremente. La vida es elección. El yo no es una sustancia; es una línea de actividad que logramos establecer.

Una persona es una corriente de vida libremente construida e individual. Llegamos ahora a la parte más original de la psicología enteramente norteamericana de William James: su negación del ego estático. La originalidad no radica tanto en la mera afirmación, como en el modo en que James ilumina la significación de todo esto. En la mera afirmación solo estaba siguiendo a Hume y a otros, quienes, desde un punto de vista metafísico y no biológico, habían anunciado una concepción similar, pero en James todo el camino avanza desde detrás de la montaña y, mirando hacia abajo, obtenemos una clara perspectiva de la vuelta cerrada que traza.

Antes de James la psicología era una ciencia estática. Después de él se convirtió en una parte dinámica de la biología. Esto no se debió a James solamente, pero James servirá, derecho que se ha ganado, como nuevo punto de partida para la psicología. James confirmó más allá de toda posibilidad de duda que la psicología norteamericana, como también la filosofía de la cual forma parte, es una cosa viviente y en crecimiento.

La tendencia humana a personificar es un modo de explicar acontecimientos profundamente arraigados. No es viejo como las montañas, pero no está muy lejos de ello. Alcanzó un temprano desarrollo en los tiempos del hombre primitivo. La Biblia lo llama idolatría. No ha sido superado todavía. "El evasivo botón del cuello y la nube amenazante todavía tienden por igual a convertirse en personas", dice W. S. Hunter, seguidor de William James. En los tiempos prehistóricos la más mínima fuerza de la naturaleza se personificaba. Encontrar que una persona es la fuente de nuestras dificultades es un modo rápido de identificarlas. Nos procura algo con que irritarnos y para destruir. Cherchez la femme o, al menos, culpar a alguien representa una vieja tendencia humana. Esto se debe a que un buen día, en el lejano y distante pasado, aprendimos a vernos como personas y luego, durante un largo período de nuestro desarrollo, aprendimos a ver todo lo demás de acuerdo con nuestra imagen. Nosotros somos una persona, el otro es una persona, y aun las varas, las piedras, las tormentas y el sol son personas., algunas veces sumamente veneradas y aterradoras. Nos extralimitamos en esto de personificar.

Durante mucho tiempo se pensó que nada había más cierto que el hecho de que dentro de nosotros había una persona unificada. Esa persona incluso and errante y abandona el cuerpo mientras dormimos. Cuando Descartes intentó el famoso experimento de dudar de todo lo que se encuentra bajo el sol, se detuvo antes su propia personalidad: "Pienso, luego existo". Y en lo de su propia existencia no se refería a la existencia de su cuerpo. Se refería a la persona de Descartes, a su personalidad, a su psiquis.

Mucho antes que Descartes, los griegos, especialmente Platón, se precipitaron a una conclusión semejante respecto de la médula de la vida humana. Fueron los primeros en llamarla psiquis y, por lo tanto, los primeros psicólogos. En la larga tradición que duró desde el 400 a. C. hasta bastante después del Renacimiento, el descubrimiento de Platón nunca se vio seriamente amenazado, pero en el siglo XVIII algunos pensadores escépticos que dudaban más aún que Descartes se pusieron a trabajar realmente sobre la idea y realizaron un análisis destructivo de esta famosa y sagrada personalidad. Lo comenzó el inglés Locke, eliminando de la mente las llamadas ideas innatas. Para Platón, el alma no muere ni nace. Antes de penetrar en el cuerpo, existió previamente en un mundo de más altas perfecciones que el presente, y es mucho lo que recuerda de ese mundo más alto. Las cosas que vemos en este mundo despiertan con frecuencia reminiscencias de aquel otro mundo ideal. Porque nacimos con estas ideas innatas, nacimos igualmente con el anhelo de la perfección. Las ideas innatas nos dan indicios de la inmortalidad, de los dioses inmortales, de las perfectas configuraciones de las matemáticas y de las formas del arte más hermosas. Cuando Locke quitó del alma todos estos indicios celestiales, la dejó como un niño con las manos vacías que debían llenarse con algo formado por las sensaciones provenientes de los sentidos terrenales. Este fue todo un descenso realista de las poéticas alturas de Platón. Se dice que antes de aprender a hablar en prosa los hombres hablaban poéticamente.

La naturaleza también solía estar poblada de dioses. Ahora bien, sucedió que cuanto más estudiaban los hombres la naturaleza, no mediante la contemplación teórica de los griegos, sino mediante repetidos experimentos prácticos, más tendían los dioses contenidos en ella a desaparecer. Poco a poco fue revelándose una naturaleza que se regía de acuerdo con un tipo de ley impersonal, que poco tenía que ver con los dioses de la mitología, sus pecadillos, sus prejuicios o sus preferencias. Imparcialmente, el sol brilla y las tormentas se desatan sobre el justo y el injusto por igual. La naturaleza se fue despersonalizando. Todas las náyades, las ninfas y las deidades menores, y por último todo el Panteón inmortal, tuvieron que retirarse al reino de la poesía.

Este modo realista de considerar la naturaleza hizo posible un mayor control sobre ella. Pero, dentro de nuestro propio cuerpo, el imperio de una suprema personalidad singular permaneció casi inalterado. Sobre nuestra propia vida interior reinaba supremo un espíritu casi divino. Todo lo que hacíamos y lo que éramos debía su origen, y hasta allí podía rastreárselo, a esta psiquis central, también identificada con la mente, y cuando Locke hizo de esta mente en su nacimiento una página en blanco, una tabula rasa, estaba dando el primer paso para hacerla desaparecer por entero.

Por un tiempo, después de Locke, en los círculos psicológicos y filosóficos se puso de moda considerar en detalle cómo una estatua, con todos sus sentidos abiertos uno tras otro a la naturaleza, podía adquirir una personalidad interior semejante a la nuestra. Así como Newton explicaba el universo con las partículas de materia y las leyes de la gravedad, los hombres, por analogía, explicaban la mente como un sistema de sensaciones integradas por las leyes de asociación. ¿Qué fue en esas condiciones de la anticuada psiquis? Responde Hume, miembro escocés de la escuela escéptica:

En lo que a mí respecta, cuanto entro más íntimamente en lo que llamo yo mismo, tropiezo siempre con una u otra percepción particular, de calor o frío, luz o sombra, amor u odio, dolor o placer. Nunca puedo captarme sin una percepción y jamás puedo observar nada, salvo la percepción. Cuando mis percepciones se retiran por algún tiempo, como en el caso del sueño profundo, no existo. Y si todas mis percepciones desaparecieran con la muerte y no pudiera pensar, ni sentir, ni ver, ni amar, no odiar después de la disolución de mi cuerpo, resultaría aniquilado, y no concibo qué otro requisito sería necesario para hacer de mí una perfecta no entidad. Si alguien, después de seria y desprejuiciada reflexión, cree que tiene un diferente concepto de sí mismo, debo confesar que no puedo seguir razonando con él. Todo lo que puedo concederle es que acaso esté en lo cierto tanto como yo, y que en este particular somos enteramente distintos. Puede, tal vez, percibir algo simple y continuo, a lo que él llama él mismo; aunque estoy seguro de que tal principio no existe en mí.

"El contenido del yo —dice Boyd Henry Bode, partidario de las ideas de James— es provisto por los ideales o intereses que acariciamos. Esto se verifica fácilmente por la observación del modo en que de ordinario nos referimos al yo. Muy a menudo, es cierto, el yo se identifica con el cuerpo, pero de ninguna manera ocurre siempre así. Si un hombre dice 'me pegó', el 'me' en cuestión es claramente el cuerpo. Pero si dice 'me arruinó (financieramente)', el 'me' se identifica con ciertos intereses económicos; si dice 'me atacó (en los diarios)', el 'me' es presumiblemente su reputación; si dice 'me apoyó (en una campaña política)', el 'me' es el objetivo político al cual apunta".

Como lo expresa el mismo William James:

Sin embargo, en su más amplio sentido, el yo de un hombre es la suma total de todo lo que puede llamar suyo, no solo su cuerpo y sus poderes psíquicos, sino su ropa y su casa, su mujer e hijos, sus antepasados y amigos, su reputación y obras, sus tierras y caballos, y su yate, y su cuenta bancaria. (...) En primer lugar su cuerpo, sus amigos luego y, finalmente, sus disposiciones espirituales, deben ser los objetos de supremo interés para toda mente humana.

Me topo frecuentemente con la necesidad de asumir uno de mis yos empíricos y abandonar el resto. No es que no quiera ser, si pudiese, no solo hermoso sino también gordo, bien vestido, gran atleta, y ganar un millón de dólares por año, ser ingenioso, bon vivant y tenorio, a la vez que filósofo, filántropo, estadista, guerrero y explorador de África, compositor de canciones y santo. Pero es sencillamente imposible. Las obras del millonario se opondrían a las del santo; el bon vivant y el filántropo discreparían entre sí; el filósofo y el tenorio no podrían aposentarse en la misma casa de arcilla. Es verosímil suponer que caracteres tan distintos sean igualmente posibles para un hombre en los comienzos de su vida. Pero para que uno de ellos se haga real, los restantes deben quedar más o menos eliminados.

Tal vez nada en el siglo XIX, ni siquiera la guerra civil, fue tan importante para este país, o para cualquier otro, como la obra biológica realizada por Darwin, quien por primera vez vinculó el desarrollo de la mente humana con el de la mente de los animales. Como resultado último de sus hallazgos, la psicología sufrió un cambio de contenido y método a la vez. Su contenido solía ser la conciencia, mientras que ahora lo era la conducta, especialmente la conducta humana comparada con la de otros animales. Su método cambió de la unilateral introspección a algo que la colocaba en la línea de las otras ciencias: la observación y la realización de experimentos cuidadosamente controlados. Y el decorado de la teología dantesca y miltoniana se transformó bruscamente en la magnífica tela biológica de Darwin, que representó a la psicología con un estilo completamente diferente.

CONDUCTA VERSUS PSIQUIS

Durante quinientos millones de años este planeta ha exigido de sus habitantes lo más variados tipos de conducta. El mar, con sus inmensas poblaciones, habla un lenguaje bastante simple: comer y ser comido. Se dice que la vida comenzó en el mar. Por cierto, la mayor parte de nosotros, que no somos especialistas en biología marina, no tenemos idea exacta de las muchas formas de vida que se persiguen y se devoran entre sí en el mar, pero sabemos que surgieron interesantes nuevas formas de vida en las costas, donde las criaturas vivientes se iban acomodando gradualmente no solo al agua, sino también a la tierra y al aire. Al conjunto de conductas ya existentes se añadieron la boqueada, la respiración, el acto de cavar, el de bramar, el de trepar y el de volar, como respuestas a las nuevas exigencias.

Los mamíferos todavía cargan consigo el mar o una porción de él en la sangre. El medio terrestre es rara vez el mismo a un durante un año. Varía de estación en estación y de una época a otra. Tal vez la edad del hielo no perjudicó demasiado a algunos de los ciudadanos de las profundidades que permanecieron en el mar, pero la vida terrestre tuvo que aprender nuevas maneras o perecer. Se pusieron a prueba la agilidad, el gran tamaño, el pequeño tamaño, los medios de ataque, la pugnacidad y la rapidez. Cuando se dice que no sabemos bastante sobre la vida animal que nos rodea, olvidemos los peces, las aves y los cuadrúpedos ordinarios y consideremos por un momento el mundo de los insectos.

El hombre, animal especial que emplea utensilios, habito la tierra en forma semicivilizada tal vez durante 400000 años; los insectos, durante 400000000. En términos de generaciones, esto significa 12000 generaciones de seres humanos y 300000000 de generaciones de insectos. Los insectos han tenido la misma oportunidad que hemos tenido nosotros de modificar el plasma embrionario y de hacer algo constructivo con esa ciega herencia que gobierna una gran parte de todos nosotros. Pero han tenido esa oportunidad multiplicada por 25000. Han sido descritas trescientas mil especies de insectos. Todos los años se catalogan alrededor de seis o siete mil nuevas especies. Los especialistas calculan que existen alrededor de 4000000 de especies de insectos; algunos dice que 10000000. Nadie sabe cuántas existen. Las cifras aquí dadas pueden no ser exactas, pero indican aproximadamente las proporciones. Podrían variar bastante sin que el punto fundamental se alterara, a saber, que existe una enorme variedad de conductas a nuestro alrededor.

Muchos insectos han solucionado por completo el problema de vivir. Las colonias de hormigas existieron desde mucho antes que el hombre apareciera, y los pesimistas afirman que seguirán existiendo después de nuestra desaparición. Tuvieron la oportunidad de ensayar pautas de conducta adecuadas a su tamaño y constitución hasta dar con la que les convenía. Comparados con las hormigas, las termitas y las cucarachas, nosotros somos los más vacilantes recién llegados. Solo una cosa puede decirse a nuestro favor: lo que ellos hicieron, nosotros lo aprendimos mil veces más rápidamente. Aprendemos rápido. Hemos descubierto cómo reducir el tiempo.

En realidad, hemos aprendido recientemente a vencer a los insectos en su propio juego. Puede ser que ellos utilicen las herramientas bastante bien, pero nosotros las utilizamos mejor. Los insectos pueden convertir en herramientas algunas de sus seis patas. Una de las patas puede tener adherido un peine, otra un par de pinzas para abrir flores; algunos insectos utilizan las patas y la boca a la vez, como si fueran hilo y aguja. Los insectos tienen sus taladros y manijas, sus martillos y tenazas, pero nosotros no dependemos de una única herramienta o conjunto de herramientas. Tenemos accesorios separables, galpones de herramientas atestados. Y seguimos haciendo nuevos instrumentos. Si la piel no es lo suficientemente abrigada, usamos ropas o encendemos fuego y de este modo dominamos el clima. Mediante la agricultura y la cría de ganado liquidamos el problema de la alimentación.

Para evitar la extinción, los insectos recurren a adaptaciones fantásticas. La mitad de ellos es vegetariana y es capaz de consumir plantas enteras; y la otra mitad es carnívora o aun peor. Algunas veces parece que fueran todos monstruos, y que nosotros somos unos monstruos más grotescos que ellos todavía. Desde hace cinco siglos hemos estado ampliando los órganos de nuestros sentidos. Hasta la época en que se inventaron los anteojos, alrededor de 1350, un ojo era sencillamente un ojo. Después de 1600 aprendemos a agregar al ojo accesorios que podían aumentar los objetos millares de veces. Así podremos percibir los más minúsculos objetos, más pequeños todavía que aquellos que puede percibir el ojo del más pequeño de los insectos. De la misma manera, los telescopios hacen que nuestros ojos resulten infinitamente más poderosos y de mayor alcance. Podemos extender la pupila del ojo a cinco metros de ancho y atisbar como un enorme gigante en la profundidad de la Vía Láctea o, si lo deseamos, podemos colocar nuestros dos ojos a un millón de kilómetros el uno del otro y obtener un efecto estereoscópico.

Colocando una moneda en el teléfono, conseguimos una voz que atraviesa el océano, y oídos de una tal justeza que una voz se oye del modo más adecuado, ni demasiado alto, ni demasiado bajo, a una distancia de cien, mil o diez mil kilómetros. Durante cientos de miles de años nuestra velocidad máxima era de 18 kilómetros por hora. Cuando fue domesticado el caballo, esa velocidad se triplicó por lo menos. La bicicleta la elevó a 80 kilómetros. El tren, el automóvil, la motocicleta, el aeroplano y luego el cohete nos dieron las alas de un ángel. Actualmente las piernas y los brazos se han hecho infatigables, pues hemos entregado sus tareas a las máquinas. Este catálogo de cómo hemos imitado y ampliado en todas direcciones la estructura de la conducta de los animales podría prolongarse muchísimo más. Se ha dicho lo suficiente como para que quede en claro que podemos superar a cualquier otro organismo en la carrera, el vuelo y, en general, en cualquier operación. Dado que es la conducta o la función lo que determina la estructura, puede decirse con verdad que actualmente somos los más grotescos y posiblemente los más monstruosos de los animales.

Uno de los propósitos de este breve y desordenado esbozo de la vida animal, y de nosotros mismos como especie, fue mostrar que "conducta" es un término amplio, y que al estudiar la conducta humana estamos estudiando un pequeño pero curioso segmento de un inmenso conjunto de conductas que han estado desarrollándose a nuestro alrededor por algún tiempo. Por lo tanto, cuando la psicología emprende el estudio, no de la psiquis humana (que durante siglos se creyó diferente de cualquier cosa que se encuentra entre los animales), sino de la conducta humana, todo el cuadro cambia. James se coloca en la línea de Franklin y Emerson, quienes trataron de volver el hombre a la tierra. Solo en James obtenemos con creces un agregado enteramente nuevo: los animales. Su psicología humana se convierte en psicología comparada. Hemos tenido que establecer contacto con los remotos espacios exteriores de la astronomía, con la hasta ahora insospechada extensión del tiempo en un pasado aún más remoto y oscuro, y ahora surge esta extraña nueva vinculación con los animales. A las perspectivas astronómicas y geológica se añade ahora la biológica.

A la filosofía se agrega una nueva psicología, y lo primero que esta psicología hace es vincularnos con un centenar de eslabones a los extraños animales de hoy y ayer. La empresa de conocer el mundo en que vivimos no resulta tan sencilla como veníamos suponiendo. Pero la conducción de nuestros sabios es firme. Uno tras otro nos conducen por nuevas sendas, y James, quien con tanto valor habla de la demarcación de caminos, nos conduce en su psicología a una serie de mazmorras subterráneas.

Este vínculo recién descubierto entre la conducta humana y la animal en seguida indica algo: el objetivo de toda conducta es en primer lugar la supervivencia. Esto es digno de recordarse. ¿No era una especie de desesperación decir que solo el alma podría sobrevivir? ¡Un momento!, dice James en su Psicología. Echemos una segunda mirada a la totalidad de la conducta humana y veamos si no hemos perdido de vista su principal finalidad. Los seres humanos han aprendido a sobrevivir hasta ahora y cómo obtener un buen partido de la vida. ¿Por qué no seguir de ese modo?

Algunos animales han ganado el primer round en su lucha contra la naturaleza y luego parecen haber llegado a un punto muerto. ¿Es esto lo mejor que podemos esperar? Pagar el tributo a la monotonía y vivir en el estrecho sometimiento de la invariable rutina, como las hormigas y las abejas...; sí, ese es un camino, el camino por que amenazan llevarnos los lavados de cerebro y el "mundo feliz", pero aun entre los animales hubo los que intentaron otros caminos, los intentaron noblemente y fracasaron. Parece que pertenecemos a esa clase. Queremos ir más allá del compromiso. Queremos desmenuzar la naturaleza e integrarla nuevamente. Queremos libertad. Queremos la tierra entera y su plenitud, y además, lo que se encuentra más allá.

La historia de la biología nos muestra que en el pasado cada vez que una especie dio súbitos y tremendos pasos —súbitos en términos geológicos—, la extinción no estaba lejos. Es peligroso por cierto apostarse por entero en una dirección. Ciertos peces se aplanan más y más hasta que se curvan y mueren. Una cola que se afila se convierte en un aguijón, luego en un pelo y acaba por desaparecer por completo. Cuanto más grandes los reptiles, más torpes son. Los desmañados dinosaurios del pasado, como barcos mal diseñados, han desaparecido en las profundidades. Con no poca frecuencia los organismos biológicos parecen volcarse en una única dirección. Se adecuan tan bien a una situación, que la siguiente, de carácter opuesto, los destruye por completo. Porque aventuraron todo en una solución, parecen impedidos de volverse y afrontar otro problema de modo distinto. He aquí donde nuestra falta de especialización resulta una ventaja.

William E. Burnham cuenta en su libro sobre psicología, la fábula de una escuela antediluviana de animales para adquirir todo tipo de habilidades. Entre los animales los había nadadores, trepadores, corredores y voladores. Como el pato tenía patas cortas y no podía caminar bien, le hicieron practicar la marcha durante tanto tiempo que se olvidó de nadar. El águila no tenía ninguna habilidad para trepar árboles, de modo que la hicieron trepar, a pesar de que probó que podía volar con suma facilidad hasta las copas. Esto resultó un fracaso porque no lo había hecho del modo prescripto. El ornitorrinco obtuvo un premio porque se mostró hábil tanto en la carrera como en la natación. Pero se consagró como mejor alumna a una anguila anormal, con grandes aletas pectorales, que podía correr, nadar, trepar y volar un poquito.

Julian Huxley llama fetalización a la lentitud con que nos especializamos. Seguimos siendo una especie de feto semidesarrollado durante más tiempo que la mayoría de los animales. Un cuarto de la extensión de nuestra vida transcurre en la etapa de crecimiento. Y esto resulta significativo, pues se aventura mucho en la capacidad de aprender. Dewey, de quien hablaremos a continuación, escribió libros enteros sobre este tema. Mientras tanto, por todo lo dicho, somos un curioso animal digno de estudio, y mucho puede alegarse en favor de un estudio de nuestra conducta a la luz de la conducta de otros animales. La psicología, especialmente, tiene mucho que ganar con este sobrio y objetivo enfoque. La pregunta definitiva no es ¿somos superiores?, sino ¿podemos sobrevivir?

Al colocar la psicología sobre una base naturalista y al aventurarse a decir que esto no conducía necesariamente al fatalismo o al pesimismo, James realizó una estimulante contribución. Pero hizo más que escribir una psicología. Cuando comenzó a considerar el tema de la moralidad, encaró nuestra relación con la naturaleza desde un punto de vista enteramente nuevo.

EL EQUIVALENTE MORAL DE LA GUERRA

"La línea de menor resistencia, tanto en teología como en filosofía es, pues, según me parece, aceptar que existe Dios, pero que este es finito, en poder o en conocimiento, o en ambas cosas a la vez. Estos, apenas es necesario decirlo, son los términos en lo que el hombre común ha mantenido habitualmente el comercio activo de Dios; y las perfecciones monistas que hacen práctica y moralmente tan paradójico su concepto, son el agregado, más frío, hecho por remotas mentes profesorales". Como psicólogo, James no veía razón por la cual no pudiera desarrollarse una especie de superconciencia en algo que no fuera el cerebro humano. Admitía francamente que otros parecían tener un acceso más directo a esta superconciencia que él, pero a través de toda su vida mantuvo un vivo interés por la investigación de lo que a otros les parecía ocultismo. Algunos de sus colegas científicos creían que era demasiado crédulo sobre este algo más, algo más allá de los presentes tentáculos de la percepción, la percepción extrasensorial de su tiempo. Después de terminar en 1902 su maravilloso libro sobre casos de creyentes religiosos, James lo resume todo diciendo:

Todos ellos concuerdan en que el "más" existe realmente; aunque algunos sostienen que existe en forma de dios o de dioses personales, mientras que otros se satisfacen concibiéndolo como una corriente de tendencia ideal que mana por la eterna estructura del mundo.

No es importante que James fuera lo suficientemente humano como para mantener en un cálido lugar de su corazón un sitio para algún tipo de religión doméstica. No es importante que James fuera el campeón de una especie de dios norteamericano que no es todopoderoso, sino una especie de aliado en la elaboración de nuestros fines, que se beneficia con nuestra ayuda, tanto como nosotros con la suya. Todo esto se mantiene en carácter y lo hace tanto más amable; pero lo importante es el reverso de esta medalla. La naturaleza no es implacable. No es esa roca monolítica contra la cual toda vida está condenada a romperse en pedazos. Lo importante es que ese fatalismo ha sido descartado. James aprendió a ver el mundo como un proceso abierto. Un proceso que no cierra ante el hombre las puertas del destino.

En los viejos tiempos, cuando un caballo se quebraba una pata, lo mataban. Del mismo modo, los materialistas de algunas pocas generaciones atrás condenaban al mundo. Nada podía hacerse. Pero aparece ahora James con su idea de la plasticidad estructural del sistema nervioso, y cree que el mundo entero posee una estructura similar. La naturaleza adquiere hábitos y no parece implacablemente condenada a marchar por malas sendas. James puedo muy bien haber tomado asimismo esta idea de Charles S. Peirce, quien, como lo veremos en el capítulo a él dedicado, la desarrolla ampliamente, pero James, en lugar de seguir analizándola, parece contentarse con regocijarse con ella. Está tan alegre de poder quitarse la carga del desaliento y volver a una tierra donde reina cierta clase de esperanza, que no se pregunta con demasiado apremio cómo llegó ahí.

La naturaleza no es humana, pero tampoco es demoníaca. Tiene su lado inhumano, pero parte de la vida animal e incluso la naturaleza inorgánica parece estar del lado de los ángeles: un campo de trigo que ondea en el viento, los filones de materiales combustibles bajo la tierra, la fidelidad de un perro hacia su amo, el retozo universal de los animales jóvenes y la manera en que sus padres los cuidan. La naturaleza es indiferente ante la vida individual; sin embargo, es tremendamente tenaz en el mantenimiento de la especie. ¡Qué invención gloriosa es el sexo y cuán omnipresente! Sí, la naturaleza posee plasticidad o una tendencia a avanzar por diversos caminos, y no todos sus hábitos son desagradables. Hay miles de cosas que James, el regocijado, podía ahora empezar a decir sobre la naturaleza, pero no fueron muchos sus días. Murió en 1910, antes que estallaran las grandes guerras, mas no sin dejarnos un mordaz ensayo sobre el equivalente moral de la guerra. Fue casi la última producción de su pluma. No hubo nunca una idea mejor que la de James. No puede haberla mejor. Lo que recomienda es que elaboremos nuestras propensiones guerreras sometiendo y modelando para nuestros fines ese monstruoso planeta nuestro, la tierra, nuestra bárbara madre, a través de la cual tenemos acceso a la sangre vital del universo mismo. Primero Franklin quiere que todos los hombres sean científicos, luego Emerson hubiera querido volverlos naturalistas y ahora James proclama una guerra sagrada de investigación de la naturaleza. Convierte al sistema nervioso en tu aliado y no en tu enemigo, dijo James. Ahora dice: trata al mundo de la misma manera. Haz de la naturaleza tu amiga y no tu enemiga. Y lo fundamental es que ello es posible.

Los científicos precisamente advierten que la guerra continúa siempre sin interrupción: la guerra contra la ignorancia, la guerra contra la pobreza, la guerra contra la enfermedad. Lo que obstaculizó que esto se viera con claridad es la idea generalizada de que la naturaleza es siempre y en todo lugar nuestra amiga, que es bueno ser "natural", sea lo que fuere lo que esto significa; y que oponerse a la naturaleza es siempre e invariablemente malo. Esta es una idea de la naturaleza excesivamente simple e ingenua. Es como decirle a alguien: "Haga sencillamente lo que quiera y estará siempre acertado". Que la naturaleza se conduzca como guste y estaremos siempre bien. ¡No, no! Tanto la naturaleza física como la naturaleza humana requieren modelación, y la tarea no es fácil.

Uno de los grandes errores, que se remonta a la época del derecho romano, consiste en que la vida humana debe modelarse de acuerdo con las leyes naturales. Lo contrario es a menudo lo exacto. Nacemos desnudos, pero ¿permanecemos de ese modo? La batalla comienza desde el primer día de vida: la lucha por el alimento, el calor y el abrigo. No podemos simplemente dejarnos estar y ser naturales. La naturaleza no es humana. Tal vez no lo sea nunca. Tal vez deba haber un acercamiento de ambos lados. En el actual estado de cosas, es tan probable que un hombre que se sumerge en el agua helada para salvar a un niño adquiera pulmonía como cualquier otro. Decimos que cierto polvo es bueno para las cucarachas, pero las cucarachas no piensan lo mismo. Y, recuérdeselo, la naturaleza ama también a las cucarachas. Olvidamos cuán ligado a los fines humanos se halla todavía nuestro mundo humano.

En la naturaleza las especies luchan entre sí. La naturaleza es la "Vieja que vivía en un zapato". Dentro de una especie hay sexo y amor maternal. Dentro de la especie humana hay todo eso más una cooperación entre generaciones para acumular conocimientos útiles. Es casi como si los hombres hubieran sido creados para demostrar lo que realmente puede hacerse mediante la armonía dentro de la especie.

Y luego todo lo perjudicamos con la guerra, la sanguinaria, fratricida guerra. El hombre debe hallar, y pronto, ese equivalente moral de la guerra. Debemos promover la cooperación humana. Es nuestra única esperanza. Pero cuando promovemos la cooperación humana, es la vida humana y no la universal lo que desarrollamos. Cuando escogemos los más amables impulsos de la naturaleza como dignos de seguirse, no lo hacemos porque formen parte de ella. Lo hacemos por motivos propios. Estamos aceptando el desafío de la naturaleza. No estamos siguiéndola ciegamente: estamos afirmando nuestra personalidad.

A partir del mundo de la naturaleza podemos construir un mundo propio. Debemos escoger, como lo hacemos al forjar nuestro propio carácter. Debemos desarrollar lo que encontramos a mano. No nacemos en un mundo ya hecho, ni siquiera en un mundo destinado a algún lejano acontecimiento divino. El mundo entero puede llegar a un fracaso total. Todo lo que tenemos es material en bruto con el que podemos modelar algo más agradable que lo que hasta ahora logró hacer la naturaleza.

Esto es simplemente una transcripción de James. James el biólogo se transforma en James el moralista. Pero hay casi una tonalidad de salvajismo natural en su moral, no el salvajismo del matadero, sino el salvajismo de oponer una resolución a otra:

El hombre, como animal y como cualquier otra cosa que sea, es la más formidable de todas las fieras de presa y, en verdad, la única que se encarniza sistemáticamente con su propia especie. Estamos adaptados de una vez para siempre al régimen militar. Un milenio de paz no eliminaría la disposición guerrera de nuestra médula.

Es cierto que el hombre vive por hábitos, pero aquello para lo cual vive son las emociones y excitaciones. Una indiferencia mortal embargaría la imaginación de la mayor parte de los hombres del futuro, si pudiera hacérseles creer seriamente que nunca más (...) la guerra perturbaría la historia humana. ¿Dónde estaría el deleite o el interés en la monótona tarde veraniega de un mundo semejante?

La verdad desnuda es que el hombre quiere la guerra (...) Los soldados natos la quieren estrepitosa e inmediata. Los no combatientes la quieren como fondo. (...) La guerra es la naturaleza humana en su culminación. Nos encontramos aquí para alcanzar esa culminación.

Ahora bien —y esta es la idea que propongo—, si en lugar de una conscripción militar hubiera una conscripción de la población entera para formar parte, durante un cierto número de años, de un ejército alistado contra la NATURALEZA (...) los ideales militares de fortaleza y disciplina se integrarían en la fibra creciente del pueblo.

Por supuesto, no se "lucha" contra la naturaleza en el sentido de querer aniquilarla, sino solo en el sentido en que lo hace un hombre que tiene que ganarse la vida en una granja marginal de Nueva Inglaterra. La naturaleza es resistente y no podemos matarla, pero podemos explorarla y ella puede volverse sumamente peligrosa cuando intentamos arrancarle sus secretos. He aquí el verdadero deporte, la guerra de las guerras. La naturaleza constituye un desafío. Hay "oro en aquellas colinas", pero uno tiene que excavarlo, y, si no hay oro, hay uranio, o poder ilimitado. Y si uno excava, tiene que mirar de vez en cuando hacia arriba, porque al aire también contiene ondas hertzianas y otras cosas que podemos utilizar. Ya le hemos arrebatado al éter los teléfonos y la TV, lo cual no es mucho, puede ser que alguien diga. Pero, ¿quién ha de poner un límite a lo que podamos lograr? La naturaleza, por cierto, no: ese es el punto fundamental que James trata de poner en claro. Vivimos en un universo abierto. Tenemos ya huesos, sangre, cerebro e inspiración. ¿Por qué detenernos allí?

La moral de James es producto de la inspiración y no de la elaboración. Franklin insistía en que el carácter se desarrollara en torno a ciertas viejas virtudes. Emerson profundizó el cuadro al hablar de un nuevo tipo de confianza en uno mismo, necesaria ahora, porque nuestro destino no parecía estar en las nubes, sino en una especie de cielo o infierno que podemos construir aquí mismo. Piadosamente, Franklin dejaba el camino abierto para los "pasteles del cielo"2, pero el casi amable Emerson nos invitaba a ser de un material más severo. Y tenemos ahora a James, quien, en un sentido, comienza a poner los puntos sobre las íes. La especie de carácter que necesitamos se produce por la formación de hábitos. Obtenemos alentadores detalles sobre cómo podemos adquirir hábitos que nos ayuden. Aprendimos entonces que la naturaleza no está tan muerta ni es tan desesperadamente obtusa como la habían imaginado los viejos puritanos que querían, con Bunyan, que este mundo desapareciera consumido por las llamas. La naturaleza es nuestro tesoro oculto. En ella se encuentra el futuro. Y lo que James dice sobre el equivalente moral de la guerra no es más que otra sugerencia: ¡Mortales del mundo, uníos! Luchad contra el universo. Hay un enemigo digno de vuestro acero y el botín puede ser inmenso.

EMPIRISMO RADICAL

Entre momentos de magnífica salud y total agotamiento James fue adelantando lentamente en su trabajo. Después de completar su Psicología, de 1400 páginas, se dispuso a realizar un esfuerzo similar, esta vez dedicado a la filosofía. Pero, por una razón u otra nunca lo hizo. Realizó brillantes comienzos, pero, como a Emerson, se lo persuadía a que pronunciara conferencias populares y las convirtiera luego en libros. Mas estos eran libros populares y no el profundo y sólido esfuerzo que James juzgaba necesario para erigir una nueva filosofía.

"En realidad, odio las conferencias exclamaba James en 1908 y este trabajo me condena a publicar otro libro escrito en estilo pintoresco y popular, cuando yo me disponía para algo cuyo tono sería más streng wissenschaftlich, o sea conciso, seco e impersonal. El estilo libre y fácil de mi Pragmatismo me ha ganado tantos enemigos en los círculos académicos y pedantes, que me desagrada seguir incrementando su número: quiero volverme más severo, no más accesible. Estas nuevas conferencias tendrán que ser fáciles todavía, porque las conferencias deben prepararse para el público; y, una vez preparadas, no tengo las energía para reescribirlas ni el espíritu de sacrifico para destruirlas". Murió dos años más tarde, todavía en medio de brillantes escaramuzas donde defendía epigramas relativamente superficiales tales como "lo que da resultado, eso es la verdad".

No quiero ser mal interpretado. No digo que no haya de dársele importancia al descubrimiento de lo que da resultado, pero la cuestión es si en ese caso ha de llamarse verdad a la meta propuesta. ¿Qué perseguimos, la verdad o algo que dé resultado? Cuando un médico diagnostica correctamente la enfermedad de su paciente y dice que tiene cáncer, no es eso todo lo que persigue. La verdad es que el paciente tiene cáncer, pero lo que el médico quiere es superar la verdad y curar al paciente, de modo que no sea ya cierto que el paciente tiene cáncer. Cuando buscamos lo que da resultado, no buscamos la verdad. James tendía a confundir este punto. Dewey lo puso claro y también lo hizo Peirce. Sostuvieron que en The Will to Believe (La voluntad de creer) James iba alejándose cada vez más de su propia filosofía y de este modo ponía en peligro toda la estructural. Como gran luchador irlandés que era, James gozó de la batalla resultante, que, a menudo, engendró mucha más calor que luz.

Toda la cuestión se aclara fácilmente, si recordamos que es a menudo justificable que adoptemos una creencia como hipótesis de trabajo, cuando su verdad no se ha probado todavía de modo concluyente. No se trata de esto solo, pero el hombre que puede esclarecernos en este caso es Peirce y no James. James no era un lógico como Peirce, pero estaba en lo cierto sobre el papel desempeñado por la imaginación en la elaboración de una hipótesis que acaso más tarde se adecue a los hechos. Las suposiciones desempeñan por cierto un importante papel en el pensamiento científico, pero convertirse en campeón de hipótesis no probadas simplemente porque no podemos descubrir los hechos es atrasar el reloj. La justificación de James era que a veces la acción hace falta y no hay tiempo para esperar. Disponía en esto de una argumentación, pero una argumentación que era práctica y no científica. El hecho de que a veces sean necesarias decisiones repentinas no las hace por fuerza correctas o verdaderas. Todo esto no quiere decir sino que algunas veces debemos correr un riesgo.

Detrás del placer con el que James defiende un acercamiento a la verdad, se esconde su naturaleza cálida, impulsiva e intuitiva. Como ya se ha dicho, a James le gustaba Renouvier, y vivió lo bastante también como para leer a Bergson. Gustaba igualmente de este, y nunca se permitió pronunciar una palabra contra él, quien, como es bien sabido, se inclinaba a rechazar el intelecto y se apoyaba, en cambio, en la intuición. Se subraya aquí la palabra "en cambio". Bergson reemplaza el intelecto por la intuición. James nunca fue tan lejos, pero tampoco logró nunca obtener una clara idea de cómo la intuición se relaciona con el intelecto. James tenía algo más que decir sobre esto, como lo veremos más tarde, pero para poder clarificarlo por completo es necesario esperar hasta Whitehead. Basta con que James apunte en algunos de estos temas a la región donde otros hallarán el camino.

Los puntos principales de la filosofía de James, que él a veces no llama pragmatismo, sino empirismo radical, son tres. En primer lugar, James recalcó las relaciones. A primera vista, esto no significa nada, pero a la luz de la lógica de las relaciones, enteramente nueva, de Peirce —el protopragmático en el que James halla inspiración—, adquiere significado. De cualquier manera, es una buena obra de metafísica. En segundo lugar, James combatió la bifurcación de la naturaleza en dos mundos separados: el del científico, por una parte, y el del hombre corriente, por la otra. También esto se tornará más significativo cuando veamos lo que Whitehead hará posteriormente. Por último, con rara penetración, después de desechar el ego estático, James muestra cómo una porción de la naturaleza puede conocer a otra. Esto fue un relámpago de puro genio, pues mostró cómo podía abrirse el muro que se erguía entre materia y espíritu, que, hasta entonces, se mantenían irremisiblemente separados. James crea una unión precursora entre espíritu y materia.

Estos tres puntos bastan para mostrar que James se encontraba en el buen camino y que, si hubiera tenido tiempo suficiente, habría ido mucho más adelante en la tarea de dar forma más o menos completa a la brillante nueva filosofía que trataba de establecer.

Locke fue el primero en subrayar realmente la distinción histórica entre cualidades primarias y cualidades secundarias. Los colores, los sonidos, los gustos y los olores, cuando los pensamos como cualidades de una sustancia, son secundarios, esto es, son menos inherentes a la sustancia que otras cualidades. Después de todo, parte del olor y el gusto se encuentran en nosotros. Parece ser una contribución de nuestros sentidos. Por otra parte, la extensión, la forma y la masa son realmente primarias. Aquí Locke comienza a levantar una valla entre el mundo exterior y el mundo interior de los sentidos.

La ciencia, dice Locke, trata solo de cualidades primarias, forma, movimiento y extensión o, en términos más modernos, vibraciones y electrones. De algún modo, Locke comienza a dar la impresión de que solo las cualidades primarias son reales, y las secundarias ilusorias o subjetivas. Siguiendo esta huella, muchos buenos científicos llegaron a suponer que, al estudiar las ondas electromagnéticas, estudiaban el único mundo que realmente existe, ensanchando así el abismo que los separa del hombre de sentido común. El error de Locke ayuda e instiga el amor universal del hombre a las abstracciones. Así como ciertos místicos medievales se sintieron felices de escapar a un mundo de abstracciones teológicas, muchos científicos modernos se sienten felices de escapar al mundo abstracto de las matemáticas que también Platón encontraba tan agradable.

Es necesario afirmar inmediata y enfáticamente que James no sostenía esta famosa bifurcación de la naturaleza. Era demasiado humano y demasiado sabio como para elaborar una filosofía que no diese cabida a los atardeceres y a las sinfonías, al llanto de un niño o al canto de un pájaro. No obstante, era también demasiado buen filósofo como para no atacar este problema con estilo verdaderamente profesional.

A James le complacía identificar su filosofía con "el gran estilo inglés de investigar una concepción". Tiene muchas profundas afinidades con Bacon, Locke, Hume y Reid, y él mismo su ubica en su escuela. De ahí el empirismo del empirismo radical. Todos estos hombres eran empíricos, creían en la experiencia. Experiencia y empirismo vienen de la misma raíz griega, que significa probar. Pero James hace algo más que repetir como un loro lo que dijeron estos empíricos: completa y extiende sus puntos de vista. Da un carácter más total al empirismo. De ahí que se aventure a llamar empirismo radical a su concepción.

Los empíricos ingleses aceptan las sensaciones, pero rechazan sus relaciones, y dan así la oportunidad para que los pensadores románticos alemanes atribuyan profundos poderes de organización a la mente humana, que une o categoriza esas sensaciones sueltas. Los pensadores ingleses, dice James, debieron de haber visto que las conexiones o relaciones nos llegan junto con las sensaciones y al mismo tiempo que estas, y elude así limpiamente la invención de los alemanes. Estas relaciones o conexiones, tejidos de unión de la vida, no son "vínculos forjados por la razón", sino sensaciones inmediatas.

Según James, recibimos "una sensación de y y una sensación de si, una sensación de pero y una sensación de por, con tanta inmediatez como (...) una sensación de azul o una sensación de frío". Estas conexiones son las que ubican los fragmentos sueltos de la experiencia en la corriente de la experiencia. Como dice James, "las relaciones de toda clase, de tiempo, de espacio, de diferencia, de semejanza, de cambio, de causa, etcétera, son miembros integrales de flujo sensorial tanto como los términos y (...) las relaciones conjuntivas lo son en no menor medida que las relaciones disyuntivas. Esto es lo que he llamado doctrina 'empírica radical', que se diferencia de la doctrina de los átomos mentales que sugiere el nombre de empirismo".

De este modo James se clasifica a sí mismo entre los grandes empíricos o creyentes en la experiencia, de la tradición inglesa, pero somete sus puntos de vista a una enmienda fundamental, la cual, incidentalmente, presta animación y movimiento a todo el esquema, pues lo convierte en un proceso dinámico. Para él la experiencia es una corriente continua, un flujo que prosigue independiente de que nos hagamos presentes con nuestros sentidos o no. Tenemos la fortuna de poder sobrevivir en medio de esta corriente. Nos incumbe aprender a escoger en ella lo que necesitamos para nuestro remolino personal.

En una oportunidad James enseñó durante unos pocos meses en la costa Oeste. Una tarde, en San Francisco, se suscitaron profundas discusiones filosóficas que continuaron hasta bien avanzada la noche, en torno a la persona y los puntos de vista de William James. Entre los presentes estaba Eric Temple Bell, el eminente matemático californiano. Más tarde, ese mismo día, se produjo el famoso terremoto. Al encontrar a William James a la mañana siguiente sano y salvo entre las ruinas, Bell le preguntó qué pensaba ahora de esas profundas discusiones que tanto habían excitado a todos la noche anterior. Y el desgreñado James, mirando las llamas y la tierra que todavía temblaba, replicó: "Palabras, palabras, palabras, nada más que palabras".

Bell, notable autor de numerosos libros sobre matemáticas, eruditos pero accesibles, es uno de los que junto con James denunció un tipo de idealismo romántico para el que reserva el nombre especial de numerología. Nadie supera a Bell en su reverencia por las matemáticas, pero desde los tiempos de Pitágoras algunos se han persuadido de que el mundo no es más que números. Los idealistas extremistas se asemejan a los numerologistas. Todos nosotros mostramos una inclinación hacia la numerología cuando nos enamoramos de los simplificados esquemas y de los mapas de la virtud de su claridad. Olvidamos que ningún mapa puede captar y retener la totalidad de la naturaleza. Por maravillosamente bellas e intrincadas que sean las estructuras del pensamiento, en definitiva nunca abarcan la vida. Hay siempre prominencias no atrapadas por la más astuta de las simetrías. El peligro consisten, pues, en: (1) que hagamos que el mundo se adecue a dogmas hermosos e inalterables, o (2) que olvidemos el mundo por completo y busquemos un escape personal en el mundo de los sueños.

Siempre ha sido un error del hombre el abstraer de la plenitud de la vida y considerar luego estas abstracciones más plenas y más ricas que la vida misma. Como siempre, se desea lo que no se tiene. No contentos con exagerar el valor de estas abstracciones, les concedemos realidad exclusiva. La esencia, pues, precede a la existencia. Si esta tendencia se hace extrema en cualquier individuo, la reconocemos como una aberración.

El tipo normal de ser humano, el tipo que reconocidamente ha dominado el arte de la supervivencia, ve primero las cosas y luego concibe ideas. Pero hay también un tipo menos corriente que concibe ideas primero y luego ve las cosas. En casos extremos, o de alcoholismo, las cosas son sencillamente alucinaciones. Entre los primitivos, los hombres que ven visiones pueden ser considerados a veces adivinos o profetas. Son tan distintos de los individuos normales que, como personas especialmente dotadas, reciben protección. En otras ocasiones puede que se los apedree o se los mate, pues resultan demasiado extraños. En realidad, cualquier grupo de organismos que viera persistentemente visiones, en lugar de los hechos reales, desaparecería rápidamente en el curso normal de los acontecimientos. Cuando en ciertos periodos históricos los hombres prestan demasiada atención a las visiones abstractas y apocalípticas, lo único que salva a la humanidad de seguirlas hasta caer por la borda, es una buena dosis de sentido común.

En relación con esto hay dos errores que se cometen fuera del manicomio, porque entran en el dominio de lo que se considera una conducta bastante normal. Uno lo cometen los románticos, los cuales igualan la historia humana y la universal. Este despeja el camino para el egotismo en masa. El otro error lo comente el fatalista, el cual cruza los brazos, mantiene el pensamiento en las nubes y deja que el mundo siga su curso. Si el fatalista es elocuente, puede enorgullecerse de su estoicismo o aun predicar el derrotismo o la desesperación. Entre los dos extremos del romanticismo y el derrotismo no parece haber a veces un camino intermedio. Pero lo hay, y a esta altura aparece James con algo que no es fatalismo predeterminado ni injustificado romanticismo, sino sencillamente el obstinado estudio de la recíproca influencia entre el hombre y su medio. El hombre es importante y el mundo también lo es. La interacción entre ambos es el real proceso de la vida.

Esta interacción destruye la valla entre el individuo y su medio. En tanto el ego sea estático y el mundo un espectáculo, el solipsismo acecha. Como San Agustín, el hombre puede hablar sólo con Dios. Pero ahora, mediante duras y penosas lecciones, el hombre descubre que muchos nuevos vínculos lo relacionan con un pequeño planeta que gira, un largo proceso de eras geológicas y una vasta horda de criaturas interiores pero igualmente en lucha, atrapadas en la misma red, y le incumbe elaborar una filosofía más mundana. Lo primero es abandonar la bifurcación. Esto no se profundizará aquí porque es la preocupación fundamental de un gran filósofo a quien nos referiremos más adelante. Lo que James dice sobre este tema no carece de solidez, pero es elemental.

Pero también en James, como parte del esfuerzo por tender un puente sobre el abismo entre el hombre y la naturaleza, el conocedor y lo conocido, descubrimos que su concepción de la naturaleza dinámica de la conciencia y la de la significación de las relaciones se ensamblan para darnos lo esencial de una nueva epistemología. Si se elimina la conciencia como sustancia y se la convierte en otra cosa, ¿qué es del hombre, el ser pensante, el conocedor que conoce? Aquí James elabora la teoría de un material neutral alborotado que constituye el mundo, un único ingrediente subyacente que desempeña el doble papel de martillo y yunque, de comensal y alimento, de conocedor y conocido. El mismo fragmento de experiencia pura puede actuar en un momento como conocedor y luego como conocido. No existe un abismo insalvable entre ambos. Ni tampoco lo hay entre espíritu y materia. Respecto de esto, solo ahora la verdadera filosofía está realizando algunos bellos comienzos.

William P. Montague, que oyó a James dictar conferencias, señala el origen de esta perspectiva unificadora:

Así como un único punto puede pertenecer a dos o más curvas que se cortan, del mismo modo, como lo apuntó William James (por primera vez, creo, en una clase a la que asistí en 1898) puede un mismo objeto ser miembro del orden independiente de existencia y al mismo tiempo y sin ruptura de su identidad, ser un objeto de experiencia. Si aceptamos esta concepción de la cuestión, (...) podemos abandonar la bifurcación o el dualismo epistemológico sin caer en el idealismo o en el panfisismo.

Para James, como para Edwin G. Boring y otros eminentes psicólogos pragmáticos, la conciencia misma es una relación, una relación móvil y fluctuante entre el organismo viviente y su medio. La conciencia, como dice James, es una función. No es un objeto, no es estática: es una relación. Lo mismo ocurre con la verdad.

JAMES ENFRENTA LA SITUACIÓN

¿Qué quiso decir Whitehead, el eminente matemático y filósofo, cuando se hizo cargo de la cátedra que antes había ocupado William James en la Universidad de Harvard, al afirmar que este inaugura la era de la filosofía moderna? No era propio de él decir cosas amables solo para honrar a un antecesor en su puesto. Whitehead estaba bien informado sobre la marcha de la filosofía tanto aquí como en Europa y, con toda probabilidad, quería decir exactamente lo que afirmaba. Hasta aquí los eruditos consideraron a Descartes el primero de los filósofos modernos, pero es posible que con el andar del tiempo tengan que corregirse.

Los historiadores futuros tal vez consideren que la edad moderna no comenzó hasta 1900. Esto hará que el tiempo transcurrido entre 1600 y 1900 sea un período de transición entre la edad medieval y la moderna. Tenemos, pues, las edades antiguas, medieval, transitoria y moderna, y Descartes queda convertido en el primer posmedieval o el primer filósofo de transición. La edad moderna comienza con Einstein, la física nuclear, la energía atómica y la exploración del espacio exterior.

La teoría de la relatividad, con sus dimensiones extrañamente dislocantes, hace escuchar las notas iniciales de la edad moderna; casi inmediatamente le siguió el descubrimiento del principio de incertidumbre de Heisenberg, en la médula misma de las cosas. Whitehead era una tan indiscutible autoridad sobre todos estos temas, que pudo ver algo más profundamente que otros la significación de lo que William James estaba anunciando.

Grande fue el doloroso crecimiento ocurrido desde los tiempos de Descartes. La filosofía norteamericana comienza con la primera de las tres fundamentales desilusiones. Franklin nos hizo comprender por primera vez el sentido de que el mundo se hubiera descentralizado y empequeñecido a raíz de las maquinaciones conjuntas de Copérnico y Newton. Emerson también sintió esto, pero se enfrascó más en la segunda desilusión: la duración de la civilización humana se convertía en el tictac de unos pocos segundos en el tiempo de un reloj que había marchado durante innumerables eras geológicas y había producido incontables otros mundos. El año bíblico 4004 a. C. perdía todo sentido frente al nuevo desenvolverse del pergamino del tiempo. Le dio a Emerson la oportunidad de reubicar en el Presente el Día de la Creación y de hablar en un nuevo tono de la Humanidad en Formación.

Parecería que los nuevos datos acerca de la edad de la tierra, resumidos en la Geología de Lyell, de 1833, hubieran acumulado una dosis suficientemente grande de desilusión como para que le durara a la humanidad por algún tiempo, pero algo peor aún sobrevendría. Los datos de la evolución no nos habían llegado todavía. Esta fue tarea del humilde aunque infatigable Darwin, cuyo Origen de las especies apareció en 1859. La evolución del hombre tal como la describió Darwin fue para William James lo que los cielos newtonianos fueron para Franklin, y el lento desarrollo de las edades geológicas de la tierra fue para Emerson. William James comenzó su carrera como expositor de la evolución, pronunciando conferencias sobre Herbert Spencer. Gradualmente fue alejándose de las vagas generalidades de Spencer y las reemplazó por las vívidas realidades y los ejemplos concretos aportados por Darwin.

Mientras fueran los cielos los que estallasen, y la tierra la que de pronto envejeciese, el hombre podía en cierta medida mantener la calma. Pero Darwin fue el primero en meterse de modo definitivo con nuestro propio linaje. Otros filósofos de la llamada edad moderna, incluso el poderoso Kant, de un modo u otro siempre eximieron a la raza humana. Kant comenzó con muy vivos intereses científicos. Alrededor de 1750 elaboró una hipótesis sobre las nebulosas. En su vejez, en un ensayo sobre antropología llegó incluso a sugerir que el hombre podría provenir de una criatura semejante a un mono; pero eso no prosperó. Hacía falta mucho, mucho más trabajo de zapa antes que aun el más científico de los hombres se viera realmente forzado a enfrentar a sus antepasados.

Pero, después de otros cien años de investigación acumulada, toda la cuestión explotó violentamente en la década de 1860. Realizamos un tercer avance por el camino de la desilusión. La raza humana iba de la mano de los animales. Para Aristóteles las mujeres y los esclavos eran, en un sentido, animales inferiores, que no pertenecían a un mundo de hombres o no podían incluirse en él más que como accesorios. Este punto de vista fue corregido, pero los animales seguían siendo hasta ayer los que cargaban los bultos de la humanidad, o los objetos de caza cuya carne comemos sin escrúpulo. Surge entonces William James, filósofo del darwinismo y primer propulsor sistemático de una especie de relativismos en filosofía. Los hechos biológicos de la evolución y la corriente de la vida que abarca los animales deben ser absorbidos por la filosofía. Y ahora comenzamos a obtener para la humanidad una perspectiva nueva y verdaderamente moderna, caracterizada fundamentalmente por un desarraigo del que William James había sentido los efectos plenos.

La humanidad, tan totalmente desarraigada, debe perecer o descubrir un nuevo punto de partida. Para Whitehead el cosmos entero es una serie continua de muertes y nuevos nacimientos, y esa es la razón por la cual considera a James un pionero que, por primera vez, construyó un arca de Noé en este nuevo mundo agitado.

En una de sus conferencias sobre el tema de los Grandes Hombres y su Medio, pronunciada ante la Sociedad de Historia Natural de Harvard, James comienza por exponer la vieja concepción según la cual todas las cosas están asociadas. Ésta es todavía la concepción, entre otros, de Herbert Spencer, pero James se pregunta a continuación qué es lo que hace que un siglo de la historia mundial se diferencie tanto de otro, y que un período de la historia de una nación sea tan distinto del siguiente, y su respuesta es:

La diferencia se debe a la influencia acumulada de los individuos, de sus ejemplos, de sus iniciativas y sus decisiones. La escuela spenceriana replica: los cambios ignoran a las personas y son independientes del control individual. Se deben al medio, a las circunstancias, a la geografía física, a las condiciones ancestrales, a la creciente experiencia de las relaciones exteriores; a todo, en realidad, salvo a los Grants los Bismarcks, los Pérez y los Garcías.

Este modo de vincular la caída de un gorrión con lo que sucede en la Vía Láctea le parece a James un mito. No ayuda a distinguir los dos ciclos de causalidad, uno remoto y otro próximo:

La triunfante originalidad de Darwin consistió en (...) discriminar entre las causas que originariamente produjeron la peculiariedad (...) y las causas que la mantienen después de producida. (...) Agrupó las causas de producción bajo el título de "tendencias a la variación espontánea" y las relegó a un ciclo fisiológico que inmediatamente decide ignorar por completo y volcó de este modo su atención sobre las causas de la preservación, que estudió con los nombres de selección natural y selección sexual, como funciones del ciclo del medio.

Los evolucionistas predarwinianos mezclaban ambas causas. Lamarck y Spencer consideraron el medio como lo fundamental. La jirafa tiene el cuello largo porque lo estiró continuamente para alcanzar las hojas. "El primer logro de Darwin consistió en mostrar la completa insignificancia que proporcionalmente tenían estos cambios producidos por adaptación directa, ya que la gran mayoría de los cambios se producen por accidentes moleculares internos de los cuales nada sabemos". Luego, como lo apunta James, Darwin preguntó:

Dada esta o aquella peculiaridad con que ha nacido, ¿es más probable que el medio lo preserve o lo destruya? Al dar el nombre de "variaciones accidentales" a estas peculiaridades con que el animal nace, ni por un momento sugiere Darwin que no son el resultado fijo de la ley natural (...) En ningún otro lugar como en la fisiología se ejemplifica la gran distinción mecánica entre fuerzas transitivas y fuerzas de descarga. Casi todas las causas son fuerzas de retención.

Debemos, pues aceptar a los grandes hombres de la historia como datos, del mismo modo que Darwin aceptaba sus variaciones espontáneas. Un gran hombre traza una dirección. Hace algo semejante a las decisiones que todos los días tomamos nosotros mismos en nuestra vida. Que un joven se dedique a la medicina o a los negocios depende de una decisión. En adelante se le ha cerrado un camino. Con las naciones sucede lo mismo. "Todo pintor puede decirnos cómo cada línea que agrega hace variar el cuadro en cierto sentido". El señor Spencer ataca la teoría del gran hombre afirmando que es vaga. James no está de acuerdo. A él le resulta vago invocar al zodíaco para explicar la caída de un gorrión. Es mucho mejor buscar a Cock Robin3, con su arco y sus flechas. Muchas regiones físicamente semejantes producen naciones diferentes. En la vida mental, el genio del descubrimiento depende enteramente del número de nociones y suposiciones casuales que visitan la mente del investigador. En resumen, Spencer no tuvo en cuenta la casualidad; James la recalca. Y da al mundo su novedad, una novedad de la que ni siquiera el mismo James capta todavía la importancia completa.

La importancia que Darwin concede a la casualidad concuerda con lo más profundo de la filosofía de James, que él llamó empirismo, "porque tiende a considerar sus más seguras conclusiones sobre los hechos como hipótesis sujetas a modificación". Un empirismo no es un sistema cerrado. No es más cerrado que la experiencia misma. Pueden enmendarse. Es un sistema autocorrectivo. De ahí que otros puedan continuarlo. En otro lugar lo llama empirismo radical, "porque trata la misma doctrina del monismo como una hipótesis. No afirma dogmáticamente el monismo". Y quien no afirma el monismo, es un pluralista. De este modo se desvanece el monismo de Spencer en el que todo mantiene cohesión con todo.

"La diferencia entre monismo y pluralismo", dice James, "es tal vez la más significativa entre todas las diferencias en filosofía. Prima facie el mundo es un pluralismo; como observamos, su unidad parece ser la de una colección. (...) Después que se ha hecho todo lo que la razón puede hacer, queda todavía la opacidad de los hechos finitos. Lo negativo, lo ilógico, no se eliminan nunca por completo". James descubre que siempre queda algo (llámesele destino, casualidad, libertad, espontaneidad, el diablo, o lo que se quiera). Citando a P. B. Blood, un escritor de talento, James dice que el universo es "salvaje, con sabor de caza, como el ala de un halcón". Para James la razón misma "no es sino un detalle del misterio":

Lo que rige el sentimiento determinista es la antipatía por la idea de casualidad. (...) Ya he dicho que "casualidad" es una palabra que quiero mantener y utilizar. Examinemos, pues, exactamente lo que significa, y veamos si tiene por qué ser para nosotros un espantajo tan terrible. Imagino que si estrujamos con audacia al cardo, lo privaremos de sus púas. (...) Las púas de la palabra "casualidad" parecen encontrarse en la suposición de que significa algo positivo, y que si algo sucede por casualidad, debe por fuerza ser algo intrínsecamente irracional y absurdo. Ahora bien, casualidad no significa nada por el estilo. Es un término puramente negativo y relativo. (...) Todo lo que se quiere significar cuando se dice casualidad es que lo que se designa de ese modo no está garantizado, que puede suceder de otra manera.

Este es simplemente otro ejemplo donde, como dice James, "el pragmatismo desentumece todas nuestras teorías. Las teorías se convierten de este modo en instrumentos y no en respuestas a enigmas en las que podamos descansar". El pragmatismo es un método, una actitud, "la actitud de apartar la mirada de los objetos primeros, los principios, las 'categorías', y supuestas necesidades; y la de dirigirla a objetos postreros, frutos, consecuencias, hechos". Aquí captamos con exactitud la idea. Lo que James describe es el método con el cual la ciencia opera, aplicándolo minuciosamente a cada parte de ese mundo pluralista que James considera una colección. James es el primero en este país que da una generalización filosófica de los métodos de la ciencia. Estos métodos no son nuevos de por sí, pero en su más amplia aplicación, lo son de un modo claro y devastador.

Christian Huygens, en un prefacio a su Tratado sobre la luz (publicado en Leiden el 8 de enero de 1690), dice:

Escribí este Tratado (...) hace doce años. (...) Se verán en él demostraciones que no producen una certeza tan firme como las de la Geometría y que difieren de ellas, pues los geómetras prueban sus proposiciones por principios fijos e incontestables. Aquí los principios se verifican por las conclusiones que se extraen de ellos. (...) Es posible obtener de tal modo un grado de probabilidad que con suma frecuencia es muy poco menos que una prueba completa. Esto sucede cuando las cosas corresponden perfectamente a los fenómenos que en el experimento se observan, especialmente cuando hay un gran número de ellos; cuando uno puede imaginar y prever nuevos fenómenos que tendrían que deducirse de las hipótesis que uno emplea, y cuando uno descubre que los hechos corresponden a nuestra previsión.

De esta manera, al proponerse fundar la filosofía en los métodos de la ciencia, James está espoleando un caballo que había estado empeñado en la carrera desde mucho tiempo atrás y que sin pausa se esforzaba todavía. No se arriesga mucho quien apueste que la filosofía de James reportará nuevas ganancias. El hombre de ese caballo es Casualidad4, pero con el determinismo no teníamos ninguna oportunidad.

James coincide con la moderna tendencia según la cual en el establecimiento de una filosofía se incluyen todos los recursos del hombre y no solo su intelecto. Puede ser que un animal cogido en una trampa tenga que utilizar los dientes para arrancarse una pata. Incluso al mantener en un cuarto a un conejo domesticado se ponen de manifiesto tendencias latentes. Comienza a roer las patas de las sillas, revelando así el roedor que hay en él. La situación humana ha dado un vuelco desesperado tras otro, y puede dar aún más. Así, pues, encaremos la situación con todo lo que tenemos, utilizando, por así decir, todo el armamento humano. Franklin añade las manos a la cabeza; Emerson, al corazón; y ahora James nos enseña a utilizar todo el sistema nervioso. Debemos apoyarnos en esa propensión fundamental a construir hábitos, que tan bien nos ha servido antes que la cabeza alcanzara prominencia, y que acaso volvamos a necesitar.

En relación con esto, al considerar qué clase de conocimiento provee la "relación directa con", James tiene algunos excelentes aperçus. Lo distingue del conocimiento "acerca de", y de las inferencias. Las inferencias son asunto de la cabeza, pero ¿cuál es ese otro conocimiento directo, que era tan caro a Bergson, con el que James también flirtea? Dice en Tigers of India (Tigres de la India):

Hay dos maneras de conocer cosas: de modo inmediato o intuitivo, y de modo conceptual o representativo. Aunque cosas tales como el papel blanco que tenemos ante la vista pueden conocerse intuitivamente, la mayor parte de las cosas que conocemos, por ejemplo, los tigres que existen actualmente en la India, (...) se conocen solo representativamente o de modo simbólico. (...) ¿Qué queremos decir exactamente al afirmar que conocemos aquí los tigres? (...) A menudo se hace un gran misterio de esta peculiar presencia en la ausencia. (...) Espero que convendréis conmigo en (...) que en el conocimiento representativo no hay ningún misterio especial, sino solo una cadena exterior de intermediarios físicos o mentales que conectan el pensamiento con la cosa. Conocer un objeto es aquí dirigirse hacia él a través de un contexto que el mundo suministra.

"Pasemos a continuación al caso de la relación inmediata o intuitiva con un objeto; sea este el papel blanco que tenemos ante la vista. La sustancia-pensamiento y la sustancia-cosa son aquí indistinguiblemente las mismas (...) y no hay contexto de intermediarios o asociados que se interpongan y separen el pensamiento de la cosa. No hay en este caso 'presencia de la ausencia', ni tampoco un 'apuntar', sino más bien una total inclusión del papel por el pensamiento". Tenemos aquí scire, wissen y savoir reemplazados por noscere, kennen y connaître. James observa que esto "es menos puramente intelectual que el otro". Cuando un ciego toca un objeto, su sistema nervioso le habla directamente sobre él.

James no nos proporciona un análisis epistemológico completo de estos dos tipos de conocimiento, y sus sucesores inmediatos se inclinan a descartar la intuición como fuente de conocimiento enteramente formal y separada, pero Whitehead viene en ayuda de William James con todo su aparato analítico. En realidad, esa es una de las razones —su comprensión del conocimiento intuitivo— por las cuales Whitehead aprecia tanto a James. Completa aquí a James, como otros lo hicieron en otros temas; tanto es así que, antes que la historia acabe, el primitivo pragmatismo de William James será como la plaza principal de una población: a su alrededor se irá edificando toda una ciudad.

Entre tanto los puntos fundamentales enunciados por James son: (1) Incluir todos los hechos; el mundo es denso o nada. (2) Quebrar las barreras entre pensamientos y cosas; el viejo dualismo cartesiano tiene aquí su primer encuentro con la cuadrilla de demolición. (3) La tendencia de Franklin a juzgar por los hechos y no por las palabras está ampliamente confirmada; solo cuentan los resultados, los valores de supervivencia. (4) El cielo y el infierno de aquí abajo, de Emerson, encuentran fundamentación psicológica. (5) Se halla abierto un camino para una metafísica y una ontología según la dirección propuesta por James.


Notas

1. La traducción al castellano se halla incluida en el volumen titulado Misticismo y lógica, Buenos Aires, Paidós [N. del T.].

2. Pie in the sky.

3. Alusión a una canción infantil inglesa [N. del T.].

4. En inglés, Chance, que significa a la vez "casualidad" y "oportunidad", lo que permite el juego de palabras [N. del T.].



Fecha del documento: 10 de marzo 2011
Ultima actualización: 10 de marzo 2011

[Página Principal] [Sugerencias]